Robin Cook - ADN
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A continuación, Jack le describió brevemente la escena tal como la había vivido.
– Bien. Sin duda estará en el primer lugar de mi lista de personas con las que debo hablar -repuso Lou-. Estaré ahí lo antes posible, lo cual significa que dentro de una media hora. Entretanto llamaré a los del distrito y les diré que manden un par de agentes de uniforme para que vigilen la entrada de esa unidad de cuidados en caso de que tú tengas que ir al lavabo o a alguna otra parte.
– Me parece bien.
– ¿Llevas despierto toda la noche?
– Pues sí -reconoció Jack.
– De acuerdo. Aguanta ahí. Nos veremos enseguida.
Jack estaba a punto de colgar cuando oyó que Lou añadía:
– ¡Ah, oye! No te hagas el héroe y estate quieto, ¿vale?
– No te preocupes -contestó Jack-. Después de lo que he pasado, me cuesta hasta respirar. No pienso moverme de aquí.
Jack colgó, dejó el móvil a un lado y cerró los ojos de nuevo. Se sentía más tranquilo tras haber hablado con Lou Soldano. El peso del delito cometido contra Laurie y las demás víctimas ya no descansaba sobre sus hombros. Para él, había sido como pasar el testigo en una carrera de relevos, lo cual significaba que su aportación había finalizado. Lo que no sabía era lo mucho que iba a lamentar no seguir sus propios consejos.
25
– Perdón -dijo Caitlin tras dar un golpecito a Jack en el hombro.
Este parpadeó y salió de las profundidades del sueño. Se sentía como si despertara de la muerte; pero, a medida que su visión se aclaraba y se situaba en tiempo y lugar, se estiró para incorporarse. Estaba sorprendido y disgustado por haberse quedado dormido.
– ¿Qué sucede? -balbuceó-. ¿Laurie está bien?
– No le pasa nada -aseguró Caitlin-. Los análisis de potasio son normales, y sus constantes vitales se mantienen firmes como la roca. Incluso ha podido tomar algo por vía oral porque la doctora Riley se lo ha permitido. También le han retirado el drenaje, así que evoluciona perfectamente.
– Estupendo -repuso Jack inclinándose hacia delante para ponerse en pie, pero Caitlin lo empujó por el hombro suavemente para que siguiera sentado.
– Sé que quiere entrar a verla, pero creo que es mejor que por el momento Laurie se quede tranquila y descanse. Está agotada y duerme.
Jack se recostó en el sofá y asintió.
– Estoy seguro de que tiene usted razón. La verdad es que, en estos momentos, lo que me preocupa de verdad es su seguridad. No me cabe duda de que usted ya habrá deducido que alguien administró deliberadamente a Laurie una dosis letal de potasio.
– Ya lo había imaginado -repuso Caitlin-, pero quédese tranquilo, estoy convencida de que la unidad de cuidados es un lugar seguro. De todas maneras, para estar totalmente seguros, he pedido a uno de mis residentes que no se aparte de la cama de la señorita Montgomery. No se preocupe, vigilará como un halcón y no se podrá acercar nadie sin autorización.
– Perfecto -dijo Jack.
– Supongo que no debería preguntarle quién cree usted que lo ha hecho, ¿no?
– Me parece que lo más conveniente sería hablar del asunto lo menos posible hasta que se haya resuelto -convino Jack-. Sé que eso es difícil en un hospital, donde los rumores corren como la pólvora; pero creo que sería mejor para todos si, durante unos días, usted y sus colegas no dicen nada de lo ocurrido esta noche. Dentro de poco llegará un detective de Homicidios, y confío en que él podrá llegar hasta el fondo del asunto.
En esos momentos, dos agentes uniformados aparecieron en el umbral. Uno era un fornido afroamericano cuya musculatura tensaba hasta el límite el tejido de su uniforme. Su nombre era Kevin Fletcher. El otro era una mujer de origen hispano, comparativamente menuda, llamada Toya Sánchez. Ambos actuaban con cierta reserva por hallarse en un hospital y se identificaron ante Jack hablando casi en susurros. Le dijeron que les habían dado orden de presentarse a él y a continuación esperaron, como si no supieran qué más hacer.
– ¿Por qué no cogen unas sillas y montan guardia ante la entrada de la Unidad de Cuidados Coronarios? -les propuso Jack-. Asegúrense de que todos lo que entren estén autorizados. -Luego, volviéndose hacia Caitlin, le preguntó-: Supongo que esta es la única entrada, ¿verdad?
– Sí, lo es -le aseguró ella.
Satisfechos por tener algo concreto que hacer, los dos policías siguieron el consejo de Jack y enseguida ocuparon sus posiciones a ambos lados de la entrada. A Jack le pareció que, como mínimo, su presencia resultaba imponente. De todas maneras, era el ajetreo de la UCC el que proporcionaba la verdadera seguridad.
– Tengo que hacer mi ronda -anunció Caitlin-, de modo que lo dejaré aquí para que siga su vigilia.
– Gracias por todo lo que ha hecho -le dijo Jack de corazón-. Ha estado usted fantástica.
– La clave estuvo en la pista que me dio usted con el potasio -contestó ella-. Quizá debería pensar en convertirse en residente de cardiología. Haríamos un estupendo equipo.
Jack se echó a reír y se preguntó si aquella joven estaría flirteando con él, pero enseguida se burló de su propia vanidad, convencido de que de ese modo intentaba compensar lo viejo que Caitlin lo había hecho sentir. Se despidió con un gesto de la mano cuando ella salió de la sala de espera. Después, volvió a instalarse en el sofá. No creía que fuera a dormirse de nuevo porque había sufrido una descarga de adrenalina al despertarse, de modo que empezó a darle vueltas a lo que significaba que alguien estuviera asesinando pacientes que tenían marcadores de genes defectuosos. Enseguida tuvo claro que la explicación de semejante canallada no podía atribuirse a los trastornos de personalidad de un asesino, por mucho que el individuo que estuviera inyectando las dosis de potasio estuviera loco de remate. Jack tenía la certeza de que se trataba de una conspiración más vasta en la que necesariamente tenían que estar implicados altos responsables de AmeriCare. Para él se trataba de un espantoso ejemplo del modo en que el ejercicio de la medicina podía acabar distorsionado cuando esta se convertía en un gran negocio donde acababa prevaleciendo el beneficio económico. Jack estaba personalmente al corriente de que en los más altos niveles administrativos de esas inmensas compañías sanitarias y en sus hospitales se escondían personas que, desde el punto de vista burocrático e incluso geográfico, se hallaban tan alejadas del objetivo principal de su actividad que podían quedar fácilmente cegadas por la necesidad de obtener beneficios, y en último término incluso por el valor de las acciones de la compañía.
Un revuelo en el vestíbulo interrumpió los pensamientos de Jack. Acababa de llegar un grupo de enfermeras, y la presencia de la policía comprobando sus acreditaciones antes de dejarlas entrar había desencadenado el barullo. Jack se asomó para verlas reír y bromear y se preguntó si seguirían haciéndolo si supieran lo que estaba ocurriendo en la trastienda de su hospital. Volvió al sofá. Las enfermeras, incluso más que los médicos, eran las que estaban en el día a día de las trincheras, luchando cuerpo a cuerpo contra la muerte y la incapacitación. No le cabía duda de que se enfurecerían si llegaban a enterarse de que una de ellas era sospechosa de tantos crímenes.
Aquellos pensamientos hicieron que Jack se acordara de Jasmine Rakoczi. Si, tal como sospechaba, ella era la culpable, entonces tenía que tratarse de un personaje ferozmente antisocial. De todos modos, Jack no dejaba de pensar que se equivocaba: ¿cómo era posible que alguien así hubiera decidido ser enfermera? Además, suponiendo que lo fuera, ¿cómo era posible que hubiera conseguido trabajo en un centro tan prestigioso? No tenía sentido, especialmente si se tenía en cuenta que algún contable oculto en lo más profundo de la estructura organizativa de AmeriCare tenía que comunicarle a quién debía llenar de potasio.
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