– Casi todo. Mansfield le ha disparado a Daniel y yo lo he matado a él. Entonces ha entrado Granville. -Echó un triste vistazo al hombre sin rostro-. El doctor Granville era el tercer violador.
– Ya lo sé -respondió Luke-. Bailey nos lo ha contado. Así que también has matado a Granville, ¿no?
– No, yo solo le he herido. Ha sido O'Brien quien lo ha matado. Formaba parte de su venganza.
Luke empujó a O'Brien con el pie.
– ¿Y a este?
– Bueno, después de matar a Granville, O'Brien me ha apuntado en la cabeza. Entonces el padre Beardsley le ha quitado la pistola a O'Brien y Daniel le ha disparado en la cabeza. -Una repentina sonrisa le iluminó el rostro-. Creo que no lo hemos hecho mal del todo.
Su tonta sonrisa hizo que Luke sonriera a su vez, a pesar de la náusea que le oprimió el estómago al oír el quejido de Daniel cuando los paramédicos lo movieron. Daniel se quejaba, lo cual quería decir que estaba vivo.
– Yo también creo que no lo habéis hecho mal. Os habéis cargado a todos los malos, chica.
Pero el capellán del ejército sacudió la cabeza.
– Habéis llegado demasiado tarde -dijo Beardsley en tono cansino.
Alex se puso seria al instante.
– ¿De qué está hablando?
«Las ha matado a todas», había dicho Bailey. El temor eclipsó la momentánea satisfacción de Luke.
– Quédate aquí con Daniel -ordenó a Alex-. Yo iré a echar un vistazo.
Alex miró a los paramédicos.
– ¿Tiene las constantes vitales estables?
– Estables, pero débiles -respondió uno de los hombres-. ¿Quién le ha vendado el pecho?
– Yo -respondió Alex-. Soy enfermera.
El paramédico hizo un gesto aprobatorio con la cabeza.
– Buen trabajo. Respira sin asistencia.
Alex asintió poco convencida.
– Muy bien. Vámonos -le dijo a Luke-. Necesito saberlo.
Luke pensó que tenía razón. Su hermanastra, Bailey, había estado en ese lugar una semana entera, y aunque todos le habían dicho que Bailey era una drogadicta y que debía de haberse dado a la fuga, Alex nunca había perdido la esperanza.
Beardsley se puso en pie apoyándose contra la pared.
– Entonces venid conmigo. -Abrió la primera puerta de la izquierda. No estaba cerrada con llave, ni tampoco vacía.
Luke ahogó un grito y su temor se tornó horror. Una joven yacía sobre un fino colchón. Tenía un brazo encadenado a la pared. Estaba muy flaca, se le marcaban claramente los huesos. Tenía los ojos muy abiertos y en su frente se veía un pequeño agujero redondo. Debía de tener unos quince años.
«Las ha matado a todas.»
Luke avanzó hacia el colchón poco a poco. «Santo Dios», fue todo cuanto pudo pensar. De repente, la sorpresa al reconocer a la joven lo azotó cual puñetazo en el vientre. «La conozco.» Mierda; había visto antes a esa chica. Un montón de imágenes cruzaron su mente a toda velocidad, rostros que nunca podría olvidar.
Había visto antes ese rostro, estaba seguro. «Angel.» Los pedófilos, los seres infrahumanos que las habían captado a través de su página web, aquellos que habían cometido acciones tan depravadas… Ellos la llamaban Angel.
Notó el sabor de la bilis en la garganta mientras permanecía allí de pie, mirándola. Angel estaba muerta. Habían dejado que se consumiera, la habían torturado. «Habéis llegado demasiado tarde.» La sorpresa empezó a desvanecerse mientras la furia que hervía en su interior crecía, y él apretó los puños para no explotar. Tenía que controlarse. No podía permitir que la ira le impidiera hacer su trabajo.
«Proteger y servir», recordó para sí.
«A ella no la has protegido. Has fallado. Has llegado demasiado tarde.»
Alex se arrodilló junto al colchón y presionó con los dedos el escuálido cuello de la chica.
– Está muerta. Debe de llevar muerta una hora.
– Todas están muertas -repuso Beardsley con aspereza-. Todas las chicas a las que han dejado aquí.
– ¿Cuantas hay? -preguntó Luke en tono severo-. ¿Cuántas están muertas?
– Bailey y yo estábamos presos en el otro extremo -explicó Beardsley-. No he podido ver nada. Pero he contado siete disparos.
Siete disparos. A la chica a quien Susannah había salvado le habían disparado dos veces, una vez en el costado. La otra bala le había rozado la cabeza. O sea que quedaban cinco disparos más. Cinco jóvenes muertas. «Santo Dios.»
– ¿Qué lugar es este? -musitó Alex.
– Trafican con humanos -respondió Luke con concisión, y Alex se quedó mirándolo boquiabierta.
– Quieres decir que todas esas chicas… Pero ¿por qué las han matado? ¿Por qué?
– No tenían tiempo de sacarlas a todas -dijo Beardsley en tono inexpresivo-, y no querían que las que quedaran hablaran.
– ¿Quién es el responsable de esto? -susurró Alex.
– El hombre a quien llaman Granville. -Beardsley se apoyó en la pared y cerró los ojos, y Luke reparó en la oscura mancha de su camisa. Se estaba extendiendo.
– A usted también le han disparado -advirtió Alex-. Por el amor de Dios, siéntese. -Lo empujó hacia abajo y se arrodilló a su lado para retirarle la camisa de la herida.
Luke le hizo señales a uno de los paramédicos, un chico de semblante serio cuya placa rezaba ERIC CLARK.
– El capitán Beardsley está herido. Necesitamos otra camilla. -Echó un vistazo a Daniel desde la puerta. Su amigo seguía mostrando un blanco cadavérico y su pecho apenas se movía. Apenas, pero algo se movía-. ¿Cómo está él?
– Todo lo estable que podemos mantenerlo aquí -respondió Clark.
– Avise por radio a otro equipo -le ordenó Luke-, y venga conmigo. Hemos encontrado a una chica muerta, y podría haber cuatro más. -Con toda rapidez, Luke y el joven paramédico revisaron cada una de las pequeñas celdas. Había una docena de ellas, todas igual de oscuras y sucias. En todas había un colchón viejo y mugriento sobre un somier oxidado. La que quedaba justo a la derecha del despacho estaba vacía. Sin embargo, al iluminarla con la linterna, Luke descubrió un rastro de sangre que partía de la puerta. La hilera de manchas regulares continuaba por el pasillo-. Es la de la chica que se ha escapado -dijo-. Vamos a la siguiente.
En la siguiente celda había otro cuerpo, igual de escuálido que el de Angel. Luke oyó a Eric Clark ahogar un grito de horror.
– Dios mío. -Clark se dispuso a entrar corriendo, pero Luke lo retuvo.
– Cuidado. Por el momento mire si está viva, pero no toque nada más.
Clark trató de encontrarle el pulso.
– Está muerta. ¿Qué demonios ha pasado aquí?
Luke no respondió. Guió metódicamente a Clark de una a otra de las doce celdas. Solo en cinco encontraron cadáveres; el resto estaban vacías. Sin embargo, unos cuantos colchones estaban todavía húmedos, y un fuerte olor de fluidos corporales saturaba el espacio sin ventilación. Hacía poco que esas celdas habían estado ocupadas, aunque ya no lo estuvieran. Una la había ocupado la chica a quien Susannah había salvado, y eso quería decir que se habían llevado a seis más. «Seis.»
No había pistas, ni forma de saber cuántas ni quiénes eran las chicas. No había descripción alguna. Nada, a excepción de la chica a quien Susannah había salvado. Tal vez ella representara la única esperanza.
Igual que Angel, las otras cuatro víctimas se encontraban esposadas al muro de la celda, y todas miraban al techo con la expresión vacía y tenían un agujero de bala en medio de la frente. Con cuidado de no alterar el escenario, Clark comprobó el estado de todas. Y cada vez sacudía la cabeza.
Cuando llegaron al final del pasillo, Luke exhaló un suspiro, pero ello no lo tranquilizó. Beardsley tenía razón, no había supervivientes. Nadie, a excepción de la chica a quien Susannah había descubierto en la espesura. ¿Qué habría visto? ¿Qué sabría?
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