Lei Xueguang era el quinto sospechoso de la lista.
– ¡Ah, Lei! Lo crea o no, Yin le ayudó a su manera -exclamó Oíd Liang en un tono dramático que hizo que Yu pensara en su padre, Oíd Hunter-. Pero ya sabe lo que dicen, «Ninguna buena acción queda impune».
A principios de los setenta habían descubierto a Lei, por entonces estudiante de instituto, robando en una furgoneta gubernamental del distrito, y le habían condenado a diez años de prisión. Fue mala suerte que precisamente aquel año se estuviera llevando a cabo una campaña de «mano dura contra la delincuencia». Por consiguiente, castigaban a los delincuentes con mucha más severidad que otros años. Cuando Lei salió de la cárcel no tenía trabajo. No cabía la posibilidad de asignarle un trabajo en una compañía estatal. En aquella época se estaba empezando a permitir la aparición de empresas privadas, pero sólo a escala muy limitada, como un «complemento secundario de la economía socialista». Si Lei hubiera tenido una habitación en un primer piso con una puerta que diese acceso a la calle, podría haber convertido su casa en una tienda pequeña o en un restaurante. Algunas personas en la zona lo habían hecho, convirtiendo así la mayor parte de su vivienda en un negocio. Pero Lei no disponía de ese tipo de habitación. Y tampoco poseía contactos. Sus intentos por conseguir una licencia empresarial fueron en vano.
Para sorpresa de todos los que vivían en la calle, Yin mencionó a Lei en un artículo publicado en el Wenhui Daily como ejemplo de la falta de sensibilidad por parte de los comités de vecinos. «Un hombre joven debe encontrar la manera de ganarse la vida, de otro modo puede que vuelva a delinquir», escribió. Los miembros del comité local debieron leer el artículo; concedieron a Lei una licencia empresarial para dirigir un puesto de pasteles de cebolla a la entrada de la calle. Nadie mostró ninguna objeción, excepto los ciclistas temerarios que entraban y salían constantemente de la zona. El dueño del nuevo puesto de pasteles de cebolla debió haber oído hablar del artículo, ya que la primera vez que Yin quiso pagarle éste se negó a aceptar el dinero.
El negocio no fue mal. Lei pronto contrató a una chica del barrio, la cual se convirtió en su novia. No tardó mucho en extender el negocio. Además de los pasteles de cebolla, empezó a vender almuerzos preparados que incluían una variedad de especialidades populares como filetes de cerdo, ternera con salsa de ostras, fajas de pescado frito, o tofu picante de la Tía Ma. Cada plato se servía encima de una ración de arroz cocido, y se acompañaba con una taza pequeña de sopa agria caliente. Dado que su tienda estaba exenta de alquiler, Lei consiguió vender comida bastante buena a bajo precio. Las cajas de plástico y los palillos de usar y tirar atrajeron principalmente a oficinistas que trabajaban en los edificios nuevos de las inmediaciones. La fama de los almuerzos que Lei vendía se extendió, y los clientes hacían largas colas para comprar. Estableció un segundo gran horno de carbón a la entrada de la calle y contrató a dos chicas de provincia para que le ayudaran.
– «En la desgracia, está la fortuna; en la fortuna, está la desgracia». Esas son las palabras exactas que escribió Laozi en Tao Te Ching hace cientos de años -repuso Oíd Liang-. Qué razón tenía, incluso hoy en día, en referencia a Lei y a esta calle.
– Es poco probable que alguien que acababa de echarse novia y tenía un proyecto empresarial nuevo -intervino Yu interrumpiendo a Oíd Liang-, asesinara a una vecina.
Oíd Liang no estuvo de acuerdo:
– Pero Lei necesita ahora más que nunca dinero para su expansión empresarial. ¿De dónde podría obtener capital? A juzgar por su declaración de la renta apenas llegaba a cubrir los gastos.
– Vaya, su declaración de la renta. ¿Has hablado con él sobre eso?
– Sí, lo he hecho. Negó tener algo que ver con el asesinato, desde luego, pero no me dio ninguna explicación cuando le pregunté cómo tiene planeado conseguir capital para la expansión.
– ¿Qué hay de su coartada?
– Lei enciende la lumbre del horno sobre las cinco y media cada mañana. Varias personas recuerdan haberle visto en su puesto esa mañana.
– De modo que su coartada está confirmada.
– Sin embargo no creo que debamos descartarle. Pudo haber entrado corriendo a casa en un instante. Nadie lo habría notado. Guarda la mayor parte de las existencias en el patio, o en su habitación, así que suele entrar y salir de la casa.
– Es posible -opinó Yu-. Aún así, pienso que debería estar agradecido a Yin por su ayuda. Su artículo cambió el rumbo de su vida.
– ¿Gratitud por parte de un hombre como ése? No, de ninguna manera -Oíd Liang sacudió enérgicamente la cabeza-. De hecho sé algo más sobre él. De todos los vecinos, Lei fue el único que entró en un par de ocasiones en la habitación de Yin
para entregarle paquetes con el almuerzo. Sólo Dios sabe qué podría haber visto en el interior.
– Tiene razón, Oíd Liang. Hablaré con él -dijo Yu-. Y bien, ¿el siguiente?
– El siguiente se llama Cai. No es exactamente un inquilino, al menos no está inscrito como residente. Pero, bueno, no he querido descartarlo como sospechoso.
– De acuerdo, ¿entonces por qué lo ha escogido?
– Es otra larga historia -Oíd Liang encendió un cigarrillo y se lo ofreció a Yu; luego encendió otro para él-. Cai es el marido de Xiuzhen. Ella, su madre Lindi y su hermano Zhengming viven en la habitación situada al final del ala norte. Cuando Cai y Xiuzhen se casaron, él dirigía uno de los pocos hoteles privados en el distrito Jinan y solía hablar acerca de comprar un apartamento de lujo.
– Así que estaba «montado en el dólar» -repuso Yu.
– Tal vez, en aquella época. Por entonces Xiuzhen sólo tenía diecinueve años. La mayoría de la gente pensaba que había elegido bien a su marido, aunque Cai fuese dieciocho años mayor que ella y hubiese pasado varios años en prisión por temas de apuestas. Pasaron la luna de miel en la suite del hotel, ya que Cai vivía con su madre en los suburbios del distrito Yangpu. Cai no tenía tiempo para buscar un apartamento nuevo, o eso era lo que Xiuzhen explicaba a sus vecinos. Pero las cosas no eran tan bonitas como Cai las pintaba, y Xiuzhen pronto se dio cuenta. El negocio hotelero estaba pasando por una mala racha, a punto de entrar en bancarrota, y además Xiuzhen se quedó embarazada. «Una vez listo el arroz, no se puede deshacer lo que ya está hecho». Cuando nació el bebé, los planes de mudarse a un apartamento nuevo se esfumaron por completo. Poco después, el hotel quebró. La casucha de Cai estaba situada en una zona designada para la construcción de un nuevo proyecto de viviendas, así que la mayoría de 4os edificios habían sido derruidos. Una cuantas familias se negaron a mudarse a menos que sus demandas fueran escuchadas, por lo que aún continúan viviendo allí. Se denominan familias «clavo», pues deben sacarlas de allí a la fuerza, como a los clavos. Las autoridades del distrito les han puesto multitud de impedimentos para que permanezcan allí, cortándoles de vez en cuando el agua o la electricidad, y cuando esto sucede Cai se queda con Xiuzhen en la calle Treasure Carden.
– Parece una historia de amor diferente -dijo Yu, ansioso porque Oíd Liang se centrara en el tema en cuestión-. ¿Y a qué se dedica ahora Cai?
– A nada. En verano hace dinero con los grillos. Apostando en peleas de grillos, para ser exactos. La gente dice que mantiene contactos con las tríadas, lo cual debe servirle de gran ayuda en ese tipo de negocios. Durante el resto del año sólo Dios sabe lo que hace. Al parecer no está desempleado, como su cuñado Zhengming, que se pasa el día entero en la calle. En cuanto a Xiuzhen, todavía joven y guapa, es como una bella flor que crece en un estercolero.
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