David Baldacci - Control Total

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Cuando Sidney Archer despidió a su marido, el cual iba a tomar un avión rumbo a Los Ángeles, no podía sospechar que para ella comenzaba una nueva vida.
En primer lugar, el avión se estrelló; las investigaciones posteriores revelaron que había sido víctima de un sabotaje; después descubrió que su marido había supuestamente robado secretos de la empresa en la que trabajaba para venderlos a la competencia.
Pero con todo ello, apenas si habían comenzado sus tribulaciones: las múltiples sospechas que recaen sobre su marido colocan a Sidney en el punto de mira del FBI, que la considera cómplice de él. Pero además, la convierten en objetivo de una cacería implacable, un acoso en el que todos los caminos que llevan a ella están sembrados de cadáveres. El trofeo: controlar las redes de información del siglo XXI.

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Una joven atendía el bar y en una mesa había un bufé. Había un baño, un armario, sofás, sillones y una pantalla de televisión enorme donde transmitían el partido. Desde lo alto de la escalera que bajaba al ventanal, Sawyer escuchó los gritos de la multitud. Miró el televisor. Los Bullets ganaban por siete a los Nicks, que eran los favoritos.

Sawyer se quitó el sombrero y el abrigo y siguió a Gamble hasta el bar.

– Ahora sí que beberá algo -dijo Gamble-. No se puede mirar un partido sin una copa en la mano.

– Una Bud, si tiene -le pidió Sawyer a la camarera. La joven sacó una lata de Budweiser del frigorífico, la abrió y comenzó a servir la cerveza en un vaso. El agente la interrumpió-. En la lata me va bien, gracias.

Sawyer echó una ojeada al palco. No había nadie más. Se acercó al bufé. Todavía estaba lleno de la cena, pero no podía resistirse a la tentación de unas patatas fritas con salsa.

– ¿El lugar siempre está así de vacío? -le preguntó a Gamble mientras cogía un puñado de patatas fritas. Lucas se acomodó junto a una pared.

– Por lo general está abarrotado -contestó Gamble-. Es un magnífico aliciente para los empleados. Los mantiene felices y trabajadores. -La camarera le sirvió la bebida a Gamble, y él sacó un fajo de billetes de cien dólares, cogió un vaso del mostrador y metió los billetes en el vaso-. Ten, la camarera necesita un bote. Vete a comprar alguna cosilla. -La joven casi gritó de alegría mientras Gamble se unía a Sawyer.

– Están jugando muy bien -comentó el agente, que señaló el televisor con la lata de cerveza-. Me sorprende que esto no esté a rebosar.

– Más me sorprendería a mí porque ordené que no repartieran pases para el partido de esta noche.

– ¿Por qué hizo eso? -Sawyer bebió un trago de cerveza.

Gamble cogió al agente del brazo.

– Porque quería hablar con usted en privado.

El millonario llevó a Sawyer hasta el ventanal. Desde allí la vista era casi vertical sobre la cancha. Sawyer miró con un poco de envidia a los equipos de hombres jóvenes, altos, musculosos y muy ricos que corrían arriba y abajo. El sector de butacas estaba cerrado por los tres lados con cristales. A cada lado estaban los ocupantes de los otros palcos, pero los cristales eran tan gruesos que se podía hablar en privado en medio de una multitud de quince mil personas.

Los dos hombres se sentaron. Sawyer señaló con un gesto la escalera.

– ¿A Rich no le gusta el baloncesto?

– Lucas está de servicio.

– ¿Alguna vez no lo está?

– Cuando duerme. Algunas veces le dejo que lo haga.

Sawyer echó una ojeada, curioso. Nunca había estado en uno de estos palcos, y después de la cena elegante con Hardy se sentía un poco fuera de su elemento. Al menos tendría algunas historias que contarle a Ray. Miró a Gamble y dejó de sonreír. Nada en la vida era gratis. Todo tenía un precio. Decidió que había llegado el momento de pedir la factura.

– ¿De qué quería hablarme?

Gamble contempló el partido durante unos segundos pero en realidad sin verlo, abstraído en sus problemas.

– La cuestión es que necesitamos CyberCom. La necesitamos más que nada en el mundo.

– Oiga, Gamble, no soy su asesor económico. Soy un poli. Me importa muy poco si consigue o no comprar CyberCom.

Gamble chupó un cubito de hielo. Al parecer no había escuchado las palabras de Sawyer.

– Uno se mata para construir una cosa, y nunca es bastante, ¿sabe? Siempre hay alguien que te lo quiere arrebatar. Siempre hay alguien que intenta joderte vivo.

– Si busca un hombro para llorar, busque en otra parte. Tiene más dinero del que podrá gastar en toda su vida. ¿Qué más le da?

– Porque uno se acostumbra, por eso -estalló Gamble, que se calmó de inmediato-. Uno se acostumbra a estar en la cumbre. Saber que todo el mundo intenta medirse con uno. Pero también el dinero tiene mucho que ver. -Miró al agente-. ¿Quiere saber cuánto gano al año?

A pesar de sí mismo, Sawyer sintió curiosidad.

– No sé por qué me da la impresión de que me lo dirá de todos modos.

– Mil millones de dólares. -Gamble escupió el cubito en la copa.

Sawyer bebió un trago de cerveza mientras pensaba en esta sorprendente información.

– Este año me tocará pagar cuatrocientos millones de dólares en impuestos. Con lo que pago ¿no cree que me merezco un poco de cariño de ustedes, los federales?

– Si lo que busca es cariño, pruebe con las putas de la calle Catorce -dijo Sawyer con una mirada de furia-. Son mucho más baratas.

– Coño, ustedes no captan el esquema general, ¿verdad?

– ¿Por qué no me lo explica?

– Ustedes tratan a todos de la misma manera -dijo Gamble con un tono de incredulidad.

– Perdón, ¿quiere decir que eso está mal?

– No sólo está mal, es una estupidez.

– Supongo que nunca se tomó la molestia de leer la Declaración de la Independencia; ya sabe, esa parte un poco tonta sobre que los hombres son todos iguales.

– Yo hablo de la realidad. Hablo de negocios.

– No hago distinciones.

– Va listo si cree que voy a tratar al presidente de Citicorp como trato al conserje del edificio. Un tipo me puede prestar miles de millones de dólares y el otro no va más allá de fregarme el baño.

– Mi trabajo consiste en perseguir a criminales, ricos, pobres y de los del medio. Para mí no hay ninguna diferencia.

– Sí, bueno, no soy un criminal. Soy un contribuyente, tal vez el mayor contribuyente de todo el país, y lo único que pido es un pequeño favor que en el sector privado me lo harían sin tener que pedirlo.

– Bien por el sector privado.

– Eso no tiene gracia.

– Tampoco pretendía que la tuviera. -Sawyer le miró a los ojos hasta que Gamble desvió la mirada. El agente se miró las manos y bebió otro trago. Cada vez que estaba con este tipo se le disparaba la presión.

En la cancha, un triple del equipo local hizo que la multitud se pusiera en pie, delirante.

– Por cierto -dijo Sawyer, ¿alguna vez ha pensado que no está bien que sea más rico que Dios?

– ¿Como esos tipos de allá abajo? -Gamble se rió mientras señalaba a los jugadores-. En realidad, dada la situación actual, creo que este año he ganado más que Dios. -Se frotó los ojos-. Como le dije, ya no se trata del dinero. Tengo más del que puedo gastar. Pero me gusta el respeto que da el estar en la cima. Todo el mundo espera a ver lo que haces.

– No confunda respeto con miedo.

– Para mí las dos cosas van juntas. Oiga, he llegado hasta aquí porque soy un hijo puta muy duro. Si usted me jode, yo le jodo pero más. Me crié más pobre que las ratas, tomé un autocar a Nueva York cuando tenía quince años, comencé a trabajar en Wall Street de mensajero, por unos dólares al día, alcancé la cumbre y nunca miré atrás. Gané fortunas, las perdí y volví a ganarlas. Coño, tengo media docena de títulos honorarios de la universidad y nunca acabé el graduado escolar. No tienes más que hacer donaciones. -Sonrió.

– Felicidades. -Sawyer comenzó a levantarse-. Es hora de irse.

Gamble le cogió del hombro pero lo soltó en el acto.

– Escuche, leí el periódico. Hablé con Hardy. Y ya siento el resuello de RTG en el cuello.

– Como le dije antes, ese no es mi problema.

– No me molesta el juego limpio, pero no pienso perder porque un empleado infiel me vendió al enemigo.

– Eso está por verse. No hemos encontrado ninguna prueba. Le guste o no eso es lo único que importa en el juicio.

– Usted vio la cinta. ¿Qué más pruebas necesita? Coño, lo único que pido es que haga su trabajo. ¿Qué tiene eso de malo?

– Vi a Jason Archer entregar unos documentos a unas personas. Pero no tengo ni idea de qué eran esos documentos o quiénes eran esas personas.

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