Desvió la vista a la puerta y unos segundos después ésta se levantaba de sus bisagras. Sin volver a mirarlo pasó a su lado y se encaminó hacia la seguridad. El resplandor de la gran araña de cristal impactó en sus ojos y parpadeó hasta que estos se adaptaron.
Catherine miró en derredor.
– Ahora no se atreverá a mostrar la cara -comentó la voz de Logan a su espalda-. Lo más probable es que la abuela esté escondiéndose arriba -añadió.
Mientras él le daba las gracias a sus rescatadores, el equipo de limpieza, tal como había predicho ella, Catherine se serenó, hasta que Logan regresó a su lado y vio la mancha de maquillaje en el cuello de su camisa.
– Bueno -carraspeó.
– Bueno -él sonrió.
– Adiós -sintiéndose ridícula, extendió la mano.
– No tan deprisa, Cat -sus dedos cálidos apresaron los de ella-. Olvidas una cosa.
– ¿Qué?
– Me debes una copa y habría jurado que eras una mujer que respetaba la palabra dada.
– No fuiste tú quien nos sacó de ahí -le recordó.
– Y no tenía por qué hacerlo. Dije que lo intentaría y lo hice -se frotó el hombro en un descarado intento por provocar que se sintiera culpable.
Logan tenía razón. La semántica había vuelto a atraparla. Le debía una copa, pero, gracias a Dios, no sería en ese momento. Al menos dispondría de la oportunidad de recuperar la compostura y recordarse que sea lo que fuere lo que vibraba entre ellos era falso.
Bajó la vista a su uniforme de trabajo.
– Preferiría no ir a ninguna parte vestida así.
– A mí me parece que estás estupenda -la observaron unos ojos cálidos y él alargó la mano-. Ven conmigo. Puedes confiar en mí, Cat.
Contempló esos ojos castaños. ¿Confiar en él? Tuvo ganas de reír en voz alta. ¿No le había dicho lo mismo su padre a su madre la noche que se marchó para siempre? Si aceptaba, ¿terminaría siendo seducida y abandonada al día siguiente? ¿Y por qué una voz en su cerebro le gritaba que valía la pena arriesgarse por ese hombre?
– No puedo ir a ninguna parte contigo -lo miró con cautela-. La furgoneta de la empresa está aparcada en el exterior… no puedo dejarla aquí.
– Te apuesto que no está. Doble o nada. Si me equivoco, eres libre para marcharte. Si tengo razón, es una copa y una cena.
– Es una apuesta segura -palmeó los bolsillos de la falda y luego introdujo la mano en uno de ellos. Movió las llaves de la furgoneta en el aire. Cinco minutos más en su compañía y luego se iría a casa.
Luego se ocuparía de la persistente desilusión y del hormigueo sexual que aún incitaba sus sentidos. Analizaría la injusticia del destino, que enviaba a un hombre perfecto a su vida poco perfecta.
Luego. Cuando estuviera sola.
– Es hora de averiguarlo -Logan alargó el brazo como si fuera a quitarle las llaves, pero a cambio le tomó las manos.
Sus dedos la envolvieron, cálidos y seguros. Catherine movió la cabeza. Las vibraciones sexuales debían afectarle el cerebro.
Lo siguió por la casa hasta salir al exterior. La lluvia, que se había contenido durante la fiesta, al fin había hecho acto de presencia. Logan le pasó el brazo por la espalda mientras la conducía a la parte de atrás de la casa, donde estaban aparcados los vehículos. Le molestó el vínculo que había logrado crear con ella en tan poco tiempo. Estuviera o no la furgoneta, un hombre del mundo de Logan Montgomery no querría otra cosa de ella que un revolcón y un rápido adiós.
Logan activó la calefacción del jeep. Catherine iba a su lado, envuelta en su impermeable. Por la ventanilla contemplaba la noche. La lluvia caía con tanta fuerza que a los limpiaparabrisas les costaba eliminarla.
Al prolongarse el silencio, él miró a la derecha.
– Estar enfadada no te va a ayudar.
– No estoy enfadada. Estoy furiosa.
– ¿Con quién?
– Con tu abuela, para empezar. Con mi supervisora, para terminar.
– Ya oíste al personal. Emma les aseguró que te habías ido a recorrer la casa y prometió que haría que te llevaran a casa, lo cual cumplo… tal como ella planeó -musitó-. No había nada preparado, al menos por mi parte -se acabaron los juegos. A pesar de lo mucho que deseaba pasar un tiempo juntos, era evidente que Catherine prefería ir a su casa. Sola-. ¿Por dónde voy? -preguntó.
– Deberías saberlo.
Detuvo el coche junto al bordillo y cruzó un brazo sobre el volante.
– Te llevo a casa, Cat.
El silencio volvió a absorberlos.
– ¿Por qué? -lo miró sorprendida.
– Es obvio que no te encuentras aquí por propia voluntad. Pensé que te relajarías, pero me equivoqué. No quiero obligarte a pasar más tiempo del absolutamente necesario en mi compañía.
– ¿Eres siempre tan caballeroso o lo haces para impresionarme? -lo observó con suspicacia.
– ¿Eres siempre tan cínica sobre los motivos que tiene la gente? -se encogió de hombros.
– Respondes a una pregunta con una pregunta -murmuró-. ¿Eres policía o abogado?
– Abogado, y por reputación somos tiburones, de modo que no pienses que soy blando -nunca había sido el perrito faldero de ninguna mujer, y aunque suplicaría por ella, no pensaba reconocérselo.
– Hay muchas palabras que emplearía para describirte, Logan Montgomery, y blando no figura entre ellas.
– Dime algo que no sepa -cada vez que respiraba el sutil aroma de ella, los pantalones le estaban más apretados. Vio que se ruborizaba y le gustó su lado de vulnerabilidad femenina. Debía largarse cuanto antes de ahí-. Como ya te dije, estoy interesado, pero no desesperado -después de oír el parte meteorológico en la radio, que anunciaba crecidas y vientos peligrosos desde el océano, la apagó-. ¿Por dónde? -insistió, queriendo dejarla a salvo en casa. Como no se pusieran pronto en marcha, la conducción se tornaría aún más traicionera. Y aunque lograra llevarla a casa, dondequiera que estuviera, él ya no podría regresar.
Observó su expresión de cautela y dudó de que le ofreciera hospitalidad. No era que la culpara. Después de las manipulaciones de su abuela, Catherine probablemente ni le permitiera acostarse en el suelo. Se vería obligado a gastar dinero que no quería en dormir en un motel.
Vivir de su sueldo como abogado de oficio no había sido un problema hasta que decidió comprar y restaurar su nueva casa. La soledad y la vista del océano hacían que valiera la pena vivir con un presupuesto ajustado. Bajo ningún concepto sacrificaría su independencia para vivir del fideicomiso que le habían puesto siendo niño.
– Me gustaría llevarte a casa seca y de una pieza, Cat -miró a su acompañante. Ella suspiró y esbozó una sonrisa-. ¿Qué resulta tan divertido?
– Haces que sea muy difícil que me caigas mal.
Logan alargó la mano y le acarició la mejilla.
– Era lo que pretendía… y no puedo afirmar que me sienta desilusionado.
Catherine lo analizó. Sabía cómo invertir una situación para sacarle el mayor provecho sin que pareciera que la manipulaba. Respetaba su bienestar y se preocupaba por satisfacer sus deseos. Todavía no estaba segura de que pudiera confiar en él. Peor, no sabía si podía confiar en sí misma.
El volvió a poner en marcha el jeep.
– Bueno, ¿dónde vives?
– En la parte baja de Boston.
– Está a casi una hora de aquí -gimió él.
– Por eso esta noche había planeado quedarme a dormir en la casa de mi hermana.
Pero con la lluvia que caía era imposible que llegaran incluso a la casa de su hermana. Se mordió los labios. ¿Por qué el destino conspiraba para mantenerla con un hombre que era equivocado para ella?
– Mi casa está a diez minutos de aquí. ¿A cuánto está la de tu hermana? -preguntó él.
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