Sid soltó un silbido.
– ¿Le importaría explicarse?
INSPIRACIÓN SÚBITA:
– …Y dile al teniente de allí que necesito una serie de salas de interrogatorio, y dile a Junior Stemmons que se reúna conmigo en la comisaría. Quiero que se ocupe de esto.
Garrapateo de anotaciones.
– Ya he tomado nota. Y ahora, ¿quiere el mensaje?
– Dispara.
– Una casa de empeños ha entregado la vajilla de los Kafesjian. Un mexicano intentó colocarla en Boyle y el propietario de la tienda vio nuestro anuncio y le denunció. Lo tienen en la comisaría de Hollenbeck.
Solté una exclamación; varias cabezas se volvieron.
– Llama a Hollenbeck, Sid. Diles que metan al mexicano en la sauna. Estaré allí enseguida.
– Ya estoy en ello, patrón.
De vuelta a la fiesta; Bob «Cámara de Gas» se había esfumado. Imposible buscarle sin llamar la atención. Una rubia pasó como un torbellino: Glenda. Un parpadeo: sólo otra mujer.
Jesús Chasco: gordo, mexicano: no es mi mirón. Sin ficha, una carta verde del 58 a punto de expirar. Asustado; en la sauna se suda.
– ¿ Habla ingl é s, Jes ú s?
– Hablo inglés igual que usted.
Repaso la hoja de denuncia.
– Aquí dice que has intentado vender una vajilla robada en la casa de empeños Happytime. Les has dicho a los agentes que tú no robaste la vajilla, pero no has querido decirles de dónde la habías sacado. Bueno, eso es un delito: receptar objetos robados. Y has dado como dirección tu coche, lo cual es otra falta leve: vagancia. ¿Cuántos años tienes, Jesús?
Camiseta y pantalones militares. Sudados.
– Cuarenta y tres. ¿Por qué lo pregunta?
– Estaba calculando… Cinco años en San Quintín y luego, patada y a México. Cuando consigas volver aquí, quizá te lleves un premio al espalda mojada más viejo del mundo.
Chasco agitó los brazos; el sudor salpicó a su alrededor.
– ¡Duermo en el coche para ahorrar!
– Sí, claro. Para traerte aquí a la familia. Ahora, quédate quieto o te esposo a la silla.
Jesús escupió en el suelo; yo balanceé las esposas a la altura de sus ojos.
– Dime de dónde has sacado la vajilla. Si puedes demostrarlo, te dejaré ir.
– ¿Quiere decir que…?
– Quiero decir que te largas. Sin cargos, sin nada.
– Suponga que no se lo digo.
Aguardo. Le dejo que se haga un poco el valiente. Diez segundos, una típica bravata de pachuco.
– Trabajo de vigilante en un motel, el Red Arrow Inn, en la Cincuenta y tres y Western. Es… ya sabe, para putas y sus tipos.
Cosquilleo.
– Continúa.
– Bueno… yo estaba arreglando el baño de la habitación 19 y encontré toda esa plata tentadora metida en la cama…, o sea, las sábanas y el colchón todos desgarrados. Yo… imaginé… imaginé que el tipo que alquiló la habitación se había vuelto loco y que… que no iba a poner una denuncia si le limpiaba el material.
Sigo la pista:
– ¿Qué aspecto tiene «el tipo»?
– No lo sé. No le he visto. Pregunte a la conserje de noche, ella se lo dirá.
– Nos lo dirá a los dos.
– ¡Eh! Usted ha dicho…
– Pon las manos a la espalda.
Protestas. Dos segundos. Ni caso. Le puse las esposas flojas para que viera mi actitud amistosa.
– ¡Eh, tengo hambre!
– Te compraré un caramelo.
– ¡Usted dijo que me soltaría!
– Y es lo que voy a hacer.
– ¡Pero tengo el coche ahí detrás!
– Toma el autobús.
– ¡ Pinche cabr ó n! ¡ Puto! ¡ Gabacho maric ó n!
Media hora de trayecto. Bien por Jesús: ni quejas ni ruido de esposas en el asiento de atrás. El Red Arrow Inn: apartamentos adosados, dos hileras, un camino en el centro. Un rótulo de neón: «Habitaciones.»
Me detuve ante el apartamento 19: luces apagadas, ningún coche ante la puerta. Jesús Chasco:
– Tengo la llave maestra.
Le quité las esposas. Conecté los faros y puse las luces largas; Jesús abrió la puerta 19, iluminado por detrás.
– ¡Venga! ¡Exactamente como le he contado, mire!
Me acerqué. Indicio: marcas de palanca en el batiente de la puerta; marcas frescas, madera recién astillada. La habitación: pequeña, suelo de linóleo, sin muebles. La cama: sábanas rasgadas, colchón destripado, miraguano desparramado.
– Ve a por la encargada. No te escapes o me enfadaré contigo.
Jesús dio media vuelta y salió. Examiné a fondo la cama: pinchazos en el colchón, cuchilladas hasta los muelles. Manchas de semen; mi mirón gritaba ATRÁPAME AHORA. Rasgué un pedazo de sábana: de aquellos restos se podía sacar el grupo sanguíneo.
– ¡Basura de blanquitos inútiles!
Me volví. Una abuela gruñona agitando en la mano una ficha de huésped.
– ¡Esa basura de blanquito me ha destrozado la cama!
Cogí la tarjeta: «John Smith.» Era de esperar. Diez días pagados por anticipado; fin del plazo, mañana. La abuela siguió gastando saliva; Jesús me llamó afuera con un gesto.
Le seguí. Jesús, impaciente:
– Carlotta no sabe quién alquiló la habitación. Le parece que era un joven blanco. Dice que un borracho que ronda por aquí trató con él, y que el tipo insistió en que le diera la número 19. Carlotta no ha visto nunca al inquilino y yo tampoco, pero escuche: Conozco a ese borracho; por cinco dólares y un viaje de vuelta hasta mi coche, se lo encuentro.
Aflojé el dinero, dos billetes de cinco, y saqué la foto de Lucille.
– Uno para ti, otro para Carlotta. Dile que no busco problemas y pregúntale si conoce a la chica. Después, ve a buscar a ese borracho.
Jesús corrió de nuevo hasta la vieja, le pasó el dinero y le mostró el retrato. La abuela movió la cabeza: sí, sí, sí. El chicano volvió hasta mí.
– Carlotta dice que la chica es una especie de eventual; alquila por poco rato y no rellena ficha de huésped. Según Carlotta, es una prostituta y siempre pide la número 18, justo al lado de donde encontré esa plata. Dice que la chica quiere ésa porque tiene una buena vista de la calle, por si acaso aparece la policía.
Cavilo:
Habitación 19, habitación 18: el mirón mirando los polvos de Lucille con sus clientes. Marcas de palanca en la habitación 19: ¿acaso había participado un tercer sujeto?
La abuela hizo sonar una lata de conserva.
– ¡Para Jehová! Jehová se lleva el diez por ciento de todo el dinero que ingresa en este antro del pecado. Yo misma tengo «ludopatía» de las máquinas tragaperras, y aparto el diez por ciento de lo que gano para Jehová. Usted es un policía joven y guapo, así que por un dólar más para Jehová le daré más detalles de esa blanquita de barrio bajo amante de las emociones fuertes, la chica de la foto que me ha enseñado su socio.
Mierda. Aflojo la pasta otra vez. Mami engorda la lata.
– Vi a la chica en Bido Lito's, donde yo estaba pecando con mi máquina favorita para pagar mi diezmo a Jehová. Había un colega de usted en el bar, preguntando por ella. Le dije lo mismo que a usted: sólo es una blanquita que ronda los barrios bajos porque le gustan las emociones fuertes. Más tarde, esa noche, vi a la chica de la foto haciendo un striptease con un abrigo de visón precioooso. Ese otro policía también lo vio, pero se quedó tan ancho, como si no fuera policía; no le impidió hacer esa exhibición lamentable y ni tan sólo se mostró nervioso o alterado.
Piensa. No saltes todavía.
– Jesús, ve a buscar al borracho. Carlotta, ¿qué aspecto tenía el policía?
Jesús desapareció. La abuela:
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