Jonathan Kellerman - Compañera Silenciosa

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Un día en una fiesta, el psicólogo infantil Alex Delaware se reencuentra con un viejo amor, Sharon Ransom. Ella solicita su ayuda, pero Alex, demasiado embebido en sus propios asuntos sentimentales, no le hace caso. Dos días más tarde, Sharon se suicida. Alex no puede dejar de sentirse responsable de la desesperada decisión de Sharon.
Y en parte por ello, en parte por resolver los enigmas de aquella relación -la mayoría creados por la oscura personalidad de Sharon- el psicólogo se embarca en una investigación en la que el dinero, el azar de los genes y un pasado trágico configuran el escenario de una prolongada orgía de sexo, dominio y manipulación psicológica al servicio de los menos nobles impulsos del ser humano.

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– ¿Y eso por qué?

Ella agitó la cabeza:

– La teoría es de él, no mía.

No dije nada, pero mantuve una expresión de curiosidad.

– Vale, vale -aceptó-. Según Paul, los síntomas son comunicaciones. Y dado que la comunicación por tics ya no iba a ser única, el chico tendría que buscarse alguna otra manera de llevar a cabo su rebelión.

Aquello parecía mal concebido, potencialmente cruel, y me hacía sentir dudas acerca del doctor Paul Kruse.

– Ya veo -dije.

– ¡Hey, que yo también pensé que era una estupidez! -exclamó Aurora-. La semana que viene pienso decírselo a Paul.

– Seguro que lo harás -le dijo alguien.

– Espera y verás. -Cerró la gráfica y la volvió a meter en su carpeta-. Pero mientras, ese pobre chico no para de agitarse y moverse, y su autoestima se está yendo a la basura.

– ¿Has pensado en el Síndrome de Tourette? -le pregunté.

Descartó la pregunta con un fruncimiento de cejas.

– Naturalmente. Pero no maldice.

– No todos los pacientes con Tourette lo hacen.

– Paul dijo que los síntomas no se conformaban con la trama general de Tourette.

– ¿En qué modo?

Otra mirada cansina. Su respuesta le llevó cinco minutos y tenía graves fallos. Mis dudas acerca de Kruse crecieron.

– Sigo creyendo que deberías considerar que sea un Tourette -le dije-. No sabemos aún lo bastante acerca del Síndrome como para excluir casos atípicos. Mi consejo es que envíes el niño a un neurólogo pediátrico. Haldol podría ser el indicado.

– El buen modelo médico tradicional -dijo Julian. Apretó el tabaco de su pipa, la volvió a encender.

Aurora movió las mandíbulas como si masticase.

– ¿Cómo te sientes ahora? -le preguntó uno de los otros hombres. Era estrecho de espaldas y delgado, con un cabello herrumbroso atado en una cola de caballo, y un bigote caído y desigual. Vestía un arrugado traje de pana marrón, una camisa con botones en las aletas del cuello, una corbata extra-ancha, y zapatillas deportivas sucias. Y hablaba en una voz suave, musical, saturada de empatía, pero untuosa, como la de un confesor, o el presentador de un programa infantil-. Comparte tus sensaciones con nosotros, Aurora.

– ¡Oh, Cristo! -Se volvió hacia mí- De acuerdo, haré lo que me dice. Si lo que se necesita es el modelo médico, pues sea.

– Suenas frustrada -dijo la mujer canosa.

Aurora se volvió hacia ella:

– Vale ya de mierda, y sigamos adelante, ¿de acuerdo?

Antes de que Cabellos Canosos pudiera contestarle se abrió la puerta. Todos los ojos se alzaron. Todos los ojos se endurecieron.

Una hermosa chica de cabello negro estaba en el hueco de la puerta, llevando los brazos llenos de libros. Chica, no mujer…, tenía un aspecto juvenil, podría haber sido una estudiante aún no graduada, y, por un momento, pensé que debía de haberse equivocado de lugar.

Pero entró en la habitación.

Mi primer pensamiento fue: hay un agujero en el tiempo, y ella se ha caído por él. Tenía una belleza oscura, dolorida, como la de una actriz de una de esas películas en blanco y negro que pasan a última hora en el cine-club de la tele, esas películas en las que el bien y el mal se desdibujan, las imágenes se pelean por la atención con una sinuosa música de fondo de jazz, y todo termina en un modo ambiguo.

Vestía un traje de punto muy ceñido de color rosa, veteado de blanco y dividido por un cinturón blanco de cuero, y zapatos rosa con tacones medianos. Su cabello había sido peinado y lacado, cada rizo puesto en su lugar, cada mechón en su sitio, reluciente. Su rostro estaba empolvado, maquillado, sus labios brillantes con un rosa de aspecto húmedo. El vestido le llegaba hasta las rodillas. La pierna que se veía era hermosa, y estaba envuelta en nailon transparente. Sus joyas eran de auténtico oro, sus uñas largas y pintadas… con un colorido de pintura idéntico al de su vestido, pero de precisamente un tono más oscuro.

Y su perfume… La fragancia del mismo se abrió paso a través del rancio hedor de la habitación: olía a jabón y agua, a hierba fresca, y a flores de primavera.

Toda ella curvas y prominencias, blancura de porcelana y rosa polvoreada, montada sin fallo alguno. Casi dolorosamente fuera de lugar en aquel mar de ropa tejana y descuido deliberado.

– Suzy Requesón -murmuró alguien.

Ella lo oyó y parpadeó, tras lo que miró en derredor, por un sitio en el que sentarse. No había lugares vacíos, y nadie se movió. Me hice a un lado y dije:

– Aquí.

Me miró interrogativamente.

– Él es el doctor Delaware -le explicó Julian-. Alex. Ha soportado los ritos y rituales de este Departamento y, aparentemente, ha logrado salir indemne.

Ella me dedicó una fugaz sonrisa, se sentó junto a mí, doblando las piernas debajo de su cuerpo. Se vio una buena cantidad de muslo blanco. Tiró del vestido para bajarlo hasta sus rodillas, lo que hizo que la tela se tensase sobre sus pechos y acentuase su rotundidad. Sus ojos eran grandes y brillantes, color azul medianoche, tan oscuros que las pupilas se confundían con los iris.

– Lamento llegar tarde -dijo. Con una voz dulce y cremosa.

– ¿Eso es nuevo? -comento la canosa.

– ¿Algún seguimiento más que presentar? -pregunté.

Nadie me contestó.

– Entonces, supongo que podemos pasar a ver material nuevo.

– ¿Y qué hay de Sharon? -dijo Cola de Caballo, haciendo una mueca burlona hacia la recién llegada-. No has compartido nada en absoluto con nosotros en todo el semestre, Sharon.

La chica de cabello negro agitó la cabeza.

– Realmente no tengo nada preparado, Walter.

– ¿Y qué es lo que hay que preparar? Sólo tienes que elegir un caso y ofrecernos los beneficios de tu sabiduría.

– O, al menos de la sabiduría de Paul -añadió Julian.

Risitas, gestos de asentimiento con la cabeza.

Ella se tiró del lóbulo de la oreja, y me miró buscando ayuda.

La pulla acerca de Kruse ayudaba a explicar la tensión que había acompañado la entrada de la chica. Fueran cuales fuesen sus habilidades terapéuticas en manipular roles, este supervisor había dejado que su grupo fuera envenenado por el favoritismo. Pero yo era un ayudante contratado temporalmente, o sea que no era cosa mía el arreglar la situación.

Le pregunté:

– ¿Has hecho alguna presentación durante el semestre?

– No -alarmada.

– ¿Tienes algún caso del que pudiéramos hablar?

– Yo… supongo que sí. -Me lanzó una mirada que era más de autocompasión que de resentimiento: Me estás haciendo daño, pero no es culpa tuya.

Algo preocupado, le dije:

– Entonces, adelante.

– El caso del que podría hablar es el de una mujer a la que llevo viendo hace dos meses. Es una estudiante de diecinueve años. Los tests iniciales demuestran que cae dentro de los límites normales en todas las mediciones, pero con un índice en la Escala MMPI de Depresión un poco demasiado elevado. Su amigo es un estudiante de un curso superior. Se conocieron la primera semana del semestre y han estado saliendo desde entonces. Ella se autopresentó en el Centro de Consejería, a causa de los problemas en la relación entre ambos…

– ¿Qué tipo de problemas? -pregunto Canosa.

– Una ruptura en la comunicación. Al principio podían hablar el uno con el otro. Luego, las cosas empezaron a cambiar. Ahora están bastante mal.

– Sé más específica -dijo Canosa.

Sharon pensó.

– No estoy segura de lo que…

– Esos dos, ¿joden ? -preguntó Walter Cola de Caballo.

Sharon se puso colorada y miró a la moqueta. Se ruborizaba a la antigua… y eso que yo creía que ya no se hacía. Algunos de los estudiantes parecieron estar molestos, por lo mal que ella lo estaba pasando. El resto parecía estar disfrutando.

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