Peter Tremayne - La Telaraña

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Un horrible grito rompe el silencio de la apacible aldea de Araglin, durante una plácida noche del año 666 d. C. Poco después es hallado el cadáver de Eber, el jefe del poblado, y junto a él, Móen, un joven sordomudo y ciego que sostiene un puñal ensangrentado. No parece haber lugar para la duda, pero es sumamente difícil explicar los motivos que hayan podido llevar a Móen a asesinar a su más fiable protector.
La presencia de sor Fidelma en el juicio parece una simple formalidad, pero desde el mismo momento en que se pone a estudiar el caso las dudas empiezan a asaltarla y la búsqueda del móvil que ha desencadenado el asesinato de un hombre conocido por su generosidad, acaba por convertirse en una obsesión para la monja detective y en uno de los casos más difíciles a los que jamás se haya enfrentado.
A la ya conocida solvencia de Tremayne en la reproducción de una época enigmática como lo es la Irlanda del siglo VII, se añade en esta ocasión la mejor trama detectivesca que haya construido hasta la fecha.

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– No lo entiendo -dijo inmediatamente Eadulf-. ¿Por qué nos escondemos de esos jinetes?

Dubán, ausente, se tocaba la barba.

– Creo que son los ladrones de ganado que han estado atacando las granjas de Araglin.

– ¿Cómo lo sabéis? -preguntó Fidelma.

– He visto un cuerpo de hombres bien armados que no son de esta cañada. ¿Por qué están aquí? Sabemos que unos hombres armados han asaltado nuestras granjas. ¿No resulta lógico que sean éstos?

– Bastante lógico -admitió Eadulf con renuencia.

– Si fueran ladrones de ganado, ¿por qué van con esos asnos tan cargados? ¿Y adónde?

– Este camino va hacia el sur y en dirección a la costa. Se puede llegar a Lios Mhór o Ard Mór en poco tiempo -explicó Gadra.

– ¿Es éste camino más rápido para llegar a Lios Mhór que el que pasa por el hostal de Bressal -preguntó Fidelma, recordando lo que había dicho el posadero.

– Se tarda medio día menos en llegar a Lios Mhór por este camino que por el del hostal de Bressal -confirmó el anciano.

– Quienesquiera que fueran esos hombres -intervino Eadulf-, seguro que no iban a hacernos daño. Yo tal vez sea un extraño aquí, pero algo he aprendido y es que no existe la costumbre de tratar con violencia a los que llevan hábitos de la fe.

– Mi hermano sajón -dijo Gadra poniéndole una mano en el brazo-, con un buen incentivo, incluso la costumbre más establecida puede infringirse. Para protegeros tan sólo tenéis que confiar en vuestro sentido común y no en las ropas que lleváis.

– Buen consejo -admitió Fidelma-. Porque ya nos hemos encontrado al menos una vez con uno de esos hombres.

Eadulf arqueó las cejas sorprendido.

– ¿Sí? -preguntó.

– ¿Dónde? -inquirió Dubán.

– El que lleva el brazo en cabestrillo -continuó Fidelma imperturbable a pesar de la consternación que mostraron los demás- era uno a los que Eadulf disparó hace dos mañanas, cuando el hostal de Bressal fue atacado. La flecha se clavó bien.

– ¿Eadulf disparó una flecha al atacante?

El viejo Gadra miró a Eadulf con verdadera sorpresa. Luego se echó a reír entre dientes.

Eadulf resopló molesto.

– A veces confío en otros medios para defenderme, y no sólo en las ropas que llevo -replicó secamente a modo de explicación.

Gadra le dio una palmadita en el hombro.

– Creo que me gustaréis, hermano sajón. A veces me olvido de la necesidad de la pragmática. No se puede atravesar un río remando a menos que se tengan remos.

Eadulf no estaba muy seguro de cómo había que interpretar el comentario del anciano pero decidió que era un cumplido.

Dubán seguía serio.

– ¿Estáis seguros de que éstos son los hombres que atacaron el hostal de Bressal?

Fidelma asintió con la cabeza.

– Fuimos testigos.

– Creo que hemos de regresar al rath de Araglin cuanto antes.

– ¿Y Menma? -empezó a preguntar Eadulf, pero Fidelma lo hizo callar con una mirada airada.

Dubán se giró hacia él con el ceño fruncido, sin percibir la mirada admonitoria de Fidelma.

– ¿Qué hay de Menma? -preguntó.

– Eadulf estaba pensando en que hay que proteger el rath por si esos bandidos atacan -explicó rápidamente Fidelma.

Dubán sacudió la cabeza.

– Menma no será de gran ayuda. Pero está el joven Crítán y otros guerreros. Sin embargo, estos bandidos cabalgan en dirección contraria al rath, así que no tenemos que preocuparnos por su seguridad, hermano.

Eadulf se encogió de hombros, dándose cuenta de que por un motivo u otro Fidelma no quería revelar, por el momento, que Menma era uno de los que habían asaltado el hostal de Bressal. Fidelma le lanzó una mirada fulminante y empezó a conducir su caballo detrás de Dubán.

Eadulf se dio cuenta de que Gadra lo examinaba con expresión comprensiva.

Se giró irritado y condujo su caballo detrás de Dubán y Fidelma, de nuevo hasta el sendero.

Esta vez Dubán iba más deprisa, se puso al medio galope cuando el camino entre los estrechos desfiladeros y bajo las ramas descolgadas lo permitía. Al cabo de unos minutos, Gadra, sentado detrás de Eadulf, abrió la boca junto a su oído.

– Consolaos, hermano sajón -dijo el anciano de manera que sólo él pudiera oír-. Si lo pensáis dos veces antes de hablar, hablaréis dos veces mejor.

Eadulf apretó los labios y maldijo en silencio la presencia del anciano.

Capítulo XII

Crítán acompañó a Móen al hostal de huéspedes, lugar que Fidelma había considerado el más adecuado para interrogarlo, alejado del entorno de las caballerizas donde había estado recluido. Además de Fidelma y Eadulf sólo estaba Gadra. Dubán discutía el asunto de los ladrones de ganado con Crón.

Todos se callaron cuando el joven guerrero, todavía haciendo muestras de arrogancia, introdujo al desgraciado Móen en la estancia, casi a rastras y a empujones. Fidelma percibió con satisfacción que al menos se seguía ocupando del aseo de Móen para que pareciera un ser humano. Sintió compasión por aquella pobre criatura cuando lo empujaron hasta el interior de la habitación, ya que su rostro denotaba terror; no sabía, no entendía lo que sucedía a su alrededor.

Crítán lo obligó a sentarse y él casi se repantigó en la silla inclinando la cabeza. El joven guerrero les lanzó una mirada burlona.

– ¿Bien? -preguntó-. ¿Y ahora? ¿Qué trucos le vais a pedir que haga?

Gadra se adelantó airado respirando con fuerza. Por un momento Fidelma pensó que el viejo iba a golpear al joven arrogante.

Entonces sucedió algo curioso.

Móen empezó a olisquear, levantando la cabeza y oliendo al aire. Por primera vez se percibió una expresión de esperanza en sus rasgos, y empezó a emitir unos gemidos suaves.

Gadra se dirigió directamente a su lado, se sentó en una silla y le agarró una mano.

Fidelma no podía creer que la cara de la criatura pudiera transformarse tanto. Se iluminó al reconocer algo y se llenó de alegría. La religiosa vio que Gadra agarraba la mano izquierda del joven. Al principio, pareció un ritual, ya que Móen sostenía la palma de la mano abierta, recta y levantada. Con sorpresa, observó que Gadra empezaba a trazar unas señales con su dedo en la palma del joven. Después, con la misma sorpresa, el joven agarró la mano de Gadra y repitió las mismas señales. Fidelma recordó que eso era lo que el joven había intentado hacer con su mano en las caballerizas. No albergaba ninguna duda de que entre ellos se estaba desarrollando una auténtica conversación. Los gestos de los dedos eran rápidos y enérgicos.

De repente, Móen empezó a gruñir como si estuviera físicamente angustiado, se balanceaba adelante y atrás en su asiento como movido por el dolor. Gadra abrazó a la criatura y miró con tristeza a Fidelma.

– Le acabo de explicar a Móen lo de la muerte de Teafa. Él la consideraba su madre.

– ¿Cómo se ha tomado la muerte de Eber? -preguntó Eadulf.

– Sin sorpresa -respondió Gadra-. Creo que ya lo sabía. Le he explicado lo que ha sucedido y de qué es sospechoso.

– ¿Decirle? -preguntó Crítán, con una risotada como un ladrido-. Venga, viejo. Una broma es una broma, pero…

– ¡Callaos! -gritó Fidelma con voz glacial-. Haced el favor de marcharos. Os podéis quedar fuera hasta que os necesitemos.

– Estoy al cargo del prisionero -dijo el joven guerrero enfadado-. Mi deber es…

– Vuestro deber es hacer lo que os dicen -dijo Fidelma-. Id a decirle a Dubán, vuestro jefe, que no os quiero volver a ver cerca del prisionero. ¡Marchaos!

– No podéis… -empezó a decir Crítán indignado.

Eadulf se levantó y con estudiada amabilidad cogió al joven guerrero por el brazo. El repentino bufido de dolor y la rigidez de la mandíbula fueron los únicos signos que revelaron la presión que ejercía Eadulf.

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