Se abrió la puerta de entrada y apareció su anfitriona.
– Entren rápido -les ordenó Veronique Vaccaro, franqueándoles el paso.
Una vez en el interior, cerró la puerta de inmediato y estudió los rostros de todos los presentes. Menuda y temperamental, Veronique era una artista y escultora de mediana edad que se vestía con colores ocres y que hablaba en un batiburrillo de francés, inglés e italiano. De pronto se dirigió al padre Renato.
– Merci, ahora tienen que marcharse. Capisce?
Ni siquiera les ofreció asiento ni un vaso de agua. Él y el padre Natalini debían esfumarse.
– ¿Un vehículo de una iglesia de Bellagio aparcado delante de una casa en Lugano? Es como llamar a la policía y decirles dónde están.
El padre Renato sonrió y asintió. Veronique tenía razón. Cuando él y el padre Natalini dieron media vuelta para marcharse, Danny sorprendió a todos al acercarse en la silla de ruedas para estrecharles la mano.
– Grazie. Grazie mille -les agradeció; era consciente de cuánto se habían arriesgado para llevarlos hasta allí.
Los sacerdotes se marcharon de inmediato. Veronique dijo que les prepararía algo de comer y desapareció por una de las puertas de un salón en el que había media docena de grandes esculturas abstractas.
– El padre Daniel debe descansar -aseveró Elena en cuanto la artista salió-. Le preguntaré a Veronique dónde.
Harry la observó cruzar el mismo umbral por donde se había marchado Veronique. Miró la puerta cerrada por un momento más y se volvió hacia Danny. Con barba, vestidos de negro y con los solideos en la cabeza, parecían rabinos de verdad.
Hasta ese momento, Harry se había guardado de preguntar nada a su hermano, pues deseaba que primero se recuperara física y mentalmente. Pero al ver su reacción con los curas, comenzó a sospechar que Danny estaba más consciente de lo que evidenciaba. Y, allí, a solas con él, sintió un acceso de rabia. No le hacía gracia que Danny lo mantuviera en la inopia por sus propios motivos. Ya había hecho mucho por él. Fuera cual fuese la verdad, había llegado la hora de sacarla a la luz.
– Danny, ¿recuerdas que me llamaste y dejaste un mensaje en mi contestador? -preguntó Harry mientras se quitaba el solideo y lo guardaba en el bolsillo.
– Sí…
– Estabas muerto de miedo. Fue una manera de lo más extraña de ponerte en contacto después de tantos años…, sobre todo con un mensaje en el contestador… ¿De qué tenías miedo?
Danny se volvió despacio hacia Harry.
– Hazme un favor.
– ¿Qué?
– Vete de aquí ahora mismo.
– ¿Que me vaya?
– Sí.
– ¿Yo solo?
– Si no lo haces te matarán…
Harry clavó los ojos en su hermano.
– ¿Quiénes?
– Vete, por favor.
Harry recorrió la estancia con la vista y miró de nuevo a Danny.
– Quizá debería aclararte algunas cosas que no sabes o no recuerdas… A los dos nos buscan por asesinato, a ti por…
– Matar al cardenal vicario de Roma y a ti por disparar contra un policía de Roma. -Danny acabó la frase por él-. Lo sé, leí un periódico que se supone que no debí haber visto…
Harry titubeó, buscando un modo de plantear la pregunta. Al cabo, soltó sin más:
– ¿Mataste al cardenal, Danny?
– ¿Mataste tú al policía?
– No.
– Misma respuesta -contestó Danny sin titubear.
– La policía tiene muchas pruebas. Farel me llevó a tu aparta…
– ¿Farel? -lo interrumpió Danny-. ¿Ésas son las pruebas de que hablas?
– ¿A qué te refieres?
Danny guardó silencio por un instante y apartó la mirada. Era una retirada, un gesto que indicaba que ya había hablado demasiado y que no pensaba decir nada más.
Harry se metió las manos en los bolsillos y se entretuvo mirando las esculturas de Veronique hasta que se volvió hacia su hermano.
– Estuviste en el atentado del autocar, Danny, todos te creían muerto. ¿Cómo lograste escapar?
– No lo sé… -respondió sacudiendo la cabeza.
– No sólo lograste escapar, sino que lograste meter tu documento de identidad del Vaticano, el pasaporte y las gafas en la chaqueta de otra persona.
Danny guardó silencio.
– El autocar se dirigía a Asís, ¿recuerdas?
– Voy allí con frecuencia -respondió Danny furioso.
– ¿Ah, sí?
– ¡Sí! Harry, lárgate ahora que estás a tiempo.
– Danny, hace años que no hablamos, no me obligues a marcharme. -Harry le dio vuelta a una silla y se sentó junto a Danny-. ¿De quién tenías miedo cuando me llamaste?
– No lo sé…
– ¿De Farel?
– Te he dicho que no lo sé.
– Sí que lo sabes, Danny, por eso intentaron matarte en el autocar, y por eso el hombre rubio te siguió hasta Bellagio y después hasta la gruta.
Con la vista clavada en el suelo, Danny sacudió la cabeza.
– Alguien te sacó del hospital de Pescara e involucró a la madre superiora de Elena…, implicándola también a ella, que ahora se encuentra en peligro, como nosotros.
– ¡Pues llévatela contigo! -estalló su hermano.
– ¿Quién te ayudó, Danny?
No hubo respuesta.
– ¿El cardenal Marsciano? -insistió Harry.
Danny levantó la cabeza.
– ¿Qué sabes del cardenal Marsciano?
– Lo he visto más de una vez. Me advirtió que me mantuviera al margen y que no te buscara, pero antes de eso intentó convencerme de que estabas muerto. Es Marsciano, ¿verdad? Él lo ha organizado todo.
Danny miró fijamente a su hermano.
– No recuerdo nada, Harry. No recuerdo haberte llamado, ni por qué me dirigía a Asís, ni quién me ayudó, nada. No lo recuerdo. ¿Lo entiendes?
Harry vaciló pero no se dio por vencido.
– ¿Qué está sucediendo en el Vaticano?
– Harry -Danny bajó la voz-, vete de aquí antes de que te maten.
Roscani no prestaba atención al sordo silbido del motor del helicóptero inclinado sobre Milán con rumbo sureste, hacia Siena. Estaba concentrado en el fax que acababa de recibir de la Interpol y cuyo contenido conocía de memoria.
THOMAS JOSÉ ÁLVAREZ-RÍOS KIND
PERFIL: Uno de los terroristas más buscados del mundo. Asesino de un policía antiterrorista francés. Criminal violento. Fugitivo. Orden de búsqueda y captura. Muy peligroso.
DELITOS: Asesinato, colocación de bombas, secuestro de aviones.
NACIONALIDAD: Ecuatoriano.
Roscani se saltó unos párrafos:
CARACTERÍSTICAS: Maestro del disfraz. Domina varias lenguas, en especial italiano, francés, español, árabe, farsi, inglés británico e inglés americano. Individualista. Trabaja solo pero tiene contactos en todo el mundo.
OTROS: Supuesto revolucionario.
ÚLTIMA RESIDENCIA: Jartum, Sudán.
COMENTARIO FINAL: Psicópata. Asesino a sueldo. Se ofrece al mejor postor.
Eran las notas del perfil oficial. Al final de la página había un mensaje más personal, escrito a mano:
Se desconoce si el sujeto ha abandonado Sudán. A instancias suyas el Servicio de Inteligencia Francés está investigando el caso y le notificará de inmediato cualquier novedad.
«Yo puedo decírselo ahora mismo -murmuró Roscani para sí mientras doblaba el expediente y lo dejaba sobre el asiento contiguo-. No está en Sudán, sino en Italia.»
Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y extrajo un pedazo grande de biscotto envuelto en plástico y atado con una goma elástica. Lo abrió y mordió con la misma avidez inconsciente con que habría encendido un cigarrillo, pensando en el depósito de cadáveres de Milán donde había estado media hora antes.
El cuerpo de Aldo Cianetti, de veintiséis años, diseñador de moda, había sido encontrado en el armario del aseo de señoras de una estación de servicio en la austostrada A9 a medio camino entre Como y Milán. Le habían cortado el cuello e introducido toallitas de papel en la herida. Cuatro horas más tarde habían encontrado el BMW verde oscuro de Cianetti aparcado cerca del hotel Palace de Milán.
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