Kathy Reichs - Informe Brennan

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La antropóloga forense Temperance Brennan es una de las primeras personas en acudir al monte donde acaba de estrellarse un pequeño avión de pasajeros. Casi todos ellos eran estudiantes que formaban parte de un equipo de béisbol, y entre las víctimas también podría encontrarse Katy, la hija de Tempe.
Asustada la doctora decide investigar los motivos de la tragedia y, a partir de ese momento, se verá envuelta en una conspiración dirigida a entorpecer por todos los medios su trabajo y acabar con su vida.

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Apenas pude preguntarle:

– ¿Vivo?

– Completamente. Llamó a la puerta de su hija alrededor de las siete, cenó con la familia y luego se fue a dormir a su casa. Su hija me llamó esta mañana.

Hablaba en voz alta para hacerse oír sobre el ruido del tráfico.

– ¿Dónde estuvo los últimos tres meses?

– En Virginia Occidental.

– ¿Haciendo qué?

– Su hija no me lo dijo.

Daniel Wahnetah no estaba muerto. No podía creerlo.

– ¿Algún progreso con respecto a George Adair o Jeremiah Mitchell?

– Ni una palabra.

– Ninguno encaja realmente con mi perfil. -Mi voz era tensa.

– Supongo que todo esto no la ayuda mucho.

– No.

Aunque nunca me había permitido decirlo, confiaba en que el pie perteneciera a Wahnetah. Ahora no tenía nada.

– Pero me alegro por la familia Wahnetah.

– Son buenas personas.

Observó mis dedos aferrados al volante.

– He oído las noticias.

– He tenido que desconectar el teléfono porque me estaban volviendo loca. Acabo de abandonar una reunión con Parker Davenport y había un circo mediático fuera del Sleep Inn.

– Davenport. -Apoyó un codo sobre el techo del coche -. Un blanco pobre que vive entre negros.

– ¿Qué quiere decir?

Miró hacia la carretera y luego volvió a concentrarse en mí. La luz del sol se reflejaba en sus gafas de aviador.

– ¿Sabía que Parker Davenport nació muy cerca de aquí?

– No, no lo sabía.

Se quedó en silencio un momento, perdida en recuerdos que sólo le pertenecían a ella.

– Me parece que ese hombre no le gusta.

– Digamos que nunca colgaré su poster encima de mi cama.

– Davenport me dijo que el pie ha desaparecido y me acusa de ser la responsable. -Tuve que hacer una pausa para reprimir el temblor de la voz -. También me dijo que una procesadora de datos, que me ayudó a comprobar unas medidas, también ha desaparecido.

– ¿De quién se trata?

– Una mujer negra, mayor, llamada Primrose Hobbs.

– Preguntaré por ahí.

– Usted sabe que todo esto son tonterías -dije-. Lo que no llego a comprender es por qué Davenport va a por mí.

– Parker Davenport tiene sus propias ideas sobre algunas cosas.

Un camión pasó junto a nosotras, envolviéndonos en una ola de aire caliente. Crowe se irguió.

– Iré a hablar con nuestra fiscal de distrito, veré si puedo conseguir esa orden de registro.

En ese momento recordé algo. Aunque Larke Tyrell había citado la invasión ilegal de propiedad cuando me apartó de la investigación, la cuestión de la casa con el recinto amurallado no se había mencionado en la reunión de hoy.

– Estuve buscando a sus propietarios.

– La escucho.

– La propiedad ha pertenecido desde 1949 a un grupo de inversiones llamado H amp;F. Antes de esa fecha pertenecía a Edward E. Arthur, y antes de eso a Víctor T. Livingstone.

Crowe sacudió la cabeza.

– Está hablando de una época muy anterior a la mía.

– En mi habitación tengo una lista de las personas que forman parte de H amp;F. Tengo que ir a ver cómo está el coche, pero después podría llevarla a su oficina.

– Después de ver a la fiscal de distrito debo ir al lago Fontana. Allí tenemos a un Fox Jodido Mulder que está convencido de haber encontrado a un alienígena. -Miró el reloj-. Debería estar de regreso en mi oficina a las cuatro.

Conduje todo el camino hasta High Ridge House presa de una enorme ansiedad. Para aliviar la tensión le ofrecí a Boyd que saliésemos a correr un rato. También sentí que debía compensar la frugalidad de mi desayuno. Lejos de quejarse, Boyd aceptó con entusiasmo la propuesta.

El camino todavía estaba húmedo por la lluvia que había caído el día anterior y nuestros pies producían sonidos sordos sobre la grava fangosa. Boyd jadeaba y su cola se movía como un abanico. Gorriones y grajos eran las únicas criaturas que alteraban el silencio del lugar.

La vista era otro fresco impresionista, una interminable extensión de valles y colinas pulida por el brillante sol de la mañana. Pero el viento había cambiado durante la noche y ahora era más frío. Cuando entrábamos en una zona de sombra podía sentir la proximidad del invierno y los días más cortos.

El ejercicio me tranquilizó, pero no demasiado. Cuando subía la escalera hacia Magnolia, sentí un nudo en el pecho al recordar la intrusión del lunes. Hoy la puerta de la habitación estaba cerrada y todas mis cosas intactas y ordenadas.

Me duché y me cambié de ropa. Cuando cogí el teléfono comenzó a sonar en mi mano. Contesté con los dedos rígidos. Otro periodista. Colgué y marqué el número de Peter.

Como siempre, un contestador recibió la llamada. Aunque estaba ansiosa por tener una opinión autorizada sobre mi situación legal, sabía que sería inútil intentar localizarle en sus otros números. Pete tenía móvil y teléfono en el coche, pero casi nunca recargaba la batería. Si conseguía hacerlo, olvidaba encenderlo o bien lo dejaba sobre el salpicadero o la cómoda de una habitación.

Frustrada, busqué el fax que me había dejado McMahon, lo metí en el bolso y bajé la escalera.

Me estaba preparando un bocadillo de ensalada de huevo cuando Ruby entró en la cocina con un cesto azul de plástico con ropa para lavar en las manos. Llevaba una blusa blanca, un collar de perlas falsas, pantalón de chándal, calcetines y pantuflas. El moño de la coronilla parecía haber recibido un generoso baño de laca. Su aspecto sugería una salida matinal, seguido de un cambio de opinión de cintura para abajo.

– ¿Puedo ayudarla? -preguntó.

– No, está bien.

Dejó el cesto con la ropa y se acercó al fregadero, las pantuflas chocaban contra los talones.

– Lamento sinceramente lo sucedido en su habitación.

– No tenía nada de valor.

– Alguien debió de entrar en la casa cuando yo estaba en el mercado. -Cogió un paño de cocina, lo olió-. A veces me pregunto dónde iremos a parar. El Señor…

– Son cosas que pasan…

– Jamás habíamos tenido un robo en esta casa. -Se volvió hacia mí con el paño enrollado entre las manos-. No la culpo por estar enfadada.

– No estoy enfadada con usted.

Inspiró brevemente, abrió la boca y la cerró. Tuve la impresión de que estaba a punto de decirme algo y había cambiado de idea, como si temiera el efecto que aquello podría tener sobre su vida. Bien. Yo no me sentía con ánimos para escuchar una confesión.

– ¿Puedo servirle algo de beber?

– ¿Tiene limonada?

Metió el paño de cocina junto con el resto de la ropa sucia y abrió la nevera. Sacó una jarra de plástico, llenó un vaso y lo puso en la mesa junto a mi bocadillo.

– Y todo ese asunto de la televisión.

– Jamás he sido muy popular.

Sonreí. No quería que Ruby viese cuán alterada estaba. Pero mi gesto debió reflejar la tensión que sentía.

– No es divertido. No debería permitir que le hagan esto.

– No puedo controlar a la prensa, Ruby.

Buscó un plato de cartón para el bocadillo.

– ¿Galletas?

– Vale.

Añadió tres Oreos y luego me miró directamente a los ojos.

– «Bendito eres cuando los hombres te injurian y te persiguen y lanzan contra ti toda clase de maldades falsamente.»

– La gente que realmente me importa sabe perfectamente que estas acusaciones son falsas.

Mantén la calma.

– Entonces tal vez necesite controlar a alguna otra persona.

Apoyó el cesto contra la cadera y abandonó la cocina sin mirar atrás.

Necesitaba una conversación más racional, así que salí al porche para comer con Boyd. No me decepcionó. El chow-chow olió las galletas y luego observó sin hacer ningún comentario mientras yo comía el bocadillo y consideraba mi situación.

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