Joyce Oates - Ave del paraíso

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Situada en la mítica ciudad de Sparta, en Nueva York, Ave del paraíso es una punzante y vívida combinación de romance erótico y violencia trágica en la Norteamérica de finales del siglo XX. Cuando Zoe Kruller, una joven esposa y madre, aparece brutalmente asesinada, la policía de Sparta se centra en dos principales sospechosos, su marido, Delray, del que estaba separada, y su amante desde hace tiempo, Eddy Diehl. Mientras tanto, el hijo de los Kruller, Aaron, y la hija de Eddy, Krista, adquieren una mutua obsesión, y cada uno cree que el padre del otro es culpable. Una clásica novela de Oates, autora también de La hija del sepulturero, Mamá, Infiel, Puro fuego y Un jardín de poderes terrenales, en la que el lirismo del intenso amor sexual está entrelazado con la angustia de la pérdida y es difícil diferenciar la ternura de la crueldad

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Poco después del mediodía, hora de estudio en el quinto periodo de clases, miraba el libro de geometría y me mordía el labio inferior, con aquel vacío dentro de mí que era como un agujero que nunca pudiera llenarse, y allí estaba Mira Roche a quien apenas conocía, una chica mayor, de último curso, con rostro y figura de adulta, que me sonreía y se inclinaba sobre mí para susurrarme Oye, Krista: ¿quieres venir a una fiesta con nosotras? ¿Esta noche? Y Bernadette Hedwig, sentada detrás de mí se inclinó tanto que sentí la caricia de su aliento en la nuca mientras decía Hay un tipo, Krissie, un tipo bien de verdad que te quiere conocer. Y Mira dice ¡Sí, como lo oyes! Me lo ha dicho. Y en el aseo de las chicas después, a donde me siguieron, Mira Roche a un lado, Bernadette al otro, me estaba poniendo colorada, tan halagada, tan confundida, ¿por qué se interesaban por mí aquellas chicas mayores? Y Mira dijo que yo era endemoniadamente sexy, con aquel pelo rubio para morirse, y Bernadette me lo estaba acariciando, inclinándose mucho como para besarme y sentí una repentina felicidad, creí que aquellas chicas eran un camino para llegar.1 A.non Kruller, que era de Aaron Kruller de quien hablaban. ¡La emoción de ser elegida así! La emoción de gustar mientras pensaba Estas chicas quieren ser amigas mías. Mis amigas íntimas. Porque había dejado de tener amigas en el instituto. Ya no me era posible confiar en las chicas de mi clase en las que antes creía poder confiar. O quizá fuese que no lo deseaba ya. Había transcurrido muchísimo tiempo desde la última vez que me había quedado a pasar la noche con una amiga de Sparta, como antiguamente. Antes de que hubiera aparecido el problema en nuestras vidas, cambiándolas, de manera que Ben y yo éramos conscientes de que dábamos pena a la gente, de que la gente se compadecía de nosotros, por lo que habíamos llegado a aborrecerlos, era un error hacer confidencias a un amigo, tanto Ben como yo lo habíamos aprendido. Si le confesaba a una amiga que echaba de menos a mi padre, si le decía dónde vivía ahora papá (que era en Buffalo), y qué tipo de trabajo estaba haciendo («Como el que hacía aquí», lo que no era exactamente verdad), si decía cómo la realidad era que nunca lo habían detenido, que la policía de Sparta no lo había detenido nunca porque no tenían motivos para hacerlo, ninguna prueba, ni concluyente ni circunstancial, que nunca habían tenido ninguna y sin embargo había tantísima gente que pensaba que había matado a Zoe Kruller, y de manera cada vez más imprudente me sentía empujada a hacer confidencias a mi amiga, podía sucederme que me echara a llorar, y entonces mi amiga tal vez me consolara y me animase a contarle más cosas, que era lo que yo hacía, y le explicaba lo triste que estaban mi madre y mi hermano, lo enfadados que estábamos, lo injusto y lo inmerecido que era, tanto hablar sobre Edward Diehl en la televisión, en los periódicos, y nada era verdad, y no había manera de borrarlo ni de arreglarlo. Y aquella chica fingía simpatizar conmigo, fingía ser mi amiga, diciendo Vaya, Krista, tiene que ser muy duro, es como si alguien se hubiera muerto en la familia, mi madre lo siente tanto por ti y por tu madre y dice que no se imagina cómo tu madre ha sobrevivido todo este tiempo teniendo que preguntarse si tu padre se ensañó con aquella mujer, si quizá fue él quien la mató.

Pero Mira y Bernadette no eran así, pensé.

Ella y yo nos vamos a dar un paseo en coche. Sólo nosotros dos.

Duncan me llevaba fuera, dijo. Retorciéndome el pelo dentro del puño. Era la clase de individuo con el que una chica no tendría dificultad en ir, una chica se iría con él sin miedo y sin necesidad de que la forzaran pero no era eso lo que Duncan quería, eso era aburrido para Duncan, que alzaba mucho la voz, así que sonaba como un rebuzno cuando Duncan afirmaba ¡Aburrido! Y era también la razón de que Duncan necesitara con frecuencia un cambio de escenario y un cambio de personas. Estaba enfadado con Tetitas y Coñito o quizá sólo fingía -fingía estar enfadado y me reñía como un papá chapado a la antigua- tirándome del pelo de manera que iba cojeando tras él como un perro con una correa muy corta tratando de reír, sabía que Duncan Metz era un bromista, Duncan Metz estaba orgulloso de hacer reír a la gente, por lo que si me reía como todo el mundo, no sería crueldad, ¿verdad que no? Si me reía y no gemía de miedo ni le suplicaba que se detuviera, no me iba a hacer daño, ¿no es cierto? O, si me hacía daño, si mi cuero cabelludo gritaba de dolor, se trataba de un accidente y no era deliberado, Duncan sólo estaba bromeando.

En el exterior de la estación había estado lloviendo. Un olor húmedo y dulzón a tierra y a putrefacción, a fertilizante que se había derramado en el vagón de mercancías de Chautauqua & Buffalo hasta el que Duncan estaba tratando de alzarme -¡Vamos, nena, coopera! Un dos tres - aquello tenía su lógica, Duncan Metz me quería meter en el abandonado vagón de mercancías y trepar después de mí, tal vez, o Duncan Metz me iba a meter dentro del vagón de mercancías abandonado y a hacer fuerza con la puerta corrediza hasta cerrarla y dejarme atrapada dentro, tenía que haber una lógica en lo que Duncan estaba tratando de hacer y también para mis risas dominadas por el pánico, pero mi cerebro parecía haberse desconectado excepto para registrar que alguien había intervenido -un extraño-, otro tipo que sujetaba furioso y disgustado el brazo de Duncan Deja en paz a la chica, vete al infierno, joder. De repente los dos tipos forcejeaban, intercambiaban maldiciones, rápidos golpes violentos, Duncan vacilaba y se apartaba, soltándome, incluso me empujaba hacia el otro tipo murmurando un insulto ¡Anda y que te jodan, Kruller! Me di cuenta de que el otro era Aaron Kruller, que estaba furioso, como si nos hubiera vigilado desde lejos a Duncan y a mí sin querer intervenir pero de algún modo había terminado por hacerlo, maldita sea no le quedaba otro remedio.

Cuando Duncan me empujó, perdí el equilibrio y caí al suelo. Ninguna fuerza en las piernas. ¡Tan cansada! ¡Tan exhausta! De repente lo único que quería con desesperación era dormir, escaparme mediante el sueño tumbada en la acera húmeda, excepto que Aaron Kruller se había agachado y tiraba de mí Levántate, vamos, chica, levántate, no te puedes dormir aquí…

Consiguió que me sostuviera. A poca distancia, Duncan se burlaba de nosotros. Aaron no le hacía caso y dijo Muy bien, apóyate en mí, no cierres los ojos, trata de estar despierta. ¡Vamos, hazme el favor!

Qué ganas tenía de dormirme. De tumbarme en el suelo acurrucada con la forma de una larvita blanca, sin ojos ni oídos, apenas los latidos del corazón y mis huesos vacíos llenándose de sueño como si fuera éter excepto que Aaron Kruller me estaba zarandeando, agarrándome por los hombros me zarandeaba, no me dejaba dormir ¡Zas!¡Zas!, la mano abierta de Aaron Kruller contra mi cara despertándome para que los ojos se me abrieran.

Más tarde entendería la lógica de sus actos. Pensaría Eso era lo que tenía que suceder, precisamente así.

Me sangraba la boca. Tenía un corte en el labio superior. Quizá de la bofetada de Aaron Kruller o de uno de los golpes de Duncan Metz. Y el vómito que se me salía de la boca y me caía por la ropa. Sedoso pelo rubio tapándome la cara, apelotonado por el vómito. Sigue despierta decía Aaron. Mantén los ojos abiertos. Si te duermes, el efecto será de sobredosis. Obligándome a caminar sin miramientos como se hace con un borracho que no se sostiene. Medio arrastrándome hasta la calle, su brazo apretándome la cintura, sosteniendo todo mi peso mientras Duncan Metz nos gritaba desde lejos como alguien que se ha vuelto loco.

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