– No, no, no es cosa fisiológica, eso lo tengo muy claro. Es sólo un instante, como si la voluntad se me retirase. Es como un anuncio, o una presciencia… -No continuó-. Dámelos, por favor, los agradecerán mis riñones.
Los cogí de un sofá, se los di, se los colocó detrás a esa altura, le pregunté si no prefería que nos sentáramos en el salón, hizo con la mano en la que sostenía el cigarro un ademán negativo (se le cayó entonces sobre la moqueta la ceniza larga), como dando a entender que no valía la pena, que no me entretendría mucho tiempo (con el canto de la mano hizo rodar la ceniza aún compacta hasta el cenicero, que puso al pie del escalón manchado, sin que se le desmenuzara), volví a mi sitio, pero tiré de una escalerilla de cinco o seis peldaños que había en el estudio para alcanzar libros en alto, la puse bajo el dintel y me senté encima de ella, quiero decir que seguí a la misma distancia.
Wheeler había dicho en inglés las últimas frases, hablábamos más en esta lengua porque era la del país y la que oíamos y utilizábamos con los demás todo el día, pero la alternábamos con el español cuando estábamos solos, y pasábamos de una a otra según la necesidad, la comodidad o el capricho, bastaba con deslizar dos palabras de uno u otro idioma para que a veces nos trasladáramos automáticamente durante un rato al así introducido, su castellano era excelente, con acento pero no muy fuerte, fluido y bastante rápido -aunque naturalmente más lento que el velocísimo mío, plagado de sinalefas salvajes encadenadas que él evitaba-, demasiado preciso en el vocabulario, demasiado cuidadoso quizá para ser de un nativo. Había empleado la palabra 'prescience', culta pero no tan infrecuente en inglés como lo es en español 'presciencia', entre nosotros nadie la dice y casi nadie la escribe y muy pocos la saben, nos inclinamos más por 'premonición' y 'presentimiento' y aun 'corazonada', todas tienen más que ver con las sensaciones, un palpito -también eso existe, coloquialmente-, más con las emociones que con el saber, la certeza, ninguna implica el conocimiento de las cosas futuras, que es lo que de hecho significan 'prescience' y también 'presciencia', el conocimiento de lo que aún no existe y no ha sucedido (nada que ver, por tanto, con las profecías ni los augurios ni las adivinaciones ni los vaticinios, menos aún con lo que los sacamuelas de hoy llaman 'videncia', todo ello incompatible con la mera noción de 'ciencia'). 'Es como un anuncio, o una presciencia de esa voluntad retirada', pensé que iba a haber dicho Wheeler, de haber terminado. O tal vez habría sido aún más claro en su pensamiento, que sí habría concluido entero: 'Es como un anuncio, o una presciencia de lo que es estar muerto'. Me acordé de algo que le había oído una vez a Rylands hablando de Cromer-Blake, cuando andábamos muy preocupados ambos por su enfermedad tan callada. '¿A quién pertenece la voluntad de un enfermo?', había dicho junto al mismo río que ahora podía escucharse cerca en la oscuridad durante los silencios, el Cherwell, al tratar de explicarnos algunas actitudes de nuestro amigo infectado. '¿Al enfermo? ¿A la enfermedad, a los médicos, a los medicamentos, a la perturbación, al dolor, al miedo? ¿A los años, a los tiempos pasados? ¿Al que ya no somos… que se la llevó consigo?' ('Extraño no seguir queriendo', parafraseé para mis adentros, 'y no querer querer, aún más extraño. O no', me corregí al instante, 'quizá eso no es muy extraño'.) Pero Wheeler no estaba enfermo, sólo tenía años, y casi todos sus tiempos ya eran pasados, y había tenido la oportunidad muy larga de no ser ya el que había sido, o ninguno de los posibles varios que hubiera ido siendo. (Hasta se había desprendido muy pronto del nombre.) No había dicho 'prefiguración' siquiera, a eso estaba acostumbrado, a las representaciones anticipadas de todas las cosas y de las escenas y diálogos en que intervenía, seguramente había prefigurado y aun planeado la conversación que teníamos, los dos sentados en nuestros respectivos peldaños después de la fiesta, cuando todos se habían ido y la señora Berry se revolvía en sus sábanas sin conciliar el sueño insólitamente en el piso de arriba, haciendo memoria de sus cometidos y preparativos cumplidos, quizá atormentada por algún fallo que sólo ella habría notado. Probablemente esa charla discurría según el criterio y el diseño de Wheeler, sin duda él la dirigía, pero eso a mí no me importaba en principio, me intrigaba y me divertía, y nunca le regateé esos placeres. Lo que Peter había dicho era 'presciencia', un latinajo llegado sin apenas cambios hasta nuestras lenguas desde el original praescientia, una palabra desusada, rara, y un concepto nada fácil de comprender por tanto.
– ¿Como un anuncio de qué, Peter? ¿Una presciencia de qué? No terminó su frase.
Ni él ni yo éramos de los que se dejan distraer o embaucar y pierden de vista su objetivo o lo que les interesa. No éramos de los que sueltan la presa. Yo lo sabía de él y él de mí; todavía ignoraba hasta qué punto él sabía, me enteré mejor a la mañana siguiente. Quizá por eso rió un poco, por reconocerme en mi empeño, y esta vez el humo se le escapó entre los dientes, sin marcar punto y aparte.
– No preguntes lo que ya sabes, Jacobo, no es ese tu estilo -me contestó aún sonriente. Tampoco era de los que se dejan sitiar ni atrapar fácilmente, sino de los que contestan sólo lo que se proponían comunicar o confesar ya de antemano. Era de los que me llamaban Jacobo; otros, como Luisa, me llamaban Jaime, es el mismo nombre y ninguno de los dos era el mío exactamente (quizá también por conciencia de eso mi propia mujer me decía por el apellido a veces). Era yo mismo quien se presentaba con uno o con otro o con el más verdadero, según las personas y los ambientes y la conveniencia, según en qué país estuviera y en qué lengua fuera a hablarse. A Wheeler le gustaba la forma más pretenciosa acaso, o la más artificialmente histórica, conocía bien la antigua tradición española de traducir de ese modo el James de los reyes británicos Estuardos.
– ¿Desde cuándo le ocurre? No le había pasado antes conmigo, que yo recuerde.
– Oh, habrá empezado hace seis meses, o algo más. Pero es muy infrecuente, me sucede sólo de tarde en tarde, otra cosa sería grotesca. Y ya lo has visto, es sólo un momento, nada tiene de particular que no lo hayas presenciado antes, lo raro y la mala suerte sería lo contrario. Pero deja, no pierdas tiempo con eso, todavía no me has dicho qué te ha parecido Beryl más allá de sus muslos y de sus fauces: respecto a Tupra, qué impresión te han hecho juntos. -Él no soltaba su presa, obligaba a contestar lo que quería ver contestado. Tampoco me resistí nunca a esas insistencias suyas.
Vi que se le estaban bajando los calcetines o más bien medias de sport un poco, quizá era por la postura juvenil sobre la escalera, las piernas más flexionadas que en un sillón o en una silla, las rodillas más altas. Se los vi arrugados, flojos repentinamente, contrastando ahora con sus impolutos zapatos acharolados de suelas demasiado intactas (una invitación a los resbalones, no había estado ahí muy atenta la señora Berry), si las medias proseguían su curso le dejarían las canillas al descubierto. Y si eso ocurría tal vez tendría que señalárselo, a él no le gustaría ese inadvertido hecho, tan coqueto y primoroso como era siempre, aunque yo fuese su solo testigo y el único en poder advertirlo.
– Bueno, pues ya que está interesado: no daría ni seis peniques por esa pareja, poco prometedor el asunto para su amigo Tupra. Lo último que esa mujer parece es la nueva novia de nadie. Más bien todo lo contrario, es como si estuviera con él por holgazanería o rutina o porque no tuviera nada mejor ni tampoco peor en perspectiva, una actitud muy extraña la suya, tratándose de una relación reciente. Me han dado justamente una sensación de veteranía y pereza, como si fueran viejas llamas el uno del otro - 'old flames', dije, mejor traducirlo como 'antiguas pasiones' en castellano-, que mantienen buen trato pero se saben de memoria y se saturan mutuamente muy pronto, aunque se toleren y se conserven una pizca de añoranza recíproca, que en realidad se tienen en tanto que representantes de sus respectivos tiempos pasados. Era como si Tupra, no sé, hubiera recurrido a ella para no presentarse solo en la cena, esa clase de convenios, usted sabe. Lo cual resultaría en principio raro en alguien de su apariencia y su estilo, no se diría un hombre con dificultades para encontrar compañía, y bien lucida. Y si el favor se lo hubiera hecho él a ella, sacándola de paseo, la cosa tampoco casa, ya le he dicho que Beryl estaba aburrida, como si hubiera venido casi obligada, o en cumplimiento de un acuerdo, no sé, sí, poco menos que a rastras. Ni siquiera le preocupaba causar buena impresión a las amistades de él, si es que son sus amistades. En las primeras fases uno quiere ser aprobado hasta por el gato del otro, y por el canario, y por su callista, verse afianzado hasta por el lechero. Se hace un esfuerzo continuo por caer en gracia al entero círculo del amado nuevo, aunque sea repugnante su mundo. Y en ella no se veía el menor empeño. Ni tentativa siquiera.
Читать дальше