Robin Cook - ADN

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En el hospital más grande de Nueva York tiene lugar una serie de muertes, ante los ojos de la doctora encargada de las autopsias, inexplicables. El único punto en común entre los pacientes muertos -todos gozaban de muy buena salud- es que pertenecían al mismo seguro médico. Es la primera pista de una terrible historia en la que medicina, adelantos científicos y negocios se enfrentan en una trama de gran suspense…

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– Vayamos a la escena del crimen antes de pasar por el despacho de Rousseau. Según parece, los chicos del CSI han adelantado trabajo.

Cogieron el ascensor para bajar al sótano y siguieron las flechas para llegar al anfiteatro. Las viejas puertas tapizadas de cuero estaban abiertas de par en par, y una tira de cinta amarilla tendida de un lado a otro impedía la entrada. Un agente de uniforme guardaba el lugar. Lou se coló por debajo de la cinta, pero cuando Laurie quiso hacer lo mismo, el agente se lo impidió.

– Está bien -dijo Lou acudiendo en su ayuda-. Vienen conmigo. Déjelos pasar.

Unos potentes reflectores iluminaban el interior del anfiteatro semicircular, y su claridad alcanzaba incluso las filas superiores de asientos. Había varios investigadores que seguían trabajando.

– Me han dicho que habéis encontrado algo -dijo Lou al jefe de los investigadores.

– Eso creo -repuso este modestamente haciéndoles un gesto para que lo siguieran hacia la pared más alejada del escenario, donde señaló unas marcas de tiza en el suelo.

– Hemos establecido que el cuerpo acabó aquí, con la cabeza tocando el rodapié. A pesar de que la zona ha sido limpiada superficialmente, pudimos ver claramente las salpicaduras de sangre, lo cual nos dio una idea bastante clara de dónde se hallaba la víctima cuando le dispararon.

Phil guió entonces al grupo hasta la entrada del anfiteatro y señaló otros dos círculos de tiza cercanos.

– Aquí es donde encontramos los dos casquillos de nueve milímetros, lo cual nos hace pensar que el asesino se hallaba a unos cuatro metros de la víctima cuando le disparó.

Lou asintió mientras pasaba los ojos de un sitio a otro entre el lugar del cuerpo y el de los casquillos.

– Y por último -añadió Phil, guiándolos de nuevo hasta poner la mano en una mesa de autopsias-, aquí es donde fue mutilado.

– Un anfiteatro de autopsias -comentó Lou-. De lo más adecuado para el asesino.

– Desde luego -repuso Phil señalando el aparador lleno de instrumental-. Incluso tuvo a su disposición las herramientas adecuadas. Sabemos qué cuchillos y sierras empleó.

– Buen trabajo -dijo Lou, y miró a Jack y Laurie-. ¿Se os ocurre alguna pregunta que hacer como forenses que sois?

– ¿Cómo averiguasteis que la mesa de autopsias fue utilizada para seccionar las manos y la cabeza? -preguntó Jack.

– Desmontamos el drenaje -contestó Phil-. Había rastros en el codo.

– Veamos el lugar donde se halló el cuerpo -pidió el detective.

– No hay problema -respondió Phil.

Los condujo al otro lado del anfiteatro, más allá de donde habían dibujado en el suelo la silueta del cuerpo, y salieron por una puerta hasta un corto pasillo. Pasaron ante una pequeña oficina llena de trastos que, según Phil, eran del responsable del depósito. Al final del pasillo, llegaron a una recia puerta de madera que parecía salida de una carnicería. La abrieron con un chasquido, y una helada niebla que apestaba a formaldehído se esparció por el suelo.

Tanto Laurie como Jack estaban familiarizados con el tipo de cuarto que había al otro lado. Era exactamente igual que el refrigerador de Anatomía de la universidad, donde se almacenaban los cadáveres antes de ser llevados a diseccionar. A ambos lados había hileras de cuerpos colgando de tenazas insertadas en los oídos y sujetas al techo.

– El cuerpo de la víctima se encontraba en una camilla situada al fondo, cubierto por una sábana -dijo Phil señalando el final del cuarto-. Desde aquí no se ve bien. ¿Quieren que se lo enseñe?

– Yo paso -dijo Lou-. Los refrigeradores de cadáveres me ponen los pelos de punta.

– Es increíble que encontraran el cuerpo tan pronto -dijo Jack-. Me da la impresión que estos de aquí llevan años colgando.

Laurie alzó los ojos al cielo. Siempre le parecía sorprendente que Jack viera con humor cualquier situación.

– Desde luego, el asesino no quería que descubrieran el cuerpo ni que lo identificaran -comentó.

– Subamos al despacho de Rousseau -propuso Lou.

Dado que era sábado, la zona de Administración estaba casi desierta. Un agente de uniforme que estaba leyendo un ejemplar del Daily News se puso en pie de un salto cuando vio acercarse al grupo y en especial al detective Soldano. Tras él se hallaba la puerta del despacho de Roger, sellada con una tira de cinta amarilla de la policía.

– Confío en que nadie haya entrado ahí -dijo Lou al agente.

– No desde que usted llamó esta mañana, teniente.

Lou asintió y apartó la cinta, pero antes de que pudiera abrir la puerta, una voz lo llamó. Se dio la vuelta y vio a un hombre con aspecto de estrella cinematográfica caminando hacia él con la mano tendida. Tenía los grises cabellos veteados de rubio; y el rostro, bronceado, lo cual hacía que sus ojos azules aún lo parecieran más. Ofrecía todo el aspecto de estar recién llegado del Caribe. Lou se puso en guardia.

– Soy Charles Kelly, presidente del Manhattan General -dijo el hombre sacudiendo la mano del detective con innecesario vigor.

Lou había intentado concertar una cita con él el día antes, pero no le había sido concedida, como si semejante contacto estuviera por debajo de la categoría del presidente. Lou habría insistido si lo hubiera considerado importante; pero, tal como estaban las cosas, tenía asuntos más urgentes.

– Lo siento -añadió Charles-. Ayer no pudimos establecer contacto. Fue uno de esos días con la agenda a rebosar.

Lou asintió y vio que Kelly miraba a Jack y a Laurie, de modo que se los presentó.

– Me temo que ya conozco al doctor Stapleton -dijo Kelly, envarándose.

– ¡Buena memoria! -exclamó Jack-. Debe de hacer ya más de ocho años desde que os eché una mano cuando tuvisteis aquel lío con aquellos malditos gérmenes.

Charles se volvió hacia Lou.

– ¿Qué hacen ellos aquí? -Su tono era cualquier cosa menos amistoso.

– Me están ayudando en mi investigación.

Charles asintió, como si estuviera sopesando las palabras del detective.

– El lunes comunicaré al doctor Bingham que han estado ustedes aquí. Entretanto, quería presentarme ante usted, teniente, y decirle que estoy aquí para proporcionarle toda la ayuda que necesite.

– Gracias. Creo que por el momento tenemos todo lo que necesitamos.

– Hay algo más que me gustaría pedirle.

– Adelante, dispare.

– Con dos desgraciados asesinatos en prácticamente dos días, me gustaría que fuera todo lo discreto que pueda, en especial en lo tocante a los detalles morbosos del que han descubierto hoy. Es más, me gustaría pedirle con todos los respetos que cualquier información que vaya a difundirse pase primero por nuestro Departamento de Relaciones Públicas. Debemos pensar en la institución y evitar cualquier daño colateral.

– Me temo que algunos de los detalles más delicados de este caso ya están en manos de los medios -admitió Lou-. No tengo ni idea de qué más puede haberse filtrado, pero yo me vi obligado a celebrar una miniconferencia de prensa. Le aseguro que no facilité detalles. En una investigación como esta, es mejor no hacerlo.

– Esa es mi opinión precisamente, aunque supongo que por motivos diferentes -dijo Charles-. De todas maneras, estaremos agradecidos de cualquier ayuda que pueda usted brindarnos en esta desgraciada circunstancia. Buena suerte con sus investigaciones.

– Gracias -contestó Lou.

Charles Kelly dio media vuelta y se alejó.

– ¡Menudo capullo! -comentó Jack.

– Apuesto a que estuvo en Harvard -dijo Lou no sin envidia.

– Vamos, acabemos con esto -apremió Laurie-, que yo tengo que volver al trabajo.

El detective abrió la puerta, y los tres entraron en el despacho.

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