John Case - Código Génesis
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Tengo una reunión en una hora -dijo el agente de policía. Ya lo mencioné antes. Creo que voy a llegar tarde.
– No es culpa suya. Está trabajando.
Pisarcik habló por el walkie-talkie.
– Oye, Uvedoble. ¿Qué pasa?
– Una urgencia. Un tipo que tiene que ir a rayos.
– Vamos a llegar tarde.
– Ya está. Vamos para allá.
Pisarcik se volvió hacia Lassiter.
– Ya bajan -le comunicó. Lassiter asintió, con los ojos fijos en el indicador luminoso.
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7
– Uvedoble dice que ésta es la misión más aburrida de toda su vida -comentó Pisarcik.
6
– Ah.
5
– Sí, lleva casi un mes sentado delante de esa puerta. Tenía que avisar a la enfermera cada vez que quería echar una meada.
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– Ah -repuso Lassiter.
3
– Espero que a mí no me toque nunca una misión así. Me moriría de vergüenza si tuviera que llamar a una enfermera para eso.
3
Lassiter asintió, pero los pelos de la nuca se le estaban empezando a erizar.
– ¿Por qué se ha parado el ascensor? -preguntó.
Pisarcik miró el indicador luminoso.
– No lo sé -dijo. -No estaba previsto, pero…
La luz se apagó, el ascensor se puso en movimiento y esperaron a que se iluminara el 2.
4
5
– ¿Qué cojones…? -exclamó Lassiter separándose de la pared.
Los ojos de Pisarcik parecían demasiado grandes para sus órbitas. Le gritó al walkie-talkie.
– ¡Oye! ¡Uvedoble! ¿Qué diablos está pasando? ¡Dwayne! ¿Qué pasa, tío? -Como única respuesta, llegó el ruido de una interferencia eléctrica. Pero el ascensor volvió a cambiar de sentido.
4, 3, 2, 1. Pisarcik y Lassiter respiraron con alivio cuando por fin se detuvo en la planta baja. Se abrieron las puertas.
Dentro había un policía sentado en el suelo con la espalda apoyada contra la pared. Tenía la boca abierta en una mueca de sorpresa. Un hilo de sangre le resbalaba por el lado derecho de la cara. La pared estaba salpicada de rojo. Le habían quitado la pistola. Y tenía un bolígrafo clavado hasta el fondo en el ojo derecho.
Pisarcik dio un paso hacia adelante, vaciló un momento, y, despacio, muy despacio, cayó al suelo. Lassiter tardó demasiado en darse cuenta de que se estaba desmayando. Por el rabillo del ojo vio cómo la frente del policía golpeaba contra el suelo de linóleo, pero ni siquiera entonces pudo apartar los ojos del hombre muerto. Sonó un timbre, y las puertas del ascensor empezaron a cerrarse. Lassiter extendió las manos instintivamente para detenerlas. Alguien gritó detrás de él. Las puertas del ascensor temblaron violentamente, volvieron a esconderse en la pared y, por segunda vez, empezaron a cerrarse. Por segunda vez, Lassiter volvió a detenerlas. Y otra vez. Y otra.
En alguna parte, una mujer gritó. Pisarcik gimió, y la gente empezó a correr.
CAPÍTULO 15
Hilo musical.
Lassiter estaba andando nerviosamente de un lado para otro en su despacho, intentando hacer caso omiso del sonido que le llegaba por el teléfono móvil que tenía pegado a la oreja. Riordan lo tenía en espera y…
De repente, el hilo musical se cortó. La hemos encontrado -dijo Riordan.
– ¿A quién?
A la enfermera. Juliette como se llame.
– ¿Está muerta?
– No, no está muerta, pero está hecha un manojo de nervios.
– ¿Qué os ha contado?
– Que Grimaldi susurró algo, como si no pudiera hablar bien. Cuando Dwayne se le acercó, Grimaldi lo cogió de la corbata y tiró de él. De repente todo se llenó de sangre, y Dwayne cayó al suelo con un bolígrafo clavado en la cabeza. Después, Grimaldi le cogió la pistola. Eso es lo que nos ha contado.
– ¿De dónde sacó el bolígrafo?
– ¿Y yo qué sé? Es un hospital. Hay bolígrafos por todas partes.
– ¿Y qué pasó después?
– Juliette lo sacó en la silla de ruedas.
– ¿Qué cojones…?
– ¿Qué querías que hiciera? ¡Grimaldi la obligó a punta de pistola! ¡Tenía una manta cubriéndole las piernas y una semiautomática en el regazo! Hizo lo que le dijo que hiciera. Fueron al tercer piso y ella lo llevó a otro ascensor. Todo muy normal. Parecían… lo que eran: una enfermera y un paciente. Así que cogieron el otro ascensor y bajaron al sótano. Cuando el primer ascensor se abrió en la planta baja y Pisarcik se desmayó, Grimaldi ya estaba en el aparcamiento.
– ¿Así de fácil?
– Sí.
Lassiter se dejó caer sobre el sofá que había delante de la chimenea.
– ¿Y después? -preguntó.
– ¿Después? Después ella lo llevó a donde él le dijo. Y eso es jurisdicción de los federales. Secuestro a mano armada. Así que ahora el FBI está metido en el caso.
– Mientras más seamos, más animada será la fiesta. ¿Adonde fueron?
– A Baltimore. Por carreteras secundarias. Sólo que nunca llegaron. Grimaldi la dejó tirada en una cuneta a unos ocho kilómetros de Olney. La policía local la encontró andando por el arcén. Todavía estamos buscando el coche.
– ¿Puede conducir?
– Supongo. Por lo que dice ella, andaba bastante bien.
– Entonces, ¿a cuento de qué viene lo de la silla de ruedas?
– Normas del hospital. Se entra sobre ruedas, y se sale sobre ruedas.
Lassiter no dijo nada.
– Te habrás dado cuenta de que ni siquiera te he preguntado qué hacías tú ahí -dijo Riordan.
Lassiter siguió sin responder.
– ¿Qué hay de tu compañero? ¿Pisarzo?
– Pisarcik. Bueno, como te podrás imaginar está muerto de vergüenza. Tiene un buen chichón y todo el mundo piensa que es un mierdecilla, pero, ¿sabes qué? Es un buen chaval. Saldrá adelante. -Riordan hizo una pausa. Lassiter casi podía oír cómo se movían los engranajes de su cerebro. -Déjame que te haga una pregunta.
– ¿Qué?
– ¿No tienes nada que decirme? ¿Estás seguro de que no le comentaste nada a nadie sobre el traslado del prisionero, aunque fuera de pasada?
– …
– ¿Me has oído?
– Ni siquiera me voy a molestar en contestar eso.
– Mira, no es que el traslado fuera un secreto de Estado -replicó Riordan. -Teníamos gente en la comisaría, gente en el hospital, gente en el otro hospital. Lo sabía mucha gente. Puede que a alguien se le escapara algo. Puede que se te escapara a ti.
– Claro -repuso Lassiter con tono sarcástico.
– En cualquier caso…, los médicos dicen que va a necesitar ayuda.
– ¿Qué tipo de ayuda?
– Necesita antibióticos. Y una especie de ungüento para las quemaduras. Correremos la voz. Quién sabe, tal vez tengamos suerte.
– A estas alturas, ya podría estar en cualquier sitio. Hasta podría estar en Nueva York.
– No importa dónde esté. Con un agente asesinado, el grado de cooperación de la policía va a ser completamente distinto. Y, además, no olvides que ahora los federales también están metidos en el caso. Y te aseguro que el muy hijo de puta no va a pasar desapercibido.
– ¿Por qué no?
– Porque es italiano, italiano de verdad. Y tiene la cara echa un Cristo. Y eso no va a cambiar. Al verlo, la gente aparta la mirada. Pero lo mirarán. ¿Me explico?
– Sí. Como cuando hay un herido en un accidente. -Los dos hombres guardaron silencio durante unos segundos.
Había algo que no le cuadraba a Lassiter, pero no sabía qué. Por fin cobró forma.
– ¿Cómo es que llevaba encima las llaves del coche?
– ¿Qué? ¿Quién? ¿De qué estás hablando?
– De la enfermera. ¿Cómo es que llevaba encima las llaves del coche? No conozco a ninguna mujer que lleve las llaves del coche en el bolsillo. Lo que quiero decir es que… Estaba de servicio, ¿no? Las mujeres guardan las llaves en el bolso, en un cajón, donde sea, pero no las llevan en el bolsillo.
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