David Baldacci - Control Total

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Cuando Sidney Archer despidió a su marido, el cual iba a tomar un avión rumbo a Los Ángeles, no podía sospechar que para ella comenzaba una nueva vida.
En primer lugar, el avión se estrelló; las investigaciones posteriores revelaron que había sido víctima de un sabotaje; después descubrió que su marido había supuestamente robado secretos de la empresa en la que trabajaba para venderlos a la competencia.
Pero con todo ello, apenas si habían comenzado sus tribulaciones: las múltiples sospechas que recaen sobre su marido colocan a Sidney en el punto de mira del FBI, que la considera cómplice de él. Pero además, la convierten en objetivo de una cacería implacable, un acoso en el que todos los caminos que llevan a ella están sembrados de cadáveres. El trofeo: controlar las redes de información del siglo XXI.

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Habían asignado más de doscientos cincuenta agentes a la investigación del atentado contra el vuelo 3223. Seguían todas las pistas, interrogaban a los familiares de las víctimas y realizaban las averiguaciones más minuciosas de todas las personas que pudieran tener un motivo y la oportunidad para sabotear al reactor de Western Airlines. Sawyer suponía que Sinclair había hecho el trabajo sucio, pero no quería correr el riesgo de pasar por alto a un cómplice en el aeropuerto.

La prensa había divulgado algunos rumores sobre la posibilidad de que el avión hubiese sido saboteado, pero el primer reconocimiento oficial sobre el atentado contra el aparato de Western Airlines se publicaría en la edición del día siguiente del Washington Post. El público exigiría respuestas y las reclamaría ya. A Sawyer le parecía muy bien, sólo que los resultados nunca se conseguían tan rápido como uno deseaba; de hecho, casi nunca era así.

El FBI había seguido la pista de Vector en cuanto los hombres del NTSB encontraron aquella inusitada prueba en el cráter. Después fue sencillo confirmar que Sinclair había sido el gasolinero del vuelo 3223. Ahora, Sinclair también estaba muerto. Alguien se había asegurado de que no tuviera la oportunidad de decirles por qué había saboteado el avión.

David Long miró a Sawyer.

– Tenías razón, Lee. Era una versión muy modificada de uno de esos elementos de calefacción portátiles. La última moda en encendedores para cigarrillos. Nada de llamas, sólo un calor muy intenso suministrado por un alambre de platino, algo bastante invisible.

– Sabía que lo había visto antes. ¿Recuerdas el incendio en el edificio de Hacienda el año pasado? -respondió Sawyer.

– Eso es. De todos modos, esta cosa es capaz de suministrar unos mil grados centígrados. Y no le afecta el viento ni el frío, incluso si está empapado de combustible. Un suministro de combustible para cinco horas, preparado de tal forma que, si por algún motivo se apagara, volvería a encenderse automáticamente. Estaba sujeto por un lado con un imán. Es la forma más sencilla y eficaz de hacerlo. El combustible sale cuando se perfora el tanque. Tarde o temprano acabará por ponerse al alcance de la llama, y entonces estalla. -Meneó la cabeza-. Muy ingenioso. Lo llevas en el bolsillo; incluso si lo detectan, por fuera parece un maldito mechero. -Long buscó entre los papeles mientras los otros agentes le miraban con atención. Arriesgó otra opinión-: No les hizo falta un reloj ni un altímetro. Calcularon el tiempo por la acción corrosiva del ácido. Sabían que estaría en el aire cuando estallase. Un vuelo de cinco horas les daba tiempo más que suficiente.

– Kaplan y su equipo encontraron las cajas negras. La funda estaba rota, pero la cinta se conservaba en bastantes buenas condiciones. Las conclusiones preliminares indican que la turbina de estribor, y los controles que pasan por esa sección del ala, se separaron del avión segundos después de que la caja negra registrara un sonido extraño. Ahora están haciendo los análisis de sonido. No hubo ningún cambio drástico de presión en la cabina, así que la explosión no se produjo en el interior del fuselaje, algo lógico porque ahora sabemos que el sabotaje se cometió en el ala. Antes de eso, todo funcionaba bien: ningún problema en los motores, altitud de vuelo correcta, control de movimientos de superficie normales. Pero en cuanto las cosas comenzaron a ir mal, no tuvieron ninguna oportunidad.

– ¿Las conversaciones de los pilotos dan alguna pista? -preguntó Long.

– Ninguna. Los gritos, la llamada de socorro. El avión cayó a plomo diez mil metros con la turbina izquierda funcionando a toda potencia. ¿Quién sabe si en esas condiciones permanecieron conscientes? -Hizo una pausa y después añadió con un tono solemne-: Esperemos que no.

Ahora que estaba claro que el aparato había sido derribado por un acto de sabotaje, el FBI se hizo cargo oficialmente de la investigación. Debido a las complejidades del caso y el enorme desafío logístico que planteaba, el cuartel general del FBI sería la base de operaciones y Sawyer, que se había destacado por su trabajo en el atentado de Lockerbie, estaría a cargo de la investigación. Pero este atentado era distinto: había ocurrido en el espacio aéreo norteamericano, había abierto un cráter en territorio nacional. Dejaría que otros se encargaran de las conferencias de prensa y de los comunicados. Él prefería hacer su trabajo en la sombra.

El FBI dedicaba grandes recursos humanos y financieros a infiltrarse en las organizaciones terroristas que funcionaban en Estados Unidos, y de esta manera descubrir y abortar los planes de destrucción en nombre de alguna causa política o religiosa. El atentado contra el vuelo 3223 había sido una absoluta sorpresa. La inmensa red del FBI no había tenido ni la más mínima información de que se estuviese preparando algo así. Ocurrido el desastre, Sawyer tendría que dedicarse en cuerpo y alma a la búsqueda de los culpables para llevarlos ante la justicia.

– Bueno, ya sabemos lo que pasó en el avión -dijo el agente. Ahora sólo tenemos que encontrar el motivo y quienes estén involucrados. Comenzaremos por el motivo. ¿Qué has podido averiguar de Arthur Lieberman, Ray?

Raymond Jackson era el compañero de Sawyer. Había jugado al fútbol en el equipo de la universidad de Michigan antes de colgar las botas y renunciar a una carrera en la NFL para ingresar en el FBI. El joven negro de un metro ochenta de estatura, hombros anchos, mirada inteligente y voz suave, abrió su libreta.

– Tengo muchísima información. Para empezar, el tipo era un enfermo terminal. Cáncer de páncreas. En la última fase. Le quedaban quizá seis meses. Sólo quizá. Habían interrumpido todo el tratamiento. Al tipo lo tenían sometido a dosis masivas de calmantes. Utilizaba la solución de Schlesinger, una combinación de morfina y estimulantes, probablemente cocaína. Le habían instalado una de esas unidades portátiles que suministran las drogas directamente al torrente sanguíneo.

En el rostro de Sawyer apareció una expresión de asombro. Walter Burns y sus secretos.

– ¿Al presidente de la Reserva le quedaban seis meses de vida y nadie lo sabía? ¿De dónde has sacado la información?

– Encontré un frasco de drogas de quimioterapia en el botiquín del apartamento. Entonces fui directamente a la fuente. Su médico personal. Le dije que estábamos haciendo una investigación de rutina. En la agenda de Lieberman aparecían muchas visitas al médico. Algunas en el Johns Hopkins y otra en la clínica Mayo. Mencioné la medicación que había encontrado. El médico se puso nervioso. Le sugerí sutilmente que si no le decía toda la verdad al FBI se vería con la mierda hasta el cuello. Cuando mencioné una citación judicial, se vino abajo. Pensó que si el paciente estaba muerto, no se quejaría.

– ¿Qué me dices de la Casa Blanca? Tenían que saberlo.

– Si están jugando limpio con nosotros, ellos tampoco sabían nada. Hablé con el jefe de gabinete sobre el pequeño secreto de Lieberman. Me dio la impresión de que al principio no me creía. Tuve que recordarle que FBI son las siglas de fidelidad, bravura e integridad. También le envié una copia del historial clínico. Dicen que el presidente se subía por las paredes.

– No deja de ser interesante -opinó Sawyer-. Me imaginaba a Lieberman como a un dios de las finanzas. Firme como una roca. Sin embargo, se olvida de mencionar que está a punto de palmarla de cáncer y dejar al país colgado. Eso no tiene mucho sentido.

– Sólo te informo de los hechos. -Jackson sonrió-. Tienes razón respecto a la capacidad de ese tipo. Era una leyenda. Sin embargo, en lo personal, estaba casi arruinado.

– ¿Qué quieres decir?

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