Hinojos se quedó en silencio un buen rato. A Bosch le pareció que ella estaba leyendo sus notas, pero no la había visto escribir nada durante la sesión.
– ¿Sabe? -dijo Bosch en el silencio-. Unos diez años después, cuando yo estaba en la patrulla, detuve a un conductor borracho que salía de la autovía de Hollywood en Sunset. Estaba como una cuba. Cuando finalmente lo saqué del coche y lo puse en la ventanilla, me doblé para mirar y era Earl. Era domingo. Venía de ver a los Dodgers. Vi el programa en el asiento.
Hinojos lo miro, pero no dijo nada. Bosch seguía contemplando aquella diapositiva de su memoria.
– Supongo que nunca encontró al zurdo que estaba buscando… El caso es que estaba tan borracho que no me reconoció.
– ¿Qué hizo usted?
– Le quité las llaves y llamé a su mujer… Supongo que fue lo único que le di nunca al tipo.
Hinojos volvió a mirar la libreta mientras formulaba la siguiente pregunta.
– ¿Y su padre real?
– ¿Qué?
– ¿Alguna vez supo quién era su padre? ¿Tuvo alguna relación con él?
– Lo encontré una vez. Nunca tuve curiosidad por él hasta que volví de Vietnam. Entonces lo busqué. Resultó que era el abogado de mi madre. Tenía familia y todo eso. Estaba muriéndose cuando yo lo conocí, parecía un esqueleto… Así que no llegué a conocerlo realmente.
– ¿Se llamaba Bosch?
– No. Mi apellido es sólo algo que se le ocurrió a mi madre. Es por el pintor. Ella pensaba que Los Ángeles se parecía mucho a sus pinturas. Toda la paranoia, el miedo. Una vez me regaló un libro de pinturas suyas.
Se produjo otro silencio mientras la psiquiatra pensaba también en esta última frase.
– Estas historias, Harry -dijo ella finalmente-, estas historias que me cuenta son desgarradoras. Me hace ver al chico que se convirtió en un hombre. Me hace ver la profundidad del agujero que dejó la muerte de su madre. ¿Sabe?, tendría mucho por lo que culparla a ella, y nadie le culparía a usted por hacerlo.
Bosch la miró a los ojos mientras componía una respuesta.
– Yo no la culpo a ella por nada. Culpo al hombre que me la arrebató. Lo que le he contado son historias sobre mí. No sobre ella. No puede entenderla a ella. No puede conocerla como yo. Lo único que sé es que ella hizo todo lo que pudo para sacarme de allí. Nunca paró de decirme eso. Nunca dejó de intentarlo. Simplemente se le acabó el tiempo.
Hinojos asintió, aceptando su respuesta. Pasaron unos segundos.
– ¿Llegó el momento en que ella le contó cómo… se ganaba la vida?
– No.
– ¿Cómo lo supo?
– No lo recuerdo. Creo que nunca supe a ciencia cierta lo que hacía hasta que ella había muerto y yo era mayor. Yo tenía diez años cuando se me llevaron. No sabía por qué.
– ¿Había hombres que se quedaban con ella cuando vivían juntos?
– No, eso nunca ocurrió.
– Pero usted debía de tener alguna idea acerca de la vida que ella estaba llevando, que los dos llevaban.
– Mi madre me decía que era camarera. Trabajaba por las noches. Solía dejarme con una señora que tenía una habitación en el hotel. La señora De Torre. Cuidaba de cuatro o cinco niños cuyas madres estaban haciendo lo mismo. Ninguno de nosotros lo sabía.
Bosch terminó, pero Hinojos no dijo nada y Harry sabía que esperaba que continuara él.
– Una noche yo salí cuando la señora se durmió y me fui caminando por el bulevar hasta la cafetería donde ella decía que trabajaba. No estaba allí. Pregunté y no sabían de qué estaba hablando…
– ¿Le preguntó a su madre por eso?
– No… La noche siguiente la seguí. Ella se dejó el uniforme de camarera en casa y yo la seguí. Fue a casa de su mejor amiga, que vivía en el piso de arriba. Meredith Roman. Cuando salieron las dos llevaban los vestidos, el maquillaje, todo. Entonces se fueron en un taxi y yo no pude continuar siguiéndolas.
– Pero lo supo.
– Sabía algo. Pero yo tenía unos nueve años. ¿Cuánto podía saber?
– ¿Y qué me dice de la charada que ella representaba, la de vestirse cada noche de camarera? ¿No le molestaba?
– No, al contrario. Pensaba que eso era… No lo se, había algo noble en el hecho de que hiciera eso por mí. En cierto modo me estaba protegiendo.
Hinojos asintió con la cabeza para mostrar que entendía su punto de vista.
– Cierre los ojos.
– ¿Que cierre los ojos?
– Sí, quiero que cierre los ojos y piense en cuando era un niño. Adelante.
– ¿Qué es esto?
– Hágame ese favor.
Bosch negó con la cabeza como si estuviera molesto, pero hizo lo que ella le había pedido. Se sentía estúpido.
– Muy bien.
– De acuerdo, quiero que me cuente una historia sobre su madre. La imagen o el episodio con ella que tenga más claro en su mente, quiero que me lo cuente.
Bosch pensó a fondo. Las imágenes de ella pasaban y desaparecían. Finalmente, llegó a una que permaneció.
– Ya.
– Cuéntela.
– Fue en McClaren. Ella había venido a visitarme y estábamos fuera, en la valla, en el campo de deportes.
– ¿Por qué recuerda esta historia?
– No lo sé. Porque ella estaba allí y siempre me hacía sentir bien, aunque siempre terminábamos llorando. Tendría que haber visto aquel lugar en los días de visita. Todo el mundo lloraba… y yo también lo recuerdo porque fue hacia el final. Poco después de eso ella murió. Quizá al cabo de unos meses.
– ¿Recuerda de qué hablaron?
– De muchas cosas. De béisbol. Ella era hincha de los Dodgers. Recuerdo que uno de los chicos más grandes me había quitado las zapatillas que ella me había regalado por mi cumpleaños. Ella Se fijó en que no las llevaba puestas y se enfureció.
– ¿Por qué le quitó las zapatillas el chico mayor?
– Ella me preguntó lo mismo.
– ¿Qué le dijo?
– Le dije que el chico me quitó las zapatillas porque podía. Mire, podían llamar a aquel sitio como quisieran, pero básicamente era una prisión para niños y tenía las mismas sociedades que tiene una prisión. Los papeles dominantes, los sometidos, todo.
– ¿Qué era usted?
– No lo sé. Iba bastante por libre. Pero cuando un chico mayor y más grande me quitaba las zapatillas era un sumiso. Era una forma de sobrevivir.
– ¿Su madre estaba descontenta por eso?
– Bueno, sí, pero ella no sabía de qué iba. Ella quería quejarse. No sabía que si lo hacía sólo conseguiría complicarme las cosas. Entonces de repente se dio cuenta de cómo funcionaba aquel lugar y empezó a llorar.
Bosch estaba en silencio, imaginando perfectamente la escena en su cabeza. Recordaba la humedad en el ambiente y el olor a azahar de la arboleda vecina.
Hinojos se aclaró la garganta antes de interrumpir su recuerdo.
– ¿Qué hizo usted cuando ella se echó a llorar?
– Probablemente yo también empecé a llorar. Normalmente lo hacía. No quería que ella se sintiera mal, pero era un alivio saber que ella sabía lo que me estaba pasando. Sólo las madres pueden hacer eso, hacerte sentir bien cuando estás triste… -Bosch todavía tenía los ojos cerrados y sólo veía el recuerdo.
– ¿Qué le dijo su madre?
– Ella… Ella sólo me dijo que iba a sacarme de allí. Dijo que su abogado iba a ir pronto a juicio para apelar el veredicto de la custodia y el veredicto de madre inadecuada. Ella dijo que también había otras cosas que podía hacer. La cuestión era que iba sacarme.
– ¿Ese abogado era su padre?
– Sí, pero yo no lo sabía… Da igual, lo que estoy diciendo era que el tribunal estaba equivocado con ella. Eso es lo que me molesta. Era buena para mí y ellos no lo veían así…, no importa, recuerdo que me prometió que haría lo que tuviera que hacer, pero que me sacaría.
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