– Sí, como usted dice, tuve "contacto" con ella…
– Estudiamos los archivos de tu entrenamiento en Campo Peary -interrumpió Toby-, y los estudiamos con mucho cuidado. Eras muy conveniente… pero no sabíamos si tendríamos éxito, de eso no estábamos seguros.
– Parecen muy poco interesados en una demostración de mis habilidades -dije, dirigiéndome a los dos-. Qué raro.
– Al contrario -dijo Rossi-. Estamos interesados. Sumamente interesados. Con su permiso, me gustaría hacerle unas pruebas mañana. Nada muy difícil.
– Eso no me parece necesario -dije-. Si quieren les puedo hacer la demostración ahora mismo.
Hubo un momento de silencio incómodo y después Toby rió entre dientes.
– Podemos esperar.
– Parece saber mucho sobre esta condición mía. Tal vez pueda decirme cuánto va a durar.
Rossi se detuvo de nuevo.
– Eso no lo sabemos. Lo suficiente, espero.
– ¿Lo suficiente! -repetí-. ¿Lo suficiente para qué?
– Ben -dijo Toby con suavidad-, te trajimos aquí por una razón, como ya supondrás. Necesitamos que hagas una serie de pruebas. Y después, te necesitamos a ti.
– A mí. -Esta vez no me molesté en disimular mi hostilidad. -Quieren que les ayude. ¿De qué clase de ayuda se trata?
Un largo silencio en la habitación cavernosa y por fin Toby dijo:
– Supongo que la palabra es espionaje.
Me quedé sentado sin moverme durante casi cinco minutos mientras ellos me miraban.
– Lo lamento, caballeros -dije, poniéndome de pie. Me volví hacia la puerta y empecé a caminar.
Los dos de seguridad se pusieron de pie y uno de ellos dio varias zancadas para alcanzarme y bloquearme la salida mientras el otro se me ponía detrás.
– ¡Ben! -me llamó Toby.
– Vamos, Ben -dijo Rossi simultáneamente.
– Por favor, siéntate -oí decir a Toby con tranquilidad-. Lamento decir que no tienes muchas alternativas.
Una de las cosas que aprendí en mis días en la Agencia es cuándo insistir y cuándo darme por vencido. Eran más que yo, no sólo los dos de la sala sino todos los demás que hubiera en la casa, y tenía que haber más. Calculé las posibilidades que tenía y supuse que estaban en mi contra en una proporción de diez mil a uno, de cien mil a uno.
– Estás poniéndonos en una posición difícil -dijo Toby a mis espaldas.
Me volví lentamente.
– No sé por qué me pareció haber oído algo sobre animales enjaulados… -dije, irónico.
Él me estaba mirando con una leve huella de ansiedad en el rostro.
– No quiero… no queremos recurrir a la compulsión. Preferiríamos apelar a tu razón, al deber, a la decencia básica que sabemos que tienes.
– Y a mi deseo de volver a ver a mi esposa -agregué.
– Sí, está eso también, sí -admitió. Nervioso, cerró los dedos en un puño y los abrió de nuevo, varias veces.
– Y, además, por supuesto, me dijeron mucho. Ahora "sé demasiado", ¿no es cierto? ¿No es así como se dice? Así que tengo derecho a salir de la habitación pero si decidiera hacerlo, probablemente no llegaría al portón.
Exasperado, Toby dijo:
– Eso es ridículo. Después de lo que te dije, ¿por qué mierda vamos a querer hacerte daño? Aunque más no fuera por razones científicas…
– ¿La Agencia también arregló que congelaran mis fondos? -pregunté con amargura. Sentía los músculos de las piernas muy tensos, casi acalambrados, el estómago revuelto, me corría la transpiración por la frente. -¿Esa mierda de First Commonwealth?
– Ben -dijo Toby después de un momento de silencio-, preferiríamos mantener las cosas en positivo, apelar a la razón. Creo que cuando escuches todo, querrás llegar a un acuerdo.-Muy bien -dije por fin-. Estoy dispuesto a escuchar. Veamos, ¿qué tienen que decirme?
– Es tarde, Ben -dijo Toby-. Estás cansado. Y sobre todo, yo estoy cansado, aunque claro, ahora me canso muy fácilmente. Mañana, antes de que te llevemos a Langley para las pruebas, hablamos de nuevo, ¿de acuerdo, Charles?
Rossi murmuró su asentimiento, me miró con ojos penetrantes y salió de la habitación.
– Bueno, Ben -dijo Toby cuando nos quedamos solos-. Creo que el personal ya organizó todo lo que necesitas por esta noche: un cambio de ropa, el baño y todo eso. -Sonrió con amabilidad. -Un cepillo de dientes.
– No, Toby. Falta un detalle. Quiero ver a Molly.
– No puedo permitirlo, Ben, todavía no. No es físicamente posible…
– Entonces, no creo que lleguemos a ningún acuerdo.
– No está en esta área.
– Entonces, quiero hablar con ella por teléfono y quiero hablar ahora.
Toby me miró, estudiándome, por un momento, y después hizo una señal a los de seguridad. Uno de ellos salió de la habitación y volvió con un teléfono negro, que conectó a una toma cercana. Luego, puso el aparato sobre la mesa, a mi lado.
Levantó el receptor y apretó varios números. Conté: once dígitos, tal vez larga distancia; después, otros tres. Un código de acceso, probablemente. Dos más. Escuchó sin cambiar de expresión durante un rato y después dijo:
– Noventa y tres. -Escuchó de nuevo y me entregó el teléfono.
Antes de que pudiera decir nada, oí la voz de Molly, aguda, angustiada.
– ¿Ben? ¿Dios, eres tú?
– Estoy aquí, Molly -dije con toda la tranquilidad que pude.
– ¿Estás bien? ¡Dios mío!
– Estoy… estoy bien, Molly. ¿Y tú cómo…?
– Bien, bien. ¿Adonde te llevaron?
– A un refugio en Virginia -dije, mirando a Toby. El asintió, como para confirmarlo. -¿Dónde estás tú?
– No sé, Ben. Algo… un hotel o algo así, un departamento. Creo. En las afueras de Boston. No muy lejos.
Sentí que me enfurecía de nuevo.
Mirando a Toby dije:
– ¿Dónde está?
Toby no dijo nada.-Custodia de protección. Suburbios de Boston -respondió finalmente.
– ¡Ben! -La voz de Molly salía por el auricular, desesperada. -Dime quiénes son, por favor…
– No hay problema, Molly. Por lo que sé. Mañana voy a saber más…
– Tiene que ver con… -susurró-, con…
– Lo saben -dije.
– Por favor, Ben. ¿Qué diablos pasa, en qué estoy metida? ¡No pueden hacernos esto! ¿Es legal? ¿Pueden…?
– Ben -dijo Toby-. Voy a tener que desconectar la llamada, lo lamento…
– Te amo, Mol -dije-. No te preocupes.
– ¿Que no me preocupe! -La voz parecía incrédula.
– Todo estará bien pronto -dije sin creerlo.
– Te amo, Ben.
– Lo sé -dije y de pronto, estaba oyendo el tono.
Puse el receptor en su lugar.
– No creo que tengan derecho a asustar a Molly de ese modo -dije a Toby.
– Es para protegerla, Ben.
– Ya veo. Como me protegen a mí.
– Correcto -dijo, pasando por alto el sarcasmo.
– Máxima seguridad -insistí-. Estamos tan seguros como dos prisioneros.
– Vamos, Ben. Mañana, después de que hablemos, cuando nos escuches, si quieres irte, te prometo que no voy a impedírtelo.
Con un ruidito eléctrico guió la silla a través de la larga alfombra persa hacia la puerta.
– Buenas noches. Ya van a mostrarte tu habitación.
En ese momento, se me ocurrió la idea, y mientras la pensaba, seguí a los dos guardias hacia la escalera principal.
La habitación que me habían dado era cómoda y tranquila, amueblada al estilo de una hostería campestre de Vermont: pocas cosas pero mucha elegancia. Había una cama mullida de dos plazas y media por lo menos, envuelta en una colcha blanca y colocada contra una pared. Parecía muy acogedora después de ese día largo, agotador, interminable, pero yo no podía irme a dormir todavía. Noté que los muebles estaban fijos, como ajustados al suelo. El baño era elegante y espacioso, con piso de mármol verde, paredes revestidas con cerámicas blancas y negras más o menos de los años 30.
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