– ¿Cómo sabemos que Méndez sigue en Guadalajara?
Porque Parada le pidió que fuera a verle.
Porque Adán le pidió a Parada que se lo pidiera.
– Quiero parar la violencia -le dice al anciano sacerdote.
– Eso es fácil -contesta Parada-. Párala.
– No es tan fácil -arguye Adán-. Por eso le pido ayuda.
– ¿A mí? ¿Para qué?
– Para hacer las paces con Güero.
Adán sabe que ha tocado un punto débil, el punto que ningún sacerdote puede resistir.
Presenta a Parada una difícil elección. No es idiota. Sabe que si, contra todo pronóstico, consiguiera hacer las paces entre los Barrera y los Méndez, también estaría favoreciendo un ambiente más eficaz para el funcionamiento de los cárteles de la droga. En ese sentido, estaría colaborando a perpetuar un mal, cosa que, como sacerdote, ha jurado no hacer. Por otra parte, también ha jurado aprovechar cualquier oportunidad de mitigar el mal, y la paz entre los dos cárteles enfrentados impediría solo Dios sabe cuántos asesinatos más. Y obligado a elegir entre los males del tráfico de drogas y el asesinato, ha de juzgar el asesinato como un mal mayor.
– ¿Quieres sentarte a hablar con Güero? -pregunta.
– Sí, pero ¿dónde? Güero no querrá ir a Tijuana, y yo no quiero ir a Culiacán.
– ¿Vendrías a Guadalajara? -pregunta Parada.
– Si garantiza mi seguridad.
– ¿Tú garantizarías la de Güero?
– Sí -dice Adán-, pero él no aceptaría esa garantía, del mismo modo que yo no aceptaría la de él.
– No es eso lo que estoy preguntando -dice Parada impaciente-. Te estoy preguntando si jurarás no atentar contra Güero de ninguna manera.
– Lo juro por mi alma.
– Tu alma, Adán, es más negra que el infierno.
– Cada cosa a su tiempo, padre.
Parada escucha. Si puedes arrojar un solo rayo de luz en la oscuridad, a veces se convierte en una cuña que se propagará hasta iluminar todo el vacío. Si no creyera en esto, piensa mientras reflexiona sobre el alma de este asesino múltiple, no podría levantarme por las mañanas. De modo que, si este hombre está pidiendo ese único rayo de luz, no puedo negarme.
– Lo intentaré, Adán -dice.
No será fácil, piensa mientras cuelga el teléfono. Si la mitad de lo que he oído sobre la guerra entre estos hombres es cierto, será imposible convencer a Güero para que venga a hablar con Adán Barrera sobre paz. Aunque puede que también esté harto de matar.
Tarda tres días en poder ponerse en contacto con Méndez.
Parada se pone en contacto con viejos amigos de Culiacán y hace correr el rumor de que quiere hablar con Güero. Tres días después, Güero llama.
Parada no pierde el tiempo con preliminares.
– Adán Barrera quiere hablar de paz.
– No me interesa la paz.
– Deberías.
– Mató a mi mujer y a mis hijos.
– Más motivo aún.
Güero no ve la lógica, pero lo que sí ve es una oportunidad. Mientras Parada insiste sobre la reunión de Guadalajara en un lugar público, con él como mediador y «todo el peso moral de la Iglesia» como garantía de su seguridad, Méndez ve la oportunidad de sacar por fin a los Barrera de su fortaleza de Baja. Al fin y al cabo, su mejor oportunidad de matarlos fracasó, y tiene el culo clavado en San Diego.
Así que escucha, y mientras oye al cura insistir en que su mujer y sus hijos lo habrían deseado así, finge algunas lágrimas de cocodrilo, y después, con voz entrecortada, accede a celebrar la reunión.
– Lo intentaré, padre -dice en voz baja-. Aprovecharé esta oportunidad de hacer las paces. ¿Podemos rezar juntos, padre? ¿Podemos rezar por teléfono?
Y mientras Parada pide a Dios que les ayude a encontrar la luz de la paz, Güero está rezando a San Jesús Malverde para algo diferente.
No cagarla esta vez.
La van a cagar a base de bien. Es lo que opina Callan.
Mientras contempla el espectacular Looney Toon que Raúl está montando en la ciudad de Guadalajara. Es de una ridiculez absoluta, exhibirse en este desfile, con la esperanza de localizar a Güero para alinearse en paralelo como acorazados ante una isla y volarle por los aires.
Callan ha dado grandes golpes. Él mismo fue el hombre que descabezó a dos de las Cinco Familias, y trata de explicarle a Raúl cómo deberían hacerse las cosas. («Averiguas dónde va a estar en un momento concreto, llegas antes y le tiendes una emboscada.») Pero Raúl no le hace caso: es un cabezota. Es como si quisiera que saliera mal. Se limita a sonreír y a decir a Callan:
– Calma, tío, y estate preparado cuando empiece el tiroteo.
Durante toda una semana las fuerzas de los Barrera atraviesan la ciudad, día y noche, en busca de Güero Méndez. Y mientras ellos miran, otros hombres escuchan. Raúl ha apostado a técnicos en otro piso franco, que utilizan el equipo de tecnología más avanzado para captar llamadas de móviles, con la intención de interceptar mensajes entre Güero y sus lugartenientes.
Güero está haciendo lo mismo. Tiene sus propios técnicos en su propio piso franco controlando el tráfico de móviles, intentando localizar a los Barrera. Ambos bandos juegan al mismo juego, cambian de móviles sin cesar, se trasladan de un piso franco a otro, patrullan las calles y las ondas, intentan localizarse y matarse entre sí antes de que Parada organice la reunión de paz, que solo puede terminar en un peligroso tiroteo.
Y ambos bandos están intentando lograr ventaja, recabar cualquier información que les sea provechosa: qué clase de coche conduce el enemigo, cuántos hombres tiene en la ciudad, quiénes son, qué tipo de armas portan, dónde se hospedan y qué ruta tomarán. Tienen espías trabajando, dedicados a investigar qué policías están en nómina, cuándo estarán de servicio, si rondarán los federales y por dónde.
Ambos bandos están escuchando los teléfonos del despacho de Parada, intentan averiguar sus horarios, sus planes, cualquier cosa que les proporcione un indicio sobre dónde pretende celebrar la reunión y les conceda ventaja para tender una emboscada. Pero el cardenal esconde sus cartas, por ese mismo motivo, y ni Barrera ni Méndez pueden descubrir dónde o cuándo tendrá lugar la reunión.
Uno de los técnicos de Raúl descubre algo sobre Güero.
– Está utilizando un Buick verde -dice a Raúl.
– ¿Güero conduce un Buick? -pregunta Raúl con desdén-. ¿Cómo lo sabes?
– Uno de sus chóferes llamó a un taller -explicó el técnico-. Quería saber cuándo iba a estar listo el Buick. Es un Buick verde.
– ¿Qué garaje? -pregunta Raúl.
Pero para cuando llegan, el Buick ya no está.
De manera que la búsqueda continúa, día y noche.
Adán recibe la llamada de Parada.
– Mañana a las dos y media en el hotel del aeropuerto de Hidalgo -le dice Parada-. Nos encontraremos en el vestíbulo.
Adán ya lo sabía, tras haber interceptado una llamada del chófer del cardenal a su mujer para comentar sus horarios del día siguiente. Confirma lo que Adán ya sabía: el cardenal Antonucci llega desde Ciudad de México a la una y media, y Parada va a recogerle al aeropuerto. Después subirán a una sala de conferencias privada para celebrar una reunión, después de la cual el chófer de Parada devolverá a Antonucci al aeropuerto para que tome el vuelo de las tres, y Parada se quedará en el hotel, para asistir a la cumbre de paz con Méndez y Adán.
Adán lo ha sabido desde el principio, pero era absurdo revelárselo a Raúl hasta el último momento.
Adán se aloja en un piso franco diferente del resto. Baja al sótano, donde el verdadero escuadrón de la muerte está atrincherado. Estos sicarios han ido llegando en vuelos diferentes durante los últimos días, los han recogido con discreción en el aeropuerto y después los han tenido encerrados en este sótano. La comida ha llegado de diferentes restaurantes a horas diferentes, o la han preparado en la cocina de arriba para luego bajarla. Nadie ha ido de paseo o de putas. Es algo estrictamente profesional. Una decena de uniformes de la policía estatal de Jalisco están pulcramente doblados sobre unas mesas. Chalecos antibalas y AR-15 esperan en los percheros.
Читать дальше