– Sí, tú también. Peter, llame a una ambulancia.
– ¿Por qué… Peter?
– Roger lo llamó para que viniera. No sabíamos dónde estabas. Tess está a salvo. Lograste ganar el tiempo suficiente. -John se inclinó hacia un lado y la besó, y sus lágrimas rodaron sobre la cara de Rowan. Se quitó la camisa, con una mueca de dolor al arrancar el tejido, y la apretó contra la herida que ella tenía en el hombro.
– Yo… pensaba que habías muerto. La bomba -dijo ella, y tosió débilmente.
– Quédate conmigo, Rowan. No le dejes ganar.
– Yo… -balbuceó, y volvió a toser.
– Shh. No hables.
– La ambulancia está en camino -anunció Peter, y se arrodilló junto a John y le pasó unas toallas. John le quitó rápidamente la camisa y aplicó las toallas a la herida.
La agente Thorne y otros dos federales que John no reconoció limpiaban el lugar. Uno de ellos se arrodilló junto a Bobby y confirmó que estaba muerto.
– ¿Cómo está? -preguntó Thorne, preocupado.
– Se pondrá bien -dijo John, con los dientes apretados. Tiene que salir de ésta. No quiero vivir sin ella. No creo que pueda.
– John -dijo Rowan, con un hilo de voz, respirando con dificultad.
– Shh. Guarda tus fuerzas.
– Yo… te amo.
Unas lágrimas rodaron por las mejillas de John.
– Rowan, sabes que yo también te amo. Quédate conmigo.
– Sí.
– No hables. -La sangre se le escurría entre los dedos, pero él mantuvo una presión firme en el hombro-. No te atrevas a morirte.
Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza con un gesto casi imperceptible. Volvió a toser.
– Todo ha acabado, Rowan -dijo John-. Todo ha acabado.
Rowan se despertó con el cuerpo tumefacto, insensibilizado y ardiendo al mismo tiempo. Tenía la mente borrosa. Intentó abrir los ojos, pero no pudo. Todo estaba desdibujado y era gris. Tenía que estar muerta.
Ruidos. Biip, biip, biip. Un zumbido leve. Respiraba. Olía. Un olor a limpio, a antiséptico y estéril.
Intentó hablar pero sólo emitió un graznido vacío. Daría cualquier cosa por un trago de agua. ¿Era eso el infierno? ¿Una sed perpetua?…
– Rowan, soy John.
De pronto había vuelto a la casa de la playa, y el olor de la muerte la rodeaba. Todo le volvió a la memoria. El vídeo con todas las personas que Bobby había matado. El látigo. Peter. Los balazos. El atizador que le hundía en el vientre. Dolor. Un dolor intenso en el hombro. Le habían disparado antes, pero nada había sido tan terrible como esta vez. Era como si le hubieran arrancado el brazo y vuelto a coser para adecuarlo al monstruo de Frankenstein.
John. A John lo habían herido.
– John. -¿Era ella la que hablaba? No lo sabía. Los oídos le vibraban.
– Shh, cariño. Soy yo. Soy yo. Estás bien. Te pondrás bien. -Era una voz que traducía un gran alivio. Preocupada y cansada. Pero aliviada.
Sintió que le cogía la mano. Estaba viva. Y John también estaba vivo.
Bobby estaba muerto. Ella lo había matado.
Quizá fuera verdad que, finalmente, Dios existía.
– Lo lamento.
– Para. No hay nada que lamentar. Bobby ya no está. Y tú te encuentras bien.
Ella empezó a toser.
– A… agua -pidió.
Algo le tocó los labios. Era una paja. Chupó con todas sus fuerzas y consiguió obtener un poco de agua. El líquido le bañó la garganta y ella agradeció su frescor.
– ¿Tess está bien? -Recordaba vagamente que John le había dicho que Tess estaba viva, pero tenía que volver a oírlo.
– Sí, está bien. Tiene un brazo roto. Roger y Quinn también se pondrán bien.
– Pero ¿cómo…? -Y luego recordó que John le había dicho que había ganado suficiente tiempo. Suficiente tiempo para escapar de la bomba.
Rowan sintió que la tensión se disipaba, como si la incertidumbre la hubiera mantenido preocupada mientras estaba inconsciente.
– ¿Cuánto tiempo? -¿Cuánto tiempo había pasado ahí? ¿Un día? ¿Dos? ¿Más?
– Shh. No hables, cariño. -Sintió un beso en la mano, como el roce de una pluma-. Rowan, quiero que me escuches. No hables, sólo escucha. Tú no tuviste nada que ver con los crímenes de Bobby. Nada. Yo te conozco, sé que la culpa te está royendo. Pero no debes reprochártelo.
John le apretó la mano.
– Rowan, he visto el vídeo que Bobby te obligó a ver. Por favor, por favor no dejes que te atormente.
Las imágenes de aquel vídeo quedarían marcadas para siempre en su mente. Habría dado cualquier cosa para ahorrarle a John el dolor de ver la foto de su hermano.
Se obligó a abrir los ojos. Lentamente. A medida que se acostumbraron a las luces, enfocó a John.
No se había afeitado en dos o tres días. Su pelo incluso parecía más largo, no el corte militar perfecto que había llevado durante las tres semanas desde que lo conocía.
Tres semanas. ¿Todo había pasado así de rápido? No parecía posible. Era como si toda su vida previa hubiera sido un breve prólogo a un libro largo y tortuoso que se había visto obligada a leer.
Tanta muerte. Tanta sangre. Pero ya había acabado, esta vez, de verdad.
– ¿Y Peter? -Rowan estaba segura de haberlo visto, en la casa, con Bobby. Había oído su voz familiar y cariñosa.
– Se encuentra bien. Está esperando aquí, hasta que te recuperes. -Le cogió la mano y estampó un beso en ella, y luego le puso la paja en la boca. Ella absorbió, y se sintió un poco mejor que con el primer trago.
– Has estado en el infierno y vuelto. Estás viva. Yo estoy vivo. Vamos a superarlo porque estamos juntos.
– John…
– Rowan, tú me amas. Me lo has dicho. Ahora no puedes retirar lo dicho.
– Es verdad. Te amo -murmuró. Pero ¿cómo explicar que todavía no era una persona entera? Que necesitaba tiempo para pensar en todo lo ocurrido y dejarlo verdaderamente atrás. Nunca olvidaría, pero tenía la esperanza de que seguiría adelante. Avanzaría.
– Pero… -empezó a decir.
– Nada de peros, he dicho. -John se inclinó y la besó ligeramente-. Juntos, Rowan. Hemos sido solitarios mucho tiempo, tú y yo. Pero juntos somos más fuertes.
Juntos somos más fuertes. Sonrió apenas.
– Sí, lo somos.
John se puso tenso cuando alguien llamó a la puerta. Seguía manteniendo esa actitud protectora. Curioso, la idea no le molestó tanto como antes. Era agradable que alguien cuidara de ella. Sobre todo alguien que amaba.
John se giró sin soltarle la mano, y se relajó cuando vio entrar a Quinn Peterson. Un trozo grande de gasa le tapaba el ojo izquierdo, en parte cubierto por su pelo pajizo, y llevaba una venda elástica en el brazo.
– Estás despierta -dijo Quinn, aliviado.
– ¿Pensabas que me iría sin más? -preguntó ella. Su voz no era fuerte pero al menos era coherente cuando hablaba.
– No, tú eres una superviviente. -Quinn suspiró y se pasó la mano por el pelo-. El carnicero ha vuelto a hacer de las suyas.
Rowan cerró los ojos.
– Maldita sea. Ella no se merece algo así.
– No me entero de nada -dijo John.
– Mi compañera de habitación en Quántico, Miranda Moore, vive en Bozeman, Montana -dijo Rowan-. La atacó un asesino en serie y sobrevivió. Hace años -dijo, someramente, cuando vio el impacto de la explicación en su cara-. Así es como nos conocimos. Después de la agresión que sufrió, decidió ingresar en el FBI.
– Ah, es una de vosotros.
– No, nunca se graduó en Quántico -dijo Rowan, lanzando una mirada irritada a Quinn. Él le devolvió la mirada. Ella sacudió la cabeza. No, Quinn no entendía. Quizá nunca entendería. Desde luego, el hecho de que Quinn y Miranda fueran dos grandes testarudos no facilitaba las cosas.
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