Stacy lo miró alejarse mientras en su cabeza se agolpaban las cosas que le había dicho, las cosas que había averiguado sobre el juego. Volvió a pensar en el individuo que la había agredido la noche anterior.
La había advertido de que “se mantuviera al margen”. ¿Al margen de qué?, se preguntaba. ¿De la investigación? ¿O del juego?
“Lo peligroso no es el juego, sino la obsesión por el juego”.
Stacy se detuvo ahí. ¿Y si alguien se había obsesionado con el juego hasta el punto de ponerlo en práctica en el mundo real, confundiendo realidad y fantasía?
¿Habría caído Cassie sin saberlo en aquella trama?
Un arma poderosa en las manos equivocadas.
Había tantas cosas en la vida que lo eran… El poder. Las armas. El dinero. Casi cualquier cosa.
Contempló el cuadro que Leonardo Noble había pintado ante sus ojos: un chiflado jugando de verdad a un juego de rol fantástico. Una partida en la que el único modo de ganar era liquidar a los demás personajes y enfrentarse luego al Conejo Blanco en persona, el personaje que controlaba el juego, el tramposo definitivo.
Un auténtico Conejo Blanco.
La relación entre Cassie y el cuadro que había pintado Leonardo Noble era endeble en el mejor de los casos, pero Stacy no podía evitar preguntarse si habría algún vínculo.
Cosas más raras habían pasado.
El año anterior, en Dallas.
Billie se acercó con una bandeja de degustación. Stacy vio que eran magdalenas de chocolate. Chocolate negro y de sabor intenso. La bandeja de degustación de Billie y la hora de su aparición constituían materia de bromas entre los clientes habituales de la cafetería. Si había líos a la vista o un plato jugoso que probar, la bandeja de degustación hacía acto de aparición. Billie parecía saber de manera innata cuál era el momento idóneo (y el pastelillo adecuado) para compartir con sus clientes.
Billie esbozó la enigmática sonrisa que le había permitido cazar a cuatro maridos, incluyendo a su actual esposo, el multimillonario y nonagenario Rocky St. Martin.
– ¿Una magdalena?
Stacy tomó un trocito, consciente de que la golosina no le saldría gratis. Billie esperaba su recompensa… en forma de datos.
Como cabía esperar, dejó la bandeja en la mesa, retiró una silla y se sentó.
– ¿Quién era ése y qué quería?
– Era Leonardo Noble. Quería contratarme.
Billie enarcó una de sus cejas perfectas y empujó la bandeja llena de trocitos de magdalena hacia Stacy.
Ésta se echó a reír, tomó otro trocito y volvió a deslizar la bandeja hacia Billie.
– Tiene que ver con Cassie. Más o menos.
– Eso me parecía. Explícate.
– ¿Recuerdas que te dije que Cassie iba a encontrarse con un tal Conejo Blanco? -la otra asintió-. Ese hombre, Leonardo Noble, es el inventor del juego.
Stacy vio brillar el interés en los ojos de Billie.
– Continúa.
– Desde la última vez que hablamos, he descubierto algunas cosas sobre el juego. Que es oscuro y violento. Que el Conejo Blanco y el último jugador vivo se enfrentan a muerte.
– Qué encantador.
Stacy le habló de las postales que había recibido Noble y le explicó su teoría acerca de que alguien había empezado a jugar en la vida real.
– Sé que parece una locura, pero…
– Pero podría ocurrir -concluyó Billie en su lugar. Se inclinó hacia Stacy-. Hay estudios que demuestran que en personas que no distinguen claramente entre realidad y fantasía los juegos de rol pueden ser una herramienta peligrosa. Si a eso se le añade un juego como Dragones y Mazmorras o Conejo Blanco, juegos con una implicación emocional y psicológica intensa… el resultado puede ser explosivo.
– ¿Cómo sabes tú todo eso? -preguntó Stacy.
– En una vida anterior fui psicóloga clínica.
Stacy supuso que debía sorprenderse. O sospechar que Billie Bellini era una mentirosa patológica o una artista del timo. A fin de cuentas, en el tiempo relativamente corto que hacía que la conocía, Billie le había hablado de cuatro matrimonios y de sus experiencias como azafata de vuelo y modelo de pasarela. Y ahora, esto. Tan vieja no era.
Pero Billie siempre tenía datos o anécdotas auténticas para respaldar sus afirmaciones.
Stacy sacudió la cabeza y volvió a pensar en que sonaban a Leonardo Noble y en los acontecimientos de los días anteriores.
– Le he tocado las narices a alguien.
Lo dijo casi para sí misma, pero Billie arrugó la frente inquisitivamente. Stacy le contó en pocas palabras lo ocurrido la noche anterior. El asunto de la agresión, las palabras que aquel hombre le había murmurado al oído, el hecho de que el servicio de seguridad del campus creyera que era el mismo que había violado a tres alumnas unos meses antes, ese mismo curso.
– Sé lo que oí -concluyó.
Su amiga permaneció callada un momento y luego asintió.
– Lo sé. Fuiste policía, es uno de esos errores que no cometerías nunca -se levantó y recogió la bandeja. Miró a Stacy-. Te aconsejo que tengas mucho cuidado, amiga mía. No me apetece ir a tu entierro.
Stacy la miró alejarse mientras consideraba lo que le había dicho. La línea borrosa entre la fantasía y la realidad. ¿Habría trabado Cassie sin darse cuenta relación con un demente que había iniciado una partida en la vida real? ¿Le habría molestado ella de algún modo, habría atraído su atención?
Maldición. Sabía lo que tenía que hacer. Abrió su teléfono móvil y marcó el número de Leonardo Noble.
– Acepto el trabajo -dijo cuando él contestó-. ¿Cuándo quiere que empiece?
Domingo, 6 de marzo de 2005
8:00 a.m.
Leonardo propuso la hora de su encuentro y Stacy escogió el lugar: el Café Noir.
Los domingos por la mañana, antes de las diez, solía haber poco jaleo en la cafetería. Por lo visto la clientela habitual o bien iba temprano a los servicios religiosos o se quedaba durmiendo hasta tarde.
– Qué pronto has venido -le dijo Stacy a Billie al llegar a la barra.
– Tú también -Billie la recorrió con la mirada-. Vas a aceptar el trabajo, ¿verdad? ¿El que te ofreció el inventor del juego?
– Leonardo Noble. Sí.
Su amiga marcó en la caja el importe de su pedido sin preguntar lo que quería. No hacía falta; Billie sabía que, si quería algo aparte del capuchino de siempre, largo de café, se lo diría.
Stacy le dio un billete de veinte; Billie le devolvió el cambio y se acercó a la cafetera. Puso el café y batió la leche sin decir nada.
Stacy frunció el ceño.
– ¿Qué pasa? -preguntó.
– No sé si esto me gusta.
– Pues peor para ti.
– ¿Estás segura de que hablaba en serio?
– ¿Qué quieres decir?
– Tengo la impresión de que alguien que inventa juegos de rol tiene que disfrutar jugando a ellos.
Stacy ya había considerado aquella idea. Que Billie lo hiciera le causó cierta sorpresa.
– Eres muy lista, ¿lo sabes?
– Y yo que creía que sólo era otra cara bonita.
Stacy se echó a reír. Cuando una mujer tenía el físico de Billie, rara vez se la valoraba por su inteligencia. Incluso ella había caído en la trampa. Al conocer a Billie, la había clasificado como una rubia sin cerebro. Ahora sabía que no lo era.
– Se me da bastante bien averiguar cosas -dijo-. Si necesitas un topo, avísame.
Billie Bellini, la súper espía.
– Estarías muy guapa con gabardina.
– Puedes apostar a que sí -sonrió-. Y no lo olvides.
No lo olvidaría, pensó Stacy mientras se alejaba de la barra. Sin duda Billie podía conseguir información que otros no conseguirían arrancar ni con una palanca.
Siempre y cuando sus fuentes fueran hombres.
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