Cuando me volví a mirar hacia la casa, la vi diferente. Más pequeña de lo que recordaba. Una masa confusa. Prohibida.
En el este se estaba formando una claridad gris plata, arriba, encima del mundo: o iba a aparecer el sol o llegaba el día del Juicio.
En doce horas había perdido a mi padre, la amistad de Manuel y Toby, muchas ilusiones y mucha inocencia. Me sobrevino la terrible sensación de que más y quizá peores pérdidas me estaban esperando.
Orson y yo nos dirigimos apresuradamente a casa de Sasha.
La casa de Sasha es propiedad de la KBAY y es un signo de su puesto directivo en la emisora. Es un edificio pequeño de estilo Victoriano con elaborada fábrica realzando el frente de las buhardillas, los bordes de los frontones, los aleros, las puertas y ventanas y las barandas del porche.
La casa sería un joyero si no la hubieran pintado con los colores de la emisora. Las paredes en amarillo canario. Las contraventanas y las barandas del porche, rosa coral. El resto parece una muestra de un pastel de lima. El resultado es como si un grupito de fans de Jimmy Buffett, achispadas con margaritas y piña colada, hubieran pintado el lugar durante un largo fin de semana de fiesta.
A Sasha no le importa el llamativo exterior. Dice que vive en el interior de la casa, y no fuera donde puede verlo.
El porche de la parte de atrás de la casa está cerrado con cristal y con la ayuda de un calentador eléctrico en los meses más fríos, Sasha ha transformado el interior en un invernadero. Sobre las mesas y los bancos y fuertes rejillas de metal, hay centenares de macetas de terracota y bandejas de plástico en las que cultiva estragón y tomillo, angélica y maranta, cerafolio, cardamomo, corlando y achicoria, menta verde y perifollo cloroso, ginseng, hisopo, melisa y albahaca, mejorana, menta y verbasco, eneldo, hinojo, romero, camomila y tanaceto. Utiliza estas hierbas para cocinar, para hacer unas mezclas deliciosas, de sutiles aromas y unos tés muy sanos que son un desafío para el reflejo de la náusea, a no ser que te lo esperes.
No tengo llave. Hay escondida una copia en una maceta de terracota en forma de sapo, bajo las hojas amarillentas de una planta. Cuando el incipiente amanecer había adquirido un brillo gris claro y el mundo se preparaba para sueños de asesinato, me metí en el refugio de la casa de Sasha.
Fui a la cocina e inmediatamente conecté la radio. Sasha estaba en la última media hora de su programa, dando una información del tiempo. Todavía estábamos en la estación húmeda y se aproximaba una tormenta por el noroeste. Llovería un poco al anochecer.
Si hubiera predicho que íbamos a tener olas de treinta metros y erupciones volcánicas con grandes ríos de lava, lo hubiera escuchado con placer. Cuando oí su voz suave y un poco ronca de la radio, en mi rostro apareció una sonrisa estúpida y aun en esta mañana próxima al fin del mundo, no pude impedir sentirme sedado y estimulado al mismo tiempo.
Cuando el día empezaba a despuntar tras las ventanas, Orson se dirigió directamente a dos cuencos de plástico que había en una esterilla de plástico, en un rincón. Llevaban impreso su nombre tanto en casa de Bobby como en la de Sasha, Orson es de la familia.
Cuando era un cachorro, le dimos varios nombres, pero él no respondía a ninguno. Tras observar con que concentración miraba viejas películas de Orson Wells cuando las poníamos en el vídeo -y, sobre todo, cuando Wells aparecía en escena- lo rebautizamos en broma con el nombre del actor. Desde entonces ha respondido a este apelativo.
Como los dos cuencos estaban vacíos, Orson cogió uno de ellos con la boca y me lo trajo. Lo llené con agua y lo volví a poner en la esterilla de goma, para evitar que cayera en el suelo de cerámica blanca.
Alzó el segundo cuenco y me miró con expresión suplicante. Como cualquier perro, los ojos y la cara de Orson están mejor adaptados para una mirada suplicante que los expresivos rasgos de la mayoría de los actores con talento que pisan los escenarios.
Cuando estábamos a bordo del Nostromo , con Roosevelt, Orson y Mungojerrie ante la mesa, me acordé de aquellas pinturas bien ejecutadas de perros jugando al póquer, y se me ocurrió que mi subconsciente había estado intentando decirme algo importante porque la imagen del recuerdo había sido muy vívida. Ahora lo entendí. Los perros de aquellos cuadros representan un tipo humano familiar, más inteligente que cualquier ser humano. En el Nostromo, debido al juego que habían practicado Orson y el gato «burlándose de sus estereotipos», pensé que algunos de esos animales salidos de Wyvern podían ser más inteligentes de lo que había imaginado, tan inteligentes que yo aún no estaba preparado para enfrentarme a la verdad. Si podían sostener los naipes y hablar, podían ganar una mano al póquer, y hasta podrían dejarme pelado.
– Es algo temprano -dije, cogiendo el plato de comida de Orson - Pero has estado muy activo esta noche.
Tras verter en el cuenco su comida para perros preferida, cerré las persianas de la cocina para evitar la amenaza de la luz del día. Estaba bajando la última, cuando oí que una puerta de la casa se cerraba suavemente.
Me quedé inmóvil, escuchando.
– ¿Hay alguien? -murmuré.
Orson alzó la vista del cuenco, husmeó el aire, movió la cabeza y volvió a concentrarse en su comida.
Las trescientas pistas del circo de mi mente.
Me lavé las manos en el fregadero y me rocié la cara con un poco de agua fresca.
Sasha mantiene su cocina inmaculada, brillante y aromática, pero está desordenada. Es una cocinera magnífica, y montones de exóticos artefactos ocupan al menos la mitad del espacio. Hay tantos potes, sartenes, cacerolas y utensilios colgados de rejillas en la pared, que te da la sensación de que te encuentras en una caverna donde de cada pulgada del techo penden estalactitas.
Fui por la casa cerrando cortinas y sintiendo el vibrante espíritu de Sasha en cada rincón. Está tan viva que deja un aura que se mantiene aun después de haberse ido.
El interior de la casa no es de diseño, los muebles y los objetos artísticos no hacen juego. En su lugar, cada habitación es la manifestación de una de sus pasiones. Es una mujer de muchas pasiones.
Todas las comidas se hacen en la mesa de la cocina, porque el comedor está dedicado a su música. En una de las paredes hay un teclado electrónico, un sintetizador a gran escala con el que podría componer para una orquesta si lo deseara, y al lado la mesa de composición con pentagramas en blanco que esperan su lápiz. En el centro de la habitación hay un mezclador. En una de las esquinas, un cello de alta calidad con un taburete bajo. En otra esquina, junto a un atril, un saxofón colgado de un soporte de latón. También hay dos guitarras, una acústica y la otra electrónica.
La sala de estar está llena de libros, otra de sus pasiones. Las paredes están forradas de estanterías que desbordan con libros bien encuadernados y libros de bolsillo. Los muebles no son de estilo: sillas de tono neutral y sofás elegidos por su comodidad, perfectos para sentarse y charlar o para pasar muchas horas con un libro.
En el segundo piso, la primera habitación después de la escalera alberga una bicicleta estática, un aparato de remos, un juego de pesas de medio kilo a diez, cuyo peso se incrementa de medio en medio kilo y una tabla de ejercicios. También es su habitación de medicina homeopática, donde guarda multitud de potes de vitaminas y minerales y practica yoga. Cuando se monta en la bicicleta, no baja hasta que está bañada en sudor y ha recorrido al menos cuarenta y cinco kilómetros. Luego, en el aparato de remos, hace ejercicio hasta que ha cruzado el lago Tahoe y mantiene el ritmo cantando temas de Sarah McLachlan o Julia Hartfield, Meredith Brooks o Sasha Goodall. Cuando hace abdominales y ejercicios de piernas, la colchoneta bajo su cuerpo empieza a echar humo cuando todavía no ha acabado los ejercicios. Y cuando acaba, acalorada y vigorosa, siempre tiene más energía que cuando empieza. Al finalizar una sesión de meditación con distintas posturas de yoga, la intensidad de su relajación es tan poderosa, que hasta podría hacer estallar las paredes de la habitación.
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