Sam Bourne - El Testamento Final

Здесь есть возможность читать онлайн «Sam Bourne - El Testamento Final» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Testamento Final: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Testamento Final»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un trasdental hallazgo arqueológico podría cambiar radicalmente el destino de Israel y Palestina.
El profesor Guttman, un arqueólogo fundamentalista israelí, ha hallado, proveniente del saqueo del Museo Arqueológico de Irak, la tablilla que contiene el testamento de Abraham, donde se indica cómo deberán repartirse las tierras palestinos e israelíes. Tal descubrimiento le cuesta la vida a él y a su esposa, pero pone sobre la pista de la tablilla a Uri, hijo del malogrado matrimonio, y a Maggi, una mediadora política norteamericana. Ambos vivirán una apasionante aventura, perseguidos por los servicios secretos de sus respectivos países.

El Testamento Final — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Testamento Final», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Por favor, sígame, sígame.

Su guía no oficial había reaparecido y la hacía avanzar. La gente formaba una fila a la espera de presentar el pésame a la familia. Intentó entender qué decían los que tenía delante, pero no pudo: hablaban en hebreo.

Al fin le llegó el tumo de estrechar la mano a los familiares, de inclinar la cabeza respetuosamente ante cada uno de ellos y de poner expresión compungida. Primero la hija, que solo la miró brevemente a los ojos. Tenía unos cuarenta años, el pelo corto, castaño y salpicado de canas. Era atractiva; su rostro denotaba un carácter fuerte y práctico. Maggie supuso que era la persona que en esos momentos se hallaba al frente de la situación.

Luego, el hijo. Medio sentado, medio de pie, la miró fríamente. Era alto e iba más informalmente vestido de lo que ella habría esperado en un velatorio: vaqueros oscuros y camisa blanca; ambas prendas parecían caras. Llevaba el pelo, abundante y oscuro, bien cortado. Por la forma en que la gente se movía a su alrededor, parecía una persona de éxito o importante en algún sentido. Maggie calculó que no llegaba a los cuarenta; nada evidenciaba que estuviera casado.

Y por último la viuda. El guía de Maggie se agachó para que la mujer pudiera oírlo sin esfuerzo. Deliberadamente, el hombre habló en inglés.

– Señora Guttman, esta señora viene de Estados Unidos. De la Casa Blanca. De parte del presidente.

Maggie pensó en corregirlo, pero lo dejó estar.

– Lamento mucho su pérdida -dijo inclinándose y tendiéndole la mano. Deseamos que sepa que usted y su familia están en las oraciones de los estadounidenses.

La viuda alzó la vista de repente. Llevaba el pelo teñido de negro, y sus ojos eran casi del mismo color. Sujetó a Maggie por la muñeca y la obligó a mirarla mientras la fulminaba con los ojos.

– ¿Viene usted de parte del presidente de Estados Unidos?

– Bueno…

– ¿Sabe? Mi esposo tenía un mensaje importante. Un mensaje para el primer ministro.

– Eso es lo que tengo entendido, y la tragedia es tal…

– No, no, usted no lo entiende. Mi marido llevaba días intentando hacer llegar ese mensaje a Kobi. Lo llamó a su despacho, fue al Knesset, pero no lo dejaron acercarse a él. ¡Eso lo enloqueció! -La presa en la muñeca de Maggie se hizo más fuerte.

– Por favor, no se altere.

– ¿Cómo se llama usted?

– Maggie Costello.

– Ese mensaje era urgente, señorita Costello. Una cuestión de vida o muerte, pero no solo de la vida de mi marido o la de Kobi, sino de la vida de todos los de este país, los de esta región. Mi marido había visto algo, señorita Costello.

– Por favor, señora Guttman… -Era el hombre que las había presentado, pero la viuda le hizo un gesto para que se apartara.

Maggie se agachó más.

– ¿Ha dicho usted que su marido vio algo?

– Sí. Un documento, puede que una carta, algo. No sé exactamente qué, pero sí que se trataba de algo de la mayor importancia. Durante los últimos tres días de su vida no durmió. Se limitaba a repetir una y otra vez: «Kobi tiene que saber esto, Kobi tiene que saberlo».

– ¿Kobi? ¿El primer ministro?

– Sí, sí. Por favor, entiéndalo: lo que Shimon debía decir a Kobi todavía tiene que serle dicho. Mi marido no era estúpido. Sabía el riesgo que corría, pero decía que no había nada más importante. Tenía que explicar a Kobi lo que había visto.

– ¿Y qué había visto?

Ima, dai kvar! -Fue el hijo, su voz era firme, la voz de alguien acostumbrado a dar órdenes. «¡Madre, ya basta!»

– No me lo dijo. Solo sé que era una especie de documento, algo que estaba escrito. Y me dijo: «Esto lo cambiará todo». Eso fue lo que dijo: «Esto lo cambiará todo».

– ¿Qué cambiará todo?

El hijo se levantó.

– No lo sé -prosiguió la viuda-. No me lo quiso contar.

Por mi seguridad, decía. -¿Por su seguridad?

– Yo conocía bien a mi marido. Era un hombre serio, no de los que se vuelven locos de repente y salen corriendo para ir a gritar al primer ministro. Si tenía algo que contarle, sin duda era como Shimon decía: un asunto de vida o muerte.

Capitulo 7

Beitin, Císjordanía, martes, 9.32 h

No necesitaría quedarse mucho rato. Diez minutos en la oficina, recoger los papeles y marcharse. Solo que «oficina» no era la palabra correcta. Los dos recios candados que cerraban la puerta de hierro lo atestiguaban. «Cuarto de trabajo» habría sido más acertado, incluso «almacén». Dentro olía a invernadero. Los fluorescentes brillaron y revelaron estanterías llenas no de papeles, archivadores o discos de ordenador, sino de cajas de cartón rígido. Dentro de ellas había fragmentos de cerámica antigua, el material que Ahmed Nur había desenterrado en aquella misma aldea.

En todas las excavaciones trabajaba igual: montaba una base lo más cerca posible del sitio, lo que permitía llevar al instante hasta allí los últimos hallazgos para catalogarlos y almacenarlos sin pérdida de tiempo. Si podía, lo hacía todos los días; los restos de cerámica que no se llevaba desaparecían de la noche a la mañana. Los saqueadores son la maldición de los arqueólogos en cualquier rincón del mundo.

Ahmed se acercó a su mesa, metálica y espartana, como la del capataz de una obra. «Tampoco estamos tan alejados -pensó. Los dos nos dedicamos al negocio de las viviendas: ellos las construyen nuevas; yo desentierro las antiguas.»

Los papeles que necesitaba para la reunión con el departamento de Antigüedades de la Autoridad Palestina se hallaban allí mismo, en un pulcro montón. «La dulce Huda», se dijo. Su joven protegida lo había dejado todo preparado: el impreso para la solicitud de renovación, el permiso para excavar en Beitin y la solicitud de una subvención solicitando el dinero para llevarlas a cabo. En esos momentos, Huda se encargaba de todos los contactos con el mundo exterior. Lo había dejado solo, sin ninguna distracción -ni llamadas telefónicas, ni correos electrónicos, ni radio ni televisor a todo volumen-, para que pudiera sumergirse en su trabajo. Si se concentraba lo suficiente podía pasar de cualquier modernidad.

Eso era lo que había hecho aquel fin de semana. Y habría seguido así de no ser por esa fastidiosa reunión. El responsable del departamento de Antigüedades era un ignorante. Carecía de cualquier formación en arqueología y se comportaba como un vulgar político arribista. Además, llevaba barba, lo cual significaba que su política era de la variedad más reciente: la religiosa.

«Mi prioridad, doctor Nur -le había dicho a Ahmed en su primer encuentro-, es la glorificación de nuestra herencia islámica.» No era de extrañar, porque el nuevo gobierno estaba medio en manos de Hamas. Traducido, significaba: «Pagaremos cualquier excavación posterior al siglo VII. Si usted quiere investigar cualquier cosa anterior a eso, se las arreglará por su cuenta».

A Ahmed no se le escapaba la ironía de aquello. En el pasado había sido un héroe de la clase política palestina. Fue uno de los miembros fundadores del grupo de estudiosos que, décadas atrás, habían insistido en buscar en el subsuelo con un enfoque radicalmente distinto. Hasta entonces, y desde la época de las expediciones de Edward Robinson en el siglo XIX, todos los que habían empuñado una pala lo habían hecho en busca de una sola cosa: la Biblia. No estaban interesados en Palestina ni en la gente que había vivido allí durante miles de años. Buscaban la Tierra Santa.

Naturalmente, eran todos extranjeros: estadounidenses o europeos. Llegaban a Jaffa o Jerusalén atiborrados de escrituras, deseosos de seguir el camino transitado por Abraham y de contemplar la tumba de Jesucristo. Ansiaban hallar vestigios de los antiguos israelitas o de los primeros cristianos. Los palestinos, ya fueran antiguos o modernos, no eran más que un estorbo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Testamento Final»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Testamento Final» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Testamento Final»

Обсуждение, отзывы о книге «El Testamento Final» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x