Tal vez no era demasiado ilógico que el jefe de servicios financieros de la compañía tomara precauciones, tratara de evitar que alguien se introdujera en su despacho. ¿No era algo digno de encomio?
Después de diez minutos de buscar por todas partes, diez minutos que me destrozaron los nervios, decidí que aquello no estaba escrito en mi destino; y en ese momento recordé un detallito curioso de mi nuevo despacho. Como todos los despachos de la planta ejecutiva, estaba equipado con un detector de movimiento, algo menos sofisticado de lo que parece. En realidad es una característica de seguridad muy común en los despachos más importantes: una forma de asegurarse de que nadie se quedará encerrado en su propio despacho. Mientras haya movimiento en un despacho, la puerta no se cierra. (Otra prueba de que los despachos del séptimo piso eran un poco más igualitarios.) Si me apresuraba, podría aprovecharme de aquello…
La puerta del despacho de Camilletti era de caoba sólida, muy pulida, pesada. No había espacio entre la puerta y la alfombra tupida; ni siquiera podía deslizar una hoja de papel por debajo. Eso haría las cosas un poco más difíciles… pero no imposibles.
Necesitaba una silla para encaramarme, pero no la silla de la asistente, que tenía ruedas y no era estable. Encontré una silla plegable en la salita de espera y la puse junto a la pared de vidrio del despacho de Camilletti. Luego regresé a la sala de espera. Dispersos sobre la mesa de centro estaban los diarios y las revistas habituales: Financial Times, Institutional Investor, JSF, Forbes, Fortune, Business 2.0, Barron's…
Barron's . Sí. Eso serviría. La cogí, y tras mirar alrededor -para confirmar que nadie fuera a sorprenderme haciendo algo que sería inútil tratar de explicar- me subí en la silla y empujé uno de los paneles acústicos del techo.
Metí el brazo en el espacio que hay encima del techo falso, ese lugar oscuro y polvoriento atiborrado de alambres y cables y cosas así, y tanteé la zona para encontrar el siguiente panel, el que quedaba justo encima del despacho de Camilletti, y lo levanté también, dejándolo apoyado en la rejilla metálica.
Bajé la mano con el Barron's y empecé a agitarlo al otro lado. Bajé la mano hasta donde alcanzaba, lo agité un poco más, pero nada ocurrió. Tal vez los detectores de movimiento no llegaban tan alto. Finalmente me puse de puntillas, doblé el codo tanto como pude y me las arreglé para bajar el periódico otro par de palmos, agitándolo con fuerza hasta que sentí que me dolían los músculos.
Oí un clic.
Un débil, inconfundible clic.
Saqué el Barron's y devolví el panel a su lugar, lo dejé bien ajustado en su sitio. Luego me bajé de la silla y la puse donde estaba.
Y probé a abrir la puerta de Camilletti.
La puerta se abrió.
En mi mochila había traído un par de herramientas que incluían una linterna. Inmediatamente cerré las persianas y la puerta, y encendí el poderoso rayo de luz.
El despacho de Camilletti era tan carente de personalidad como los demás: la colección genérica de fotografías familiares enmarcadas, las placas y los premios, la misma fila de libros sobre negocios que todos fingían leer. La verdad es que el despacho fue una gran desilusión. No era un despacho esquinero, no tenía ventanas del techo al suelo como en Wyatt Telecom. No había vistas de ningún tipo. Me pregunté si a Camilletti le disgustaría traer invitados importantes a un despacho tan humilde. Éste era el estilo de Goddard, pero no era para nada el de Camilletti. Tacaño o no, Camilletti parecía un tío presuntuoso. Yo había oído decir que en el ático del ala A del edificio había una suite en la que se recibía a los invitados elegantes, pero nadie que yo conociera la había visto nunca. Tal vez era allí donde Camilletti recibía a los gerifaltes.
Había dejado encendido el ordenador, pero cuando le di a la barra de espacio de aquel moderno teclado negro, y se encendió el monitor, apareció la pantalla escriba su contraseña y el cursor titilando. Sin su contraseña, por supuesto, no podría entrar en los archivos de su ordenador.
Si había escrito su contraseña en alguna parte, lo cierto es que yo no logré encontrarla: ni en los cajones, ni bajo el teclado, ni pegada con celo a la parte posterior del gran monitor plano. Nada. Sólo por probar tecleé su nombre de usuario (Camilletti@trionsystems.com) y enseguida la misma contraseña, Camilletti.
Nada. Era demasiado precavido para algo así, y después de unos segundos me di por vencido.
Tendría que conseguir su contraseña a la manera antigua: furtivamente. Pensé que no se daría cuenta si cambiaba el cable que había entre su teclado y su disco duro por un Keyghost. Y eso hice.
Admito que estaba más nervioso allí, en el despacho de Camilletti, que en el de Nora. Se podría pensar que en ese momento yo ya era un completo profesional en eso de meterme en despachos ajenos, pero no era así, y en el de Camilletti había ciertas vibraciones que me dejaron muerto de miedo. El mismo me parecía aterrador, y ni siquiera me atrevía a pensar en las consecuencias de ser sorprendido. Además, tenía que asumir que las precauciones de seguridad de la planta ejecutiva serían más exhaustivas que en el resto de Trion. Tenían que serlo. Cierto, me habían entrenado para vencer la mayoría de medidas de seguridad. Pero siempre había sistemas de detección que no activaban alarmas ni luces. Esa posibilidad me asustaba más que ninguna otra.
Miré alrededor buscando inspiración: por alguna razón, el despacho parecía más ordenado, más espacioso que los otros que había visitado en Trion. Enseguida supe por qué: aquí no había archivadores. Por eso parecía tan despejado. ¿Y bien? ¿Dónde estaban todos los archivos?
Cuando entendí por fin dónde debían estar, me sentí como un idiota. Por supuesto. No estaban aquí porque no había espacio suficiente, y. no estaban en el área de su asistente porque habrían quedado demasiado expuestos al público, demasiado vulnerables.
Tenían que estar en la habitación auxiliar. Al igual que Goddard, cada ejecutivo de alto nivel de Trion tenía un despacho doble, con una sala de conferencias auxiliar del mismo tamaño que la principal. Era así como se manejaba en Trion el asunto de la igualdad de espacio: oye, todo el mundo tiene despachos del mismo tamaño. Simplemente, los de arriba tienen dos.
La puerta de la sala de conferencias no estaba cerrada con llave. Barrí la habitación con la linterna: había una fotocopiadora pequeña; todas las paredes estaban cubiertas de archivadores de caoba. En el centro de la habitación había una mesa redonda, como la de Goddard, pero más pequeña. Todos los cajones estaban meticulosamente etiquetados con lo que parecía caligrafía de arquitecto. La mayoría parecía contener registros financieros y contables; en ellos encontraría cosas interesantes, pensé. Ojalá supiera por dónde empezar a buscar.
Pero cuando vi los cajones con la etiqueta desarrollo corporativo trion, el resto dejó de interesarme. Desarrollo corporativo no es más que una expresión de la jerga empresarial para referirse a fusiones y adquisiciones. Trion era conocida por absorber nuevas empresas y compañías pequeñas o medianas. Eso era más habitual en los años milagrosos, a finales de los noventa, pero aún adquirían varias compañías al año. Supuse que los archivos estaban allí porque Camilletti supervisaba las adquisiciones concentrándose principalmente en temas de costes, calidad de la inversión, todo eso.
Y si Wyatt tenía razón, y el proyecto Aurora se componía de un grupo de empresas que Trion había adquirido secretamente, la solución al misterio Aurora tenía que estar aquí.
También estos archivos estaban abiertos: otro golpe de suerte. Supongo que la idea era: si no puedes entrar al despacho auxiliar de Camilletti, no podrás tener acceso a los archivos, así que cerrarlos era una molestia sin sentido.
Читать дальше