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Don Winslow: El poder del perro

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Don Winslow El poder del perro

El poder del perro: краткое содержание, описание и аннотация

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La guerra contra las drogas al desnudo. Un thriller épico, coral y sangriento que explora los rincones de la miseria humana. Cuando su compañero aparece muerto con signos de haber sido torturado por la mafa de la droga, el agente de la DEA Art Keller, emprende una feroz venganza. Encadenados a la misma guerra, se encuentran una hermosa prostituta de alto standing; un cura católico confdente de ésta y empeñado en ayudar al pueblo, y Billy «el niño» Callan, un chico taciturno convertido en asesino a sueldo por azar. Narcovaqueros, campesinos, mafa al puro estilo italo-americano, policías corruptos, un soplón y un santo milagrero conforman el universo de esta historia de traiciones, frustración, amor, sexo y fe sobre la búsqueda de la redención. Una trama vertiginosa y absorbente, repleta de sangre, narcos mexicanos, nacionalistas irlandeses, implicaciones políticas nternacionales, torturas, venta de armas, alta tecnología. Un universo en sí misma. La novela transporta al lector de los suburbios de Nueva York, a San Diego, de los desiertos mexicanos pasando por el río Putumayo en Colombia hasta un violento desenlace fnal.

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Art sonrió con humildad. Hasta eso le dolió.

– Ya te has enterado.

– ¿Sabes qué me han dicho? -preguntó Taylor-. Esta mañana me he reunido con Miguel Barrera. Ya sabes quién es, ¿verdad, Keller? Es un poli del estado de Sinaloa, ayudante especial del gobernador, el hombre de esta zona. Hace dos años que estamos intentando convencerle de que trabaje con nosotros. Y ha tenido que ser él quien me informe de que uno de mis agentes está armando bulla con los lugareños…

– Fue un combate de entrenamiento.

– Da igual -dijo Taylor-. Estos tipos no son nuestros colegas ni nuestros compañeros de copas. Son nuestros objetivos y…

– Tal vez sea ese el problema -se oyó decir Art.

Una voz incorpórea que no podía controlar. Tenía la intención de mantener la boca cerrada, pero estaba demasiado jodido para ceñirse a la disciplina.

– ¿Cuál es el problema?

Joder, pensó Art. Demasiado tarde.

– Que a «esos tipos» los consideramos «objetivos».

Y en cualquier caso, estaba cabreado. ¿Las personas eran objetivos? He estado allí, he hecho eso. Además, averigüé más cosas anoche que en los últimos tres meses.

– Escucha, aquí no vas de agente secreto -dijo Taylor-. Trabaja con la policía local…

– No puedo, Tim -contestó Art-. Has conseguido indisponerme con ellos.

– Voy a echarte de aquí -dijo Tim-.Te quiero fuera de mi equipo.

– Empieza el papeleo -dijo Art. Estaba harto de aquella mierda.

– No te preocupes, lo haré -dijo Taylor-. Entretanto, Keller, intenta comportarte como un profesional.

Art asintió y se levantó de la silla.

Despacio.

Mientras la espada de Damocles de la burocracia pendía sobre su cabeza, Art pensó que podría seguir trabajando.

¿Cómo es ese dicho?, se preguntó. ¿Que pueden matarte, pero no pueden comerte? Lo cual no es cierto, pueden matarte y comerte, pero eso no significa que te lo tomes con calma. La idea de ir a trabajar con el equipo de un senador le deprimía hasta extremos insospechables. No era tanto el trabajo como que se lo consiguiera el padre de Althie, y Art tenía una actitud ambivalente hacia las figuras paternas.

Era la idea del fracaso.

No dejes que te noqueen, oblígales a noquearte. Oblígales a romperse las putas manos para noquearte, infórmales de que están peleando, dales algo para que se acuerden de ti cada vez que se miren en el espejo.

Volvió al gimnasio.

– ¡Qué noche brutal -dijo a Adán-. Me mata la cabeza.

– Pero gozamos.

Ya lo creo que nos lo pasamos bien, pensó Art.Tengo la cabeza hecha una mierda.

– ¿Cómo está el Leoncito?

– ¿César? Mejor que tú -dijo Adán-.Y mejor que yo.

– ¿Dónde está Raúl?

– Echando un polvo, seguramente -dijo Adán-. Es el coño ese. ¿Quieres una cerveza?

– Sí, joder.

Dios, qué bien sabía. Art tomó un sorbo largo y maravilloso, y después apoyó la botella fría contra su mejilla hinchada.

– Estás hecho una mierda -dijo Adán.

– ¿Tanto?

– Casi.

Adán hizo una seña al camarero y pidió un plato de embutidos. Los dos hombres se sentaron a una mesa de la terraza y vieron desfilar el mundo ante sí.

– Así que eres un agente de la brigada de narcóticos -dijo Adán.

– Ese soy yo.

– Mi tío es poli.

– ¿No quieres seguir la tradición familiar?

– Soy contrabandista -dijo Adán.

Art enarcó una ceja. Le dolió.

– Téjanos -dijo Adán, y rió-. Mi hermano y yo vamos a San Diego, compramos téjanos y los pasamos clandestinamente por la frontera. Los vendemos libres de impuestos en la parte trasera de un camión. Te sorprendería saber cuánto dinero se gana.

– Pensaba que ibas a la universidad. ¿Qué era?, ¿contabilidad?

– Hay que tener algo que contar -dijo Adán.

– ¿Tu tío sabe lo que haces para pagarte las cervezas?

– Tío lo sabe todo -dijo Adán-. Cree que es frivolo. Quiere que me dedique a algo «serio». Pero el negocio de los téjanos es bueno. Aporta algo de dinero hasta que lo del boxeo despegue. César será campeón. Ganaremos millones.

– ¿Has intentado boxear? -preguntó Art.

Adán sacudió la cabeza.

– Soy pequeño, pero lento. Raúl es el luchador de la familia.

– Bien, creo que yo he librado mi último combate.

– Creo que es una buena idea.

Los dos rieron.

Es curiosa la forma en que se forjan las amistades.

Art pensaría en eso unos años después. Un combate de entrenamiento, una noche de borrachera, una tarde en la terraza de un café. Conversación, ambiciones compartidas mientras se suceden platos, botellas y horas compartidas. Un torneo de chorradas. Risas.

Art pensaría en eso, cuando se dio cuenta de que, hasta que no conoció a Adán Barrera, no había tenido amigos.

Tenía a Althie, pero eso era diferente.

Puedes describir a tu mujer como tu mejor amiga, pero no es lo mismo. No es el rollo masculino, el hermano que nunca tuviste, el tipo con el que te vas de copas.

Cuates, amigos, casi hermanos.

Cuesta saber cómo ocurre.

Tal vez lo que Adán vio en Art fue lo que no encontraba en su hermano: una inteligencia, una seriedad, una madurez de las que él carecía pero anhelaba.Tal vez lo que Art vio en Adán… Joder, durante años intentaría explicarlo, incluso a sí mismo. Era solo que, en aquellos tiempos, Adán Barrera era un buen chico. Realmente lo era, o al menos lo parecía. Fuera lo que fuese lo que dormía en su interior…

Tal vez duerme en el fondo de todos nosotros, pensaría más tarde Art.

En mi interior se ocultaba, ya lo creo. El poder del perro.

Fue Adán, inevitablemente, quien le presentó a Tío.

Seis semanas después, Art estaba tumbado en su cama de la habitación del hotel viendo un partido de fútbol en la tele, sintiéndose como una mierda porque Tim Taylor acababa de recibir la autorización para trasladarle. Supongo que me enviará a Iowa para comprobar que las farmacias cumplen las normas de prescripción de medicamentos para el resfriado o algo por el estilo, pensó Art.

Carrera terminada.

Alguien llamó a la puerta.

Art la abrió y vio a un hombre con traje negro, camisa blanca y fina corbata negra. El pelo peinado hacia atrás a la vieja usanza, bigotillo, ojos tan negros como la medianoche.

Unos cuarenta años, con una seriedad delViejo Mundo.

– Señor Keller, perdone por entrometerme en su privacidad -dijo-. Me llamo Miguel Ángel Barrera, de la policía estatal de Si-naloa. Me pregunto si podría robarle unos minutos de su tiempo.

Por supuesto, pensó Art, y le invitó a entrar. Por suerte, a Art le quedaba casi toda una botella de whisky, abandonada tras una serie de noches solitarias, de modo que pudo ofrecer una copa al hombre. Barrera la aceptó y ofreció a Art un delgado habano.

– Lo dejé -dijo Art.

– ¿Le importa que fume?

– Viviré indirectamente por mediación de usted -contestó Art.

Buscó a su alrededor un cenicero y descubrió uno. Después, los dos hombres se sentaron a una pequeña mesa junto a la ventana. Barrera miró a Art unos segundos, como si meditara sobre algo.

– Mi sobrino me pidió que pasara a verle -dijo.

– ¿Su sobrino?

– Adán Barrera.

– Claro.

«Mi tío es poli», pensó Art. Así que este es «Tío».

– Adán me engañó para que subiera al cuadrilátero y me enfrentara a uno de los mejores pugilistas que he visto en mi vida -explicó Art.

– Adán se cree que es representante -dijo Tío-. Raúl se cree que es entrenador.

– Lo hacen bien -dijo Art-. César podría llevarles muy lejos.

– Yo soy el dueño de César -dijo Barrera-. Soy un tío indulgente, dejo jugar a mis sobrinos, pero pronto tendré que contratar a un representante y a un entrenador de verdad para César. No se merece menos. Será campeón.

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