– Preferiría salir con usted -replicó con mirada suplicante.
¿Era posible que estuviera interesado en ella?, se preguntó Kayla. Sacudió la cabeza.
– ¡Mala suerte! -se lamentó Kane. La desilusión teñía su voz. Señaló el teléfono-. Supongo que entonces esta noche me tocará cenar con una desconocida.
Kayla elevó los ojos al cielo.
– ¡Yo también soy una desconocida!
– Es curioso, pero a mí no me lo parece -le dirigió una significativa mirada, que no se prestaba a error. Había una conexión entre ellos, ambos lo sabían. Del mismo modo que ambos sabían que Kane acababa de conseguir que Kayla cambiara de opinión.
Kayla se dejó caer en la silla que había detrás de su escritorio. Kane se inclinó hacia ella de tal forma que sus labios prácticamente se rozaban.
– ¿Va a desilusionar a un cliente, señorita Luck?
– Kayla -susurró ella, y se humedeció los labios.
Kane arqueó una ceja y se enderezó de nuevo.
– Parece que voy haciendo progresos, Kayla.
Y no sabía hasta qué punto, pensó la joven.
– Bueno, no podría sentirme como una verdadera acompañante si estuvieras llamándome «señorita Luck» toda la noche.
Kane esbozó una radiante sonrisa.
– No recuerdo muy bien el nombre del restaurante en el que voy a comer con mi jefe. Sé que es un lugar informal, pero llevo ya tanto tiempo fuera de la ciudad que casi no la conozco.
– ¿Entonces se trata de una cena informal?
– Sí, lo único que pretendo es que me enseñes a pedir el vino, a elegir el plato más adecuado… todas las cosas que se necesitan saber para cenar con el jefe… y para disfrutar de tu compañía. ¿Te gusta el béisbol?
Kayla asintió.
– Tengo entradas para el partido de los Red Sox. Podemos ir a ver el partido después de cenar.
– No sé por qué, pero tengo la sensación de que no necesitas que nadie te dé clases sobre cómo asistir a un partido de béisbol.
– No, pero estoy deseando que pase la etapa del partido. Bueno, ¿te apetece el plan?
– Sí, me apetece -tanto que la asustaba.
– Entonces ya está todo arreglado.
Kayla asintió en silencio.
– No te desilusionaré -dijo entonces Kane. Sus palabras estaban tan cargadas de intención que Kayla tuvo la sensación de que aquello era algo más que un negocio. Que Kane quería algo más que contratarla para que lo ayudara a comportarse en sociedad.
Kane alargó el brazo y le tomó la mano. La conexión fue instantánea. Se apartó tan bruscamente que Kayla no pudo evitar preguntarse si habría experimentado la misma sensación desconcertante que ella. Un momento después, Kane metió la mano en el bolsillo y sacó una billetera de cuero a toda velocidad, como si de repente tuviera prisa por marcharse.
– ¿Aceptas American Express o Visa? -le preguntó.
– Las dos cosas, pero… -¿qué podía decir? ¿Que cobrar a cambio de ofrecerle su compañía durante la velada no le parecía bien?
– Puedo pagarte en efectivo, si lo prefieres.
– No -Kayla no podía aceptar dinero a cambio de una cita. Porque, aunque Kane lo hubiera expresado de otra forma, aquello era una cita en toda regla. Le dirigió la más sincera de sus sonrisas-. ¿Por qué no esperamos a ver cómo van las cosas y hablamos de eso más tarde?
– De acuerdo -cerró la billetera-. Me hospedo en el Hotel Summit. Me pondré en contacto contigo, señorita… Kayla -con una enorme sonrisa, se dirigió hacia la puerta, dejando a Kayla preguntándose si de verdad era posible que hubiera tenido tanta suerte.
– ¡Estás guapísimo! -un coro de carcajadas y silbidos siguió a Kane mientras entraba en la comisaría de policía. Kane, ignorando aquellas burlas, se desplomó sobre una silla y estiró las piernas. Exhaló un largo y profundo suspiro con intención de relajarse. Lo consiguió, pero sabía que la tranquilidad que tan difícilmente había conseguido no iba a durar mucho.
Le había bastado mirar aquel rostro de ángel para saber que la tapadera del patán no iba servir de nada. Había tenido que renunciar a ella casi de inmediato, consciente de que le iba a resultar endiabladamente más fácil guardar las distancias con aquella mujer actuando como lo que realmente era: un profesional. Y se suponía que cuestiones como la atracción jamás tendrían que interferir en su trabajo.
Soltó un gemido. El problema era que nunca había visto unos ojos tan enormes e intensamente verdes ni tampoco curvas como las de aquella mujer. De hecho, el deseo no había vuelto a atacarlo con tanta fuerza desde que era un adolescente.
– ¿Qué, McDermott, has dejado que te mostrara todos sus encantos?
Al oír aquella imperiosa voz, Kane alzó la mirada. Desde que le habían asignado aquella misión, no había tenido oportunidad de comentar con Reid su plan de trabajo. Y la verdad era que se alegraba, porque si el capitán se hubiera enterado de que pretendía hacerse pasar por un patán, no le habría dejado llevarlo a cabo.
– No ha dicho que no, si es eso lo que estás preguntando. ¿Has conseguido las entradas?
Reid se pasó la mano por el poco pelo que le quedaba.
– Eres un pesado, McDermott. Sí, he llamado a mi cuñado y le he dicho que mi mejor detective tenía que practicar un soborno.
Kane se encogió de hombros.
– No tenía otra forma de conseguirlas, Reid. Además, fuiste tú el que insistió en que me tomara un descanso.
– No intentes engañarme, McDermott. Te conozco desde que estabas en la academia. ¿Viste morir a un chaval delante de mis narices y dices que no necesitas unos días de permiso? No te había visto temblar desde la primera vez que disparaste a un tipo.
Kane no contestó. El capitán tenía razón. Cuando era un novato, Kane había herido a un sospechoso durante una redada. El capitán se había llevado a Kane a su casa para ayudarlo y, desde entonces, los Reid se habían convertido en la familia que Kane insistía en no necesitar.
El capitán lo conocía muy bien. Y lo más importante, lo aceptaba tal como era. A pesar del malhumor de Kane y de sus intentos por permanecer distante, Reid pretendía incluirlo en todas sus vacaciones y fiestas familiares. Y aunque Kane limitaba las ocasiones en las que se reunía con ellos, tenía más relación con los Reid que con cualquier otro de sus conocidos.
– Por lo menos vamos a poder sacarles algún beneficio a esas entradas -comentó Reid con voz ronca.
– Deberías dejar de fumar, capitán.
Reid lo miró con el ceño fruncido.
– ¿Te preocupa que llegue un día en el que no esté por aquí? -soltó una carcajada-. Lo siento, Kane, pero soy demasiado duro para morir.
– En eso tienes razón -murmuró Kane, negándose a admitir lo mucho que se preocupaba por su jefe.
– Gracias al descenso de las temperaturas que han pronosticado, es más que posible que la dama que nos ocupa esta noche esté especialmente interesada en acercarse a un cuerpo caliente -comentó Reid, ignorando a Kane, como ya era habitual-. ¿Ella parece interesada?
Kane cruzó los brazos por detrás de la cabeza y analizó la pregunta: ¿parecía Kayla Luck tener algún interés en él?
– Parece haberse interesado más cuando le he dicho que conocía a Frederick -comentó. La información que tenían sobre Charmed procedía de una fuente de confianza: un político que había sido descubierto con los pantalones bajados. Al ser atrapado, se había mostrado más que dispuesto a ofrecer información a cambio de la promesa de que su nombre no apareciera en los periódicos. Había sido él el que les había proporcionado la lista de los clientes de Charmed.
– Al menos has tenido la fortuna de elegir a un tipo que le gustaba.
Читать дальше