Enid Blyton - Los Cinco Y El Tesoro De La Isla

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Los Cinco Y El Tesoro De La Isla: краткое содержание, описание и аннотация

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Ana y sus hermanos Julián y Dick, van de vacaciones a casa de sus tíos Fanny y Quintín. La casa se encuentra en la hermosa bahía de Kirrin, con una isla y un viejo castillo propiedad de la familia. Allí también está su prima Jorgina, una niña de fuerte carácter a la que le gustaría ser un chico, por lo que prefiere que la llamen Jorge.
Pronto los cuatro niños se hacen muy amigos y se convierten en un grupo inseparable, acompañados siempre por el perrito de Jorge, Tim.
Un día, en un viejo navío, los chicos descubren el mapa de un tesoro escondido en la isla. Se disponen a encontrarlo, ¡pero no son los únicos que lo buscan! ¿Podrán conseguirlo antes de que sea demasiado tarde?

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Pronto estuvo de vuelta.

– Es para ti, Quintín -dijo-. Por lo que veo, el viejo barco ese está despertando mucha curiosidad por todos sitios. Te llaman desde un periódico de Londres para preguntarte cosas acerca de él.

– Diles que estaré con ellos a las seis -dijo tío Quintín.

Los chicos se miraron unos a otros, alarmados. Esperaban que su tío no les enseñaría la caja a los periodistas. ¡El secreto del tesoro escondido dejaría de existir!

– Qué buena idea fue la de sacar una copia del plano -dijo Julián después del té-. Pero ahora estoy pensando que hubiera sido mejor no dejar el plano auténtico dentro del cofre. ¡Ahora cualquiera podrá descubrir nuestro secreto!

CAPÍTULO X. Una propuesta sorprendente

A la mañana siguiente los diarios llevaban en primera plana noticias abundantes del barco que había salido del fondo del mar. Los periodistas habían aprovechado bien lo que les contó el tío de los chicos, y algunos de ellos se proponían trasladarse a la isla y tomar fotografías del viejo castillo.

Jorge estaba furiosa.

– ¡Ese castillo es mío ! -gritó frenéticamente a su madre-. Esa isla es mía. Tú dijiste que acabaría siendo mía. ¡Lo dijiste! ¡Lo dijiste!

– Ya lo sé, Jorge querida -dijo su madre-. Pero tienes que ser comprensiva. Yo no puedo impedir que quien quiera visitar la isla lo haga y tampoco tengo derecho a prohibir que saquen fotografías del castillo.

– Pero es que yo no quiero -dijo Jorge enfurruñadamente-. La isla es mía. Y el barco también. Tú siempre lo has dicho.

– Sí, claro, pero yo no podía adivinar que iba a salir a flote -dijo su madre-. Sé comprensiva, Jorge. ¿Qué le vamos a hacer si la gente quiere acercarse al barco y mirarlo? Eso no se puede impedir.

Jorge sabía que era verdad, que eso no podía impedirse, pero ello no la calmaba lo más mínimo. Los chicos estaban maravillados y sorprendidos de ver el interés que había despertado el barco rescatado de las aguas y la misma isla Kirrin. Ésta acabaría llenándose de gente curiosa que los pescadores llevarían en sus barcos. Jorge lloraba de rabia y Julián intentaba consolarla.

– ¡Escucha, Jorge ! Nadie conoce todavía nuestro secreto. Esperaremos hasta que haya pasado todo este interés por la isla y el barco y entonces iremos al castillo y encontraremos los lingotes.

– Eso será si nadie los descubre antes que nosotros -dijo Jorge, enjugándose las lágrimas. Estaba furiosa consigo misma; pero lloraba y no lo podía evitar.

– ¿Por qué razón van a descubrirlo antes? Nadie sabe todavía qué es lo que hay dentro del cofre. Buscaré una oportunidad para recuperar el plano antes de que nadie pueda verlo.

Pero esa oportunidad no apareció jamás; por el contrario, sucedió algo terrible. ¡El tío Quintín vendió la caja y el cofre a un anticuario! Dos o tres días después de que se despertara el interés por el barco y la isla, salió de su despachó y se lo contó a tía Fanny y a los chicos.

– He hecho un buen negocio con ese anticuario -dijo a su mujer-. ¿Te acuerdas de aquel cofrecillo que había en la caja? Pues resulta que ese señor colecciona cosas raras como ésa y me lo ha pagado todo a muy buen precio. Realmente ha sido una ganga. ¡He ganado mucho más de lo que pensaba ganar con el libro que estoy escribiendo! En cuanto vio el viejo plano que había en el cofre y el arrugado diario me dijo que quería comprar todo el lote.

Los chicos miraron a su tío, horrorizados. ¡Había vendido el cofre! Ahora, cualquiera que examinase un poco al detalle el plano y supiese el significado de la palabra "lingotes" podía echar por tierra el secreto. Pronto aparecería en todos los periódicos la historia de las barras de oro. Los chicos no se atrevieron a decirle a su tío lo que sabían acerca del tesoro. Él estaba ahora muy satisfecho y sonriente y en su euforia les había prometido comprarles un equipo completo de pesca, pero era de carácter muy variable. Se hubiera puesto hecho una furia si se hubiese enterado de que Julián había sacado la caja del despacho aprovechando que él estaba dormido.

Un rato después estaban los chicos reunidos aparte y discutiendo a fondo el asunto, que para ellos era de lo más importante. Sopesaban la idea de contarle a tía Fanny lo de la caja, pero no se decidieron. Era un secreto maravilloso que no podía ser revelado a nadie.

– ¡Oíd! -dijo Julián, por último-. Me parece que lo mejor que podemos hacer es pedirle permiso a tía Fanny para que nos deje pasar uno o dos días en la isla, durmiendo allí, por supuesto. Eso nos dará ocasión y tiempo para explorar el castillo y ver si encontramos algo. Estoy seguro de que aún han de transcurrir unos días antes de que los curiosos empiecen a invadir la isla. Quizás encontremos el tesoro antes de que todo el mundo conozca nuestro secreto. Hay que tener en cuenta que no es seguro que el que compró el cofre adivine que aquel papel es un plano del castillo.

Las palabras de Julián consolaron a todos. Era terrible no hacer nada. Y el haber adoptado una resolución concreta los animaba en gran manera. Decidieron, por tanto, pedirle al día siguiente permiso a tía Fanny para pasar el fin de semana en el castillo. El tiempo era magnífico y a la fuerza tendrían que pasarlo bien. Se llevarían provisiones suficientes.

Cuando fueron a pedirle permiso a tía Fanny, su marido estaba con ella, risueño y muy contento. Le dio a Julián una palmadita en la espalda.

– ¡Vaya! -dijo-. ¿Venís en comisión? ¿De qué se trata?

– Queremos que tía Fanny nos dé permiso para hacer una cosa -dijo Julián cortésmente-. Tía Fanny: como el tiempo es ahora muy bueno quisiéramos que nos dejaras ir a la isla para pasar el fin de semana, o sea estar allí un día o dos. Nos gustaría una enormidad.

– Yo no tengo inconveniente. Y tú, Quintín, ¿qué opinas? -preguntó tía Fanny dirigiéndose a su marido.

– Sí ése es su deseo, pues que vayan -dijo Quintín-. Quizá sea la última vez que lo puedan hacer. Queridos: me han hecho una proposición formidable para vender la isla. Hay un señor que la quiere comprar para reconstruir el castillo, convertirlo en hotel y hacer allí una especie de balneario. ¿Qué os parece?

El tío estaba sonriente, pero los cuatro chicos lo miraban, descompuestos y horrorizados. ¿Habrían, tal vez, descubierto el secreto? ¿No sería que el comprador quería hacerse dueño del castillo porque había visto el plano y adivinado que allí se escondía un tesoro?

La impresión de todo ello produjo en Jorge una violenta reacción. Sus ojos parecían despedir llamas.

– ¡Mamá! ¡Tú no puedes vender mi isla! ¡No puedes vender mi castillo! ¡Yo no quiero!

Su padre frunció el ceño.

– No seas tonta, Jorgina -dijo-. La isla y el castillo no son realmente tuyos. Lo sabes muy bien. Son de tu madre; y ella, naturalmente, quiere aprovechar la oportunidad que se le ha presentado de venderlos a buen precio. Estamos muy necesitados de dinero. Pero cuando vendamos la isla podremos comprarte lo que tú quieras.

– ¡No quiero que me compren nada! -gritó la pobre Jorge-. ¡Prefiero mil veces tener mi isla y mi castillo! ¡Mamá, mamá! ¡Tú siempre me habías dicho que yo acabaría siendo la dueña de la isla! ¡Siempre me lo dijiste y yo te creí!

Jorge, querida, lo que yo quería decirte era que tu podías ir allí a jugar siempre que quisieras; pero yo no sabía entonces que la isla iba a subir de valor de esa manera -dijo su madre, compungida-. Ahora las cosas son diferentes. A tu padre le han ofrecido mucho dinero, mucho más de lo que hubiéramos llegado a sospechar, y, de todas formas, ya no podemos volvernos atrás.

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