James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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Llamadas de trabajo: Van Meter, Pete Bondurant, Fred Turentine. Los tres, luz verde: micrófonos ocultos en la casa de La Verne y un fotógrafo escondido en el dormitorio. Diskant, seguido y espiado: cita para unas copas en el Ollie Hammond's Steakhouse, a las seis en punto.

El cebo estaba preparado: nuestra comunista consorte. Pete dijo que Hush-Hush estaba encantada: político rojillo tropieza con el pito.

Llamé a Narcóticos. Dan Wilhite había salido. Dejé un mensaje. Dormir mal, no pegar ojo: la pesadilla de los Kafesjian. Desahogo cómico: Junior, la noche anterior: «Sé que crees que no doy la talla para oficial, pero ya verás. Te aseguro que ya verás.»

Cinco de la tarde: al carajo la siesta.

Me lavé y eché una ojeada al Herald: Chavez Ravine había desplazado de la primera página a mi muerto. Bob Gallaudet: «Los latinoamericanos que pierdan sus viviendas serán compensados generosamente y, en último término, una sede para los Dodgers será un motivo de orgullo para los angelinos de todas las razas, credos y colores.»

Para partirse de risa. Aquello alivió mi resaca de los Kafesjian.

Ollie Hammond's. Apostado a la entrada del bar, esperando. Morton Diskant en la puerta, a las seis en punto. La Verne Benson entra a las 6.03: falda de tweed, calcetines hasta las rodillas, cárdigan.

6.14: Pete B. se desliza en el asiento.

– Diskant está con sus amigos. La Verne, a dos mesas de ellos. No llevaba ni dos segundos sentada y ya le lanzaba miradas ardientes.

– ¿Crees que el tipo picará?

– Yo lo haría, pero es que para estas cosas soy un cerdo.

– ¿Como tu jefe?

– Puedes decir su nombre. Howard Hughes. Es un tipo ocupado. Como tú.

– Era un jodido idiota. Si no hubiera saltado, es muy probable que yo mismo le hubiese empujado.

Pete apoyó las manos en el salpicadero. Unas manos enormes. Sus puños habían matado a un borracho camorrista en las celdas de una comisaría. La Policía le despidió; Howard Hughes encontró un alma gemela.

– ¿Y tú? ¿También has estado ocupado?

– Más o menos. Consigo droga para Hush-Hush, mantengo al señor Hughes al margen de Hush-Hush. Si alguien quiere querellarse contra Hush-Hush, le convenzo para que no lo haga. Busco gatitas para el señor Hughes, aguanto al señor Hughes cuando empieza con esas divagaciones sobre los aviones. En este momento, el señor Hughes me hace seguir a esa actriz que le ha plantado. Imagina: esa fulana abandona el picadero número uno del señor Hughes, además de un contrato de trescientos a la semana, y todo para actuar en una película barata de terror. El señor Hughes le hizo un contrato de esclava para siete años y quiere denunciarla por violación de una cláusula de moralidad. ¿Te imaginas, ese cerdo putero predicando moralidad?

– Sí, y a ti te encanta porque…

– … porque soy un auténtico cerdo, como tú.

Me reí. Bostecé.

– Esto puede llevar toda la noche.

– No, La Verne es impetuosa. -Pete encendió un cigarrillo-. Se hartará y abordará al pájaro. Buena chica. Incluso ayudó a Turentine a instalar los micrófonos.

– ¿Qué tal Freddy?

– Ocupado. Esta noche compromete al comunista ése, la semana que viene hace escuchas clandestinas para Hush-Hush en una sauna de maricas. El problema con Freddy T. es que le da mucho a la botella. Demasiadas denuncias por conducir borracho, de modo que la última vez el juez le condenó a trabajos comunitarios y ahora enseña electrónica a los internos de Chino. Klein, mira.

La Verne a la puerta del bar. Dos pulgares hacia arriba. Pete respondió con un gesto.

– Eso significa que Diskant se reunirá con ella cuando se haya desecho de sus amigos. ¿Ves ese Chevrolet azul? Es el de la chica.

Nos pusimos en marcha detrás de La Verne. A la derecha por Wilshire, luego recto al oeste; Sweetzer, al norte, el Strip. Calles secundarias con curvas, en dirección a las colinas. La Verne se detuvo junto a una casa de estuco dividida en cuatro apartamentos.

Fea: luces fuertes, estuco ¡rosa!

Aparqué dejando espacio para el coche del rojo.

La Verne llegó hasta su puerta contoneándose. Pete le mandó unos toques amorosos con la sirena.

La luz del vestíbulo se encendió y se apagó. Se iluminó una ventana en el apartamento inferior izquierdo. Ruido de fiesta: el apartamento contiguo al de La Verne.

Pete se desperezó.

– ¿Crees que Diskant habrá sido lo bastante listo para darse cuenta de la trampa?

La Verne abrió las cortinas, en salto de cama y luciendo ligas.

– No, nuestro amigo sólo tiene una idea en la cabeza.

– Tienes razón, el tipo es un cerdo. Yo digo una hora, o menos.

– Van veinte a que no más de un cuarto de hora.

– Acepto.

Esperamos, con la vista en la ventana. Silencio en el coche, ruido de fiesta: canciones, voces. Un Ford marrón claro: ¡Bingo!

– Cuarenta y un minutos -dijo Pete. Le di sus veinte. Diskant anduvo hasta la puerta, llamó con los nudillos, luego pulsó el timbre. La Verne, enmarcada en la ventana: buenas curvas y un contoneo.

Pete silbó por lo bajo.

Diskant entró.

Diez minutos que se hicieron interminables (…) se apagan las luces del nido de amor de La Verne. Aguardo la señal del fotógrafo: el destello del flash en la ventana.

Quince minutos… veinte… veinticinco. Un coche patrulla de la policía local aparca en doble fila. Pete me dio un codazo.

– Mierda. Esa fiesta. 116.84 del Código Penal de California: Reunión tumultuaria. Mierda.

Dos agentes caminan hasta la casa. Llaman con las porras a la ventana del apartamento de la fiesta. No hay ninguna respuesta.

– Klein, esto no tiene buena cara.

Tac, tac, tac. La ventana de la sala de estar de La Verne. El destello del flash en la ventana del dormitorio; improvisación: a grandes males, grandes remedios.

Gritos: nuestra cazacomunistas.

Los agentes del sheriff derribaron a patadas la puerta del vestíbulo. Eché a correr tras los entrometidos, mientras sacaba la chapa…

Crucé el patio delantero y subí los peldaños hasta la puerta. Una imagen breve y confusa: el fotógrafo saltando por una ventana sin la cámara; al otro lado del vestíbulo, un revuelo de asistentes a la fiesta. La puerta de La Verne, abierta de par en par. Me abrí paso a empujones entre el grupo, derramando bebidas en mi avance.

– ¡Policía! ¡Agente de policía!

Crucé el umbral de un salto, rezumando whisky. Uno de los agentes locales me retuvo. Le puse agriamente la chapa ante las narices:

– ¡Sección de Inteligencia! ¡LAPD!

El muy imbécil se limitó a mirarme con cara de tonto. Chillidos en el dormitorio…

Irrumpí por sorpresa…

Diskant y La Verne rodando por el suelo: desnudos, agarrados, agitando brazos y piernas. Sobre el colchón, una cámara. Un grito estúpido:

– ¡Eh, ustedes dos, ya basta! ¡Policía!

Pete llegó a la carrera. Una sonrisa en la cara de tonto: el agente había reconocido al viejo compañero. Pete, rápido, echó enseguida de allí a aquel payaso. La Verne contra el rojillo: patadas, débiles puñetazos.

La cámara sobre la cama: la cojo, saco el carrete, vuelvo a cerrarla. Pulso el disparador: destello de flash en los ojos de Diskant.

Un comunista ciego. La Verne se desembarazó de él. Lancé una patada contra el caído, luego un puñetazo; el tipo soltó un gemido, parpadeó y fijó la mirada: EN EL CARRETE.

Chantaje:

– Esto tenía que ser más sencillo, pero esos tipos de la patrulla lo han estropeado. La prensa iba a montar un buen escándalo, algo así como «Político rojo bla, bla, bla». Pórtate bien y te lo evitarás, porque no me gustaría nada tener que enseñarle este carrete a tu mujer. Y ahora, ¿estás seguro de que quieres ser concejal?

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