Sonrió, pensando en por qué necesitaba los balines. Había gastado treinta y seis balines para matar por fin al estúpido gato de la señora Crenshaw.
Para su próximo cumpleaños, pediría una pistola calibre veintidós.
Su madre se puso a hacer esas cosas que hacen las chicas frente al tocador: quitarse el maquillaje y cepillarse el pelo, cuando entró su padre.
– Hola, cariño - dijo su madre - . Llegas tarde a casa.
– Tengo que alimentar y vestir a toda una familia - dijo su padre, que parecía irritado con algo.
– Ya lo sé. Sólo que te echaba de menos.
Se incorporó, se le acercó y lo besó. Ecs. Siempre que se daban esos besos, a él le venían ganas de vomitar.
Su padre suspiró y le tocó el vientre. Comenzaba a crecer. Otro bebé. ¿Por qué tenían que tener otro? ¿Acaso no había suficientes mocosos en esa casa?
Su padre se aflojó la corbata y su madre dijo:
– Hoy he ido a mirar camas para las chicas. Ya que tienen que compartir una habitación, creo que sería bonito comprarles camas idénticas.
– ¿Por qué no me lo has preguntado antes? Supongo que no habrás comprado nada.
– No, no, sólo estuve mirando. Pensaba que… ya que te han dado esa paga extra, podríamos comprar unas cuantas cosas para la casa que necesitamos desde hace tiempo. Ya sabes, nada extravagante, pero…
– ¿Eso es lo único que te preocupa? ¿El dinero? - Su padre dio un golpe con tanta fuerza en el tocador que las botellas de perfume y otras cosas de chicas cayeron al suelo y se quebraron.
– No, cariño, tú sabes que no… Pero ahora que viene el bebé, pensé que…
¡Zas! ¡Cachetazo!
– Calla de una vez con lo del maldito bebé.
Su madre se puso a sollozar.
– Me dijiste que te alegrabas.
Fue como si el tiempo se detuviera, y su pequeño corazón se puso a latir con tanta fuerza, lleno de miedo y de una especie de excitación que no acababa de entender. ¿Qué iba a hacer su padre?
Al cabo de unos minutos, su padre se pasó la mano por el pelo, que llevaba muy corto.
– Lo siento, cariño, no quería… sólo que estoy con mucha tensión en el trabajo. - Se inclinó para besarla en la mejilla enrojecida.
– Lo sé, lo sé. - Su madre lloraba y lo abrazaba - . Todo irá bien. Yo puedo volver al trabajo y…
Él la apartó bruscamente.
– ¿Al trabajo? Nunca. Hicimos un trato. Tú cuidas de los niños y te ocupas de la casa, y yo gano el dinero necesario para vivir.
– Lo sé, y me encanta ser tu esposa, de verdad. Pero si nos cuesta llegar a fin de mes, si vamos a perder la casa, si…
¡Zas! ¡Cachetazo!
– ¿Por qué quieres volver al trabajo? ¿Tiene algo que ver la visita de George Claussen la semana pasada?
– George, yo… me dijo que podía recuperar mi trabajo de antes, si lo quería. Media jornada, mientras los niños están en el colegio. Y cuando llegue el bebé…
¡Zas! ¡Cachetazo!
– Tú y George andáis haciendo cosas cuando yo no estoy, ¿eh?
– ¡No!
¡Cachetazo!
– ¡A mí no me mientas!
– No te miento. - Sollozos. Más sollozos. Las chicas sólo sabían llorar. Sobre todo su madre. Siempre llorando y su padre siempre cedía. ¡Qué estúpido!
Odiaba a su madre.
– NO volverás a trabajar. No lo necesitamos. Yo me encargaré. Siempre te daré lo que necesitas. Me crees, ¿no? ¿Me crees o no?
– S… sí. Lo… lo siento mucho. No quiero volver al trabajo. Eres un marido y un padre estupendo. Te quiero mucho. - Se quedó lloriqueando en el suelo, diciendo tonterías sin parar.
– Ay, cariño.
Mientras observaba desde el armario, vio que la rabia de su padre desaparecía mientras levantaba a su madre del suelo y la abrazaba.
– Lo siento, lo siento mucho. No quería… Ya sé que no me engañarías. Sé que me quieres.
– Claro que te quiero, te quiero - dijo ella entre sollozos, aferrándose a él.
Hicieron el amor en la cama mientras él miraba desde el armario. Había oído hablar del sexo, pero no sabía de qué se trataba.
Ahora lo sabía.
Al comienzo, pensó que su padre iba a matar a su madre. Ella gruñía y gritaba y el timbre de su voz era muy agudo. Por un momento, quedó desconcertado y pensó que su madre estaría muerta, que se iría, junto con ese estúpido bebé que llevaba en el vientre.
Pero no murió. Y su padre se disculpaba una y otra vez. Le dijo que la amaba, que amaba al bebé, que amaba a todo el mundo.
¡Pringado!
Un pringado.
Tuvo un estremecimiento en la noche. El aire húmedo de Portland le recordaba su infancia, y eso le recordaba lo mucho que odiaba a su familia.
Miró por la puerta del patio y sonrió. La familia perfecta para la foto, sentados en el sofá, sonriendo. Soltó una risilla. No había familias perfectas. La gente creía que su familia era perfecta. Al menos durante un tiempo. ¡Vaya chiste!
En el interior de la casa, la madre, la señora Gina Harper, divorciada, se incorporó y se desperezó.
Es hora de acostarse , murmuró.
La niña mayor, una adolescente, bostezó y se incorporó lentamente del sofá. La niña más pequeña, de unos cinco o seis años, protestó. Llevaba el pelo negro y rizado recogido en coletas. Gina Harper la cogió, le hizo cosquillas y se la llevó de la sala. La chica mayor miró hacia donde estaba él con un gesto extraño, luego juntó los platos de palomitas y las latas de refresco, apagó las luces y siguió a su madre y su hermana.
A él se le aceleró el corazón con sólo pensar que quizás ella lo había intuido. Que de alguna manera conocía su destino.
Que ella sería la próxima en morir.
Pero, por supuesto, ella ni siquiera lo había visto, ni siquiera sabía que estaba en el patio de ladrillos, en el exterior del salón familiar. Se había preparado con mucho cuidado.
Esta vez habría una pequeña discordancia menor con el libro, pero estaba seguro de que la autora lo agradecería.
Rowan durmió a rachas, con las emociones todavía a flor de piel. La pesadilla seguía ahí, aunque ahora estaba despierta, y no tenía que ver sólo con los asesinatos de la familia Franklin. Otros demonios de más de cuatro años de antigüedad intentaban hacerse un lugar en su memoria consciente. Tenía que luchar con toda su rabia para mantenerlos a raya. Y de tanto esfuerzo, le vino un dolor de cabeza tan punzante que la dejó atontada.
Se tomó dos cápsulas de Motrin, un medicamento de receta, y bajó. Michael estaba sentado a la mesa del comedor leyendo los papeles de un archivo.
– ¿Qué es eso?
Él levantó la mirada, frunció el ceño y cerró la carpeta.
– Tiene un aspecto horrible.
– Gracias. -Desde luego, él no iba a contarle lo de la carpeta. Ella pensó que tendría algo que ver con el asesinato de la florista, o con la pobre Doreen Rodríguez. No tenía por qué mirar la carpeta, ya había visto los asesinatos en su imaginación.
– Le prepararé algo de comer.
Ella dijo que no con un gesto de la cabeza. Comer nunca había sido importante. En épocas de crisis, a menudo se olvidaba de comer.
– Quiero salir a correr.
– No es una buena idea.
– No me importa.
Sonó el timbre y Rowan dio un salto. ¿Desde cuándo le asustaban las pequeñas cosas de la vida cotidiana? Sacó la Glock de su funda y la sostuvo, preparada.
Читать дальше