Michael Connelly - Mas Oscuro Que La Noche
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– Lo único que espero es que no fueras tú quien le sopló a Tafero que Gunn estaba en el calabozo aquella noche. Dime que tú no hiciste la llamada, Harry. Dime que no lo ayudaste a sacarlo para que pudiera matarlo así.
De nuevo Bosch no dijo nada. McCaleb asintió.
– Quieres estrechar la mano de alguien, Harry. Estréchate la tuya.
Bosch dejó caer la mirada hacia la oscuridad que se extendía bajo la terraza. McCaleb lo miró de cerca y observó que lentamente negaba con la cabeza.
– Hacemos lo que tenemos que hacer -dijo Bosch con voz pausada-. A veces hay elección. Otras veces no hay elección, sólo necesidad. Ves que las cosas van a ocurrir y sabes que están mal, pero de algún modo también están bien.
Se quedó en silencio un largo rato y McCaleb aguardó.
– Yo no hice esa llamada -dijo Bosch. Se volvió y miró a McCaleb.
McCaleb vio de nuevo los puntos de luz brillante en sus ojos oscuros.
– Tres personas (tres monstruos) han caído.
– Pero no de esa forma. Nosotros no lo hacemos de esa forma.
Bosch asintió.
– ¿Qué me dices de tu parte, Terry? Avasallando al hermanito en la oficina. Como si no supieras que eso iba a poner en marcha algo de mierda. Tú pusiste en marcha la acción con ese pequeño movimiento, y lo sabes.
McCaleb sintió que se ruborizaba ante la mirada de Bosch. No respondió. No sabía qué decir.
– Tú tenías tu propio plan, Terry. ¿Así que cuál es la diferencia?
– ¿La diferencia? Si no ves la diferencia es que has caído completamente. Estás perdido.
– Sí, bueno, quizá estoy perdido y quizá me he encontrado. Tengo que pensar en eso. Mientras tanto, por qué no te vas a tu casa. Vuelve a tu isla con tu hijita. Escóndete detrás de lo que crees que ves en sus ojos. Finge que el mundo no es como tú sabes que es.
McCaleb asintió. Ya había dicho lo que quería decir. Se alejó de la barandilla, dejando su cerveza, y caminó hacia la puerta de la casa. Sin embargo, Bosch le disparó con más palabras cuando entró.
– ¿Crees que llamarla como a una niña a la que nadie quiso y por la que nadie se preocupó puede ayudar a aquella niña perdida? Bueno, estás equivocado, tío. Vuelve a casa y sigue soñando.
McCaleb vaciló en el umbral y miró hacia atrás.
– Adiós, Harry.
– Sí, adiós.
McCaleb recorrió la casa. Cuando pasó la silla de lectura donde la luz estaba encendida vio la impresión del perfil que había hecho de Bosch en el brazo del sillón. Continuó caminando. Cuando llegó a la puerta de la calle la cerró tras de sí.
47
Bosch estaba de pie con los brazos cruzados sobre la barandilla y la cabeza baja. Pensaba en las palabras de McCaleb, tanto en las pronunciadas como en las impresas. Eran como fragmentos de metralla que le lastimaban. Sintió un profundo desgarro en su recubrimiento interior. Era como si algo de dentro lo hubiera agarrado y lo arrastrara a un agujero negro, sentía que estaba ilusionando hacia la nada.
– ¿Qué he hecho? -susurró-. ¿Qué he hecho?
Se enderezó y vio la botella en la barandilla, sin etiqueta. La agarró y la lanzó a la oscuridad, todo lo lejos que pudo. Observó su trayectoria, capaz de seguir su vuelo, porque la luz de la luna se reflejaba en el cristal marrón. La botella explotó entre la maleza de la colina rocosa.
Vio la cerveza a medio terminar de McCaleb y la agarró. Tiró, el brazo hacia atrás con la intención de lanzar esta botella hasta la autopista. Entonces se detuvo. Dejó la botella de nuevo en la barandilla y entró en la casa.
Agarró el perfil impreso que estaba en el brazo del sillón y empezó a rasgar las páginas. Fue a la cocina, abrió el grifo y puso los pedacitos de papel en el fregadero. Conectó la trituradora y tiró los papelitos por el tubo.
Esperó hasta que supo por el sonido que el papel había quedado reducido a nada. Apagó la trituradora y se limitó a mirar el agua que corría por el fregadero.
Lentamente, levantó la vista y miró a través de la ventana de la cocina hacia el paso de Cahuenga. Las luces de Hollywood brillaban, reflejo de las estrellas de todas las galaxias. Pensó en toda la maldad que había ahí fuera. Una ciudad con más cosas malas que buenas. Un lugar donde la tierra podría levantarse bajo tus pies y tragarte hacia la oscuridad. Una ciudad de luz perdida. Su ciudad. La ciudad de la segunda oportunidad.
Bosch asintió y se dobló. Cerró los ojos, puso las manos bajo el agua y se las llevó a la cara. El agua estaba fría, vigorizante, como pensaba que debería ser todo bautismo, el inicio de una segunda oportunidad.
48
Todavía olía a pólvora quemada. McCaleb estaba de pie en el camarote principal y miró en torno a sí. Había guantes de goma y otros desperdicios esparcidos por el suelo. Había polvo negro para tomar huellas dactilares por todas partes, encima de cada objeto. La puerta de la sala había desaparecido y lo mismo había ocurrido con la jamba, arrancada de la pared. En el pasillo habían quitado un panel entero. McCaleb se acercó y miró el suelo donde el hermano pequeño de Tafero había muerto a consecuencia de las balas que él había disparado. La sangre se había secado y mancharía de modo permanente los listones del suelo. Siempre estaría allí para recordárselo.
Al mirar la sangre, recordó los disparos que había efectuado; las imágenes de su mente se movían a velocidad mucho más lenta que la real. Pensó en lo que Bosch le había dicho en la terraza, lo de dejar que el hermano pequeño lo siguiera. Reflexionó sobre su propia culpabilidad. ¿Acaso su culpa era menor que la de Bosch? Ambos habían puesto las cosas en movimiento. Por cada acción hay una reacción equivalente. No te metes en la oscuridad sin que la oscuridad se meta en ti.
– Hacemos lo que tenemos que hacer -dijo.
Subió al salón y miró al aparcamiento a través de la puerta de cristal. Los periodistas seguían allí, en sus furgonetas. Se había colado en el barco sin que lo vieran. Había aparcado su Cherokee en el otro extremo del puerto deportivo y había tomado prestada una lancha de alguien para llegar hasta el Following Sea. Luego había trepado a bordo y se había introducido sin ser visto.
Se fijó en que las furgonetas tenían las torres de microondas preparadas y que cada uno de los equipos estaban listos para el informe de las once. Los ángulos de las cámaras estaban dispuestos de manera que el Following Sea apareciera una vez más en todas las tomas. McCaleb sonrió y abrió el móvil. Pulsó un número de marcado rápido y contestó Buddy Lockridge.
– Buddy, soy yo. Escucha, estoy en el barco y me voy a casa. Quiero que me hagas un favor.
– ¿Vas a irte esta noche? ¿Estás seguro?
– Sí, esto es lo que quiero que hagas. Cuando oigas que enciendo el Pentas, vienes y me desatas. Hazlo deprisa. Yo haré el resto.
– ¿Quieres que te acompañe?
– No, estaré bien. Coge un Express el viernes. Tenemos salida el sábado por la mañana.
– Vale, Terror. He oído en la radio que el mar está en calma esta noche y que no hay niebla. Pero ten cuidado.
McCaleb cerró el teléfono y fue a la puerta del salón. La mayoría de los periodistas y sus equipos estaban ensimismados y no miraban al barco, porque ya se habían asegurado de que estaba vacío. McCaleb abrió la puerta corredera y salió, volvió a cerrarla y subió rápidamente al puente de mando. Descorrió la cortina de plástico que cerraba el puente y se metió. Se aseguró de que los dos aceleradores estaban en punto muerto, conectó el estárter y metió la llave de contacto.
Al girar la llave, el motor de arranque empezó a quejarse ruidosamente. Mirando hacia atrás por la cortina de plástico vio que todos los periodistas se habían vuelto hacia el barco. Los motores giraron por fin y McCaleb empujó la palanca del acelerador, revolucionando los motores para un arranque rápido. Miró hacia atrás y vio que Buddy venía por el muelle hacia la popa del barco. Un par de periodistas corrían por la pasarela hacia el muelle que tenían detrás.
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