Karen Rose - Grita Para Mi

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Daniel Vartarian es el agente del FBI asignado al caso del asesinato de una joven en la localidad de Dutton, pueblo donde Daniel nació. El asesinato es exactamente igual a uno que ocurrió en el mismo lugar trece años atrás. Al investigarlo, Daniel reconocerá a aquella adolescente del pasado… Ha visto su rostro en una de las fotos que pertenecían al asesino en serie más cruel que haya conocido: su propio hermano Simon. Así, Daniel tendrá que enfrentarse a sus propios vecinos, a sus fantasmas familiares y a sus conflictos de adolescencia mientras investiga los viejos y nuevos crímenes con la ayuda de Alexandra, la hermosa hermana gemela de una de las víctimas del asesino.

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– Después de bajar, ¿cómo volviste a casa?

Jim apretó los labios.

– Con mi mujer, Marianne.

Daniel pestañeó.

– ¿Marianne? ¿Marianne Murphy? ¿Te casaste con Marianne Murphy?

Jim se mostró petulante.

– Sí.

Marianne Murphy era la chica a quien la mayoría consideraban más dispuesta… a hacérselo con cualquiera.

– Muy bien. -Daniel se aclaró la garganta, no tenía ganas de imaginarse a Jim Woolf con la exuberante y pechugona Marianne Murphy-. ¿Cómo llegaste hasta allí?

– También me acompañó ella.

– Quiero verla para confirmar las horas. Y quiero las fotografías que tomaste desde el árbol. Todas.

Con una mirada feroz, Jim extrajo la tarjeta de memoria de su cámara y se la lanzó a Daniel.

Éste la cazó con una mano y se la guardó en el bolsillo a la vez que se ponía en pie.

– Estaremos en contacto.

Jim lo siguió hasta la puerta.

– ¿Cuándo?

– Cuando sepa más cosas. -Daniel abrió la puerta y se detuvo en seco con la mano en el tirador. No daba crédito a lo que veía. Oyó el grito ahogado de Jim tras de sí.

– Santo Dios, si es…

Alex Fallon. Se encontraba al pie de la escalera que conducía a la comisaría con un bolso en la mano. Aún llevaba puesto el traje chaqueta negro. De inmediato irguió la espalda y se volvió despacio hasta que sus miradas se cruzaron. Durante un buen rato se limitaron a mirarse desde ambos lados de Main Street. Alex no sonreía. De hecho, incluso desde la distancia Daniel percibió cómo apretaba los carnosos labios. Estaba furiosa.

Daniel cruzó la calle sin dejar de mirarla a los ojos. Cuando se le plantó delante, ella alzó la barbilla, igual que había hecho por la mañana.

– Agente Vartanian.

A él se le secó la boca.

– No esperaba verla aquí.

– He venido a entregar al sheriff una solicitud para que investiguen la desaparición de Bailey. -Se volvió a mirar a Jim-. ¿Quién es usted?

Jim Woolf avanzó un paso y se colocó junto a Daniel.

– Soy Jim Woolf, del Dutton Review . ¿He oído que va a entregar una solicitud para que investiguen una desaparición? A lo mejor puedo ayudarla. Podríamos imprimir una fotografía de… ¿Ha dicho Bailey? ¿Bailey Crighton ha desaparecido?

Daniel miró a Jim y frunció el entrecejo.

– Márchate.

Pero Alex ladeó la cabeza.

– Déme una tarjeta. Puede que quiera hablar con usted.

De nuevo con petulancia, Jim le entregó una tarjeta.

– Cuando guste, señorita Tremaine.

Alex se estremeció como si acabara de darle un puñetazo en el estómago.

– Fallon. Me llamo Alex Fallon.

– Pues cuando guste, señorita Fallon.

Jim dedicó un saludo a Daniel y se marchó.

Algo había cambiado y a Daniel no le gustó.

– Yo también voy a la estación. ¿Le llevo el bolso?

La forma en que Alex le escrutó el rostro incomodó a Daniel.

– No, gracias.

Empezó a subir la escalera y él no tuvo más remedio que seguirla. Tenía la espalda torcida de tanto como pesaba el bolso, pero ello no le impedía cimbrar las delgadas caderas mientras apresuraba el paso. A Daniel le pareció más sensato centrar sus pensamientos en el bolso. No le costó alcanzarla.

– Va a caerse. ¿Qué lleva ahí? ¿Ladrillos?

– Una pistola y muchas balas, si quiere saberlo.

Se dispuso a seguir subiendo, pero Daniel la aferró por el brazo y la obligó a darse la vuelta.

– ¿Cómo dice?

La mirada de sus ojos color whisky era fría.

– Me ha dicho que corría peligro y lo he tomado en serio. Hay una niña a quien debo proteger.

La hija de su hermanastra. Hope.

– ¿Cómo ha conseguido comprar una pistola? No es residente.

– Ahora sí. ¿Quiere ver mi nuevo permiso de conducir?

– ¿Tiene un permiso de conducir? ¿De dónde lo ha sacado? No vive aquí.

– Ahora sí. ¿Quiere ver mi contrato de alquiler?

Daniel pestañeó, desconcertado.

– ¿Ha alquilado un piso?

– Una casa.

Pensaba quedarse allí bastante tiempo.

– ¿En Dutton?

Ella asintió.

– No me iré hasta que encuentren a Bailey, y Hope no puede vivir en un hotel.

– Ya. ¿Nos vemos a las siete?

– Eso es lo que tenía pensado. Ahora, si no le importa, tengo muchas cosas que hacer hasta entonces.

Subió unos cuantos escalones más antes de que él pronunciara su nombre:

– Alex.

Aguardó hasta que ella se detuvo y se volvió de nuevo.

– ¿Sí, agente Vartanian? ¿Qué desea?

Él hizo caso omiso del tono glacial.

– Alex, no puede entrar en la comisaría con una pistola. Ni siquiera en Dutton. Es un organismo oficial.

Los hombros de Alex se hundieron y su gélida expresión desapareció y dio paso a otra que denotaba agotamiento y vulnerabilidad. Tenía miedo y hacía lo imposible por ocultarlo.

– Lo había olvidado. Tendría que haber venido aquí primero pero quería conseguir el permiso de conducir antes de que cerraran el Departamento de Vehículos Motorizados. No puedo dejar la pistola en el coche y arriesgarme a que me la roben. -Un amago de sonrisa asomó a sus labios sin maquillar y llegó al corazón de Daniel-. Ni siquiera en Dutton.

– Parece cansada. Yo hablaré con el sheriff sobre Bailey. Vuelva a casa y duerma un poco. Nos encontraremos a las siete frente al edificio del GBI. -Bajó la vista al bolso-. Y, por el amor de Dios, asegúrese de que eso lleva puesto el dispositivo de seguridad y guárdelo bajo llave en una caja, donde Hope no pueda encontrarlo.

– He comprado una caja con llave. -Alzó la barbilla, gesto que Daniel empezaba a anticipar-. En urgencias he tenido que tratar a bastantes niños que habían jugado con pistolas, no pienso consentir que mi sobrina corra ningún peligro más. Por favor, llámeme si Loomis se niega a incluir a Bailey en la lista de personas desaparecidas.

– No se negará -aseguró Daniel-. De todos modos, deme su número de móvil.

Alex lo hizo y Daniel se lo aprendió de memoria mientras ella empezaba a bajar la escalera con paso cansino. Cuando llegó a la calle, se volvió a mirarlo.

– A las siete, agente Vartanian.

Algo en su forma de decirlo hizo que, más que confirmar una cita, pareciera que lo estaba amenazando.

– A las siete. Y no se olvide de cambiarse de ropa.

Dutton, lunes, 29 de enero, 16.55 horas.

Mack se retiró el auricular del oído. «La cosa se complica», pensó al ver que Daniel Vartanian seguía con la mirada a Alexandra Tremaine cuando se marchaba en su coche. Un momento; Alex… Fallon. Se había cambiado el nombre.

Le sorprendió oír que había regresado. Esa era una de las ventajas de que Dutton fuera una población pequeña. En cuanto puso un pie en la inmobiliaria de Delia Anderson empezó a correr la voz. «Alexandra Tremaine ha vuelto. La gemela que sobrevivió.»

Su hermanastra, Bailey Crighton, había desaparecido. Él creía estar bastante seguro de adónde se habrían llevado a Bailey, y por qué, pero de momento eso no era asunto suyo. Si era necesario, entraría en acción. Hasta entonces se limitaría a observar y escuchar.

Alex Tremaine había vuelto. Y Daniel Vartanian se interesaba por ella. También tenía que estar atento a eso. Más tarde podría servirle. Menudo comienzo habría supuesto asesinar a la gemela y dejarla exactamente en el mismo lugar. «Ojalá se me hubiera ocurrido antes.» Sin embargo, había empezado por la víctima que él mismo había elegido. Se merecía todo lo que le había ocurrido. Claro que Alex Tremaine habría supuesto una apertura más solemne, pero ya era demasiado tarde para pensarlo.

La primera víctima ya había caído. Arqueó las cejas mientras reflexionaba. «Y ¿qué tal la última?» Sería el broche de oro y el círculo quedaría cerrado. Se lo plantearía.

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