– Llámame Dave.
– Le llamaré teniente. Ya tengo suficientes amigos entre la comunidad de servidores de la ley.
– ¿Por ejemplo?
– Por ejemplo, Noonan y su colega del FBI, Shipstad. ¿Eh, conoce a Johnny Duhamel, «el Escolar»?
– Claro. Estuvo en los «Guantes de Oro», pasó a profesional y se retiró enseguida.
– Si pierdes el primer combate profesional, es mejor que te retires. Así se lo dije, porque Johnny y yo somos viejos amigos, y ahora Johnny es el «agente» Johnny Duhamel, «el Escolar», del jodido LAPD, en la intocable Brigada Antibandas, nada menos. Y es muy amigo del… ¿cómo le llamáis?, legendario capitán Dudley Smith. Así que basta ya de joder…
– Ruiz, cuida ese vocabulario.
Junior, enojado. Johnson, embobado ante el televisor: el ratón Mickey huyendo del pato Donald. Junior bajó el volumen.
– Conocí a Johnny Duhamel cuando estuve de instructor en la Academia. Le tenía en mi clase de recogida de pruebas y era un estudiante condenadamente bueno. No me gusta que los criminales confraternicen con los policías, ¿ comprende, pendejo?
– Pendejo, ¿eh? Bien, yo seré el est ú pido, pero tú eres un vaquero de pacotilla, jugando con la pistola como ese ratón marica de la jodida televisión.
Un tirón de la corbata, una seña a Junior: QUIETO AHÍ.
Junior se inmovilizó… jugueteando con la pistola. Ruiz:
– Siempre puedo utilizar a otro amigo, «Dave». ¿Hay algo que quiera saber?
Subí el volumen del televisor. Johnson miraba, extasiado: Daisy vampirizando al pato Donald. Ruiz:
– Eh, «Dave». ¿Se ha traído a este tipo para sonsacarme?
Me arrimé a él, para hablar casi en privado:
– Si quieres hacer otro amigo, suelta información. ¿Qué tiene Noonan?
– Tiene lo que uno llamaría aspiraciones.
– Eso ya lo sé. Más.
– Bien…, he oído hablar a Shipstad con ese otro tipo del FBI. Decían que Noonan quizá teme que la investigación sobre el boxeo sea demasiado limitada. En cualquier caso, ya está dándole vueltas en la cabeza a ese plan complementario.
– ¿Y?
– Y se trata de una especie de redada general contra las bandas de Los Angeles, sobre todo en el Southside. Drogas, tragaperras… ya sabe, máquinas expendedoras ilegales y mierdas por el estilo. Oí a Shipstad decir algo de que el LAPD no investiga los homicidios de negros a manos de otros negros, y como todo esto se reduce a que Noonan consiga dejar en mal lugar al nuevo fiscal del Distrito…, ¿cómo se llama?
– Bob Gallaudet.
– Exacto, Bob Gallaudet. En fin, se trata de hacerle quedar mal para que Noonan pueda disputarle el cargo en las próximas elecciones.
El barrio negro, el negocio de las tragaperras: el último asunto que Mickey C. tenía entre manos.
– ¿Qué hay de Johnson?
Risitas.
– Vaya con el mulato cabeza de serrín. Quién diría que tiene un historial de cuarenta y tres, cero y dos, ¿verdad?
– Vamos, Reuben, habla.
– Está bien, reconozco que no le falta mucho para ser un idiota profundo, pero tiene una memoria asombrosa. Es capaz de memorizar barajas enteras, de modo que unos tipos bien situados le dieron un empleo en el Lucky Nugget, en Gardena. También es capaz de memorizar conversaciones, y algunos clientes no eran lo que se dice muy discretos en su presencia. He oído que Noonan quiere hacerle exhibir esos trucos de memoria en el estrado y…
– Me hago una idea.
– Bien. Yo abandono mis actividades conflictivas, pero sigo teniendo una familia propensa a meterse en problemas. No debería haberle contado lo que he hecho pero, como es usted amigo mío, estoy seguro de que no va a llegar a oídos de los federales, ¿verdad, «Dave»?
– De acuerdo. Ahora, termina la cena y descansa un poco, ¿vale?
Medianoche. Luces apagadas. Yo me encargué de Johnson; Junior, de Ruiz. Lo propuse yo.
Johnson leía en la cama: El poder secreto de Dios puede ser tuyo. Acerqué una silla y observé sus labios: Sigue el camino interior hacia Cristo, combate la conspiración judeo-comunista que intenta desnaturalizar la América Cristiana. Envía tu contribución al apartado de Correos bla, bla, bla.
– Sanderline, permíteme una pregunta.
– ¿Uh? Sí, señor.
– ¿Tú crees lo que dice ese folleto?
– ¿Uh? Sí, señor. Aquí pone que una mujer que resucitó dice que Jesucristo garantiza a todos los contribuyentes de la categoría de oro un coche nuevo cada año en el cielo.
HOSTIA SANTA.
– Sanderline, ¿verdad que te sacudieron un poco en tus dos últimas peleas?
– ¿Uh? No. El árbitro detuvo el combate con Bobby Calderón por heridas y perdí en decisión dividida frente a Ramón Sánchez. Señor, ¿cree usted que el señor Noonan nos traerá un almuerzo caliente al gran jurado?
Saco las esposas.
– Póntelas mientras echo una meada.
Johnson, levantado de la cama; bosteza, se despereza. Compruebo el radiador: tubos gruesos, resistentes.
La ventana, abierta; nueve pisos de altura; el mestizo zumbado y su sonrisa grotesca.
– Señor, ¿qué coche cree usted que debe conducir Él, allá arriba?
Le estrellé la cabeza contra la pared y lo arrojé por la ventana, gritando.
Homicidios declaró suicidio, caso cerrado.
La Fiscalía del Distrito: probable suicidio.
Confirmación -Junior, Ruiz-: Sanderline Johnson, chiflado.
Declaración:
Le vi leer, dormirse, despertar. Johnson proclamó que podía volar. Y saltó por la ventana sin darme tiempo ni a expresar mi incredulidad.
Preguntas: Federales, LAPD, hombres de la Fiscalía del Distrito. Hechos: Johnson se estrelló sobre un De Soto aparcado, muerte instantánea, ningún testigo. Bob Gallaudet parecía complacido: un tropiezo en el camino de un rival político. Ed Exley: mañana por la mañana, en mi despacho a las diez en punto.
Welles Noonan: vergüenza de policía incompetente, triste parodia de abogado. Suspicaz; mi antiguo apodo: «el Contundente».
Ninguna mención del 187 CP: homicidio culposo.
Ninguna mención de investigaciones externas.
Ninguna mención de acusaciones interdepartamentales.
Me fui a casa, tomé una ducha y me cambié. Ningún periodista rondando, todavía. Al centro, un vestido para Meg; lo hago cada vez que mato a un hombre.
Diez en punto de la mañana.
Esperando: Exley, Gallaudet, Walt Van Meter (el jefe de la sección de Información). Café, pastas… Mierda.
Tomo asiento. Exley:
– Teniente, ya conoce al señor Gallaudet y al capitán Van Meter.
Gallaudet, todo sonrisas:
– Nos hemos llamado «Bob» y «Dave» desde la facultad de Derecho y no voy a fingir la menor indignación por lo sucedido anoche. ¿Has visto el Mirror, Dave?
– No.
– «Caída mortal de un testigo federal», con un antetítulo: «Declarada suicidio: "¡Aleluya, puedo volar!"» ¿Te gusta?
– Es una mierda.
Exley, frío:
– El teniente y yo discutiremos eso más tarde. En cierto sentido, está relacionado con lo que nos ha traído aquí, de modo que vamos a ello.
– Una intriga política. -Bob Gallaudet tomó un sorbo de café-. Cuéntaselo, Walt.
– Bien… -Van Meter carraspeó-. Investigación ha hecho algunas operaciones políticas anteriormente y ahora tenemos el ojo puesto en otro objetivo, un abogado rojillo que tiene por costumbre criticar al departamento y al señor Gallaudet.
Exley:
– Continúa.
– Bien. La próxima semana, el señor Gallaudet debería ser elegido para un periodo normal. Es un ex policía y habla nuestro idioma. Tiene el apoyo del departamento y de parte del Consejo Municipal, pero…
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