Charlaine Harris - El Día del Juicio Mortal

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El juicio final está en camino, y Sookie Stackhouse tiene una habilidad especial para situarse en medio de los problemas; en particular cuando es testigo del ataque con bombas incendiarias al Merlotte’s, el bar donde trabaja. Dado que Sam Merlotte es conocido por su doble naturaleza. Las sospechas inmediatamente recaen sobre los cambiantes de la zona. Sookie tiene otra opinión, pero antes de que pueda investigar surge algo aún más peligroso.
El amante de Sookie, Eric Northman, y su “niña” Pamela están tramando algo en secreto. Sea lo que sea, parecen decididos a mantener a Sookie al margen. Pero Sookie está igual de decidida a descubrir que está ocurriendo. No puede permanecer de brazos cruzados cuando tanto su trabajo como su vida amorosa están amenazados. Sin embargo, cuanto más progresa en sus investigaciones, más consciente es de que la situación es más mortal de lo que nunca hubiera podido imaginar.

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– Pam, dímelo.

– No puedo -repitió -. Tienes que cuidar de ti, Sookie.

La observé con mucha intensidad. No podía forzarla a abrir la boca y carecía de la fuerza para inmovilizarla sobre la mesa de la cocina y sacárselo por la fuerza.

¿Adónde podría llevarme la razón? Vale, le caía bien a Pam. Sólo le caían mejor Eric y Miriam. Si había algo que no podía contarme, es que tenía que ver con Eric. Si Eric hubiese sido humano, hubiese pensado que tenía una horrible enfermedad. Si Eric hubiese perdido todos sus bienes en la bolsa o debido a alguna calamidad financiera, Pam sabría que el dinero no era lo que más me preocupaba. ¿Qué era lo único que valoraba por encima de todo?

Su amor.

Eric estaba con otra.

Me incorporé sin saber lo que hacía, tirando la silla detrás de mí. Deseaba proyectarme hacia el cerebro de Pam para conocer los detalles. Ahora entendía por qué Eric la había tomado con ella en la cocina la noche que trajo a Immanuel. Pam me lo quiso contar entonces, y él se lo prohibió.

Alarmado por el ruido de la silla en el salón, Eric vino corriendo al salón, el teléfono aún pegado a la oreja. Yo estaba de pie, los puños apretados, atravesándolo con la mirada. Mi corazón pegaba brincos en mi pecho como una rana en una jaula.

– Disculpe -dijo al auricular-. Tengo una crisis entre manos. Le llamaré más tarde. -Cerró la tapa de su móvil-. Pam -señaló -. Estoy muy enfadado contigo. Estoy seriamente enfadado contigo. Abandona esta casa ahora y mantén la boca cerrada.

Con una postura que nunca había visto en ella, encogida y humilde, Pam se despegó de la silla y fue hacia la puerta trasera. Me preguntaba si vería a Bubba en el bosque.

O a Bill. O quizá a algún hada. O a más secuestradores. ¡Un maníaco homicida! Nunca se sabe lo que te puedes encontrar en el bosque.

No comenté nada. Aguardé. Sentía que mis ojos disparaban llamaradas.

– Te quiero -dijo.

Seguí esperando.

– Mi creador, Apio Livio Ocella -el muerto Apio Livio Ocella- estaba en proceso de crear una pareja para mí antes de morir -explicó Eric-. Me lo mencionó durante su estancia, pero no supe que el proceso había llegado tan lejos en el momento de su muerte. Pensé que podría ignorarlo. Que su muerte lo haría inservible.

Esperé. No podía leer su expresión, y sin el vínculo sólo podía ver que cubría sus emociones con una expresión esculpida en piedra.

– Es una práctica que ya no se estila demasiado, aunque venía siendo la norma. Los creadores buscaban pareja a sus vampiros convertidos. Recibían una suma si era una unión provechosa, si cada parte podía aportar algo de lo que carecía la otra. Era mayoritariamente un negocio.

Arqueé las cejas. En la única boda vampírica a la que había asistido hubo multitud de signos que apuntaban a la pasión física, si bien se me dijo que la pareja no tenía por qué pasar todo el tiempo unida.

Eric parecía consternado, una expresión que jamás pensé que vería en él.

– Claro que hay que consumar -explicó.

Aguardé al tiro de gracia. Quizá el suelo se abriría y se lo tragaría primero. No fue así.

– Tendría que darte de lado -admitió-. Tener una esposa vampira a la vez que una humana no es lo propio. Sobre todo si la esposa vampira es la reina de Oklahoma. La esposa vampira ha de ser la única. -Desvió la mirada, la expresión rígida de un resentimiento que nunca había mostrado anteriormente-. Sé que siempre has insistido que nunca fuiste realmente mi esposa, así que es de suponer que no será difícil para ti.

Y una mierda.

Me miró a la cara como si leyese un mapa.

– Aunque yo creo que sí -dijo con dulzura-. Sookie, te juro que, desde que recibí la carta, he hecho todo lo que está en mi mano para pararlo. He alegado la muerte de Ocella para anular el acuerdo; he declarado abiertamente que soy feliz donde estoy; incluso he presentado nuestro matrimonio como un impedimento. Víctor podría decir que sus deseos imperan sobre los de Ocella, que soy demasiado útil como para abandonar el Estado.

– Oh no -conseguí decir, para mi sorpresa, si bien apenas fue un suspiro.

– Oh, sí – corrigió Eric amargamente-. Apelé a Felipe, pero no he sabido nada de él. El de Oklahoma es uno de los dominios que ha puesto el ojo en su trono. Quizá así quiera aplacarla. Mientras tanto, ella llama todas las semanas, ofreciéndome una tajada del reino si me uno a ella.

– Entonces se ha encontrado contigo cara a cara -articulé con más fuerza en la voz.

– Sí -asintió-. Participó en la cumbre de Rhodes para cerrar un acuerdo con el rey de Tennessee sobre el intercambio de unos prisioneros.

¿La recordaba? Puede que sí, cuando me calmase un poco. Allí hubo muchas reinas, y ninguna de ellas fea. Mil preguntas se agolpaban en mi cabeza para salir primero, pero apreté los labios con fuerza. No era momento de hablar, sino de escuchar.

Creía que el acuerdo no había sido idea suya. Y en ese momento comprendí lo que me confesó Apio en el momento de su muerte. Me dijo que nunca conservaría a Eric. Murió feliz por esa expectativa, por haber organizado una unión tan ventajosa para su amado vampiro convertido, la que le apartaría de la vulgar humana a la que amaba. Si lo hubiese tenido delante, lo habría matado otra vez y habría disfrutado con ello.

En medio de tanta disquisición, y mientras Eric repetía todo de nuevo, un rostro pálido asomó por la ventana de la cocina. Eric supo por mi expresión que había alguien detrás de él y se volvió tan deprisa que ni lo vi moverse. Para mi alivio, el rostro era familiar.

– Déjalo pasar -dije, y Eric abrió la puerta trasera.

Bubba estaba en la cocina un segundo después, inclinándose para besarme la mano.

– Hola, guapa -saludó con una amplia sonrisa. La de Bubba era una de las caras más reconocibles del mundo, a pesar de que todo el mundo lo había dado por muerto cincuenta años atrás.

– Me alegro de verte -expresé desde el corazón. Bubba tenía algunas malas costumbres porque era un mal vampiro; estaba demasiado drogado cuando lo convirtieron, y la chispa de su vida casi se había extinguido. Dos segundos más y habría sido demasiado tarde. Pero uno de los trabajadores del depósito de cadáveres de Memphis, un vampiro, se había emocionado tanto al verlo que decidió traer al Rey de vuelta. Por aquel entonces, los vampiros eran una casta secreta de la noche, muy alejada de las portadas de las revistas que ahora ocupaban con tanta asiduidad. Con el nombre de «Bubba», había sido transferido de reino en reino, asignándosele pequeñas tareas para ganarse la estancia y, de vez en cuando, en noches memorables, le entraban ganas de cantar. Bill le caía muy bien, era menos afín a Eric, pero comprendía el protocolo hasta el punto de mantener las formas.

– La señorita Pam está fuera -dijo Bubba, mirando de soslayo a Eric-. ¿Usted y el señor Eric están bien aquí dentro?

Bendito sea. Creía que Eric me estaba haciendo daño y había venido a comprobarlo. Tenía razón; Eric me estaba haciendo daño, pero no físicamente. Me sentía como si estuviese al borde de un acantilado, a punto de perder pie y caerme. Estaba aturdida, pero aquello no duraría demasiado.

En ese interesante momento, una llamada en la puerta delantera anunció (eso esperaba yo) la llegada de Audrina y Colton, nuestros cómplices en la conspiración. Fui hacia la puerta, seguida por los dos vampiros. Sintiéndome absolutamente a salvo, abrí la puerta. Efectivamente, la pareja de humanos estaba esperando en el umbral, ambos aferrados por una empapada y sombría Pam. Su pelo se había oscurecido bajo la lluvia y pendía en desgarbados mechones. Parecía capaz de escupir clavos en cualquier momento.

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