Peter Tremayne
La Telaraña
Nº 5 Serie Sor Fidelma
Para mi buen amigo Terence, el Mac Carthy MÓr, príncipe de Desmond, quincuagésimo primer descendiente directo por línea paterna del rey Eoghan MÓr de Cashel (muerto en 192 d.C), que ha acogido a sor Fidelma entre los ancestros de su familia.
Las leyes son semejantes a las telarañas: si una pobre y débil criatura topa con ellas, queda atrapada; pero una mayor puede atravesarlas y escapar.
Solón de Atenas
(nacido hacia 640 a.C,
muerto después de 561 a.C.)
Los acontecimientos aquí narrados se desarrollan en el mes que los irlandeses del siglo VII conocían como Cét-Soman, que posteriormente se llamó Beltaine, y que corresponde al mes de mayo. Corre el año 666 d.C.
Los lectores que conozcan las anteriores aventuras de sor Fidelma ya sabrán de las diferencias entre la Iglesia irlandesa del siglo VII, en la actualidad llamada Iglesia celta, y la de Roma. Gran parte de la liturgia y las filosofías irlandesas era diferente. También ha quedado claro que en aquellos tiempos el concepto de celibato entre los religiosos no era popular, tanto en la Iglesia celta como en la de Roma. Hay que recordar que en la época de Fidelma muchas casas religiosas estaban habitadas por personas de ambos sexos y que los religiosos solían contraer matrimonio y educar a sus hijos en el servicio de la fe. También los abades y obispos podían casarse, y así lo hacían. El conocimiento de este hecho resulta esencial para entender el mundo de Fidelma.
Dado que la mayoría de lectores desconocerá la Irlanda del siglo VII, adjunto un mapa del reino de Muman. Conservo este nombre en lugar del término anacrónico formado en el siglo IX d.C. al añadir la palabra nórdica stadr (lugar) a Muman, que dio lugar al nombre actual, Munster. Dado que otros antropónimos irlandeses del siglo VII pueden ser desconocidos, incluyo una lista de personajes principales.
A los lectores les interesará saber que la unidad monetaria de un cumal equivalía a tres vacas lecheras. Como unidad de medida de tierra, un cumal era equivalente a 13,85 hectáreas.
Por último, los lectores recordarán que Fidelma aplica las leyes del antiguo sistema social irlandés, las leyes del Fénechus, popularmente conocidas como las leyes del brehon (de breaitheamh «juez»). Es una abogada experta en tribunales, una posición que no era en absoluto inusual para una mujer en la Irlanda de aquellos tiempos.
Sor Fidelma de Kildare, dálaigh (o abogada) de los tribunales de Irlanda en el siglo VII
Hermano Eadulf de Seaxmund's Ham, un monje de la tierra de los sajones del sur
Cathal, abad de Lios Mhór
Hermano Donnán, scriptor
Colgú de Cashel, rey de Muman y hermano de Fidelma
Beccan, jefe brehon (o juez) de los Coreo Loígde
Bressal, posadero
Morna, hermano de Bressal
Eber, jefe de Araglin
Cranat, esposa de Eber
Crón, hija de Eber y su tánaiste (o heredera electa)
Teafa, hermana de Eber
Móen, sordomudo ciego
Dubán, jefe de la guardia personal de Eber
Crítán,joven guerrero
Menma, caballerizo en el rath de Araglin
Dignait, encargada de la cocina
Grella, criada
Hermano Gormánde Cill Uird
Archú, joven granjero de Araglin
Scoth,novia de Archú
Muadnat de la Marisma Negra, primo de Archú
Agdae, sobrino y capataz de la granja de Muadnat
Gadra, ermitaño
Clídna,prostituta
El trueno retumbó en las altas y peladas crestas de las montañas que rodeaban la cima del monte Maoldomhnach, que daba nombre a la cordillera. Algún relámpago aislado recortó la silueta de la cumbre redondeada, e hizo que algunas sombras salpicaran el valle de Araglin en las estribaciones septentrionales. Era una noche oscura, con nubes de tormenta que se apelotonaban y cruzaban deprisa el cielo, atropellándose unas a otras como si las empujara la poderosa respiración de los antiguos dioses.
En las altas pasturas, las vacas se apiñaban, y algunas mugían enfadadas de vez en cuando, no sólo para consolarse de la tormenta que amenazaba, sino para advertir a las otras del olor a lobos voraces cuyas manadas hambrientas rondaban en los oscuros bosques que rodeaban las altas praderas. En un rincón, alejado del ganado, un ciervo majestuoso vigilaba a sus ciervas y sus crías como un centinela inquieto. De vez en cuando alzaba la vistosa cornamenta hacia el cielo y le temblaba el hocico. A pesar de la oscuridad, de las gruesas nubes y de la tormenta amenazadora, la bestia percibía la llegada del amanecer tras las lejanas cimas del este.
Abajo, en el valle, junto al oscuro y borboteante curso de un río, había un grupo de construcciones sin fortificar inmersas en la más absoluta oscuridad. Ningún perro se movía a esa hora, y todavía era demasiado pronto para que los gallos anunciaran la llegada del nuevo día. Ni siquiera los pájaros habían iniciado su coro del amanecer y todavía se cobijaban medio dormidos en los árboles de los alrededores.
Sin embargo, un ser humano se movía en aquella oscura hora; una persona se despertaba a esa hora de quietud en que el mundo parece muerto y desierto.
Menma, el caballerizo de Eber, jefe de Araglin, hombre alto y robusto con barba rojiza y densa y gran afición al licor, parpadeó y retiró la piel de zamarro de su jergón de paja. Un relámpago aislado iluminó su cabaña solitaria. Menma gruñó y sacudió la cabeza como si con esta acción fuera a eliminar los efectos de la bebida de la noche anterior. Tendió la mano hacia una mesa y buscó a tientas pedernal y yesca para encender la vela de sebo que había encima. Después se desperezó. A pesar de lo mucho que había bebido, Menma poseía una misteriosa conciencia del tiempo. Durante toda su vida se había levantado a las oscuras horas anteriores al amanecer, cualquiera que fuera la hora a la que se hubiera dejado caer en su cama borracho perdido.
Empezó su ritual matutino de maldecir a toda la creación. A Menma le encantaba maldecir. Algunos hombres empiezan el día con una oración, otros con las abluciones matutinas. Menma de Araglin comenzaba el día maldiciendo a su amo, el jefe Eber, deseándole todo tipo de muertes que su corta imaginación fuera capaz de concebir: asfixia, convulsiones, disentería, aplastado, envenenado, ahogado… Y cuando había agotado las maldiciones contra su amo, Menma continuaba maldiciendo su propia existencia, y a sus padres por no ser ricos y poderosos; por ser simples granjeros y, por tanto, predestinarlo a ser un humilde caballerizo.
Sus padres habían sido unos simples jornaleros en la alquería de su primo rico. No habían tenido suerte en la vida y Menma estuvo predestinado a una existencia servil. Era un hombre celoso y amargado, desdichado con su suerte.
Sin embargo, se levantaba de inmediato con la oscuridad de la madrugada y se vestía. Nunca se molestaba en lavarse o peinar la maraña de cabello rojizo que le descendía hasta los hombros y la gran masa de su barba. Un trago de corma, el aguamiel dulzón que siempre tenía en una jarra junto a su cama, era la única limpieza que necesitaba para enfrentarse a la jornada. El hedor de su cuerpo y de sus ropas indicaba a quienes se le acercaban lo suficiente que él y la limpieza eran incompatibles.
Menma se fue arrastrando hasta la puerta de la cabaña y echó una mirada fuera, parpadeando con los ojos vueltos hacia el oscuro cielo. El trueno seguía retumbando, pero él sabía instintivamente que ese día no iba a llover en el valle. La tormenta estaba al otro lado de las montañas y avanzaba sobre ellas de este a oeste, paralela al valle de Araglin. No iba a atravesar las montañas en dirección norte. No; el día iba a ser seco, aunque nublado y fresco. Las nubes ocultaban las estrellas y le impedían determinar la hora, pero, más que ver, intuía la pálida línea del amanecer justo por debajo de las lejanas cimas orientales.
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