Karen Rose - Muere para mí

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La enterraron con las manos unidas como si rezara…
Es enero, el suelo está helado y solo una casualidad ha permitido que el cuerpo haya sido descubierto. La policía de Filadelfia recurre entonces a Sophie Johannsen, una joven arqueóloga especialista en excavaciones medievales. Gracias a ella localizan el segundo cadáver: un joven con las manos a la altura del pecho, como si sostuviera una espada.
Ya tienen una dama y un caballero, dos asesinatos que imitan ritos funerarios medievales, y algo más cruel todavía: a su alrededor aguardan otras sepulturas, algunas ocupadas, otras vacías, esperando a las próximas víctimas… lo que el detective Vito Ciccotelli debe impedir a toda costa con la ayuda de Sophie.
Mientras, una empresa de videojuegos se prepara para el lanzamiento de su nuevo producto estrella: El inquisidor, un juego que lleva el horror y la oscuridad de la Edad Media hasta sus últimas consecuencias.

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– Por Dios, Vito.

Él contuvo la respiración mientras observaba la indecisión en la mirada de Maggy, quien al fin exhaló un suspiro.

– Muy bien. Haré unas cuantas llamadas.

Vito soltó aire despacio, aliviado de poder volver a respirar.

– Gracias.

– No me las des aún -dijo ella en tono enigmático, y lo empujó para entrar en la oficina.

Brent Yelton estaba aguardándolos junto al escritorio de Vito.

– He venido lo más rápido posible.

Maggy clavó los ojos en Vito.

– ¿Ya está aquí tu pirata? Qué seguro lo tenías, ¿eh? Menuda pieza estás hecho.

Vito se negó a sentirse culpable.

– Puedes utilizar la mesa de Nick, Maggy.

Maggy se sentó murmurando para sí mientras sacaba de su bolso la agenda electrónica.

Brent asintió con satisfacción.

– ¿Qué quieres que busque?

Parecía tan entusiasmado que a Vito le entraron ganas de sonreír.

– Aún no lo sé. Me he estado devanando los sesos intentando recordar algo que haya comprado.

– Le compró lubricante al doctor -recordó Brent, pero Vito negó con la cabeza.

– A Pfeiffer siempre le pagaba en efectivo, tanto las visitas como el lubricante, lo he comprobado al venir hacia aquí. ¿Podemos echar un vistazo a los bancos de la zona? A lo mejor tiene una cuenta en alguno.

Brent hinchó de aire los carrillos.

– Sería más fácil si supiéramos por dónde empezar. Entrar en las redes bancarias es delicado, lleva su tiempo. Sería más fácil investigar las oficinas de crédito para ver si dispone de alguna tarjeta.

Maggy renegó.

– No quiero oírlo. -Se levantó y se trasladó a otro escritorio, fuera del radio de alcance de la voz, pero tenía un móvil en la mano y estaba efectuando llamadas.

Vito imaginó que eso quería decir algo.

Brent abrió su portátil.

– ¿Cómo le pagaba oRo?

– No llegó a pagarle. Van Zandt nos dijo que los pagos se hacían a noventa días.

Vito abrió con llave el cajón de su escritorio y de él extrajo la carpeta de Pfeiffer.

– Aquí está el número de la Seguridad Social que le dio a Pfeiffer. Búscalo con todos los nombres.

Brent levantó la cabeza y miró a Vito con compasión.

– Sal a ventilarte, Vito.

Él dejó caer los hombros.

– Lo siento, te estoy diciendo cosas que ya sabes.

– Ve a por un café. -Brent hizo una mueca-. Yo quiero dos sobres de azúcar.

Vito se dio media vuelta… y tropezó con Jen. Esta se tambaleó sin llegar a caerse.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó. Llevaba el pelo alborotado y por su aspecto se diría que acababa de despertarse. Miró a Vito con los ojos entornados-. ¿Qué estás tramando?

– Estoy siguiendo la pista del dinero -dijo él con denuedo-. Es lo que debería haber hecho desde el principio. ¿Y tú? ¿Qué haces aquí?

Jen volvió la vista atrás, y entonces Vito reparó en los dos jóvenes que la acompañaban.

– Estos son Marta y Spandan, son alumnos del curso de posgrado que imparte Sophie.

Marta era menuda y morena y tenía el rostro surcado de churretes. Iba del brazo de un chico hindú de mirada asustada.

– Lo hemos visto en las noticias -dijo Marta, temblorosa-. Ha habido un asesinato en el Albright y la doctora J… Se la han llevado.

– Hemos venido lo más rápido posible -explicó Spandan-. Dios mío, no me lo creo.

– El sargento de guardia ha avisado a Liz, y ella me ha avisado a mí. -Jen señaló un par de sillas y los estudiantes se sentaron-. Este es el detective Ciccotelli. Decidle lo que me habéis dicho a mí.

– Según la locutora -empezó Spandan con vacilación-, la doctora J estaba ayudando a la policía a resolver un caso. Su caso, detective. Ha dicho que tenía que ver con todas esas fosas que encontraron y que la última víctima es Greg Sanders. -Tragó saliva-. Ha dicho que le habían cortado las piernas.

Vito dirigió una mirada de frustración a Jen y esta asintió.

– Ya sabíamos que no podríamos mantenerlo siempre en secreto, Chick. Hemos tenido suerte de que los periodistas hayan tardado tanto en atar cabos. -le hizo a Spandan un gesto de asentimiento en señal de ánimo-. Sigue.

– Los domingos ayudamos a la doctora J en el museo.

– El otro día estuvimos hablando de las mutilaciones que se practicaban como castigo por robo en la Edad Media -explicó Marta-, al ladrón le cortaban una mano y el pie opuesto. De repente van y la raptan. Teníamos que venir a decírselo.

Vito abrió la boca, pero no pudo articular palabra.

– Santo Dios -susurró al fin-. Ni siquiera he tenido tiempo de preguntarle por las marcas con hierro candente, ni las mutilaciones, ni las iglesias. Si le hubiera preguntado…

– No sigas por ese camino, Vito -le espetó Jen-. No sirve de nada.

– ¿Marcas con hierro candente? -se extrañó Spandan-. De eso no hablamos.

– Uno de sus alumnos sacó el tema -dijo Vito, esforzándose por respirar-. ¿No fue ninguno de vosotros?

Ambos negaron con la cabeza.

– En el curso somos cuatro -explicó Marta-. No hemos encontrado a Bruce ni a John, por eso hemos venido los dos solos.

– John es el nombre que mencionó Sophie. John… -Vito cerró los ojos-. Trapper.

Jen suspiró.

– Vaya.

– ¿Sabéis dónde vive John? -preguntó Vito, pero ellos volvieron a negar con la cabeza-. ¿Y qué coche tiene?

– Una camioneta blanca -respondió Spandan de inmediato-. Acompañó a la doctora J el martes por la noche.

– Porque le habían estropeado la moto. -«Respira, piensa.» Entonces reparó en otro detalle-. Si es alumno del curso, tiene que pagar las cuotas de la universidad. -Se volvió hacia Brent.

El informático ya tecleaba.

– Estoy en ello. Me iría bien saber su número de estudiante.

– Solo sabemos el propio -dijo Spandan-. Pero seguro que en la biblioteca lo tienen. Para sacar libros, hace falta el número de estudiante.

– Llamaré a la biblioteca -se ofreció Brent-. Aunque seguramente hoy estará cerrada.

Maggy se levantó de la silla.

– A lo mejor a nuestros invitados les apetece tomar algo.

Jen arqueó las cejas y su mirada denotó que la había comprendido.

– Los acompañaré a la cafetería.

Marta sacudió la cabeza con gesto rotundo.

– No, yo no soy capaz de probar bocado.

– Quieren que nos vayamos -musitó Spandan. Miró a Vito-. Volveremos al campus. Por favor, avísennos en cuanto la encuentren.

Brent aguardó a que se hubieran marchado.

– La biblioteca está cerrada. ¿Quieres que busque el modo de entrar?

Jen alzó la mano.

– Espera. Liz, Beverly y Tim estuvieron investigando a John Trapper. Bev me dijo que según su historial médico va en silla de ruedas.

– Pero sabemos que Simon manipula los historiales -dijo Vito-. Si Bev y Tim han accedido al suyo, deben de saber el número de la Seguridad Social que ha estado utilizando. Si pagaba las cuotas universitarias, eso nos llevará hasta el banco.

– Los llamaré -decidió Jen, y ocupó el escritorio libre mientras Maggy López se le acercaba con expresión grave.

– He encontrado un nombre en el Servicio de Administración Tributaria. Vito, tiene que quedarte clara una cosa. Lo que estamos haciendo es ilegal, y los datos que encontremos por esta vía serán fruto del árbol prohibido. No podremos utilizarlos como pruebas. Si detienes a Simon Vartanian a partir de lo que encontremos ahora, podría salir impune aun habiendo cometido trece asesinatos.

Vito la miró a los ojos.

– Más vale que no sean catorce.

25

Sábado, 20 de enero, 22:30 horas

A Sophie le dolía todo el cuerpo. Tenía todos los músculos tensos hasta tal punto que le resultaba imposible dominar su voluntad y relajarse. Se había producido una explosión, tan fuerte que todavía notaba la vibración en los oídos y tan violenta que se habían desprendido piedras de las paredes. Había conseguido ahogar el grito antes de que este brotara de su garganta, pero era incapaz de disimular los movimientos reflejos debidos a la tensión. Si en aquel momento aparecía Simon Vartanian, vería que no estaba dormida.

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