Peter James - Traficantes de muerte

Здесь есть возможность читать онлайн «Peter James - Traficantes de muerte» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Traficantes de muerte: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Traficantes de muerte»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La vida de Lynn Barrett se convierte en una pesadilla cuando a su hija Caitlin se le diagnostica un cáncer de hígado terminal. La escasez de órganos hace que incluso candidatos idóneos para un trasplante fallezcan mientras esperan que se les pueda realizar la operación. Desesperada, Lynn recurre a un traficante de órganos que encuentra en Internet quien, curiosamente, enseguida le confirma que ha encontrado a una donante perfecta. Entre tanto, Roy Grace está trabajando en un caso en que a los restos de tres jóvenes que han aparecido en las profundidades de la costa de Brighton les faltan los órganos vitales… La pista llevará a Grace a Rumanía donde operan las mafias de traficantes de órganos de las que el detective sospecha.

Traficantes de muerte — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Traficantes de muerte», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Ahora tenía la vista perdida en aquella enorme extensión de negro. Tenía las manos apoyadas en el radiador, no por el calor que desprendía, sino simplemente para apoyar su cuerpo exhausto. Se quedó mirando en silencio, sin fuerzas, a través del reflejo de su rostro en la ventana, sintiendo el efecto del aire frío a través del fino cristal. Y poco más.

Estaba entumecida por el shock. No podía creerse que aquello estuviera sucediendo.

Mentalmente, elaboró una lista de la gente a la que tenía que llamar, temiendo que llegara el momento de darle la noticia al hermano de Nat, a la hermana que tenía en Australia, a sus amigos. Tanto su padre como su madre habían muerto antes de los sesenta, su padre de un ataque al corazón y su madre de cáncer, y Nat solía bromear diciendo que nunca llegaría a viejo. Menuda broma.

Se giró, volvió a la Unidad de Cuidados Intensivos y llamó al timbre. Una enfermera la hizo pasar. Allí hacía más calor que en el pasillo. La temperatura se mantenía a una temperatura suficiente para que los pacientes pudieran estar en la cama con el pijama del hospital o desnudos, sin correr el riesgo de resfriarse. Era una ironía -pensó, aunque no se regodeó en ello- que ella hubiera trabajado allí como enfermera en otro tiempo, en aquella misma unidad. Fue en aquel hospital donde conoció a Nat, poco después de que él empezara a trabajar en ingresos.

Sintió un movimiento en su interior. El bebé estaba dando patadas. El bebé «de los dos». De seis meses. Un niño.

Al girar a la derecha, pasando por el puesto central de enfermeras, donde habían dejado una pierna ortopédica sobre una silla, oyó que alguien corría una cortina. Miró hacia el otro extremo del pabellón y el corazón le dio un respingo. Una enfermera estaba corriendo la cortina azul de la cama 14, la de Nat. Ocultándola a los ojos de los extraños. Estaban a punto de realizarle nuevas pruebas y no estaba segura de tener el valor de estar con él mientras se las hacían. Pero había pasado casi todo el día sentada a su lado y sabía que tenía que estar en aquel momento. Tenía que seguir hablándole. Debía seguir alimentando esperanzas.

Nat tenía fracturas craneales compuestas deprimidas y una lesión en la región cervical de la médula que muy probablemente le dejaría tetrapléjico si sobrevivía, además de una fractura en la clavícula derecha y otra en la pelvis, que en comparación parecían casi irrelevantes.

No había rezado desde hacía años, pero a lo largo del día se encontró haciéndolo repetidamente, en silencio, siempre con las mismas palabras: «Por favor, Dios, no dejes que Nat muera. Por favor, Dios, no lo permitas».

Se sentía terriblemente impotente. Con toda su formación como enfermera, no había nada que pudiera hacer. Más que hablarle. Hablarle una y otra vez, esperando una respuesta que no llegaba. Pero quizás ahora fuera diferente…

Volvió a recorrer la sala, con un suelo reluciente, pasando junto a una mujer inmensamente gorda con unos rollos de carne en la cara y el cuerpo que recordaban el relieve de un mapa en 3D. Una de las enfermeras le dijo que la mujer pesaba 248 kilos. Un cartel en el extremo de la cama decía: «No alimentar».

A la izquierda había un hombre de unos cuarenta y pico con la cara del color del alabastro, intubado y con una selva de cables pegados al pecho y a la cabeza. Por su experiencia podía deducir que le acababan de poner algún bypass en el corazón. Sobre una mesa de instrumental, a su lado, había una enorme tarjeta de alegres colores en la que alguien le deseaba que se pusiera bien. «Por lo menos él se está recuperando -pensó-, y tendrá posibilidades de salir de este hospital por su propio pie.» A diferencia de Nat.

Nat había ido empeorando progresivamente todo el día y, aunque ella aún se aferraba a una esperanza desesperada, cada vez más irracional, empezaba a tener la terrible sensación de que se acercaba lo inevitable.

Cada pocos minutos, su teléfono, en modo silencioso, vibraba con un nuevo mensaje. Había salido varias veces para responder alguno. A su madre. Al hermano de Nat, que había estado allí por la mañana y que le preguntaba si había novedades. A la hermana que vivía en Sídney. A la mejor amiga de ella, Jane, a la que había llamado hecha un mar de lágrimas por la mañana, una hora antes de llegar al hospital, para decirle que los médicos no estaban seguros de si Nat viviría. A los demás no les hizo caso. No quería que la distrajeran, quería dedicarse exclusivamente a Nat, darle fuerzas para salir adelante.

De vez en cuando oía el pitido de alarma de algún monitor. Aspiraba el olor de las sustancias esterilizadoras, mezclado en algunos casos con un toque de colonia y el leve rastro de fondo del equipo eléctrico en funcionamiento.

En el interior del recinto limitado por las cortinas, colocado sobre una cama reclinada unos treinta grados, Nat parecía un extraterrestre, vendado y conectado a cables, con la intubación endotraqueal y nasogástrica en la boca y las fosas nasales. Tenía una sonda en el cráneo para tomarle la presión intracraneal y otra en un dedo, y una maraña de vías intravenosas y de drenaje conectadas a los soportes de los goteros y que le cubrían los brazos y el abdomen. Yacía inmóvil, con los ojos cerrados, rodeado de columnas de aparatos de monitorización y de sistemas de soporte vital. Tenía dos pantallas de ordenador a la derecha, y un portátil en un carrito junto al extremo de la cama, con todas las notas y las lecturas.

– Hola, cariño. Ya estoy otra vez aquí -dijo ella, mirando la pantalla del ECG mientras hablaba.

Ninguna reacción.

El tubo de drenaje de la boca acababa en una pequeña bolsa con un tapón en el extremo inferior, medio llena de un líquido oscuro. Susan leyó las etiquetas de los goteros: manitol, pentaalmidón, morfina, Midazolam, noradrenalina. Medicamentos para mantenerlo estable. De apoyo. Para evitar que se apagara, nada más.

Los únicos indicadores de que seguía con vida eran el movimiento de su pecho subiendo y bajando y los destellos en los monitores.

Observó las vías introducidas en el dorso de las manos de su marido, y la placa de plástico azul con su nombre, y luego otra vez el equipo, donde descubrió algunas máquinas y pantallas que le resultaban desconocidas. En los cinco años desde que había dejado la enfermería por un trabajo de comercial en la industria farmacéutica, habían hecho su aparición nuevas tecnologías que no reconocía.

El rostro de Nat, cubierto de cardenales y laceraciones, era una fantasmagórica máscara blanca desconocida para ella: era un tipo en forma, que jugaba habitualmente al squash, y que siempre tenía la cara sonrosada, a pesar de las largas jornadas -de locura- en el trabajo. Era fuerte, alto, con el cabello claro y largo, casi demasiado largo para un médico respetable, tenía poco más de treinta años y era atractivo. Muy atractivo.

Susan cerró los ojos por un instante para evitar las lágrimas. «Tan jodidamente atractivo. Venga, cariño. Venga, Nat, vas a ponerte bien. Vas a salir de esta. Te quiero. Te quiero tanto. Te necesito», pensó. Y tocándose el vientre, añadió:

– Los dos te necesitamos.

Abrió los ojos y leyó las constantes en los monitores, las pantallas digitales, los niveles, buscando en vano algún leve indicio que pudiera darle esperanza. Nat tenía el pulso débil e irregular, los niveles de oxígeno en sangre eran muy bajos, las ondas cerebrales apenas se reflejaban en el gráfico. Pero seguro que sólo estaba dormido y que se despertaría en cualquier momento.

Susan llevaba en el hospital desde las diez de la mañana, tras la llamada de la Policía. Otra ironía, que tuviera una cita programada en este mismo hospital para una ecografía aquel mismo día. Por ese motivo aún estaba en casa cuando llegó la llamada, en vez de en Harcourt Pharmaceuticals, donde trabajaba como monitora de ensayos clínicos con nuevos fármacos.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Traficantes de muerte»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Traficantes de muerte» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Traficantes de muerte»

Обсуждение, отзывы о книге «Traficantes de muerte» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x