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Kelley Amstrong: Secuestrada

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Kelley Amstrong Secuestrada

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Cuando una bruja joven le cuenta a Elena que un grupo de humanos está secuestrando seres sobrenaturales, Elena ignora la advertencia. Vamos, obviamente todo el mundo sabe que no existe nada parecido a las brujas. Simplemente el pensamiento de otros “sobrenaturales”, bueno, Elena no tenía el menor interés en explayarse demasiado en el asunto. Muy pronto, sin embargo, se ve enfrentada a la verdad de su mundo, cuando es secuestrada y lanzada a un bloque de celdas lleno de brujas, hechiceros, medio-demonios, y otro werewolf. Tal y como Elena pronto descubre, tratar con sus compañeros de cautiverio es el menor de sus problemas. En esa prisión, el verdadero monstruo es el que lleva las llaves…

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– No mires atrás -dijo ella.

Por supuesto, lo hizo. Tenía que saber. Cuando miró hacia abajo, vio a los perros. El sabueso estaba todavía en lo alto del barranco, aullando y esperando a los hombres. Los otros dos perros no esperaban. Desgarraban su cuerpo en una explosión de sangre y carne.

– No -gimió-. No.

Qiona lo consoló con susurros y besos, intentando con ellos apartar su mirada de lo que ocurría. Hubiera querido ahorrarle el dolor, pero no podía. Él lo sentía cuando miraba hacia abajo, a los perros que destruían su cuerpo, no sintiendo exactamente el dolor de sus dientes horadándolo, pero sí la agonía de la pérdida increíble y la pena. Todo había terminado. Absolutamente.

– Si no me hubiera puesto a pasear -dijo él-. Si hubiera corrido más rápido…

Qiona lo giró entonces, de modo que pudiera mirar a través del bosque. Los árboles se extendían a lo lejos, terminando en un camino que se veían tan lejos que los coches parecían insectos avanzando lentamente por la tierra. Echó un vistazo nuevamente a su cuerpo, una destrozada confusión de sangre y huesos. Los hombres caminaban por el bosque. Él los ignoró. Ya no tenían la menor importancia. Nada la tenía. Se dio la vuelta hacia Qiona y le permitió llevárselo.

***

– Muerto -dijo Tucker a Matasumi mientras caminaba hacia el bloque de celdas de la estación de guardia. Sacudió el barro del bosque de sus botas-. Los perros lo atraparon antes de que nosotros lo hiciéramos.

– Te dije que lo quería vivo.

– Y yo te dije que necesitábamos más sabuesos. Los Rottweilers son para cuidar, no para cazar. Un sabueso esperaríá al cazador. Un rottie asesina. No saben hacer otra cosa – Tucker se sacó las botas y las puso en la estera, perfectamente alineadas con la pared, con los cordones metidos dentro. Luego tomó un par idéntico pero limpio y se las puso-. No puedes ver que esto realmente importa. El tipo estaba medio muerto de todos modos. Débil. Inútil.

– Era un chamán – dijo Matasumi-. Los chamanes no tienen que ser atletas Olímpicos. Toda su energía está en su mente.

Tucker resopló-. Y eso no le fue de mucha utilidad contra aquellos perros, déjame decirte. No dejaron ni un pedazo de él más grande que mi puño.

Mientras Matasumi se giraba, alguien abrió de golpe la puerta y lo golpeó en la barbilla.

– Gritos – dijo Winsloe con una amplia sonrisa-. Lo lamento, chicos. Estas malditas cosas necesitan ventanas.

Bauer pasó por delante de él-. ¿Dónde está el chamán?

– Él no pudo… sobrevivir – dijo Matasumi.

– Los perros – añadió Tucker.

Bauer sacudió su cabeza y siguió andando. Un guardia agarró la puerta, sosteniéndola abierta mientras ella la traspasaba. Winsloe y el guardia pasaron después de ella. Matasumi cerró la marcha. Tucker se quedó en la estación de guardia, probablemente para buscar y disciplinar a quienquiera que fuese que hubiera permitido la fuga del chamán, aunque los demás no se molestaran en preguntarlo. Tales detalles estaban por debajo de ellos. Por eso habían contratado a Tucker.

La siguiente puerta era de acero grueso con una manija alargada. Bauer hizo una pausa delante de una pequeña cámara. Una cámara escaneó su retina. Una de las dos luces encima de la puerta destelló verde. Otro rojo permaneció en rojo hasta que ella agarró la manija y el sensor comprobó sus huellas dactilares. Cuando la segunda luz cambió a verde, ella abrió la puerta y entró a zancadas. El guardia la siguió. Mientras Winsloe avanzaba, Matasumi extendió la mano para alcanzar su brazo, pero falló. Las alarmas chillaron. Las luces destellaron. El sonido de media docena de botas con clavos de acero resonó desde el distante corredor. Matasumi tomó a toda prisa la radio receptos de la mesa.

– Por favor llámelos de vuelta – dijo Matasumi-. Es sólo el Sr. Winsloe. Otra vez.

– Sí, señor – la voz de Tucker chisporroteó por la radio-. Tal vez podrías recordarle al Sr. Winsloe que cada escaneo de retina y de huellas dactilares autorizará el paso de sólo un empleado y un segundo tras él.

Ambos sabían que Winsloe no necesitaba que le recordaran ninguna cosa, ya que él había diseñado el sistema. Matasumi apretó el botón de desconexión de la radio. Winsloe sólo sonrió ampliamente.

– Lo lamento, muchacho – dijo Winsloe-. Sólo probaba los sensores.

Dio un paso atrás hacia el escáner de retina. Después de que el ordenador lo reconoció, la primera luz giró verde. Luego agarró la manija, la segunda luz destelló verde, y la puerta se abrió. Matasumi podría haber pasado sin el escaneo, tal como el guardia lo había hecho, pero dejó que la puerta se cerrara y siguió el procedimiento apropiado. La entrada de un segundo se había pensado para permitir el paso de cautivos de una sección del edificio a otra, a una tasa de sólo un cautivo por miembro del personal. No estaba pensada para permitir que dos miembros del personal entraran juntos. Matasumi recordaría a Tucker que hablara a sus guardias acerca de esto. Todo ellos estaban todos autorizados para pasar por estas puertas y deberían hacerlo correctamente, no tomando atajos.

Una vez pasada la puerta de seguridad, el pasillo interior se parecía a un pasillo de hotel, cada lado bordeado de cuartos amueblados con una cama de matrimonio, una pequeña mesa, dos sillas, y una puerta que conducía a un cuarto de baño. No eran alojamientos de lujo en cualquier caso, pero simples y limpios, como la mejor opción del espectro para un viajero consciente de su presupuesto, aun cuando los inquilinos de estos cuartos no hicieran muchos viajes. Estas puertas sólo se abrían desde el exterior.

La pared entre los cuartos y el pasillo era de un cristal especialmente diseñado más duradero que barras de acero – y mucho más agradable para mirar. Desde el vestíbulo, un observador podía estudiar a los inquilinos como ratas de laboratorio, y en realidad esa era la idea. La puerta a cada cuarto era también de cristal por lo que la vista del observador no se obstruía. Incluso la pared de cada cuarto de baño era de Plexiglas claro. Las trasparentes paredes del cuarto de baño eran una renovación reciente, no porque los observadores habían decidido que querían estudiar las prácticas de eliminación de sus sujetos, sino porque habían encontrado que cuando las cuatro paredes de los cuartos de baño eran opacas, algunos sujetos pasaban días enteros allí para evitar el constante escrutinio.

La pared de cristal exterior era actualmente cristal en un solo sentido. Habían debatido esto, cristal en un sentido contra en dos sentidos. Bauer había permitido que Matasumi tomara la decisión final, y él había enviado a sus ayudantes de investigación a que se apresuran después de cada tratado de psicología que encontraron acerca de los efectos de la observación continuada. Luego de reunir pruebas, había decidido que el cristal en un solo sentido sería menos intrusivo. Al quitarles a los observadores su visual, agitarían los sujetos con menor probabilidad. Se había equivocado. Al menos con el cristal en doble sentido los sujetos sabían cuando estaban siendo observados. Con el de un solo sentido, sabían que estaban siendo mirados – ninguno era lo bastante ingenuo como para confundir el espejo de la pared con decoración – pero no sabían cuando, por lo que se encontraban en alarma perpetua, lo cual tenía un efecto desgraciadamente indiscutible en su estado físico y mental.

El grupo pasó las cuatro celdas ocupadas. Un sujeto hacía girar su silla hacia la pared trasera y se sentó inmóvil, no haciendo caso de las revistas, los libros, la televisión, la radio, todo lo que había sido proporcionado para su diversión. Se sentaba dándole la espalda al cristal en un sentido y no hacía nada. El sujeto en cuestión llevaba en el edificio casi un mes. Otro inquilino había llegado sólo esta mañana. Ella también se sentaba en su silla, pero dándole la cara al cristal de un sentido, fulminándolo con la mirada. Desafiante… por ahora. Eso no duraría.

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