Sydney Sheldon - Mañana, Tarde Y Noche

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Mañana, Tarde Y Noche: краткое содержание, описание и аннотация

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La misteriosa muerte de Harry Stanford, uno de los hombres más ricos del mundo, tiene múltiples repercusiones. La familia se reúne para el funeral, en Boston. Y, de pronto, aparece una hermosa mujer que dice ser hija de Harry Stanford y heredera, por tanto, de una parte de su cuantiosa fortuna. ¿Se trata acaso de una impostora? Los Stanford son gente respetuosa y con poder, pero detrás de la impecable fachada se oculta una madeja de extorsiones, drogas y muerte. Con la habilidad que lo distingue, Sidney Sheldon delinea una historia intrincada y ágil donde el final es verdaderamente sorprendente.

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Redding asintió.

– Durante los últimos dos años, Harry Stanford estuvo convencido de que las tasas de interés bajarían. En el pasado, había ganado millones apostando precisamente a eso. Cuando los intereses comenzaron a subir, pensó que volverían a bajar y siguió endeudándose con sus apuestas. Pidió préstamos muy importantes para comprar títulos a largo plazo. Pero los intereses subieron y los costos de sus préstamos pegaron un salto, al tiempo que el valor de los títulos caía. Los bancos aceptaban hacer negocios con él debido a su reputación y a su vasta fortuna, pero cuando Stanford trató de recuperarse de sus pérdidas invirtiendo en valores de alto riesgo, comenzaron a preocuparse. Stanford hizo una serie de inversiones desastrosas. Parte del dinero que tomó prestado estaba endeudado por los valores que había comprado con dinero prestado, como garantía de otros préstamos.

– En otras palabras -acotó Evans-, no hacía más que financiar la compra de valores utilizando como garantía los ya adquiridos, vale decir, operando ilegalmente.

– Efectivamente. Por desgracia para él, las tasas de interés experimentaron una de las subidas más espectaculares de la historia financiera y él tuvo que seguir pidiendo dinero prestado para cubrir el que ya había tomado prestado. Era un círculo vicioso.

Todos estaban inmóviles, pendientes de sus palabras.

– Su padre dio su garantía personal para el plan de jubilación de la compañía y usó ilegalmente ese dinero para comprar más acciones. Cuando los bancos comenzaron a cuestionar lo que él hacía, Stanford creó compañías pantalla y proporcionó falsos registros de solvencia y ventas simuladas sobre sus propiedades para acrecentar el valor de sus activos. Estaba cometiendo un fraude. Por último, contaba con que un consorcio de bancos lo sacara de semejante lío. Pero los bancos se negaron a hacerlo. Cuando informaron a la Comisión de Valores de lo que estaba sucediendo, la Interpol entró en escena.

Redding indicó al hombre que estaba sentado junto a él. -Éste es el inspector Patou, de la Súreté francesa. Inspector, ¿podría explicar el resto, por favor?

El inspector Patou hablaba inglés con un leve acento francés.

– A petición de la Interpol, seguimos a Harry Stanford hasta Saint Paul de Vence; envié a tres inspectores para que lo siguieran, pero él logró eludirlos. Interpol había enviado un código verde a todos los departamentos de policía, informando que Harry Stanford estaba bajo sospecha y debía ser vigilado. Si hubieran sabido la importancia de sus delitos, habrían hecho circular un código rojo, o de prioridad uno, y él habría sido arrestado.

Woody estaba pasmado.

– Por eso nos dejó sus bienes. ¡Porque no existían! Michael Parker dijo:

– En eso tiene razón. Todos ustedes figuraban en el testamento de su padre porque los bancos rehusaron seguir apoyándolo y él sabía que, básicamente, no les estaba dejando nada. Pero habló con René Gautier, del Credit Lyonnais, quien prometió ayudarlo. No bien Harry Stanford pensó que era solvente de nuevo, planeó cambiar el testamento para que ustedes no figuraran en él.

– Pero, ¿y qué me dice del yate, el avión y las propiedades? -preguntó Kendall.

– Lo siento -respondió Michael Parker-. Todo se venderá para pagar parte de las deudas.

Tyler estaba mudo. Era una pesadilla que superaba todo lo imaginable. Ya no sería «Tyler Stanford, multimillonario». Era sólo un juez.

Tyler se puso en pie, estremecido.

– Yo… no sé qué decir. Si no hay nada más… -Tenía que ir al aeropuerto a recibir a Lee y tratar de explicarle lo sucedido.

– Sí hay algo más -dijo Steve.

Tyler lo miró.

– ¿Qué?

Steve hizo señas a un hombre que estaba junto a la puerta. La abrió y Hal Baker entró.

– Hola, juez.

La brecha se había abierto cuando Woody le dijo a Steve que tenía la tarjeta con las huellas digitales.

– Me gustaría verla -le había dicho Steve.

Woody se sorprendió.

– ¿Por qué? Sólo tiene los dos juegos de huellas dactilares de la muchacha, que eran idénticos. Todos lo comprobamos.

– Pero el hombre que se hacía llamar Frank Tirnmons tomó esas huellas digitales, ¿no es así?

– Sí.

– Entonces, si tocó la tarjeta, sus huellas digitales también estarán en ella.

La corazonada de Steve demostró ser acertada. Las huellas digitales de Hal Baker estaban por todas partes y los ordenadores tardaron menos de treinta minutos en revelar su identidad. Steve llamó por teléfono al fiscal de distrito de Chicago. Se cursó una orden de arresto y dos detectives se presentaron en la casa de Hal Baker.

Él estaba en el jardín, jugando al béisbol con su hijo Billy.

– ¿Señor Baker?

– Sí.

Los detectives le enseñaron la placa.

– El fiscal de distrito quiere hablar con usted.

– No. No puedo. -Estaba indignado.

– ¿Puedo preguntar por qué? -dijo uno de los detectives.

– ¿No lo ven? ¡Estoy jugando con mi hijo!

El fiscal de distrito había leído la trascripción del juicio a Hal Baker. Miró al hombre que tenía sentado delante y dijo: -Tengo entendido que es usted un hombre de familia. -Así es -contestó con orgullo Hal Baker-. De eso se trata en este país. Si todas las familias…

– Señor Baker… -Se inclinó hacia adelante-. Usted ha estado trabajando para el juez Stanford.

– No conozco a ningún juez Stanford.

– Permítame que le refresque la memoria. Él le pidió que se hiciera pasar por un investigador privado llamado Frank Timmons, y tenemos motivos para creer que también le pidió que matara a Julia Stanford.

– No sé de qué habla.

– Hablo de una sentencia de entre diez y veinte años. Y yo trataré de que sean veinte.

Hal Baker palideció.

– ¡No puede hacer eso! Mi esposa e hijos quedarían…

– Exactamente. Por otro lado -dijo el fiscal de distrito-, si usted está dispuesto a proporcionar pruebas al Estado, yo podría conseguir que la pena fuera mínima.

Hal Baker comenzó a sudar.

– ¿Qué… qué tengo que hacer?

– Hablar conmigo…

Ahora, en la sala de reuniones de Renquist, Renquist y Fitzgerald, Hal Baker miró a Tyler y dijo:

– ¿Cómo está, juez?

Woody levantó la vista y exclamó:

– ¡Si es Frank Tirnmons!

Steve dijo a Tyler:

– Éste es el hombre al que usted ordenó entrar en nuestras oficinas para conseguir una copia del testamento de su padre; también le ordenó desenterrar el cuerpo de su padre y matar a Julia Stanford.

Tyler tardó un momento en recuperar la voz.

– ¡Está loco! Es un delincuente convicto. ¡Nadie creerá en su palabra contra la mía!

– No es preciso que nadie crea en su palabra -dijo Steve-. ¿Ha visto antes a este hombre?

– Por supuesto. Fue juzgado en mi sala.

– ¿Cómo se llama?

– Se llama… -Tyler se dio cuenta de la trampa-. Quiero decir… lo más probable es que tenga una serie de alias.

– Cuando usted lo juzgó en su sala, se llamaba Hal Baker.

– Bueno, sí.

– Pero cuando vino a Boston, usted lo presentó como Frank Tirnmons.

Tyler hablaba con dificultad:

– Bueno… yo… yo…

– Hizo que lo pusieran bajo su custodia y lo usó para tratar de probar que Margo Posner era la verdadera Julia.

– ¡No! Yo no tuve nada que ver con eso. No había visto a esa mujer hasta que se presentó en casa.

Steve miró al teniente Kennedy.

– ¿Lo ha oído, teniente?

– Sí.

Steve volvió a dirigirse a Tyler.

– Hemos investigado a Margo Posner. También fue procesada en su juzgado y puesta bajo su custodia. El fiscal de distrito de Chicago ha librado esta mañana una orden de registro de su caja fuerte. Hace un rato me llamó para decirme que habían encontrado un documento por el cual Julia Stanford le cedía la parte de la herencia de su padre. El documento estaba fechado cinco días antes de que la supuesta Julia Stanford llegara a Boston.

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