Phillip Margolin - Jamás Me Olvidarán

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En Portland, Oregón, las esposas de varios destacados hombres de negocios han desaparecido sin dejar más rastro que una rosa negra con un simple mensaje: "Jamás me olvidaran".
Diez años antes, en Nueva York, se habían producido otras desapariciones similares, pero el asesino fue atrapado y el caso quedó cerrado.
Nancy Gordon, detective de homicidios del departamento de Policía de Nueva York y miembro original del grupo de investigación del "asesino de la rosa", lleva diez años acosada por pesadillas con un sádico asesino que, asegura, aún anda suelto…
Alan Page, abogado del distrito de Oregón, está tratando de encontrar sentido a la misteriosa serie de desapariciones. Una noche llama a su puerta Nancy Gordon con la intencion de contarle una terrrible historia…

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Revisó los mensajes. Muchos eran de periodistas que deseaban saber los pormenores del nombramiento de Colby. Algunos provenían de asociaciones para otros senadores que probablemente llamaban sobre la ley del crimen que había preparado Colby. Unos pocos eran de socios de prestigiosos estudios de abogados de Washington, confirmando que Turner no tenía por qué preocuparse acerca de lo que haría después de que el senador fuera nombrado presidente de la Corte. Los accionistas del poder de Washington siempre manifestaban interés por aquellos que tenían influencia en un hombre del poder. Turner trabajaría bien, pero echaría de menos al senador.

El último mensaje de la pila llamó la atención de Turner. Era de Nancy Gordon, una de las pocas personas a las que habría llamado ayer por la tarde si hubiera regresado a la oficina. Turner supuso que lo llamaba por el nombramiento. Había un número de Nueva York, de Hunter's Point, en la tira de mensajes.

– Habla Wayne -dijo cuando oyó la voz familiar del otro lado de la línea-. ¿Cómo estás?

– Salió a la luz -contestó Gordon sin preliminares. Le llevó a Turner unos segundos comprender; luego se sintió descompuesto.

– ¿Dónde?

– Portland, Oregón.

– ¿Cómo lo sabes?

Ella se lo dijo. Cuando terminó, Turner preguntó:

– ¿Qué es lo que harás?

– Hay un vuelo a Portland que parte en dos horas.

– ¿Por qué crees que comenzó de nuevo?

– Me sorprende que se haya contenido por tanto tiempo -contestó Gordon.

– ¿Cuándo te llegó la carta?

– Ayer, alrededor de las cuatro. Recién comenzaba el turno.

– ¿Sabes lo del senador?

– Me enteré por el noticiario.

– ¿Crees que existe alguna conexión? El tiempo, quiero decir. Me parece extraño que fuera tan pronto después de que el presidente hiciera el anuncio.

– Podría haber una conexión. No lo sé. Y no quiero apresurarme en las conclusiones.

– ¿Llamaste a Frank? -preguntó Turner.

– No, aún no.

– Hazlo. Que lo sepa.

– Está bien.

– Mierda. Éste es el peor momento para que esto suceda.

– ¿Estás preocupado por el senador?

– Por supuesto.

– ¿Qué sucede con las mujeres? -preguntó con frialdad Gordon.

– No me tiendas esa trampa, Nancy. Sabes muy bien que me preocupan las mujeres, pero Colby es mi mejor amigo. ¿Puedes mantenerlo fuera de esto?

– Lo haré, si puedo.

Turner transpiraba. El auricular de plástico se sentía incómodo contra su oreja.

– ¿Qué harás cuando lo encuentres? -le preguntó, nervioso. Gordon no contestó de inmediato. Turner podía oírla respirar profundo.

– ¿Nancy?

– Haré lo que deba hacer.

Turner sabía qué era aquello. Si Nancy Gordon encontraba al hombre que había invadido sus sueños durante los últimos diez años, ella lo mataría. El lado civilizado de Wayne Turner deseaba decirle que no debía ejercer la ley por mano propia. Pero había un lado primitivo en él que no lo dejaba decir aquello, ya que todos, incluido el senador, estarían mejor si la detective de la división homicidios Nancy Gordon acechaba la muerte.

2

La alarma del microondas sonó. Alan Page regresó a la cocina, mientras mantenía un ojo en el televisor. El comentarista de la CBS hablaba sobre la fecha que se había fijado para la audiencia de confirmación de Raymond Colby. Colby le daría a la Corte Suprema una sólida mayoría conservadora, y eso era una buena noticia, si se era fiscal.

Alan sacó su cena del horno de microondas y retiró el papel de aluminio, echando una ojeada a la comida. Tenía treinta y siete años, cabello corto color negro, un rostro que todavía sufría las cicatrices del acné y una expresión de decisión que ponía nerviosa a la gente. Su cuerpo largo y delgado sugería un interés por las carreras de distancia. En realidad, Alan era delgado porque no le interesaba la comida y comía lo mínimo para mantenerse vivo. Ahora que estaba divorciado era peor. En un buen día, el desayuno era un café instantáneo, la comida un emparedado y más café, y para la cena, una pizza.

Un periodista estaba entrevistando a alguien que lo conocía de sus días con Marlin Steel. Alan utilizó el control remoto para subir el volumen. Por lo que oía, no había nada que se interpusiera en su camino para ser confirmado presidente de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. Sonó el timbre de la puerta justo cuando concluía la historia de Colby. Alan esperaba que no se tratara de trabajo. A las nueve daban un clásico de Bogart que había estado deseando ver durante todo el día.

La mujer que se hallaba parada en el umbral de la puerta de Alan sostenía un portafolios sobre la cabeza, para protegerse de la lluvia. Una maleta pequeña, de color marrón, estaba detrás de ella. Un taxi la esperaba en el cordón, con los limpiaparabrisas en funcionamiento y las luces altas cortando el torrente de agua.

– ¿Alan Page?

Él asintió. La mujer dejó que un portadocumentos de cuero que tenía en su mano libre se abriera y dejara ver a Alan su credencial.

– Nancy Gordon. Soy detective de la división homicidios con una misión del Departamento de Policía de Hunter's Point, Nueva York. ¿Puedo entrar?

– Por supuesto -le dijo, retrocediendo. Gordon le hizo una señal al taxi y luego entró. Ella separó de su cuerpo el portafolios, lo sacudió para quitarle el agua sobre el felpudo de la entrada y entró la maleta.

– Déjeme quitarle la chaqueta -le dijo Alan-. ¿Le traigo algo de beber?

– Café bien caliente, por favor -le contestó Gordon, mientras le alcanzaba a él el impermeable.

– ¿Qué hace un detective de Nueva York en Portland, Oregón? -le preguntó Alan, mientras colgaba la chaqueta en el guardarropas del pasillo.

– ¿Significa algo para usted la frase "Jamás me olvidarán", señor Page?

Alan se quedó quieto por un segundo; luego se volvió.

– Esa información no se ha hecho pública. ¿Cómo sabe usted de eso?

– Sé más de lo que usted imagina acerca dé Jamás me olvidarán, señor Page. Sé lo que la nota significa. Sé lo de las rosas negras. También sé quién se llevó a las mujeres desaparecidas.

Alan necesitó un momento para pensar.

– Por favor, siéntese y le traeré su café -le dijo a Gordon.

El apartamento era pequeño. La sala y la cocina eran un espacio único dividido por un mostrador. Gordon eligió un sillón cerca del televisor y esperó con paciencia que Alan mezclara agua de la caldera con café instantáneo. Le dio una taza a la detective, apagó el televisor; luego se sentó frente a ella, en el sofá. Gordon era alta, de cuerpo atlético. Alan calculó que tendría treinta y cinco años. Tenía cabello rubio, corto. Era atractiva sin mucho trabajo. Lo más impactante de la detective era su seriedad. Su vestido era austero, los ojos, fríos; la boca, sellada en una línea recta y su cuerpo, rígido, como el de un animal preparado para defenderse.

Gordon se inclinó hacia adelante.

– Piense en los crímenes más repulsivos, señor Page. Piense en Bundy, Manson, Dahmer. El hombre que deja estas notas es más inteligente y mucho más peligroso que cualquiera de ellos, ya que aquellos están muertos o en prisión. El hombre tras el cual está usted es el que se fue.

– ¿Usted sabe quién es? -le preguntó Alan.

Gordon asintió.

– He estado esperando a que salga a la luz durante diez años.

La mujer hizo una pausa. Miró el vapor que subía desde su taza. Luego volvió a mirar a Alan.

– Este hombre es astuto, señor Page, y es diferente. No es humano, de la forma en que nosotros pensamos acerca de un ser humano. Sabía que no podría controlarse para siempre, y tuve razón. Ahora ha salido a la superficie y yo puedo atraparlo, pero necesito su ayuda.

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