– Pero la forma en que Jiao se comportó allí sí lo fue. No dejaba de mirar de reojo, como si temiera que la siguieran. Antes se metió en una peluquería y, en lugar de arreglarse el pelo, se puso unas gafas de sol y salió por la puerta trasera a un callejón lateral. Casualmente, yo estaba comprando un paquete de cigarrillos cerca de allí, o sea que no la perdí de vista. Para poder seguirla hasta el interior del club tuve que gastarme todo el dinero que llevaba en el bolsillo en una entrada. Y allí estaba ella, claro, bailando con un hombre alto y robusto con la cara tan redonda como la luna llena.
– ¿Quiere decir que Jiao es una «acompañante para bailes»?
– No, no lo creo. Esas acompañantes para bailes no ganan demasiado dinero. Y ésa fue la única vez en que la vi entrar allí. Normalmente va a la Mansión Xie, donde celebran bailes cada semana.
– ¿Así que el hombre es alguien a quien Jiao conoció en la Mansión Xie?
– Eso no lo sé. Nunca me permitirían entrar allí, y sé de sobra que no vale la pena intentarlo. Pero, aquella misma noche, creo que lo vi en casa de Jiao.
– ¿La siguió desde la sala de baile hasta su casa?
– No, no exactamente. Sólo bailó un par de piezas y luego se fue. Me entró curiosidad y la seguí. Paró un taxi, y yo cogí un autobús. Tardé mucho más que ella en llegar. Me hubiera sido imposible entrar en el edificio, así que di unas cuantas vueltas, con la intención de abordarla si salía. Entonces levanté la vista y vi a alguien que estaba de pie junto a la ventana de su dormitorio: el hombre de la sala de baile. Jiao se apoyó contra él brevemente, de una forma muy íntima.
– ¿Cuándo pasó todo esto?
– Hará un par de meses.
Es decir, antes de que Chen hubiera empezado a investigar; posiblemente, antes también de que lo hubiera hecho Seguridad Interna, pensó Yu. Al parecer, no habían visto a nadie en el piso de Jiao desde entonces.
– ¿Pasó alguna otra cosa después?
– Apagaron la luz y ya no vi nada más.
– Podría haber sido un vecino de Jiao.
– Era el hombre con el que había bailado, de eso estoy seguro. Esa cara redonda como la luna era inconfundible. Seguí a Jiao varios días más, pero a él no lo volví a ver. No pude vigilarla todo el tiempo, tenía que trabajar, cargando a la espalda cerdos congelados en el mercado. Entonces me despidieron, y ayer la abordé.
– ¿Qué le dijo?
– Cuando le mencioné que había visto a aquel hombre en su dormitorio, se puso pálida como el papel. Me dijo una y otra vez que no era asunto mío. Le expliqué que me habían despedido, y que ella podría ayudarme un poco, así que sacó algo de dinero del bolso, unos doscientos cincuenta yuanes. Dijo que llamaría a la policía si intentaba acercarme a ella de nuevo.
– ¿Piensa ponerse en contacto con Jiao otra vez?
– Aún no lo he decidido, pero estoy seguro de que hay algo entre Jiao y aquel hombre. Él debe de haberle dado dinero.
– Un momento, Peng. ¿A cambio de qué le dio el dinero? Ese hombre, ¿es su amante o un comprador?
– Tal vez ambas cosas, pero ¿a quién le importa? Como dice un antiguo proverbio, si no fuera una ladrona, no se sentiría culpable ni se pondría nerviosa. Seguro que por eso me dio el dinero.
– Eso es chantaje. Si Jiao lo denunciara a la policía, podría usted meterse en problemas muy serios.
– Soy un cerdo muerto. ¿De qué serviría echarme a un caldero de agua hirviendo? -preguntó Peng, masticando la última costilla agridulce y limpiándose los dedos con la servilleta de papel-. Lo que hice en aquellos años hoy no tiene ninguna importancia. Vaya a cualquier colegio y verá a muchos alumnos haciéndose arrumacos en el patio, detrás de los árboles y entre los arbustos. En cambio, yo estuve en la cárcel muchos años por eso mismo.
– Mucha gente sufrió en aquella época.
– Intenté empezar de nuevo, pero la gente me evitaba como si fuera un trozo de carne pestilente. Y después de todos estos años, siguen contando historias horribles sobre mi relación con Qian. ¿Cree que hay algo que me importe ahora?
Peng, medio borracho y sin dejar de compadecerse de sí mismo, tenía la cara tan roja como la cresta de un gallo. Yu no creía que fuera a sacarle nada más, no con seis botellas de cerveza vacías sobre la mesa.
– Ha sufrido usted mucho, pero no intente chantajear a nadie. No le hará ningún bien.
– Gracias, señor periodista. Siempre que tenga otras opciones, lo evitaré.
– Si se le ocurre cualquier otra cosa, póngase en contacto conmigo -le indicó Yu, después de anotar su número de móvil en un trozo de papel.
– Lo haré -respondió Peng apurando el último vaso.
– No le hable a nadie de nuestra conversación. Tal vez alguien intentara causarle problemas -dijo Yu, levantándose-. Quédese aquí todo el tiempo que quiera.
– No se preocupe por eso; ahora pensaba acabarme los fideos.
Mientras salía del restaurante, Yu se dio la vuelta y vio a Peng hundiendo la cara en el cuenco de fideos, la misma escena que había presenciado antes. Quizás el compañero de Peng tenía razón al asombrarse de su capacidad para comer arroz.
Chen llegó a la casa de té de la calle Henshan en compañía del Viejo Cazador. Al reconocerlos, la camarera los condujo al reservado y los dejó solos.
Nada más sentarse a la mesa, el Viejo Cazador comenzó a explicarle a Chen lo que había hecho, y lo que Peng le había revelado a Yu. Por una vez, no se comportó como un cantante de ópera de Suzhou, sino que habló deprisa, sin perderse en divagaciones. Chen lo escuchó sin interrumpirlo. A continuación, el Viejo Cazador apuró su taza y se levantó.
– Tengo que irme, jefe.
– ¿A qué viene tanta prisa? -preguntó Chen-. La segunda taza de té es la mejor.
– Tengo que volver a la tienda de agua caliente que hay frente al complejo de pisos de Jiao. Un viejo guarda de seguridad llamado Bei tiene la costumbre de ir allí a comprar agua caliente con una taza de acero inoxidable; luego vuelve a toda prisa a su cubículo. Apuesto a que compra un céntimo de agua caliente para calentar su arroz frío. El dueño de la tienda intentará presentármelo hoy.
– Vaya con cuidado. Seguridad Interna continúa vigilando.
– No se preocupe. Me sentaré allí, y será como un encuentro casual en la tienda entre dos clientes viejos. ¿Quién se va a fijar en nosotros? Ya ve, voy a tomarme una segunda tetera dentro de una hora. Bei también está jubilado. Seguro que dos jubilados tendrán mucho de que hablar.
– Realmente, como dice uno de sus proverbios favoritos, el jengibre viejo es mucho más picante.
– Mucho más picante -repitió el policía jubilado con una sonrisa sarcástica-. Pero le diré algo: éste es otro caso Mao, y el párpado izquierdo me ha estado temblando toda la mañana. Tal vez no sea un buen augurio.
– Frótese el ojo izquierdo tres veces y repita: «es un buen augurio» -sugirió Chen sonriendo-. Funciona, según mi madre.
Chen se levantó para acompañar al anciano a la puerta, y observó cómo se alejaba hasta perderlo de vista. Entonces volvió a la mesa, a la taza de té súbitamente solitaria. La camarera debía de haberse llevado la otra.
Le preocupó la idea de que Yu se hubiera involucrado en el caso, aunque era imposible evitarlo. Tratándose de un caso sobre Mao, el Viejo Cazador no podía hacer demasiado por su cuenta. Tuvo que intervenir el subinspector Yu, un refuerzo que ya empezaba a dar frutos. No había forma de impedir que un compañero tan leal como Yu colaborara con el inspector jefe Chen.
Lo que el subinspector había descubierto no se podía pasar por alto, pensó Chen, sorbiendo el té sin llegar a saborearlo.
Читать дальше