– Y si lo haces, tendrás que obligarla a subir al estrado. -Siguió con su mirada la de Kristen y la posó en la casa-. Como a los chicos del caso de King.
Ella exhaló un largo y profundo suspiro.
– Y como en el caso de Ramey y en todos los demás. Cada vez que una víctima de agresión sexual se presenta ante el tribunal, revive los hechos.
– Tal vez les sirva para que las heridas cicatricen, para olvidar lo ocurrido y seguir adelante con sus vidas.
Kristen se volvió y lo miró a los ojos. Su expresión, repleta de aflicción, pesar y vulnerabilidad, lo atenazó.
– No lo olvidarán nunca -dijo con un hilo de voz-. Tal vez las heridas cicatricen y ellas consigan salir adelante con sus vidas, pero nunca, nunca olvidarán lo ocurrido. -Abrió la puerta del coche y se bajó de un salto-. Vamos a terminar de una vez con esto -dijo sin volverse a mirarlo de nuevo.
Abe se quedó pasmado y no pudo hacer más que contemplarla desde su asiento mientras ella se aproximaba a la casa. Por fin reaccionó y la alcanzó.
– Kristen…
Con un ademán severo y resuelto, ella dio por terminada la conversación. De todas formas, Abe no sabía qué decir.
Kristen señaló el camino de entrada a la casa.
– Los Reston tienen compañía -observó.
Era cierto. Había coches aparcados en el camino y también junto al bordillo opuesto.
– El señor Reston fue el interlocutor. El matrimonio se mantuvo unido -explicó Kristen, y enfiló el camino de entrada a casa-. Es lo que hacen todos los padres. Imagino que las cosas siguen igual.
Ni siquiera tuvo que llamar a la puerta. Esta se abrió en el mismo momento en que llegaban al porche. Los recibió un hombre vestido con una sudadera de los Bears, unos vaqueros desgastados y calcetines. Su rostro expresaba resignación.
– Señorita Mayhew -la saludó en tono suave-. La estábamos esperando. -Abrió más la puerta y ellos entraron.
Abe paseó la mirada por la sala en la que se encontraban sentados nueve adultos más. Todos lo escrutaron con curiosidad y a continuación dedicaron una mirada hostil a Kristen.
Aquello enfureció a Abe. Respiró hondo y se esforzó por no olvidar por qué se encontraban allí. Los hijos de aquellas personas habían sido víctimas de una horrible agresión, no únicamente por parte de King sino también por culpa del sistema judicial, que no había conseguido que se hiciese justicia. Se situó detrás de Kristen y posó la mano en su hombro con suavidad. Al notar el contacto, ella se estremeció; al momento, carraspeó.
– Este es el detective Reagan. Le han asignado este caso.
No hacía falta que especificara de qué caso se trataba. Ninguno de los padres pronunció una sola palabra.
Aunque tensa, Kristen continuó:
– Ross King ha sido asesinado. Nuestra intención era ir casa por casa para informar a los familiares de sus víctimas, pero el hecho de que se encuentren todos juntos nos facilita el trabajo.
– Qué alegría facilitarle el trabajo, señorita Mayhew. -El comentario desdeñoso provino de uno de los hombres que estaban sentados en el sofá; de nuevo Abe tuvo que esforzarse para no olvidar por qué se encontraban allí.
Kristen pasó por alto el ataque.
– Es obvio que todos estaban al corriente.
Reston señaló una mesita auxiliar sobre la que había cinco sobres dispuestos en hilera.
– Todos recibimos una carta ayer por la mañana. Y luego vimos a aquella periodista en las noticias.
Kristen examinó la sala.
– ¿Dónde están los Fuller?
– Se divorciaron el año pasado -respondió Reston-. Ella regresó a Los Ángeles con el chico. A él la empresa lo trasladó a Boston. Su matrimonio no superó tantas tensiones.
Una mujer se levantó, se colocó de pie junto a Reston y le pasó la mano por la cintura como muestra de apoyo conyugal.
– Supimos que ayer fueron a ver a esas mujeres y nos imaginamos que era solo cuestión de tiempo que vinieran aquí. -Levantó una mirada retadora y la cruzó con la de Abe-. Antes éramos una familia normal, una familia feliz, detective Reagan. Hasta que apareció Ross King. Ninguno de nosotros lamenta que haya muerto.
Abe escrutó los rostros de cada uno de los familiares presentes y eligió con cuidado sus palabras.
– No dudo de su inteligencia, y por tanto no voy a comportarme como si lo hiciera. No pienso degradarme, y por tanto no voy a comportarme como si Ross King mereciera mi compasión. Sin embargo, mi trabajo consiste en investigar los crímenes al margen de mi opinión sobre la víctima. No espero que lo comprendan, pero eso no hará que lo que digo sea menos cierto.
En la sala se hizo el más absoluto silencio. Entonces una de las mujeres se echó a llorar. Su marido se puso en pie con el rostro encendido de furia e impotencia.
– Díganos, señorita Mayhew. ¿King sufrió mucho?
La mujer levantó la vista, las lágrimas le rodaban por las mejillas.
– Nos lo debe.
Kristen se volvió a mirar a Abe y, por un instante, la angustia de la madre que sollozaba se reflejó en sus propios ojos. Al momento, el sentimiento se desvaneció. Se volvió de nuevo hacia los padres que aguardaban su respuesta.
– No puedo ofrecerles detalles de una investigación en curso.
– ¡Váyase al infierno! -Otro de los padres se puso en pie-. Aquella vez le hicimos caso y fueron nuestros hijos los que pasaron por un infierno, y todo porque nos prometió que iba a meterlo entre rejas. -Se dejó caer en el asiento, hundió la barbilla en el pecho y empezó a estremecerse-. ¡Váyase al infierno! -volvió a renegar entre sollozos.
Abe la vio dudar.
– No puedo darles detalles -repitió-, pero…
El padre levantó la vista y, al mirarlo a los ojos, Abe se sintió atenazado por su suplicio.
– Pero ¿qué? -sollozó el hombre.
– Sufrió -se limitó a decir Kristen.
– Mucho -añadió Abe en tono rotundo; se preguntaba qué harían aquellas parejas a continuación. Se miraron entre ellas, sus ojos reflejaban una morbosa expresión de alivio-. Entiendo que cuando encontremos al asesino quieran enviarle una postal de agradecimiento, pero…
– Y una botella de whisky escocés de veinte años.
– Y una invitación para que pase con nosotros las vacaciones en Florida.
– Y un abono para ir a ver a los Bears.
Abe levantó la mano para apaciguarlos.
– Me lo imagino. Sin embargo, tengo que pedirles que colaboren. ¿Alguno de ustedes vio algo que pueda ayudarnos a establecer la hora de la entrega de esas notas? -Nadie abrió la boca y Abe suspiró-. Es obvio que son personas inteligentes. Saben por las noticias que King no ha sido el único asesinado. Saben que yo no puedo tolerar que nadie se tome la justicia por su mano. Si ustedes lo consienten, será como si hubiesen matado personalmente a King.
– ¿Y qué le hace suponer que no lo hemos hecho? -preguntó Reston en tono tranquilo.
– Yo no supongo nada -aclaró Abe-. Pero, tal como he dicho, me parecen personas inteligentes. Saben que todos están en mi lista de sospechosos. Y también saben que eso no va a facilitarles las cosas a sus hijos. Ya han pasado por un infierno. Creo que el único motivo por el que ustedes no mataron a King hace tres años fue que no querían que sus hijos los vieran entre rejas. -Abe observó que todos se estremecían y supo que había conseguido lo que pretendía-. Necesito saber cuándo recibieron las notas y dónde estaban la noche en que King desapareció.
– ¿Cuándo desapareció? -preguntó la señora Reston.
– Lo primero es lo primero. -Abe sacó su cuaderno-. A los Reston ya los conozco; los demás tendrán que decirme su nombre, y luego dónde encontraron la nota y cuándo la recibieron.
El señor Reston se encogió de hombros.
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