Sam Bourne - El Testamento Final

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Un trasdental hallazgo arqueológico podría cambiar radicalmente el destino de Israel y Palestina.
El profesor Guttman, un arqueólogo fundamentalista israelí, ha hallado, proveniente del saqueo del Museo Arqueológico de Irak, la tablilla que contiene el testamento de Abraham, donde se indica cómo deberán repartirse las tierras palestinos e israelíes. Tal descubrimiento le cuesta la vida a él y a su esposa, pero pone sobre la pista de la tablilla a Uri, hijo del malogrado matrimonio, y a Maggi, una mediadora política norteamericana. Ambos vivirán una apasionante aventura, perseguidos por los servicios secretos de sus respectivos países.

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En ese momento, otro hombre, un avatar con barba y pelo al estilo afro de los setenta, había entrado y se había acercado lo bastante para dirigirse a ellos con una línea de texto.

«Shaftxxx Brando: ¿Qué tal, chicos? ¿Cómo va todo?» Maggie apretó al instante el botón VOLAR y salió a toda prisa de allí y del barrio chino. Volvió a planear sobre mares, ciudades y centros turísticos. En una ocasión descendió y se encontró en medio de una perfecta reproducción del centro de Filadelfia pulcramente representado en tres dimensiones.

Volvió a presionar la tecla MAPA y tardó unos segundos en averiguar lo que tenía que hacer. La nostalgia decidió por ella. Tecleó «Dublín» y apretó TELETRANSPORTE.

Un «¡Swooosh!» más tarde se hallaba en un paisaje que, a pesar de haber sido reproducido digitalmente, enseguida le resultó familiar. El agua del Liffey estaba demasiado quieta, pero la zona del Temple Bar estaba allí con todos los bares y tabernas típicas que recordaba de la adolescencia, cuando ella y las otras chicas del colegio de monjas bebían vodka como si fueran marineros rusos. Pero esa noche solo estaba ella y dos o tres colgados más deambulando por Dame Street; parecía un paraje desolado.

Cuando tomó conciencia de la situación, arrugó la nariz con disgusto. Era verdaderamente patético: una mujer contemplando una pantalla en plena noche para recordar su hogar. Se suponía que todo aquello, el ir dando tumbos por el mundo, había acabado; se suponía que debía estar echando raíces con Edward en Washington. Sin embargo, allí estaba, en la penumbra del Business Center de un hotel, pasadas las tres de la madrugada, añorando su hogar gracias a un famoso juego de ordenador. Se recostó en su asiento y se preguntó por qué su plan de sentar la cabeza había fallado. ¿Se había equivocado de ciudad? ¿De hombre? ¿De momento?

Apagó el ordenador, salió de la estancia y se dirigió al ascensor mientras pensaba en el Dublín que acababa de ver. No era como el que ella recordaba, sino más limpio y ordenado y mucho más solitario.

Entró en el ascensor y, cuando las puertas se cerraron tras ella, cayó en la cuenta. «¡Claro!» ¡A eso se refería Shimon Guttman! ¡Viejo astuto! ¿Cómo no se había dado cuenta?

«Vamos, vamos», se dijo, impaciente por regresar a la habitación y despertar a Uri. Los números de los pisos desfilaron hasta que llegó al suyo. Las puertas se abrieron, y ella se asomó con cautela y miró a un lado y a otro, no fuera a ser que los hombres que la seguían desde a saber cuándo, estuvieran esperándola ante la puerta de su habitación. No, no había nadie.

Corrió de puntillas por el pasillo, apenas rozando la moqueta. No quería hacer ruido. Lentamente, metió la tarjeta electrónica en la ranura y esperó a que se encendiera la luz verde. Abrió la puerta y se disponía a llamar a Uri cuando notó un fuerte golpe en la nuca y se desplomó en el suelo sin un gemido.

Capitulo 44

Jerusalén, viernes, una hora antes

Primero oyó el doble clic, la señal de que estaban hablando a través de una línea segura. Como siempre, el jefe fue directo al grano.

– Lo que me preocupa es que las cosas se están desmadrando.

– Lo entiendo.

– Está claro que necesitamos esa tablilla.

– Sí.

– Me refiero a que la necesitamos ahora. Esto es de locos.

El remedio empieza a parecer peor que la enfermedad.

– Sé lo que parece. -Oyó un profundo suspiro al otro lado del hilo.

– ¿Cuánto tiempo más cree que debemos conceder a este asunto.

Ese era el inconveniente de un trabajo como aquel, trabajar para quien tomaba las grandes decisiones. Ese tipo de personas siempre esperaban una acción inmediata, como si el mero hecho de murmurar que algo podía ocurrir fuera suficiente para que ocurriera. Tarde o temprano todos los líderes políticos se volvían así y acababan considerando sus palabras como actos divinos. «He dicho que se haga la luz, ¿cómo es que no hay luz?»

– Bueno, ahora que hemos empezado, no veo cómo podemos parar. Ya ha visto lo último. Hizbullah está lanzando cohetes en plena noche sobre pueblos y ciudades para aumentar el riesgo de que haya víctimas. No podemos permitir que dicten nuestras acciones.

– ¿Qué sabemos de Costello? ¿Ha conseguido algo?

– La seguimos muy de cerca. Creo que está haciendo progresos. Y lo que ella sabe, nosotros lo sabemos.

Otro suspiro.

– Necesitamos hacemos con esa tablilla. Tenemos que saber lo que hay escrito en ella antes que ellos. Así podremos ser los primeros en actuar, determinar los acontecimientos. -Como sabe, cabe la posibilidad de que nadie logre hacerse con ella. Ni ellos ni nosotros. -¿A qué se refiere?

– A que Costello puede conducimos hasta la tablilla o puede fracasar. Esa tablilla podría haber desaparecido junto con Shimon Guttman. Entonces sería como si ese asunto nunca se hubiera planteado.

La voz al otro lado de la línea no necesitaba oír más. Podía juntar las piezas.

– Eso no estaría mal.

– Sería casi una victoria para ambos bandos.

– Si Costello la consigue, nosotros la conseguimos. Si no la consigue… Si Costello, por alguna razón imprevista, no logra sacar adelante su misión, nadie la conseguirá. Problema resuelto. -Podría ser.

– De acuerdo. Volveremos a hablar por la mañana.

Oyó el familiar segundo clic, cortó la comunicación y repasó sus contactos hasta dar con el número del equipo de vigilancia encargado de Guttman y Costello. Le pasaron la comunicación al instante.

– ¿Tiene a los sujetos a la vista? Bien, tenemos que hablar de un cambio de planes.

Capitulo 45

Jerusalén, viernes, 3.11 h

Al principio no estaba segura que tuviera los ojos abiertos. La habitación se hallaba totalmente a oscuras. Levantó la cabeza, un acto reflejo para mirar el reloj, y sintió una aguda punzada de dolor. Entonces recordó lo ocurrido: había salido del ascensor, impaciente por contar a Uri su descubrimiento, había abierto la puerta yen ese momento la habían golpeado.

¿Dónde estaba? Tumbada, sus manos palparon la suavidad de las sábanas. Forzó la vista y alcanzó a distinguir la silueta de la cortina que había delante de la cama. Así pues, seguía en su habitación. ¿Qué demonios había pasado?

De repente, oyó una voz inesperadamente cerca de su oreja. -Lo siento. Lo siento mucho, Maggie.

Uri.

Intentó incorporarse, pero el dolor la traspasó de nuevo. -Me desperté y vi que la cama estaba vacía. Pensé que te había ocurrido algo. Esperé detrás de la puerta y entonces… -Me golpeaste.

– No sabía que eras tú. No sabes cuánto lo siento, Maggie.

¿Qué puedo hacer para compensarte?

Maggie decidió sobreponerse al dolor y sentarse. Uri le colocó detrás varios almohadones y le acercó un vaso de agua. Ella bebió un sorbo y notó una leve presión en el cabello, la mano de Uri que la acariciaba. Cuando sus ojos acabaron de adaptarse a la oscuridad, vio que estaba arrodillado junto a la cama. Uri le acarició la mejilla.

– Todo lo que toco acaba recibiendo. Todos los que me importan acaban heridos.

Maggie notó el agua deslizarse por su garganta. De algún modo, parecía que le aliviaba el dolor de la nuca. -Joder, Uri… ¿Dónde has aprendido a pegar así?

– Conoces la respuesta.

– Los israelíes no os andáis con medias tintas, ¿eh? -dijo frotándose el cuello. -Toma, ponte esto.

Uri había cogido una toalla humedecida, la enrolló y se la puso en la nuca, pero primero tuvo que levantarle el cabello para dejarla al descubierto. Maggie fue consciente de las contradictorias sensaciones: una combinación de dolor y de renovado deseo. La toalla estaba fría y la alivió.

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