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Lázaro Covadlo: Bolero

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Lázaro Covadlo Bolero

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Aníbal iturralde es un delincuente sin escrúpulos. Víctor, su hijo, un muchacho de carácter débil que necesita protección, y para eso está Olsen, un pistolero temerario y con buena puntería, a quien le repugna matar. Olsen es también un macho de arrebatada sexualidad y a la vez un individuo taciturno con problemas de conciencia. Un hombre traicionado que planea vengarse, un mañoso ladrón de automóviles y un amante susceptible. Y aún así, todas estas características no acaban de definirlo: su origen es incierto, tanto como sus instintos y designios. En el umbral de la madurez, Olsen descubre en su ser una realidad que lo sorprende y desconcierta. Bolero es novela negra y novela de amor, pero sobre todo una indagación sobre la amistad y el destino.

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– ¡Menos mal! -dijo Bodoni, y al escucharlo Olsen se preguntó si el viejo hablaba en serio o se estaba tomando el asunto en solfa. Con él todo era posible.

– Pudiera ser que haya tocado el pulmón, pero no tengo la impresión, por el modo como respira, de que lo haya perforado. Da el efecto de que la costilla hubiera desviado el proyectil hacia arriba y hacia el costado… y al no haber orificio de salida habrá que pensar que sigue dentro… Prepárate chico, voy a meterte bisturí.

Mientras llenaba la jeringa con anestesia, y después, cuando se la inyectaba, y durante los instantes que tardó en hacerle efecto, el médico no paraba de hablar para decir que era una desgracia con suerte, un verdadero milagro, ya que casi no hay sitio en esa parte del tronco para que una bala se meta sin matar al que lo alcanza, y justo al amigo le tocó eludir a la Parca con la dichosa ayuda del azar. Eso era mejor que sacarse el premio gordo de la lotería. Un consuelo, se dijo Olsen un segundo antes de perder la conciencia.

¿Cuánto tiempo estuvo abriéndose paso entre muros de nubes? ¿En qué momento le preguntó a Bodoni si de verdad quería conocer su origen?

¿De verdad quieres saber de dónde vengo, Bodoni? ¿Se lo dijo? ¿Se lo preguntó a Bodoni? No sé, Bodoni. No conozco el lugar exacto. Vengo de un paisaje acotado por alambres de espinos; ahí es donde alcanza mi memoria. Alambres de espinos y gritos y un humo denso y negro. Nunca han querido decirme si de verdad estuve allí cuando era muy niño o si lo soñé en cualquiera de mis pesadillas. Me recuerdo después, a bordo de un barco grande, Bodoni. Voy de la mano de mi madre. No sé si tuve padre. Si lo tuve quizás él llegó con nosotros hasta el mundo de los alambres de espinos y allí se quedó para siempre, Bodoni.

Y al despertar allí estaba Bodoni. el buen amigo que todo se lo tomaba con ánimo irónico. Olsen notó que tenía la parte superior del tronco vendada. También notó que le costaba trabajo moverse, sin embargo dijo:

– En cuanto pueda me largo.

– ¿Y cómo es eso?

– Si. Todo el tiempo que permanezca aquí estarás en peligro tú también.

– ¡Bobadas! A ninguno se le ocurriría buscarte en este lue;ar. Hace tiempo que he salido de la circulación, y ya casi nadie se acuerda de mí.

– Pero…

– ¡Nada, nada! Tú tranquilo y procura descansar. Más adelante hablaremos.

Bodoni estuvo a su lado muchas horas. Cuidándolo durante la vigilia y el sueño. Le hizo las curas, le administró los antibióticos, lo lavó y lo alimentó hasta que Olsen se sintió repuesto. Después fue Bodoni quien salió a la calle para olfatear el ambiente.

– Chico, eres el hombre más buscado del país. Quizá debiera decir del mundo -le dijo al volver.

– Los hombres de lturralde, claro.

– Te seré sincero: los de lturralde y también los hermanos Medina… Los dos Medina que sobreviven. Se han enterado de que ya no sigue protegiándote el crápula. Quieren cobrarse su estúpida venganza. Hay fichas con tus señas repartidas por todos lados, y no sólo en España, las han enviado a todas partes, desde Nueva York a Valparaíso. Y en toda Europa. Los Medina ofrecen un cuarto de millón… de dólares, claro. lturralde el doble. ¡Es mucho pero que mucho dinero, chico!

– Entonces me largaré cuanto antes, no sea que te tientes.

– Eres un infame. Si alguien ha de ganarse una pasta deberías dejar que fuera un amigo.

Ambos rompieron a reír, pero a Olsen la risa le produjo dolor en las heridas.

– ¿Qué sabes de Víctor Iturralde?

– "El chico por ahora está guardado. He oído decir que el viejo se propone reformarlo. De ti, dicen que eres un degenerado… ¿Es verdad, Olsen? Bueno, hay gustos para todo. El chico no es feo, por cierto, pero al papi no le cayó bien que lo echaras a perder. -Bodoni celebró su broma con una carcajada. Olsen esta vez murmuró que no le hacía mucha gracia.

Un mes más tarde se hallaba repuesto y hacia planes de viaje. No poseía más de lo que llevaba encima, además del poco dinero y la pistola que transportaba en el bolso de deportes. También tenía sus documentos, pero dada la situación, le estaban vedados. No dudaba de que después de su fuga habían ido a su apartamento, y al no encontrarlo habrían rebuscado entre sus pertenencias para terminar destrozando todo. Se encontraba mucho más pobre que cuando llegó por primera vez a Madrid, quince años atrás.

Sin embargo, Bodoni le echó una mano: le entregó numerosos permisos de conducir y una decena y media de pasaportes con diferentes nombres y nacionalidades. También le regaló un fajo de trocitos de plástico, apilados de tal modo que parecían pertenecer a un mazo de cartas de tamaño pequeño. Eran más de cuarenta.

– Cuando pongas en uso una tarjeta de crédito deshazte de ella antes de veinticuatro horas -lo previno.

Bodoni también salió a comprarle ropa. El equipaje cabía en un maletín de mano. Le proporcionó gafas con cristales sin aumento y también trescientas mil pesetas para gastos.

Una noche de mediados de julio se despidieron con un abrazo, después Olsen salió a la calle. Empezó a andar. Suponía que las estaciones terminales de tren y autobuses, o el aeropuerto, eran sitios peligrosos para un hombre por el que se ofrece medio millón de dólares. Alrededor de la una y medía, cuando la mayoría de los bares se hallaban cerrados y no circulaba mucha gente, se puso a examinar una fila de automóviles aparcados junto a la acera, en la calle de Canillas, del barrio de Prosperidad. Era seguro que la mayoría de los propietarios debían de estar recogidos en el interior de sus pisos, a punto de irse a dormir. Ninguno saldría antes de las siete de la mañana, y a esa hora él ya podría estar en Lisboa.

Ya han pasado muchos años, se dice Olsen. Aquello ha quedado atrás en el tiempo. Todo está muy lejos. Sentado a la puerta de la barraca, otra madrugada, fuma y recuerda. Recordar es mejor que soñar, reflexiona. Le viene a la memoria un bosquecíllo a la vera del camino, cerca de Navalmoral de la Mata, en el trayecto de su fuga. Allí, para abandonar la pistola, detuvo el automóvil robado. El arma quedó bajo un montículo de piedras, y mientras las apilaba no pudo dejar de recordar el embuste que le contó Aníbal Iturralde sobre su esposa, supuestamente muerta, cuyo cuerpo él habría ocultado al igual que en ese momento Olsen lo hacía con su arma. Se preguntó qué sería de Victoria en el futuro, ¿quién la tendría informada acerca de su hijo? Recordó el calor del cuerpo de la mujer. Se preguntó también qué sería en esos momentos de Víctor Iturralde. Deploró no haber tenido tiempo para eliminar al padre. ¡Qué diferente habría sido todo!, se lamentó. Eso había pensado en el bosquecillo, mientras sepultaba la pistola bajo las piedras. También había deseado no tener que llevar pistola nunca más. Ahora recuerda esos pensamientos y lamenta que ese deseo no haya podido cumplirse. Recuerda aquel momento en el bosquecillo, pero el tiempo posterior se le desdibuja en la memoria arrastrado por una sucesión de territorios y nombres falsos. Lisboa: Gilberto Vieira; Rio de Janeiro, en un hotelucho cercano a la Praca Tiradentes: Joáo Andrade; San Salvador de Bahía: Sebastiao Franco; Recife, Fortaleza: Sergio Danti; Roraima, mezclado con siniestros garimpeiros y tratando de parecer uno de ellos: Antonio Pellegri. Allí fue donde oyó que se buscaba a un sujeto de unos cuarenta y cinco años, de nacionalidad desconocida, pero que posiblemente fuera noruego o argentino y que casi con seguridad disponía de varios pasaportes y cambiaba con frecuencia de identidad.

Quinientos mil dólares por su captura, vivo o muerto. Después Manaos, donde embarcó como ayudante en el Reina do Tapajós, un destartalado lanchón de transportes que navegaba por el Amazonas desde Beleni hasta Loreto; Leticia: en ese puerto el patrón de otra embarcación, a cambio de algún dinero, lo trasladó a Iquitos. Navegó por el río Marañón hasta Maipuco, todo el tiempo acunado por el cascado chuf chuf del viejo motor a gasoil del Misia Remedios, y al cabo de unos días San isidro, Barranca, Orellana, y desde esa localidad, por tierra hasta Chiclayo y hacia el sur: Lima, Arequipa, Antofagasta, Santiago de Chile, donde lo frenó la fatiga y el hastío. En todas partes igual; no había ciudad más o menos grande donde no se corriera la voz, entre los elementos del hampa, de que su cabeza valía entre un cuarto y medio millón de dólares. Recién entonces comprendió la magnitud del poder de los Medina y de Aníbal iturralde, así como también la obcecación con que mantenían viva su ansia de venganza.

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