Tom Piccirilli - Clase Nocturna

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Tras el regreso de las vacaciones navideñas, Caleb Prentiss hace un macabro descubrimiento: durante su ausencia, una chica desconocida ha sido brutalmente asesinada en su dormitorio. Para él, un estudiante frustrado por el tedio de los estudios, ese suceso supondrá algo más que un incidente extraño y se convertirá en una obsesión a la que aferrar su oscura vida de universidad. Emprenderá una búsqueda desesperada por averiguar la identidad de la chica y del misterioso asesino, una búsqueda que no podrá abandonar ni siquiera cuando toda su vida empiece a derrumbarse a su alrededor.
En un viaje iniciático a través del misterio, el miedo y la desesperación, Piccirilli eleva el listón del terror con una obra maestra indiscutible. Clase nocturna es algo más que una historia, es una sobrecogedora experiencia que muchos lectores tardarán en olvidar.

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Caleb estaba en el instituto, dando clase de matemáticas, cuando su madre se mató en un accidente de coche a menos de dos kilómetros de casa. Las palmas se le habían abierto sobre una serie de ecuaciones hiperbólicas. Volvió a ocurrir cuando tenía diecinueve años, mientras se duchaba después de un torneo de pelota interescolar, el día que el corazón de su padre cedió al fin.

Cal había sabido que estaban muertos mucho antes de que nadie tuviera tiempo de decírselo.

Masajeándose las rodillas, había contemplado la pared de color melocotón, y entonces Fruggy Fred había despertado con un estornudo gigantesco, había levantado la mirada y había dicho:

– Lo averiguarás, encajarás las piezas -y a continuación se había dado la vuelta y había seguido durmiendo.

Caleb conocía la sangre.

Tras dirigirse cojeando a la oficina de seguridad del campus, descubrió que era mucho más fácil de lo que había pensado conseguir que le contaran la verdad sobre lo ocurrido en su cuarto durante las vacaciones navideñas. Había temido que las mentiras comenzaran desde el principio.

Los dos jefes de seguridad eran los hermanos, Wallace «Toro» Winkle y Michael «Rocky» Winkle, ambos en la cuarentena, con el cabello recortado y cano oculto casi del todo bajo una gorra de béisbol, venas hinchadas en las sienes y un gesto ceñudo soldado casi siempre a la frente. Parecían tan genuinamente malvados que aunque supieras que eran buena gente, siempre te quedaba alguna duda.

A Rocky le gustaba levantar en vilo a la gente que causaba problemas y arrojarla de cabeza contra el mueble más cercano, como por ejemplo el aparato de televisión de un dormitorio, mientras que Toro se limitaba a golpearlos en la garganta, pam, con la callosa mano abierta y a continuación los sacaba a la calle mientras ellos trataban de recobrar el aliento. Cal había tenido algunos encontronazos con ellos a lo largo de los años, normalmente cuando Fruggy Fred se dormía en mitad de su programa y Willy y él se apoderaban de la emisora de radio.

Fruggy se dejaba caer en un jergón y alcanzaba el estado alfa en dos minutos exactos. A continuación, Willy llamaba a la chica con la voz más sugerente que conocieran -su aspecto era lo de menos mientras tuviera un timbre apropiadamente perverso- y la dejaba salir a las ondas para que con aquella voz lujuriosa contara historias al estilo de las de las cartas de Hustler y Howard Stern. Las inflexiones eran importantes. Para gran enfado de Rose, Willy sentía una curiosa atracción por las culturistas y se dedicaba a poner conferencias con los editores de la Revista Madre Músculo para desafiar a cualquier chica capaz de levantar más de ciento cincuenta kilos en bancada a hacerle una visita, hasta que Toro o Rocky se presentaban, daban unos golpecitos en la ventana y hacían un gesto cortante con la mano a la altura del cuello.

Caleb conocía la sangre. Rocky y Toro también, y se veía que también ellos se lo habían tomado como algo personal. Estaba muy claro que no les gustaba la idea de que alguien hubiera asesinado a una adolescente en la universidad, cuando era trabajo suyo mantener a todo el mundo sano y salvo. Cuando Cal entró, apoyándose en sus muletas, se dio cuenta de que sus ojos, diminutos de por sí, se habían hundido un poco más en el interior de sus cabezas.

Toro hizo un ademán con la mano abierta para atajar toda posible conversación. Dijo:

– Mira, ya tenemos problemas suficientes el primer día de clase. No necesito que estés tocándome las pelotas en este momento.

Caleb se lo quedó mirando.

– ¿Yo?

– Sé lo que vas a decir y entiendo lo que sientes, pero solo vas a empeorar las cosas.

– ¿Yo?

– Esta oficina está trabajando estrechamente con la policía local. Tenemos que llegar hasta el fondo del asunto. Eso es todo lo que necesitas saber por el momento. -Había un insulto implícito en la frase, algo así como decir que si Cal no podía soportar seguir en su cuarto después de un asesinato, es que no tenía agallas-. ¿Qué pasa, no tienes amigos con los que salir esta noche? ¿Qué estás mirando?

– ¿Cómo se llamaba la chica? -preguntó Cal.

– Ah, joder -dijo Rocky-. Mira, durante las vacaciones las cosas son aburridísimas, casi no hay gente en el campus y tú tienes que recorrer los edificios y dormitorios como siempre, con un tiempo espantoso, asegurándote de que los chicos que trabajan en los puestos de seguridad comprueban los carnés de identidad y los permisos de conducir y esperando que llamen antes de dejar pasar a un visitante. -Pareció extraer una satisfacción de este prolegómeno, a pesar de que no tenía nada que ver con el nombre de la chica-. Dejan pasar a sus amigos sin pedir permiso y algunas veces también dejan entrar a más gente y no avisan.

– Ya lo sé -dijo Cal.

– Una mierda es lo que tú sabes -dijo Toro-. Crees que lo conoces todo porque llevas cuatro años aquí, pero no entiendes nada de lo que pasa fuera de las clases. ¿Qué pasa, vas a discutir? Esta es nuestra casa tanto como la tuya, y también nosotros tratamos al campus como si fuera nuestro, no lo olvides. -Cal no iba a olvidarlo, ni tampoco el hecho de que el asunto los había puesto tan nerviosos que no hacían más que decir tonterías y parecían a punto de estallar-. A veces hay líos cuando viene un novio cabreado buscando problemas, consigue entrar y alguien sale herido. Hay un treinta y cinco por ciento de citas con violación. Y amenazas de muerte. Y hablo de las de verdad, cuando a algún pirado se le atraviesa un profesor. Seis asaltos físicos de esta variedad en los dos últimos semestres. Es peor cada año que pasa.

– Lo sé -dijo Cal.

Rocky continuó. Era él quien parecía tener algo que contar, un peso que quitarse de encima, así que debía de ser el que la había encontrado.

– Así que iba por los pasillos y vi la puerta entreabierta. Llamé y nadie contestó, entré y la vi tirada en una esquina. Eso es todo. Supongo que esperabas algo más que contar, un poco de acción, una persecución o algo por el estilo, pero no había nadie allí. Lo único que había es eso. Una chica muerta.

– ¿Cómo se llamaba? -susurró Cal. Ni siquiera él mismo se oyó y tuvo que repetirlo. Se sentía como si estuviera moviéndose en círculos, viéndose por delante y por detrás, sin llegar a ninguna parte.

– Sylvia Campbell -dijo Rocky.

– ¿Qué le habían hecho?

Toro hizo una de esas muecas asqueadas y desafiantes y logró transmitirla también a su voz, arrastrando las palabras y sin apenas abrir la boca:

– ¿Qué vas a hacer?

Rocky trató de imitarlo sin demasiado éxito.

– Sal de aquí, Prentiss.

– Aún no.

– Sal.

– No, aún no. ¿No podríais haberme dejado una nota?

– ¿Una nota? ¿Es eso lo que has dicho? ¿Que querías una nota?

– Me gustaría que me hubieran informado.

Toro hizo un movimiento brusco, como para espantar un animalillo, y los callos quedaron claramente a la vista mientras se levantaba su puño.

– ¡Largo!

– ¿Qué le hicieron?

Las cosas podían haber seguido un buen rato así pero es posible que supieran algo sobre él -todo el mundo tenía que tener un dossier en alguna parte- y levantó las muletas en un gesto defensivo. Se preguntó hasta dónde podría llegar si trataban de sacarlo de allí y si sería capaz de blandir una muleta con la fuerza suficiente para propinarle un buen golpe a uno de los hermanos o se habría hecho entender ya.

– La abrieron en canal -dijo Rocky, fulminándolo con una mirada directa que utilizó más que nada para complace r a Toro-. ¿Sigues queriendo esa nota? ¿Con detalles? ¿Te lo paso por debajo de la puerta o te la pego en un post it ?

Las muletas se le resbalaban a Cal de las manos sudorosas.

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