Phillip Margolin - Jamás Me Olvidarán

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En Portland, Oregón, las esposas de varios destacados hombres de negocios han desaparecido sin dejar más rastro que una rosa negra con un simple mensaje: "Jamás me olvidaran".
Diez años antes, en Nueva York, se habían producido otras desapariciones similares, pero el asesino fue atrapado y el caso quedó cerrado.
Nancy Gordon, detective de homicidios del departamento de Policía de Nueva York y miembro original del grupo de investigación del "asesino de la rosa", lleva diez años acosada por pesadillas con un sádico asesino que, asegura, aún anda suelto…
Alan Page, abogado del distrito de Oregón, está tratando de encontrar sentido a la misteriosa serie de desapariciones. Una noche llama a su puerta Nancy Gordon con la intencion de contarle una terrrible historia…

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– Cálmese -le dijo con paciencia Darius.

– No me diga que me calme -le respondió Betsy, enfadada por la glacial compostura de su cliente-. Maldito sea, Martin, soy su abogado. No crea que encuentro interesante que usted se acueste con una de las víctimas y que la golpee, el día en que ella desaparece.

– Yo no golpeé a Vicky. Le dije que no deseaba verla y se puso histérica. Me atacó y tuve que controlarla. Además, ¿qué tiene que ver mi encamada con Vicky con conseguir la fianza?

Betsy negó con la cabeza.

– Esto podría hundirlo, Martin. Conozco a Norwood. Es muy recto. Un verdadero anticuado. El tipo está casado con la misma mujer hace cuarenta años y va a la iglesia todos los domingos. Si me hubiera dicho, podría haber suavizado el impacto.

Darius se encogió de hombros.

– Lo siento -dijo, sin querer decir eso.

– ¿Mantenía relaciones sexuales con Laura Farrar y con Wendy Reiser?

– Casi no las conocía.

– ¿Qué hay de la fiesta por el centro comercial?

– Hubo cientos de personas allí. Ni siquiera recuerdo haber conversado con Farrar ni con Reiser.

Betsy se reclinó en su asiento. Se sentía muy incómoda a solas con Darius, en el estrecho lugar que ofrecía la sala de visitas.

– ¿Adonde se dirigió usted después del hotel Hacienda?

Darius sonrió, sumiso.

– A una reunión en Brand, Gates y Valcroft con Russell Miller y otra gente que trabaja para la publicidad de Construcciones Darius. Acababa de hacer arreglos para que Russ se hiciera cargo de la cuenta. Supongo que eso no será ya posible.

– Martin, es usted un frío hijo de puta. Usted se acostó con la esposa de Miller; luego le arrojó a él un hueso. Ahora está haciendo bromas sobre ella cuando ella fue asesinada. La doctora Gregg dijo que puede haber estado viva durante horas, toda abierta en tajadas, sufriendo el más cruel de los tormentos. ¿Sabe usted cuánto debe haber sufrido antes de morir?

– No, Tannenbaum, no sé cuánto sufrió -dijo Darius, con la sonrisa que desaparecía de su rostro-, ya que yo no la maté. ¿De modo que qué le parece mostrar un poco de comprensión hacia mi lado? Yo soy al que lo acusan. Soy yo el que se despierta todas las mañanas en la mugre de esta cárcel y que come la basura que se presenta por comida.

Betsy miró con odio a Darius y se puso de pie.

– ¡Guardia! -gritó, golpeando la puerta-. He tenido suficiente por hoy, Martin.

– Que descanse.

El guardia se inclinó para introducir la llave en la cerradura.

– La próxima vez que hablemos, quiero toda la verdad sobre todo. Y eso incluye a Hunter's Point.

La puerta se abrió. Mientras Darius la observaba marcharse, la más fina de las sonrisas se le marcó en los labios.

Capítulo 13

1

International Exports se encontraba en el piso veintidós del edificio torre del First Interstate Bank, en un pequeño conjunto de oficinas agrupadas en una esquina, junto a una compañía de seguros. Una mujer hispánica, de mediana edad, levantó la mirada desde su procesador cuando Reggie Steward abrió la puerta. Se mostró sorprendida, como si los visitantes no fueran algo usual del lugar.

Momentos más tarde, Steward estaba sentado en el escritorio de Manuel Ochoa, un mejicano robusto, bien vestido, de tez oscura y bigote abundante y salpicado de rubio.

– Este asunto con Martin es tan terrible. Su fiscal de distrito debe de estar loco para arrestar a alguien tan prominente. Por cierto que no existe evidencia contra él -dijo Ochoa, mientras le ofrecía a Steward un cigarro delgado.

Steward levantó la mano, declinando el ofrecimiento.

– Francamente no sabemos lo que tiene Alan Page entre manos. Está jugando con las cartas muy pegadas al chaleco, Esa es la razón por la que estoy hablando con gente que conoce al señor Darius. Estamos tratando de imaginarnos cuáles son las ideas que tiene Page.

Ochoa negó comprensivamente con la cabeza.

– Haré cualquier cosa para ayudar, señor Steward.

– ¿Por qué no me explica su relación con Darius?

– Somos socios en un negocio. Él deseaba construir un centro comercial cerca de Medford y los bancos no lo querían financiar, de modo que recurrió a mí.

– ¿Cómo va la inversión de riesgo?

– No muy bien, me temo. Últimamente Martin ha estado teniendo problemas. Está el asunto desafortunado con el predio donde se descubrieron los cuerpos. Tiene muchísimo dinero inmovilizado en el proyecto de la municipalidad. Sus deudas están acumulándose. Nuestra inversión también está paralizada.

– ¿Cómo es de seria la situación financiera de Darius?

Ochoa exhaló una nube de humo hacia el techo.

– Seria. Estoy preocupado por mi inversión, pero, por supuesto, estoy protegido.

– Si el señor Darius permanece en la cárcel o es condenado, ¿qué sucederá con su negocio?

– No puedo decirlo. Martin es el genio de su empresa, pero tiene hombres competentes trabajando con él.

– ¿Es usted amigo del señor Darius?

Ochoa aspiró profundamente su cigarrillo.

– Hasta hace poco, uno podría decir que fuimos amigos, pero no íntimos. Las relaciones de negocios fueron más precisas. Martin vino a mi casa y en ocasiones nos relacionamos socialmente. Sin embargo, las presiones del negocio repercutieron en nuestra relación.

Steward colocó sobre el escritorio las fotografías de las tres mujeres y una hoja de papel con las fechas de sus desapariciones.

– ¿Estuvo usted con el señor Darius en cualquiera de estas fechas?

– No lo creo.

– ¿Qué me dice de las fotografías? ¿Lo vio usted al señor Darius alguna vez con alguna de estas mujeres?

Ochoa estudió las fotografías, luego negó con la cabeza.

– No, pero he visto a Martin con otras mujeres. -Steward tomó un anotador-. Tengo una casa grande y vivo solo. Me gusta reunirme con amigos. Algunas de estas amigas son mujeres muy atractivas y sin pareja.

– ¿Desea explicarme esto, señor Ochoa?

Ochoa rió.

– A Martin le gustan las mujeres jóvenes, pero es siempre discreto. Tengo un dormitorio de huéspedes para mis amigos.

– ¿Toma el señor Darius drogas?

Ochoa miró con curiosidad a Steward.

– ¿Qué tiene que ver eso con su caso, señor Steward?

– Debo conocer todo lo que pueda de mi cliente. Jamás se sabe lo que es importante.

– No tengo conocimiento del uso de drogas -dijo Ochoa, mirando su Rolex-, me temo que tengo otra cita.

– Gracias por darme su tiempo.

– Fue un placer. Si puedo ser de más ayuda para Martin, hágamelo saber. Y deséele lo mejor de mi parte.

2

Nora Sloane esperaba a Betsy en un banco que estaba afuera de la sala del tribunal.

– ¿Habló con el señor Darius?

– Martin dice que puede seguirnos.

– ¡Fantástico!

– Encontrémonos después de la Corte y estableceré algunas reglas básicas.

– Muy bien. ¿Sabe qué es lo que el juez Norwood decidirá?

– No. Su secretario acaba de decir que estemos aquí a las dos.

Betsy dobló la esquina. El tribunal del juez Norwood estaba en el extremo del pasillo. La mayoría de la gente que estaba en el corredor se encontraba aglomerada en la entrada al tribunal. Equipos de televisión estaban agrupados allí, y un guardia revisaba a la gente con un detector de metales. Betsy le mostró al guardia su credencial. Este le dejó paso. Betsy y Sloane pasaron detrás de él y se dirigieron a la sala sin tener que pasar por el detector de metales.

Martin Darius y Alan Page estaban en la Corte. Betsy se deslizó en su silla junto a Darius y tomó sus archivos y un anotador de! interior de su portafolios.

– ¿Vio a Lisa? -le preguntó él.

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