David Baldacci - Control Total

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Cuando Sidney Archer despidió a su marido, el cual iba a tomar un avión rumbo a Los Ángeles, no podía sospechar que para ella comenzaba una nueva vida.
En primer lugar, el avión se estrelló; las investigaciones posteriores revelaron que había sido víctima de un sabotaje; después descubrió que su marido había supuestamente robado secretos de la empresa en la que trabajaba para venderlos a la competencia.
Pero con todo ello, apenas si habían comenzado sus tribulaciones: las múltiples sospechas que recaen sobre su marido colocan a Sidney en el punto de mira del FBI, que la considera cómplice de él. Pero además, la convierten en objetivo de una cacería implacable, un acoso en el que todos los caminos que llevan a ella están sembrados de cadáveres. El trofeo: controlar las redes de información del siglo XXI.

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Sawyer se rascó la barbilla mientras los demás intentaban aclararse. El agente especial miró a Jackson.

– ¿Alguna novedad del forense sobre el tipo muerto?

– Ha prometido prioridad máxima. No tardaremos en recibir el informe.

– ¿Ha aparecido alguna cosa más en el apartamento del tipo?

– Hay algo que no ha aparecido, Lee.

– Los documentos de identificación, ¿no?

– Sí. Un tipo que está listo para darse el piro después de hacer volar un avión no se larga con su propia identidad. Si esto estaba planeado, seguro que tenía documentos falsos preparados.

– Es cierto, Ray, pero quizá los tenía ocultos en otra parte.

– Quizá se los llevó el asesino -señaló Barracks.

– Eso es más lógico -dijo Sawyer.

En aquel momento, se abrió la puerta y entró Marsha Reid. Baja de estatura y con aspecto maternal, con el pelo canoso cortado muy corto y con las gafas colgadas de una cadena sobre el vestido negro, era una de las principales expertas en huellas digitales del FBI. Reid había rastreado a algunos de los peores criminales del planeta a través del esotérico mundo de los arcos, las curvas y las espirales.

Marsha saludó a los presentes con un gesto, tomó asiento y abrió la carpeta que traía.

– Los resultados de la máquina, recién sacados del horno -dijo con un tono práctico salpicado de humor-. Robert Sinclair se llamaba en realidad Joseph Philip Riker, reclamado en Texas y Arkansas por asesinato y tenencia de armas de fuego. Su ficha tiene tres páginas de largo. Su primer arresto fue por robo a mano armada a la edad de dieciséis años. El último por asesinato en segundo grado. Cumplió una condena de siete años. Salió en libertad hace cinco. Desde entonces, ha estado implicado en numerosos crímenes, incluidos dos asesinatos por encargo. Un hombre muy peligroso. Le perdieron el rastro hará cosa de dieciocho meses. Desde entonces, ni pío. Hasta ahora.

Todos los agentes mostraron una expresión de incredulidad.

– ¿Cómo un tipo como ése consiguió un trabajo de gasolinero de aviones? -preguntó Sawyer, asombrado.

– Hablé con la gente de Vector -dijo Jackson-. Es una compañía de prestigio. Sinclair, mejor dicho Riker, sólo llevaba con ellos un mes. Tenía unas recomendaciones excelentes. Había trabajado en varias compañías de abastecimiento de combustible de aviones en el noroeste y en el sur de California. Comprobaron sus antecedentes, a nombre de Sinclair, desde luego. Todo en orden. Se quedaron tan asombrados como todos los demás.

– ¿Y qué me dices de las huellas digitales? Tuvieron que comprobarlas. Eso les hubiera dicho quién era el tipo en realidad.

Reid miró a Sawyer.

– Eso depende de quién le tomó las huellas, Lee -dijo con autoridad-. Se puede engañar a un técnico que no sea muy bueno, y tú lo sabes. Hay materiales sintéticos que jurarías que es piel. Puedes comprar huellas en la calle. Súmalo todo y tienes a un asesino convertido en un ciudadano respetable.

– Y si al tipo lo buscaban por todos esos otros crímenes -intervino Karracks-, es probable que tuviera una cara nueva. Te apuesto lo que quieras a que la cara que está en el depósito no coincide con la de los carteles de «Se busca».

– ¿Cómo es que Riker acabó cargando el combustible del vuelo 3223? -le preguntó Sawyer a Jackson.

– Hace una semana pidió que le pasaran al turno de noche: de doce a siete. La hora de despegue del vuelo 3223 eran las siete menos cuarto. La misma hora todos los días. Los registros indican que el avión fue cargado a las cinco y cuarto, o sea en el turno de Riker. La mayoría del personal no se presenta voluntario a ese turno, así que Riker lo consiguió casi por defecto.

– ¿Y dónde está el verdadero Robert Sinclair? -preguntó Sawyer.

– Lo más probable es que esté muerto -contestó Barracks-. Sinclair asumió su identidad.

Nadie hizo ningún otro comentario hasta que Sawyer planteó una pregunta inesperada.

– ¿Y si Robert Sinclair nunca existió?

Incluso Reid se mostró intrigada. Sawyer analizó su propia pregunta con una actitud pensativa.

– Hay muchos problemas cuando se asume la identidad de una persona real. Viejas fotos, compañeros de trabajo o amigos que aparecen de pronto y descubren la tapadera. Hay otra manera de hacerlo. -Sawyer frunció el entrecejo y apretó los labios mientras pensaba-. Tengo la corazonada de que habrá que repasar todos los pasos que dieron los de Vector cuando comprobaron los antecedentes de Riker. Dedícate a eso, Ray, ahora mismo.

Jackson asintió mientras tomaba nota en su libreta.

– ¿Estás pensando lo mismo que yo? -le preguntó Reid a Sawyer.

– No sería la primera vez que una persona se lo inventa todo. El número de la Seguridad Social, la historia laboral, los domicilios anteriores, las fotos, las cuentas bancadas, los certificados de estudios, los números de teléfono falsos, referencias. -Miró a Reid-. Incluso las huellas digitales, Marsha.

– Entonces hablamos de unos tipos muy sutiles -replicó la mujer.

– Nunca lo he dudado, señora Reid -dijo el agente. Miró a los demás-. No quiero apartarme del procedimiento habitual, así que continuaremos con las entrevistas a las familias de las víctimas, pero no desperdiciaremos mucho tiempo en eso. Lieberman es la clave de todo este asunto. -De pronto, pasó a otro tema-. ¿La acción rápida funciona bien? -le preguntó a Jackson.

– Perfectamente.

La acción rápida era la versión del FBI del trabajo de campo, y Sawyer la había empleado con éxito en el pasado. La premisa de la acción rápida era crear algo parecido a una cámara de compensación electrónica para las informaciones, pistas y denuncias anónimas involucradas en una investigación que de otra manera estarían desordenadas y confundidas. Con una investigación integrada y con un acceso a la información casi en tiempo real, las posibilidades de éxito eran muchísimo mayores.

La acción rápida para el vuelo 3223 había sido albergada en un depósito de tabaco abandonado en las afueras de Standardsville. En lugar de hojas de tabaco apiladas hasta el techo, el edificio acogía ahora la última palabra en ordenadores y equipos de telecomunicación atendidos por docenas de agentes que trabajaban por turnos metiendo información en las gigantescas bases de datos las veinticuatro horas del día.

– Necesitamos de todos los milagros que podamos conseguir. E incluso eso no será suficiente. -Sawyer permaneció en silencio por un momento y después añadió-: ¡A trabajar!

Capítulo 24

– ¿Quentin? -exclamó Sidney, sorprendida al abrir la puerta de su casa.

Quentin Rowe le devolvió la mirada a través de las gafas con los cristales ovalados.

– ¿Puedo pasar?

Los padres de Sidney habían ido a hacer la compra. Mientras Sidney y Quentin iban hacia la sala, una Amy somnolienta apareció en el vestíbulo con su osito de peluche.

– Hola, Amy -dijo Rowe. Se arrodilló y le tendió la mano, pero la niñita se apartó. El sonrió-. Yo también era tímido cuando tenía tu edad. -Miró a Sidney-. Quizá por eso me dediqué a la informática. Los ordenadores no te contestan ni quieren tocarte. -Hizo una pausa, al parecer abstraído. Entonces volvió a la realidad y miró otra vez a la mujer-. ¿Tienes tiempo para hablar? -Al ver que Sidney vacilaba, añadió-: Por favor.

– Déjame que lleve a esta jovencita a dormir la siesta. Enseguida vuelvo. -Sidney cogió a su hija en brazos y salió.

Mientras ella estaba ausente, Rowe se paseó por la habitación. Contempló las numerosas fotos de la familia Archer colgadas en las paredes y encima de las mesas. Se volvió cuando Sidney regresó a la sala.

– Tienes una niña preciosa.

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