Tim Green - Ambición

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Thane Coder lleva una existencia que muchos envidiarían: un buen trabajo en la poderosa compañía King Corp, una mujer hermosa, un generoso salario… Un sueño hecho realidad pero que, como él mismo confiesa, no es suficiente. Cuando el dueño de la compañía anuncia que cederá el mando de la empresa a su hijo Scott, Thane decide que el puesto ha de ser suyo al coste que sea. Espoleado por la ambición de su esposa y cómplice, recurre al asesinato, al engaño, a los contactos con criminales… Matar le resulta cada vez más fácil, incluso tanto como engañar al FBI y a la mafia, pero pronto queda claro que Thane ha entrado en una espiral de locura para la que sólo hay un final.

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– Me he perdido -digo.

– No lo creo. Pero volvamos donde est á bamos. A la noche en que James anunci ó que la compa ñí a saldr í a a bolsa.

– Despu é s de que ella me acusara de que no hab í a deseado su embarazo, no dije nada m á s. Nos limitamos a volver y me dispuse a preparar el equipaje. Baj é las bolsas por la escalera de atr á s y las cargu é en los coches. Cuando iba a cerrar la puerta, me encontr é con Eva King: se disculp ó por el malentendido y me pidi ó que nos qued á ramos.

» Le dije que Jessica estaba indispuesta, lo que en el fondo no se alejaba mucho de la verdad. Eva me coment ó que sab í a lo mucho que hab í a trabajado y que todo saldr í a bien. Sab í a que James me explotaba como si fuera un perro. Ah í lo tiene, he vuelto a hacerlo. En fin, ella sab í a lo que pas ó , o lo que no pas ó , en mi carrera como deportista. Sab í a lo que yo quer í a.

» Y sab í a que todo el cuento de la presidencia era como cazar patos cuando vuelven al corral. Una trampa.

– As í que te fuiste -dice é l.

– S í . Pas é de las brasas al fuego. Si no me hubiera parado a charlar con Eva, o si hubiera conducido un poco m á s r á pido, tal vez ahora no estar í a aqu í .

¿ Por qu é ? -pregunta é l.

Me encojo de hombros y sigo hablando:

– Hab í amos ido a Cascade en dos coches, ¿ se acuerda? ¿ Y si hubiera ido justo detr á s de Jessica durante la vuelta a casa? De haber llegado al mismo tiempo que ella, habr í a estado all í para recibirlas y tal vez habr í a evitado que esas dos brujas la acorralaran. Jessica era lista, pero nunca se hab í a enfrentado a nada parecido.

» Yo s í que hab í a pasado por algo as í . Hace a ñ os, en Boston, un socio de James intent ó cargarle un mont ó n de basura e implic ó al FBI. Le garantizo que, en cuanto las hubiera o í do mencionar la c á rcel, habr í a interrumpido la conversaci ó n para llamar a mi abogado. En ese caso, tal vez a Jessica no se le hubiera metido esa locura en la cabeza: la de llegar a un acuerdo con el sindicato.

– Me ha dicho que ya lo hab í a comentado antes.

– Comentarlo es una cosa -digo yo-, pero eso fue la gota que colm ó el vaso. Creo que pens ó que, si iban a tratarla como a una delincuente, lo mejor que pod í a hacer era obtener alg ú n provecho de ello.

18

Estuve a punto de adelantarla. Existía un atajo para llegar a casa que me habría dado la ventaja que necesitaba. El problema con ese atajo es que está lleno de curvas y baches. Hay uno en Depot Road a la altura de County Line, tan profundo que parece que te hayan dado un ladrillazo en el estómago. Justo después hay una curva muy cerrada, y fue ahí donde perdí el control. No me pasó nada, y el coche sólo tenía unas cuantas rayadas, pero me quedé sentado durante un minuto, respirando hondo y pensando que era la segunda vez en dos días. Estuve parado demasiado tiempo.

Cuando llegué a casa, el Crown Vic azul marino ya estaba allí, vacío, en la calzada, junto al Mercedes. Todavía se oía el rumor del motor. Me apresuré a entrar, pensaba que quizá me hubieran esperado, pero Jessica ya estaba en el salón, en una de esas sillas de piel dura. Tenía las manos apoyadas en los reposabrazos, las uñas clavadas en el cuero. Estaba de espaldas a la chimenea, de cara a las dos brujas del FBI. Éstas ocupaban el sofá, con las manos sobre las rodillas y el semblante serio. Jessica les sonreía, afectadamente.

Pero en el fondo de sus ojos ardía el ácido. Dudo que ellas lo notaran; El estómago me dio un vuelco; dejaron de hablar y me miraron.

Lo único que pude hacer fue quedarme plantado, con las manos colgando, consciente de que, dijera lo que dijera, ya era demasiado tarde. Jessica tenía un plan. Conocía esa mirada.

– Haremos lo que haga falta -dijo ella, asintiendo hacia las brujas y hacia mí al mismo tiempo.

Me senté en la otomana, al lado de su silla, y la cogí de la mano. Ella la cubrió con su otra mano; me acariciaba con suavidad, tranquilizándome.

– ¿Qué es lo que vamos a hacer? -pregunté, mientras miraba alternativamente a mi mujer y a las dos agentes.

– Señor Coder -dijo Dorothy-. Hace dos años King Corp le pagó dos millones de dólares. Usted usó el dinero para cubrir sus apuestas en el mercado de valores. Por desgracia, nunca pagó los impuestos correspondientes a esos dos millones de dólares.

– Ya lo sé -dije; empezaba a notar un zumbido en los oídos-. Eran pérdidas de capital del mercado. El dinero fue una distribución prioritaria de los leasing del centro comercial de Cumberland. Se trata de un ingreso por capital mobiliario. Es pasivo.

– No -dijo Amanda, negando con la cabeza, en un gesto que casi expresaba tristeza-, no lo es, señor Coder. Todos lo sabemos.

– Mi gestor dijo que lo era -dije.

Luchaba para sofocar de nuevo aquella sensación de vértigo.

Jessica me apretó los dedos con tanta fuerza que me crujieron los nudillos.

– Yo también lo firmé -corroboró ella.

– Una devolución conjunta -dijo Dorothy mientras una sonrisa se extendía por su rostro macilento.

– Una evasión de impuestos de este calibre puede significar dos años de cárcel, señor Coder -explicó Amanda, pellizcándose los labios.

– ¿Recuerda a Al Capone? -preguntó Dorothy-. Se lo he dicho a su esposa: once años en Alcatraz por eso mismo.

– Miren, podemos ayudarles -dijo Amanda-. Sólo necesitamos que, a cambio, ustedes también nos ayuden.

Jessica me soltó y noté cómo la sangre regresaba a mis dedos, un hormigueo.

– Les estamos muy agradecidos -les dijo Jessica, cogiéndome de la mano.

Me arriesgué, y a pesar de la mirada de los ojos de Jessica, le planté cara y dije:

– Creo que deberíamos hablar con John.

John Langan era el abogado de King Corp.

– No -replicó Jessica. Su voz era suave, pero su mano me estrujaba los dedos-, no debemos hacer eso. Estas señoras intentan ayudarnos.

Respiraba con fuerza. Temblaba. Quería que me callara.

Miré hacia el gran ventanal que daba al lago. En el fantasma de mi propio reflejo vi las nubes nocturnas, avanzando, sus extremos alumbrados por la luna que ocultaban, y el negro muerto de la tierra. El lago podría haber sido un foso de alquitrán, de la clase que llevó a los dinosaurios a la muerte con la promesa de una bebida.

– Haremos lo que necesiten -aseguró Jessica, dirigiéndose a las agentes-. De verdad.

– De acuerdo -cedí yo.

– Nos gustaría que concertara una reunión con Johnny G -dijo Amanda. Su cabello caoba brillaba bajo la luz amarilla de la sala-. Para hablar de los próximos contratos del centro comercial.

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