– Kayla, sé que estás… -Catherine empujó la puerta y encendió el interruptor-. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué ha pasado?
Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, Katherine consiguió levantar la cabeza. Observó el caos en el que había quedado convertido el almacén y gimió.
– Lo ha destrozado todo.
– ¿Quién, Kayla? ¿Qué te ha pasado? -Catherine se arrodilló a su lado.
– Estoy bien.
– Pues no lo parece.
– Claro que estoy bien -luchando contra el dolor que todavía martilleaba su cabeza, intentó levantarse, pero las náuseas lo hicieron imposible.
– Siéntate -Catherine la ayudó a sentarse nuevamente y la hizo apoyarse contra la pared-. Voy a llamar a la policía.
Kayla asintió e inmediatamente se dio cuenta de que había sido un error. Cerró los ojos. No sabía lo que buscaba aquel intruso, pero parecía convencido de que iba a encontrarlo allí.
Catherine regresó a los pocos minutos y se arrodilló a su lado.
– ¿Qué podía querer ese hombre, Cat?
– No intentes hablar -replicó su hermana, colocándole una toallita húmeda en la frente. Agarró la mano de Kayla y se sentó a su lado en el suelo, acurrucándola contra ella, como tantas veces habían hecho cuando eran niñas. Kayla no pudo controlar la necesidad de desahogarse con su hermana, la única persona en la que podía confiar. Con la cabeza apoyada en el hombro de Catherine, comenzó a contar cómo había ido su noche con Kane McDermott.
Por una vez, Catherine permaneció en completo silencio y Kayla se lo agradeció inmensamente.
– La policía estará aquí dentro de unos minutos -dijo Catherine por fin-. Ellos se encargarán de todo.
– Ya le he dicho que empujé la puerta y él me agarró por la espalda -al levantar la voz se sintió como si le estuvieran apaleando la cabeza. Exhaló un largo suspiro, intentando luchar contra las náuseas.
– El médico vendrá en seguida -comentó Catherine, mirando de reojo al joven policía mientras hablaba.
– Ahora volvamos de nuevo a lo que ha ocurrido -repuso él-. Estaba buscando dinero y usted insiste en que aquí no hay nada.
Catherine se colocó directamente en frente de la línea de visión del policía.
– ¿Es éste su primer día de trabajo? Porque supongo que ésa es la razón por la que no es capaz de darse cuenta de que está interrogando a la víctima. ¿Es así como los preparan actualmente? ¿Enseñando a atacar a las personas indefensas? Mire, amigo, sea o no policía, me va a dar ahora mismo el número de su placa y ya me encargaré yo después de que se la quiten.
Kayla gimió ante la actitud de su hermana, pero la verdad era que ella tampoco podía comprender el tratamiento del policía.
El oficial disminuyó la presión, pero no del todo. Se inclinó ligeramente e insistió:
– Mire, ese tipo ha destrozado el almacén buscando dinero y me gustaría saber por qué. Un poco de colaboración por su parte facilitaría mucho las cosas.
– ¿A quién? -Catherine se levantó de un salto-. Ella no va a hacer su trabajo y ahora mismo quiero saber por qué está interrogando a mi hermana como si fuera una delincuente, en vez de dedicarse a ayudarla.
– A mí también me gustaría conocer la respuesta a esa pregunta.
– Kane… -Kayla habría reconocido aquella voz en cualquier parte.
Había vuelto. Una oleada de intensas emociones sacudió su maltrecho cuerpo. Intentó erguirse y giró la cabeza todo lo que le permitía su herida.
– ¿Qué diablos estás haciendo aquí? -preguntó Catherine.
Kayla hizo una mueca ante la dureza del tono de su hermana; se arrepentía de haberle dado tanta información sobre la noche que había pasado con Kane. Lo miró. Kane permanecía en la entrada con aspecto tan peligroso como sombrío. Pero en cuanto fijó en ella su mirada, su expresión se suavizó.
Entró en la habitación, se agachó a su lado y le pasó la mano por la cintura, en un gesto reconfortante.
– ¿Y bien, oficial? -le preguntó Kane al policía más joven.
El policía se puso rojo como la grana.
– Lo siento, detective, pero…
– ¿Detective?
Kayla se puso rígida y Kane hizo una mueca de disgusto. No quería que Kayla lo averiguara esa forma. De hecho, no quería que lo averiguara de ninguna forma en absoluto. Pero desde que había posado los ojos en Kayla Luck, nada parecía salirle como quería.
Estaba a punto de salir de la comisaría cuando habían recibido una llamada de emergencia y el capitán lo había abordado en el vestíbulo. La preocupación por Kayla había bloqueado toda su capacidad de razonamiento durante unos minutos. Pero al final, había reaccionado y allí estaba, con un nuevo caso entre las manos.
Reparó en la palidez de Kayla y en la herida que tenía en la frente. La acurrucó contra él e intentó levantarla.
– ¿Adónde la llevas?
– A una silla. ¿Qué eres, su hermana o su perro guardián?
Catherine abrió la boca para protestar, pero Kayla la interrumpió.
– Catherine, déjalo. El tiene razón, si no me siento, creo que voy a vomitar.
Kane soltó un juramento y la llevó en brazos hasta la habitación de la entrada.
Catherine aceptó su ayuda, pero sólo hasta que estuvo sentada en el sofá. Una vez allí, se derrumbó contra los cojines.
Kane se arrodilló a su lado.
– Kayla…
– ¿Qué pasa, detective? -le espetó aquella palabra como si fuera un insulto. Permanecía con los ojos cerrados, convirtiéndolos en una efectiva barrera física entre ellos.
Justo en ese momento entró el médico con un par de enfermeros por la puerta, evitándole tener que contestar. Mientras la examinaban, Kane tuvo tiempo de reflexionar. Y no le gustó nada lo que dedujo.
Había dado prioridad a sus sentimientos sobre el caso del que se ocupaba. Y peor aún, había puesto en peligro a aquella mujer. Miró a Kayla. Ya era suficientemente malo que se hubiera acostado con ella, pero haber llegado a creer, aunque fuera por un instante, que entre ellos podía llegar a haber algo más que una noche de pasión había sido una verdadera locura.
Si hubiera mantenido la distancia, podría haber analizado la situación más claramente y no le habría dejado abandonar el hotel aquella mañana. Que Kayla desconociera las actividades ilegales de Charmed no significaba que éstas no existieran. El capitán tenía razón. Kayla había conseguido seducirlo y, en el proceso, él no solo había comprometido el caso sino también la seguridad de la joven.
– Muy bien -dijo el médico-. Tiene una contusión en la cabeza y una herida en la zona del cuello.
Kayla continuaba tumbada con los ojos cerrados. La marca de los dedos de su asaltante todavía se reflejaba en su cuello. Al verla, Kane sintió una furia ciega. Nadie tenía derecho a tocar a aquella mujer.
Justo entonces, apareció por allí el capitán Reid. Kane se volvió hacia el médico.
– ¿Hace falta hospitalizarla?
– Ella se niega y, mientras haya alguien que pueda cuidarla y llevarla al hospital en el caso de que fuera necesario, no hay por qué ingresarla.
– Claro que hay alguien que puede quedarse con ella: yo -replicó su hermana.
Kane ignoró completamente su comentario.
– ¿Y tiene que seguir algún tiempo de tratamiento? -le preguntó al doctor.
– Reposo absoluto y despertarla cada dos horas para hacerle una prueba: comprobar si ha perdido capacidad de comprensión, ver la dilatación de las pupilas…
– Perfecto.
– Sin problema -dijo su hermana, mirando a Kane con el ceño fruncido.
En cuanto el médico se fue y el capitán se dispuso a dar instrucciones al oficial que había llegado primero, Kane se concentró en Catherine.
– Eres Catherine, ¿verdad?
– Y tú el sinvergüenza que ha utilizado a mi hermana.
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