Huyó entonces y también no huyó entonces, porque fue justo entonces, cuando tuvo claro que ya no había modo de regresar a la casa ni de entrar en ella aunque lo quisiera, ni de ayudar a la joven si estaba viva, entonces fue cuando corrió como loco hasta una cabina y trató de localizar al camello en su móvil, para advertirle de lo ocurrido y compartir su conocimiento. Contestó un buzón, dejó un recado muy breve y confuso, pensó que el hombre podía estar en su tienda, o que al menos allí encontraría a sus empleados que Comendador conocía y que harían algo, el camello regentaba una tienda de ropa italiana cara, de marca, una franquicia o como se llamen, y estaba cada vez más volcado en ella, todos tienden hacia la respetabilidad en cuanto ven un resquicio y los dejan o pueden, quienes quebrantan las leyes y quienes aspiran a subvertir el orden, los delincuentes como los revolucionarios, éstos a menudo tan sólo de puertas adentro, la tendencia la disimulan cuando viven de sus representaciones, Comendador y yo hemos conocido a unos cuantos. Comendador no se sabía el teléfono de aquella tienda pero ésta no estaba lejos, así que echó a correr y correr y corrió por las calles como nunca lo había hecho desde la infancia, o desde la Universidad acaso, durante las manifestaciones del final del franquismo ante sus siempre más lentos y abrigados guardias. Y según corría iba rememorando lo que aún era pasado tan inmediato que le costaba creer que ya no fuera presente y que no pudiera enmendarlo, y pensando: 'No he hecho nada, no lo he intentado, ni siquiera enterarme ni cerciorarme, no le he tomado el pulso ni le he hecho ningún boca a boca ni le he dado un masaje cardiaco, nunca he hecho nada de eso ni sé cómo hacerlo más allá de lo visto inútilmente en diez mil películas, pero probar, qué menos, quién sabe si la hubiera salvado y ahora ya es tarde, cada minuto que pasa es más tarde y más nos condena, a mí y a esa chica pero sobre todo a ella, tal vez aún no ha muerto y en cambio morirá mientras yo estoy corriendo, o mientras llego y hablo con los empleados de la tienda fina y les cuento lo sucedido, o mientras ellos buscan a Cuesta o a Navascués, su socio, que seguramente tendrá llave del piso y podría abrirles, abrirnos si es que yo decido volverme hasta allí con ellos, mejor no, llevo el género encima, pero mientras tanto puede que esa cría imprudente muera por culpa del tiempo que estoy perdiendo o más bien ya he perdido, el que debería haber empleado en intentar lo que fuera a la desesperada o en llamar a una ambulancia, podía haberle humedecido las sienes, la nuca, la cara, haberle dado a oler cognac, o alcohol, o colonia, haberle por lo menos limpiado la sangre, soy tan egoísta y miserable y cobarde como sabía que era, pero saberlo no es lo mismo que contemplarlo, y ver que tiene sus consecuencias'. Entró en la tienda como un caballo al galope y allí estaban todos, el camello Cuesta y Navascués su socio y los empleados, el primero tenía apagado su móvil, atendía a unas clientes que se sobresaltaron, no había oído nada, Comendador lo urgió, le contó atropelladamente, Cuesta se lo llevó a su despacho de la trastienda, lo calmó, cogió el teléfono fijo, marcó su propio número con premura pero sin excesiva alarma y a los pocos segundos Comendador lo oyó hablar con su novia en la casa de la que él había huido escopetado, sin volver la vista. 'Qué te ha pasado', le oyó decirle, 'me dice Comendador que te has dado un golpe y te has desmayado. Ah ya. Es que como no reaccionabas, no sabía qué pensar el hombre. ¿Pero no las llevas siempre encima? Deberías vigilar más eso, está visto que no te puedes saltar ni una. ¿Seguro que estás bien, no quieres que vaya? ¿Estás segura? Bueno. Date alcohol en la herida, ponte una tirita, del chichón no te libras, pero mejor que te la desinfectes, no lo dejes, ¿eh? Bueno. Bueno. Sí, sí, parece que le has dado un buen susto, ha venido corriendo, aquí lo tengo sin resuello. Sí, me dice que llegaste a dárselo antes del patatús, ya, normal que no te acuerdes. Vale, se lo diré. Te veo más tarde. Anda, un beso.' Cuesta le explicó por encima, la chica tenía diabetes, aquello le sucedía a veces si se pasaba con la bebida una noche y se olvidaba de la medicación para tentar más la suerte, las dos cosas solían ir juntas e incurría en ellas más de la cuenta, era una insensata, una cría. Ya se había recuperado, ya estaba mejor, se había tomado su pastilla, aunque a buenas horas, y la brecha no era nada, una abolladura y un poquito de sangre. Que lo sentía mucho, la cría, haberle dado a Comendador ese susto, que para él un beso, que la perdonara por haberle hecho pasar tan mal rato, que gracias por haberse preocupado tanto por ella, que era un cielo, Comendador era un cielo. Me acordé de este episodio mientras iba al cuarto de baño de la planta baja, cogía un paquete de algodón y un bote de alcohol y subía de nuevo hasta lo alto del primer tramo de la escalera para limpiar aquella mancha poco explicable que no era responsabilidad mía, por suerte estaba en la madera y no en la alfombra. Comendador no le había hablado a Cuesta, al hacerle su veloz y agitado relato en la tienda, de las manchas de sangre que sin duda eran de su novia, la del suelo y la de las sábanas y las motas en la camiseta, y al parecer ella tampoco se las había mencionado al teléfono, luego no tenía sentido -o incluso hubiera sido indiscreto, sin tacto- que él le preguntara al respecto. Tal vez la chica se avergonzaba y prefería hacer como si no las hubiera habido y por tanto nadie las pudiera haber visto: quizá -sin decirlo- le pedía perdón por eso. Y así Comendador nunca supo con certidumbre de dónde venían ni a qué se habían debido, se dio a sí mismo por buena la explicación de una menstruación sin aviso o bien no atajada a tiempo por comprensible descuido, y al cabo de unos días empezó a dudar, incluso de haberlas visto, aquellas manchas, a veces nos sucede eso con lo que se niega o se calla, con lo que se guarda y sepulta, va difuminándose sin remedio y llegamos a descreer que en verdad existiera o se diera, tendemos a desconfiar increíblemente de nuestras percepciones cuando ya son pasado y no se ven confirmadas ni ratificadas desde fuera por nadie, renegamos de nuestra memoria a veces y acabamos por contarnos inexactas versiones de lo que presenciamos, no nos fiamos como testigos ni de nosotros mismos, sometemos todo a traducciones, las hacemos de nuestros nítidos actos y no siempre son fieles, para que así los actos empiecen a ser borrosos, y al final nos entregamos y damos a la interpretación perpetua, hasta de lo que nos consta y sabemos a ciencia cierta, y así lo hacemos flotar inestable, impreciso, y nada está nunca fijado ni es definitivo nunca y todo nos baila hasta el fin de los días, quizá es que no soportamos las certezas apenas, ni siquiera las que nos convienen y reconfortan, no digamos las que nos desagradan o nos cuestionan o duelen, nadie quiere convertirse en eso, en su propio dolor y su lanza y su fiebre. 'Tal vez me asusté al ver la herida en la frente de la chica, el golpe sonó fatal y fue muy aparatoso, y verle brotar un poco de sangre quizá me hizo tomar por lo mismo, quién sabe, una mancha oscura de la madera, por ejemplo, no había mucha luz en aquel pasillo', me había dicho Comendador al contarme el episodio, ya unos días más tarde. '¿Y la de la cama, y las gotas?', le decía yo. 'No lo sé, podían ser cualquier otra cosa, tal vez eran de vino, o de cognac incluso, a lo mejor había bebido por el pasillo y en la cama a morro y se le había derramado todo y no se había dado ni cuenta en su malestar, ida como estaba o sintiéndose a morir como debió sentirse antes de hacer el esfuerzo de levantarse para venir a abrirme.' '¿Quieres decir que estás convencido de haber visto esa sangre en varios lugares y a la vez crees posible no haberla visto o que ni siquiera la hubiera, que sólo fuera una figuración tuya, o tu propio temor a verla?' 'Sí, supongo que sí, supongo que eso es posible', contestaba Comendador perplejo.
Читать дальше