Se contempló en el espejo queriendo ver si parecía tan diferente como se sentía. Por primera vez notó cuan increíblemente grandes eran sus ojos verdes. Sus pupilas eran diminutos pinchazos en la luz del día, protegiendo sus ojos de la brillante luz, aunque hubiera poco sol. Miró fijamente, asombrándose de la viveza de sus ojos verdes cuando extendió la pasta de dientes en su cepillo. Su corazón se paró, cerrándose de golpe con fuerza en su pecho, cuando expuso sus pequeños dientes blancos. Afilados caninos brillaban en su boca, una extraña adición a su delicada imagen.
Maggie cubrió su boca, asustada de la extraña ilusión. Esto tenía que ser una ilusión. Muy despacio retiró su mano y contempló sus dientes expuestos. Eran completamente normales. Absolutamente comunes. Estaba dejando que su mente divagara. Tal vez Jayne había tenido razón y ella no pertenecía a un ambiente tan primitivo. Había pensado en esto durante mucho tiempo, tal vez sólo era demasiado susceptible. Por otra parte, este era el único momento en su vida en que podría aprender algo sobre sus padres. Nunca había sido una mujer tímida o nerviosa. No tenía ningún miedo de viajar sola. Estaba bien versada en artes marciales y tenía confianza en situaciones peliagudas, aunque aquí, en el bosque salvaje, se sintiera tan diferente, tan distinta a Maggie Odessa. Pero no estaba en su forma de ser el huir de las cosas.
Se vistió con cuidado, tan livianamente como pudo. La humedad era opresiva. Peinó su cabello con una trenza francesa bien ordenada y lo sujetó en la parte superior de su cabeza como una corona. Esto dejó su cuello al desnudo. Encontró un sujetador de encaje y las correspondientes bragas, material que esperaba no rozara su piel por el empalagoso y pesado aire. No cometería el mismo error dos veces, habiendo sido atrapada sin sujetador en medio de una lluvia tropical.
Tenía muy poco tiempo para investigar la historia de sus padres. Estaba determinada a hacer que cada momento fuera importante. Mientras bajaba la escalera, preparó una lista mental de preguntas para Brandt Talbot.
Brandt se levantó cuando ella entró en la cocina, y las palabras de su cabeza se desvanecieron. Dispersadas. Disipadas de modo que se quedó de pie en la entrada, contemplándolo. La hacía sentir débil. Realmente débil cuando la miraba. Maggie temió tartamudear si trataba de hablar. Su efecto era irresistible.
Se rió de ella, y mil alas de mariposa la recorrieron dentro de su estómago. Cuando fue hacia ella, se movió en absoluto silencio, ni su ropa se atrevía a crujir. Le quitó el aliento. Maggie nunca había sido tan susceptible a alguien con anterioridad, y era sumamente incómodo.
Ella forzó una sonrisa en respuesta -Gracias por quedarse anoche en la casa conmigo. Realmente no habría sido tan tonta como para salir a pasear por los alrededores, pero es agradable saber que alguien se estuvo preocupando -tímidamente se sentó en la silla con el respaldo alto que él le tendió-. ¿Supongo que tienes las llaves de la casa?
– Sí, por supuesto. Vivo aquí la mayor parte del tiempo. El bosque tiene un modo de reclamar lo que le pertenece con rapidez. Las parras crecen bajo el alero si no estoy atento. -Él se sentó frente a ella al final de la mesa.
Maggie lo observó tomar una tajada de mango con sus fuertes dedos y llevarla a su boca. Sus fuertes dientes mordieron la fruta. Su cuerpo entero se contrajo en respuesta y se obligó a apartar su mirada lejos de él.
– ¿Puedes decirme algo sobre mis padres? Fui adoptada a la edad de tres años y realmente no recuerdo nada de ellos.
Brandt miró su cara expresiva, las emociones encontradas recorriéndola. Maggie luchaba contra su atracción por él, determinada a no hacerle caso. Era muy fuerte. La química entre ellos chisporroteó y formó un arco de modo que el mismo aire a su alrededor se electrificó.
– Todos nosotros en el bosque conocíamos a tus padres, Maggie -dijo él suavemente, mirándola estrechamente. El mango sabía dulce, el zumo goteaba en su garganta como el vino más fino, pero esto no podía tomar su lugar. Ella sabría más dulce, más intoxicante.
– Cuéntame entonces, -ella tomó un sorbo cauteloso del zumo y le gustó al instante. Era un néctar que no podía identificar, pero su boca absorbió su primer sorbo como si conociera el gusto. Los rescoldos que ardían sin llama en el fondo de su estómago saltaron a la vida, derramándose como una llama por su corriente sanguínea. La mano que sostenía el vaso tembló.
Brandt se inclinó más cerca, sus dedos retiraron un mechón de cabello que se escapó de la corona trenzada en lo alto de su cabeza. Su toque quemó, enviando llamas que bailaban sobre la piel para emparejar la conflagración dentro de ella.
– ¿El gusto es único, verdad? -Sus dedos delgados y fuertes se cerraron sobre su mano, trajeron el cristal a sus labios-. La bebida, Maggie, bébetelo todo, -su voz era ronca, seductora, una invitación seductora a un banquete de placer.
Quiso resistirse. Había algo en él que la asustaba tanto como la atraía. Un poder, la manera posesiva en que la tocaba. Maggie estaba segura de retener el control, pero el olor del néctar la envolvió, la tentó. Una mano fuerte en su nuca, sus dedos envolviendo su cuello, haciéndola demasiado consciente de su fuerza. Él inclinó el cristal y el líquido de oro se deslizó abajo en su garganta. El fuego floreció en ella, corriendo hacia abajo y quemando su control.
Con pánico, Maggie levantó su cabeza, su mirada verde encontrándolo. Estaba más cerca de lo que había pensado, el calor de su cuerpo filtrándose en el suyo. No podía alejar la mirada hipnotizada cuando él llevó el vaso a su propia boca. Sus labios colocándose íntimamente sobre el punto exacto donde sus labios habían tocado. Él bebió el resto, todo el rato sosteniendo su mirada.
Sus pulmones rogaron por aire. Ella siguió el movimiento de su garganta, mirando cuando él agarró una gota de líquido ámbar en la yema de su dedo y deliberadamente lo llevó a su boca. Antes de que pudiera controlarse, su lengua salió como una flecha, lamiendo su dedo, absorbiendo el gusto de él junto con el néctar. Por un momento su boca rodeó su dedo, chupándolo, moviéndose y probándolo provocativamente. Maggie podía sentir su cuerpo humedecerse, quemándose con repentina hambre. Sus caderas se movieron agitadamente rogando por alivio.
Brandt inhalo bruscamente, absorbiendo el olor de su invitación. Esto casi lo volvió loco. Estaba ya medio loco por ella. La sensación de su boca, caliente y húmeda, apretada alrededor de su dedo, lo puso tan duro como una roca. Era bastante fácil para su cuerpo saber cómo se sentiría si su compañera prestara la misma atención a su pesada erección. Su mano se apretó posesivamente alrededor de su cuello, él acercó más su cabeza.
Maggie apartó la suya repentinamente, casi cayendo de la silla en su prisa por apartarse de él.
– Lo siento, lo siento -las lágrimas se oían en su voz, brillaron en sus ojos-. No sé que esta mal conmigo. Por favor vete -ella nunca, en algún momento de su vida, jamás se había comportado así. Y Brandt Talbot era un completo extraño. Sin importar cuanto la atrajeran su olor y su mirada, sin importar cuan correcto pareciera, él era un desconocido.
– Maggie tú no lo entiendes -Brandt se puso de pie también, acechándola a través de la extensión de la cocina. Su cuerpo compacto y fornido, le recordó a un gran felino de selva, sus músculos tensándose en una muestra de poder y coordinación.
Ella se retiró hasta chocar con el mostrador. -No quiero entender. Quiero que te vayas. Algo anda mal en mi -había fiebre en su sangre, su mente en un caos. Imágenes de ambos retozando en el piso estaban grabadas en su cerebro. Le costaba pensar claramente. Su cuerpo la traicionó, sus pechos erectos y suaves. En lo más profundo de su corazón más femenino, ella ardía por él-. Sólo vete. Por favor sólo vete -francamente no sabía cual de ellos dos estaba más en peligro.
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