– Estoy contento de que te guste ya que será tu casa.
Elle oyó a Drusilla tomar un rápido aliento y Stavros inmediatamente le envió una mirada de furiosa reprimenda. Elle se forzó a dar un paso más dentro del cuarto, echando una mirada alrededor. La vista quietaba el aliento, la más increíble que jamás había visto. Era una asombrosa jaula de seda, una prisión más allá de sus sueños más salvajes.
Elle permitió que Stavros la guiara por el gran cuarto absolutamente hermoso y arriba por la ancha escalera a un dormitorio inmenso. Él abrió la puerta e hizo gestos hacia la cama de cuatro postes.
– Este será tu cuarto. El mío está justo por el vestíbulo.
Alguien ya había colocado el pequeño bolso de viaje de Elle en la cama. Parecía ridículo en la rica opulencia del cuarto.
– Stavros, espera. -Le agarró del brazo-. Realmente no puedo quedarme. Tengo una cita esta tarde y no puedo llegar tarde.
– Te quedarás, Sheena, y tendrás a mis bebés. He estado buscando a una mujer como tú durante años. No voy a dejar que te marches ahora. -La empujó más adentro del cuarto y miró su reloj-. Permanecerás aquí en este cuarto hasta que venga a buscarte. La puerta estará cerrada, Sheena, y te quedarás.
No había forma de pasar por alto el hierro en su voz ni la advertencia. Elle se paró muy quieta en el centro del cuarto. Él mostraba la mano ahora, permitiéndole patentemente saber que no sólo la había raptado, sino que esperaba total cooperación. Ella no dijo nada mientras él cerraba la puerta, esperando antes de moverse hasta que oyó la muesca del cerrojo.
Elle abrió la bolsa para encontrarla vacía. Alguien ya había desembalado sus cosas y las había guardado. Después de una búsqueda breve, encontró que su ropa colgaba ordenadamente en el espacioso vestidor. Se quitó el vestido y lo cambió por un par de finos pantalones de algodón y una camiseta cómoda de algodón. Se trenzó rápidamente el pelo que le llegaba a la cintura y se puso sus zapatos de escalada antes de ir a la ventana.
Debajo de su cuarto, cantos rodados y piedras grandes formaban los precipicios que llevaban al brillante mar. Normalmente la vista la habría calmado, pero la manera en que la casa colgaba sobre el océano haría peligroso el trepar. Le interesó encontrar la ventana conectada a un sistema de seguridad. Podría abrir la ventana pero una alarma se dispararía si sacaba el brazo fuera. Del modo en que la casa estaba construida, habría sido casi imposible que alguien irrumpiera, ¿así que aquí mantenía presas a mujeres a su capricho? ¿Había traído a otras aquí?
Elle estudió el cuarto con cuidado, deslizando la palma sobre las paredes y la cama, buscando energía psíquica dejada atrás por cualquier otra. No sentía nada de nada excepto ese débil, molesto zumbido en la cabeza. Por lo que podía decir, sólo el ama de casa había estado en su cuarto. Ahora que estaba sola, necesitaba enviar un mensaje a casa y dejarles saber donde estaba.
Abrió la ventana e inhaló el mar y la sal. En el momento en que la niebla salada tocó su cara se sintió mejor, más ligera, más optimista. Elle levantó sus brazos y llamó al viento. El dolor chocó por su cabeza. Apenas logró suprimir el grito que brotó mientras unas estrellas estallaban detrás de los ojos y todo alrededor de ella se volvía negro. Se dobló, vomitando, ahogándose, tambaleándose hacia la cama, apretando ambas manos en la cabeza que latía.
Stavros era psíquico y había logrado de algún modo desplegar alguna clase de campo de energía para evitar que se usara la energía psíquica. ¿Por qué haría eso? Él no podría utilizarla tampoco. Débil, se deslizó hasta el suelo junto a la pared y puso la cabeza entre las piernas, respirando hondo para evitar desmayarse. No iba a poder convocar ayuda hasta que estuviera fuera de la isla o pudiera encontrar la fuente del campo de energía.
Una vez que pudo respirar otra vez, se puso de pie inestablemente y trató con la seguridad, un pequeño rayo que ella redireccionó para poder deslizarse a través de la ventana y adherirse como una araña al costado de la casa de campo de cristal. Y las arañas eran mejores en adherirse al vidrio que ella. Se deslizó hasta que los dedos de los pies y de las manos encontraron agarre.
Se adhirió al borde, alcanzando con los dedos de los pies, deseando ser al menos unos centímetros más alta cuando intentó ganar el techo. Durante varios latidos se encontró mirando fijamente hacia abajo a las piedras y al mar a unos buenos treinta metros debajo de ella, atemorizada de que no pudiera alcanzar y caerse. Estudió la distancia encima de ella. Tendría que hacer palanca hacia arriba con su cuerpo, utilizando el poder de las piernas y agarrar el borde. Una oportunidad. Eso es todo lo que tendría, e iba a tomarla.
Elle había escalado rocas y montañas por todo el mundo. El techo resbaladizo no iba a ser su perdición. Ensayó cada movimiento en su mente y se empujó, utilizando los músculos poderosos de las piernas para propulsarse hacia arriba. Lo agarró con las manos, resbalaron y los dedos se clavaron en el techo, sosteniéndola. Dejó salir el aliento y, reuniendo fuerzas antes de subir la pierna sobre el tejado. Una vez posicionada, podría empujarse completamente arriba.
Se tomó un momento para recuperase y entonces corrió ágilmente a través del techo hasta el otro lado de la casa donde Stavros realizaba su reunión. Permaneció agachada, sabiendo que destacaría fácilmente contra el tejado iluminado por el sol brillante. Pudo ver a Sid acompañar a cuatro hombres por el sendero a la casa. Frunciendo el entrecejo, se tumbó. Los hombres llevaban ropa de bandas de motoristas con emblemas, el estándar uno por ciento y, una intrincada espada con sangre goteando por la hoja. Había visto ese emblema antes.
Los motoristas fuera de la ley de uno de los clubes más notorios en tres continentes eran los únicos que osarían llevar el símbolo de la Espada. Algunos decían que los orígenes de los grupos eran rusos y que se habían esparcido rápidamente por Europa y Estados Unidos. Los reclutas eran brutales, la prisión les endurecía y estaban dispuestos a matar por los menores insultos. Se los había topado en varios casos relacionados con tráfico de armas y drogas, al igual que asesinatos por encargo. El club, conocido como la Espada, estaba ganando rápidamente una reputación que rivalizaba con los existentes señores del crimen. Las condenas eran raras porque sólo un puñado de testigos había estado de acuerdo en testificar contra uno de ellos. Y de esos pocos, ninguno jamás había vivido un día más después de que una pena de muerte fuera transmitida por el famoso líder del club, Evan Shackler.
¿Qué hacía Evan Shackler, o cualquiera de sus moteros en la isla de un rico magnate naviero? ¿Y por qué le palmeaba Stavros en la espalda como si fueran viejos amigos? Más que viejos amigos… ¿hermanos? Se saludaron entre ellos a la manera griega tradicional, besándose en ambas mejillas, lo cual no era un signo de que fueran parientes, pero curiosamente se parecían mucho. Mientras caminaban uno al lado del otro, ella pudo ver una semejanza inmensa, aunque Evan pareciera salvaje y despeinado con el cabello largo y la cara ensombrecida al lado de la imagen ejecutiva del guapo Stavros. Tenían casi la misma altura y peso y poseían los mismos gestos, incluso movían las manos de la misma manera. Tendría que estudiar los archivos de Shackler y comprobar meticulosamente su pasado.
Pero… si Shackler estaba de alguna manera relacionado, lo cual ella admitía que era un avance, ¿podía ser psíquico? ¿Había protegido Stavros su isla para evitar que un pariente utilizara la capacidad psíquica contra él? Eso tendría sentido. Si Stavros era psíquico, querría poder utilizar sus capacidades como ella y sus hermanas hacían en la intimidad de su casa. Ellas nunca antes había pensado construir un campo de energía para evitar que utilizaran sus talentos psíquicos, pero Stavros tenía que haber tenido una razón buena para hacerlo así.
Читать дальше